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Paisaje de Filipinas
Paisaje de Filipinas
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Libro electrónico70 páginas56 minutos

Paisaje de Filipinas

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José Rizal presenta en estas páginas un retrato cálido y atrayente de su natal Filipinas. Al cumplirse cien años de la independencia de aquellas tierras (1898), nada mejor que esta obra para honrar la memoria de uno de sus más destacados héroes y patriotas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 jul 2018
ISBN9786071655660
Paisaje de Filipinas
Autor

Jose Rizal

José Rizal (1861-1896) was a Filipino poet, novelist, sculptor, painter, and national hero. Born in Calamba, Rizal was raised in a mestizo family of eleven children who lived and worked on a farm owned by Dominican friars. As a boy, he excelled in school and won several poetry contests. At the University of Santo Tomas, he studied philosophy and law before devoting himself to ophthalmology upon hearing of his mother’s blindness. In 1882, he traveled to Madrid to study medicine before moving to Germany, where he gave lectures on Tagalog. In Heidelberg, while working with pioneering ophthalmologist Otto Becker, Rizal finished writing his novel Touch Me Not (1887). Now considered a national epic alongside its sequel The Reign of Greed (1891), Touch Me Not is a semi-autobiographical novel that critiques the actions of the Catholic Church and Spanish Empire in his native Philippines. In 1892, he returned to Manila and founded La Liga Filipina, a secret organization dedicated to social reform. Later that year, he was deported to Zamboanga province, where he built a school, hospital, and water supply system. During this time, the Katipunan, a movement for liberation from Spanish rule, began to take shape in Manila, eventually resulting in the Philippine Revolution in 1896. For his writing against colonialism and association with active members of Katipunan, Rizal was arrested while traveling to Cuba via Spain. On December 30, 1896, he was executed by firing squad on the outskirts of Manila and buried in an unmarked grave.

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    Paisaje de Filipinas - Jose Rizal

    Margall.

    Un recuerdo (costumbres filipinas)

    I

    Hay ciertos puntos en los inmensos espacios desde donde se contemplan el sol, vistosas nubes, mares, continente, islas, rocas, grutas, aves, fuentes y flores; en una palabra: todo un mundo riente, colosal, animado o sublime. El águila atraviesa tan bellas regiones desafiando los furores del mar que, semejante a una gigantesca tumba o a un monstruo de mil fauces, ruge esperando devorar su presa. Los humildes pajarillos renuncian a magníficos panoramas y se contentan con sus umbrosos bosques y saltan de rama en rama, de flor en flor, en torno de sus rústicos nidos.

    Vaya pues el ave de poderoso vuelo a elevarse a las altas esferas del fuego de la luz; nosostros nos contentaremos en pasearnos por los campos de la infancia y de la juventud evocando las queridas sombras de lo pasado: los recuerdos. Sí, evocaremos los recuerdos, evocaremos esos seres que dormitan allá en el melancólico horizonte de la memoria, envueltos en la misteriosa gasa del tiempo, que aumenta las bellezas y atenúa los defectos, y semejante a una divinidad egoísta y celosa hace odiemos lo presente para no suspirar sino por lo pasado; evocaremos esos seres de naturaleza aérea, personificación de lo vago, lo dulce y sentimental, como las ondinas del lago y las sílfides del aire, que nacen y aumentan con nuestros años, transformaciones tal vez de las muertas ilusiones, esos seres, en fin, que cuando ya todo nos falte: amor, energía, confianza y entusiasmo, piadosos amigos vendrán a consolarnos en las soledades de la vida.

    ¡Ah!, pero nosotros buscamos objetos sencillos y nos encontramos con un mundo colosal en continuo crecimiento que gira allá en ese otro espacio infinito de la memoria. ¡Qué mundo que asimila a sí todas las ruinas del presente y las concepciones del porvenir! Allí está el mundo exterior pero más ideal o más bajo, más triste o más sublime, según a través de qué prisma se vea o se conozca. ¿Y seremos capaces de abarcarlo todo y, débil atlas, no nos aniquilaremos bajo su grandioso peso?

    Concretémonos pues a ciertos recuerdos o a uno solo. Y ahora que los tiempos y el espacio nos alejan de sitio y de los personajes, deleitémonos en pintarlos, y para que, dándoles vida, nos sirvan como compatriotas en lejanos países.Son esos dulces reflejos de la mañana de un día: bien puede uno recrearse con su recuerdo, si a la caída de la tarde el cielo se oscurece y la tormenta se anuncia a lo lejos.

    II

    Era el mes de abril de 187… Hacía pocos días que había salido del colegio. Como la tierra y como los prados estaba yo entonces en la primavera de la vida: tenía cerca de diez y seis años y soñaba en las más ideales ilusiones. Todo me parecía bueno, bello y angelical, como las brisas matinales, como las sonrisas del niño o como el misterioso coloquio de las flores. Los recuerdos del colegio, mis profesores, amigos y compañeros, los estudios, las recreaciones y los paseos no se habían borrado aún en mi memoria y ocupaban casi todos mis pensamientos. ¡Qué sueños y qué proyectos me formaba yo entonces! Yo veía el mundo a través de un cristal que lo embellecía y poetizaba; lo veía a través de mi imaginación, no herida aún por el más leve desengaño, y me parecía que sus escenas y sus personajes todos eran dignos de amor, veneración y sacrificio. Niño, confiaba no hallar en mi camino dramas ni tragedias sino églogas e idilios, creía en el bien, y si era tímido, si tenía cierto instintivo miedo, si pensaba en el mal que sólo creía forjado para hacer contraste con el bien, era que en mí había dos hombres: uno natural, confiado, alegre y presto a entregarse y dejarse seducir por la impresión, y otro, artificial por decirlo así, recelosos, preocupado, efecto sin duda de coeducación y de las teorías. De aquí nacían combates, después dudas y vacilaciones y, si alguna vez vencía la naturaleza, sólo conseguía una falsa victoria, sacando de la lucha, como señales indelebles, una irritación, una melancolía hija de los vagos deseos no satisfechos. De seguro que si en aquella época hubiéraseme aparecido una hada que adivinando mis aspiraciones (que yo mismo no conocía bien) me hubiera prometido satisfacerlas, de seguro que me hubiera dejado guiar pese a todas mis teorías y prevenciones.

    En este estado moral que en vano uno analiza cuando se tiene delante, y que sólo se conoce cuando ha pasado ya, semejante a las diosas de Virgilio, por la luz y el aroma que dejan, pasaba yo las vacaciones al lado de mi familia en mi pintoresco pueblo. Mis diversiones eran las más simples

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