Debate entre el vino y la cerveza: y otros papeles de cocina

Por Alfonso Reyes

Alfonso Reyes, el escritor mexicano más notable de la primera mitad del siglo XX, sazona y hornea las palabras: marina el verbo crudo y lo sofríe, después capea los nombres y bate los adjetivos hasta el punto de turrón; por último, sirve todo acompañado de adverbios crujientes.

• Idioma: Español
• Editorial: Fondo de Cultura Económica
• Fecha de lanzamiento: 23 ene 2018
• ISBN: 9786071654496

Alfonso Reyes

ALFONSO REYES Ensayista, poeta y diplomático. Fue miembro del Ateneo de la Juventud. Dirigió La Casa de España en México, antecedente de El Colegio de México, desde 1939 hasta su muerte en 1959. Fue un prolífico escritor; su vasta obra está reunida en los veintiséis tomos de sus Obras completas, en las que aborda una gran variedad de temas. Entre sus libros destacan Cuestiones estéticas, Simpatías y diferencias y Visión de Anáhuac. Fue miembro fundador de El Colegio Nacional. JAVIER GARCIADIEGO Historiador. Ha dedicado gran parte de su obra a la investigación de la Revolución mexicana, tema del que ha publicado importantes obras. Es miembro de las academias mexicanas de la Historia y de la Lengua, y de El Colegio de México, que presidió de 2005 a 2015. Actualmente dirige la Capilla Alfonsina. Reconocido especialista en la obra de Alfonso Reyes, publicó en 2015 la antología Alfonso Reyes, “un hijo menor de la palabra”. Ingresó a El Colegio Nacional el 25 de febrero de 2016.

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Mexico

Del discurso gustoso y el discurso del gusto

EL GUSTO. El discurso del gusto recorre toda la obra de Alfonso Reyes. Subyuga el juicio, lo trasciende. El gusto es el punto de convergencia de la lengua y la visión.

Leo en Calendario la estampa que Alfonso Reyes dedica a El cocinero. Es la suya una cocina singular: prepara y hornea palabras que salen de su hogar transformadas y, por mejor decir, transfiguradas: la misma palabra, cruda y grosera, al pasar por el fuego y sazón de este cocinero, cobra acentos de nobleza, sabrosa prosapia.

Que quede claro: para Reyes el escritor es un cocinero e, inversamente, la cocina es un discurso. De ahí que los textos dedicados a ellos tengan relieve de segundo grado, y si el olor de los platos trasciende, ¿cómo la palabra que los desglosa no iba a tener algo de trascendental? También, desde luego, crítico. Y es que la comedia de la palabra alcanza en el discurso gastronómico un como doble fondo, similar al del sombrero de copa de los prestidigitadores que esconden, al cabo del tubo negro, un conejo y, tras éste, una paloma.

¿Cómo escribir cocina sin cambiar de mesa?, de la de los trinches a la del comensal y de ésta a la del escritor. Cambia de mesa pero no de lengua, no de gusto.

¿Cómo podría un crítico literario, un ensayista y un filólogo no empezar su crítica del juicio sino precisamente en la mesa, en el gusto de la mesa? A Reyes le gustaba escribir, le atraían los ritos y las liturgias de la escritura, sopesar palabras, labrarlas y cincelarlas: paladearlas. Era un cocinero como el de Calendario, que las sabía hacer actuar en el pabellón palatal. Hombre acucioso, empresario atento a todos los detalles, no sabría servirse de ese teatro sin razonarlo. La crítica del gusto se inicia en el estudio de la palabra del paladar, en la crítica de su silencio, es decir, de su velo.

Acaso por ello se da en su obra una disimetría entre la ubicuidad de los valores del gusto en el cuerpo de su obra, la espontaneidad generalizada con que el discurso gustoso recorre su obra toda y la relativa escasez y dispersión de sus memorias explícitamente gastronómicas. Ahí está un memorial de la lengua trotamundos que son las Memorias de cocina y bodega, nítida demostración de que los fondos de las buenas bibliotecas y de los buenos mapas vienen —en buena medida— de los fondos y cocinas, y de cómo éstos, a su vez, inspiran la articulación visual. En Memorias de cocina y bodega el saber sobre el