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Vista previa del libro
Soy toda oídos - Kim Hye-jin
SOY TODA OÍDOS
KIM HYE-JIN
Traducción
IRMA ZYANYA GIL YÁÑEZ Y MINJEONG JEONG
FIORDO
ÍNDICE
Sobre este libro
Sobre la autora
Otros títulos de Fiordo
Soy toda oídos
SOBRE ESTE LIBRO
Todos los días, desde hace casi un año, la doctora Haesu Im redacta cartas que no logra concluir, las destroza y las desecha en algún cesto del parque. Las palabras, según constata cada día, no son suficientes: no explican ni invitan a dar explicaciones, no pueden resolver el aislamiento al que la mujer ha quedado confinada luego de un penoso incidente del que poco a poco vamos teniendo noticias.
La solidez de esta rutina saturada de rabia y autocompasión comienza a resquebrajarse cuando conoce a Sei, una preadolescente que carga con sus propios traumas. Gracias a un gato callejero, entre las dos se establece un vínculo improbable que cambia el eje de su día a día y les abre, al fin, una nueva perspectiva.
Como en su anterior novela, el best-seller Sobre mi hija, en Soy toda oídos Kim Hye-jin trabaja sobre la introspección y las preguntas que nos hacemos para procesar diversas circunstancias. Sagaz, sutil, hecha de insistencias que logran comunicar la complejidad del pensamiento y la emoción, esta novela mira desde adentro fenómenos como la cultura de la cancelación y el bullying, la soledad y la culpa, y ofrece una aproximación no dogmática a los puntos ciegos del lenguaje, en un profundo viaje literario que una vez que atrapa ya no suelta.
SOBRE LA AUTORA
Kim Hye-jin nació en Daegu, Corea, en 1983. Desde el inicio de su carrera literaria en 2012 ha recibido numerosos premios y distinciones, entre ellos el Dong-A Ilbo por el cuento «Chicken Run»; el Joong-Ang por la novela Central Station (2013); el Shin Dong-yup por Sobre mi hija (2018); el premio de la Fundación Daesan por The Work of No.9 (2020), y en 2021 el premio Munhakdongne a la literatura joven por Cotton Mansion. Ha publicado hasta ahora tres novelas, una nouvelle y dos conjuntos de cuentos, y sus obras han sido traducidas al japonés, chino, inglés, alemán, italiano, francés, polaco, checo y portugués, entre otras lenguas.
OTROS TÍTULOS DE FIORDO
Ficción
El diván victoriano, Marghanita Laski
Hermano ciervo, Juan Pablo Roncone
Una confesión póstuma, Marcellus Emants
Desperdicios, Eugene Marten
La pelusa, Martín Arocena
El incendiario, Egon Hostovský
La portadora del cielo, Riikka Pelo
Hombres del ocaso, Anthony Powell
Unas pocas palabras, un pequeño refugio, Kenneth Bernard
Stoner, John Williams
Pantalones azules, Sara Gallardo
Contemplar el océano, Dominique Ané
Ártico, Mike Wilson
El lugar donde mueren los pájaros, Tomás Downey
El reloj de sol, Shirley Jackson
Once tipos de soledad, Richard Yates
El río en la noche, Joan Didion
Tan cerca en todo momento siempre, Joyce Carol Oates
Enero, Sara Gallardo
Mentirosos enamorados, Richard Yates
Fludd, Hilary Mantel
La sequía, J. G. Ballard
Ciencias ocultas, Mike Wilson
No se turbe vuestro corazón, Eduardo Belgrano Rawson
Sin paz, Richard Yates
Solo la noche, John Williams
El libro de los días, Michael Cunningham
La rosa en el viento, Sara Gallardo
Persecución, Joyce Carol Oates
Primera luz, Charles Baxter
Flores que se abren de noche, Tomás Downey
Jaulagrande, Guadalupe Faraj
Todo lo que hay dentro, Edwidge Danticat
Cardiff junto al mar, Joyce Carol Oates
Sobre mi hija, Kim Hye-jin
Todo el mundo sabe que tu madre es una bruja, Rivka Galchen
El mar vivo de los sueños en desvelo, Richard Flanagan
Un imperio de polvo, Francesca Manfredi
Dios duerme en la piedra, Mike Wilson
Yo sé lo que sé, Kathryn Scanlan
Historia de la enfermedad actual, Anna DeForest
Desolación, Julia Leigh
Los galgos, los galgos, Sara Gallardo
La ficción del ahorro, Carmen M. Cáceres
Perturbaciones atmosféricas, Rivka Galchen
No ficción
Visión y diferencia. Feminismo,
feminidad e historias del arte, Griselda Pollock
Diario nocturno. Cuadernos 1946-1956, Ennio Flaiano
Páginas críticas. Formas de leer y
de narrar de Proust a Mad Men, Martín Schifino
Destruir la pintura, Louis Marin
Eros el dulce-amargo, Anne Carson
Los ríos perdidos de Londres y El sublime topográfico, Iain Sinclair
La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Andrés Barba
La noche. Una exploración de la vida nocturna, el lenguaje de la noche, el sueño y los sueños, Al Alvarez
Los hombres me explican cosas, Rebecca Solnit
Una guía sobre el arte de perderse, Rebecca Solnit
Nuestro universo. Una guía de astronomía, Jo Dunkley
El Dios salvaje. Ensayo sobre el suicidio, Al Alvarez
La mente ausente. La desaparición de la interioridad en el mito moderno del yo, Marilynne Robinson
Islas del abandono. La vida en los paisajes posthumanos, Cal Flyn
Un caballo en la noche. Sobre la escritura, Amina Cain
Correr hacia el peligro. Encuentros con un cuerpo de recuerdos, Sarah Polley
Legua
Al borde de la boca. Diez intuiciones en torno al mate, Carmen M. Cáceres
El viento entre los pinos. Un ensayo acerca del camino del té, Malena Higashi
ELOGIO DE SOY TODA OÍDOS
«Un relato casi ingrávido sobre la pesadez de la existencia. (…) Melancólica y meditativa, aunque cargada de una energía serena, esta historia de Kim Hye-jin guía a la protagonista a darse cuenta de que, casi siempre, lo que anhelamos ser es lo que ya somos, y que la vida, más que un llegar a ser, es una forma de revelación».
Kirkus Reviews
«Una buena novela está siempre más cerca del oído de quien escucha que de la boca que habla. Es una novela que permanece con quien tiene un corazón impenetrable. Y ese es el lugar donde se queda Kim Hye-jin cuando uno de sus personajes duda y guarda silencio. Se esfuerza en escuchar ese corazón, incluso si está silente. Ella no hace decir a sus personajes lo que no quieren decir. Respeta en lo profundo a sus personajes, y yo también he sentido ese respeto».
Choi Jin-young
«Una historia vivificante sobre una mujer de mediana edad que rescata un gato y consuela a una niña en un momento difícil, contra el trasfondo del suicidio de un hombre en parte a causa de ella. Estas dos líneas narrativas se entremezclan y se aferran la una a la otra, y no abandonan a quien lee en todo el libro».
Cho Nam-joo
COPYRIGHT
Título original en coreano: 경청 (Gyeongcheong)
por 김혜진 (Kim Hye-jin)
Primera edición en español, marzo de 2024
© Kim Hye-jin, 2022
All rights reserved. Originally published as 경청(Gyeongcheong) by 김혜진 (Kim Hye-jin) in Korea by Minumsa Publishing Co., Ltd. Published in arrangement with Kim Hye-jin c/o Minumsa Publishing Co., Ltd, and Casanovas & Lynch Literary Agency./Todos
los derechos reservados. Publicado originalmente en Corea por Minumsa Publishing Co., Ltd., en acuerdo con Casanovas & Lynch Literary Agency.
© de la traducción, Irma Zyanya Gil Yáñez y Minjeong Jeong, 2024
© de esta edición, Fiordo, 2024
Paroissien 2050 (C1429CXD), Ciudad de Buenos Aires, Argentina
correo@fiordoeditorial.com.ar
www.fiordoeditorial.com.ar
Dirección editorial: Julia Ariza y Salvador Cristofaro
Diseño de cubierta: Pablo Font
ISBN 978-987-4178-97-8
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
This book is published with the support of the Literature Translation Institute of Korea
(LTI Korea)./Este libro se ha publicado con el apoyo del Literature Translation Institute
de Corea (LTI Korea).
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la editorial.
Kim, Hye-jin
Soy toda oídos / Hye-jin Kim. - 1a ed -
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Fiordo, 2024.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción de: Irma Zyanya Gil Yáñez; Minjeong Jeong.
ISBN 978-987-4178-97-8
1. Literatura Coreana. I. Gil Yáñez, Irma Zyanya, trad. II. Jeong, Minjeong, trad. III. Título.
CDD 895.7
Para el periodista Seongmok Lee.
Señor Lee:
Soy Haesu Im. Supongo que lo tomará por sorpresa esta carta. Podría ser que, incluso, ya no recuerde mi nombre. Lo que unos llevan consigo hasta la muerte, otros lo descartan con facilidad. Es notable que quienes olvidan puedan continuar con su vida como si nada, mientras que quienes no lo hacen viven en constante agonía.
Aunque, posiblemente, en la vida ocurran cosas más increíbles que esto.
Aparento seguir viva; vivo estando muerta. Me encuentro en un estado en que da lo mismo vivir que morir. Me miro y veo que es posible existir de esta manera. Me imagino que sabe el porqué.
En internet aún se pueden encontrar los artículos que usted redactó, aquellos en los que habló de mí. Aún no puedo entender cómo fue capaz de escribir esos reportajes sin molestarse en verificar los más mínimos detalles.
Tampoco comprendo por qué, a pesar de que se lo pedí incontables veces, se ha negado a borrarlos. Por más que lo piense, no entiendo cómo puede negarse a una petición tan
En este punto, la mujer se detiene y baja su bolígrafo. Una mancha de tinta que había teñido el dorso de su mano deja una marca negra en la parte inferior del papel donde no hay nada escrito. Así ya no sirve. Tiene que empezar de nuevo. Sin embargo, sabe que la razón no es el borrón de tinta, sino que esta carta no consigue transmitir sus sentimientos. El léxico es mediocre y el estilo demasiado cortés y apacible.
Mira las palabras que eligió. Luego, toma el bolígrafo y tacha «supongo», «muerte», «agonía». Corrige «llevan consigo hasta la muerte» como «cargan consigo», además de reemplazar «nombre» por «existencia». No obstante, no logra acabar por completo con la cautela y la indecisión que empapan esa carta.
Con estas palabras y frases ordinarias no puede expresar los sentimientos que la embisten una y otra vez, lo que la parte y lo que la quema, lo que la abrasa y lo que reaviva las brasas. Se quedan cortas.
Ha vivido acostumbrada a no expresar sus sentimientos. Si bien en el pasado hubo momentos duros de sobrellevar, en general resultaron tolerables, y fáciles de olvidar. Alguna vez tuvo la convicción de que podía controlar sus emociones. Estaba segura de que era posible si aplicaba su esfuerzo y voluntad. Y, ahora que todo resulta imposible, no le queda más que reconocer que lo que habilitaba el control eran sus circunstancias, y no su propio empeño y determinación.
Dobla la carta por la mitad dos veces, la pone en su bolsillo y sale de casa. Es la hora en la que incluso quienes dan paseos nocturnos ya están de vuelta. Unos borrachos fuman frente a un minimercado con las luces encendidas. Sus rostros enrojecidos se iluminan con los faros brillantes de los automóviles que pasan.
Emerge de una callecita estrecha y cruza una avenida de cuatro carriles en dirección a un parque oscuro y desierto. Hasta hace unos años, este lugar fue campo de batalla de bares ruinosos que, iluminados con lamparitas de distintos colores, en espera de clientes dejaban entreabiertas sus puertas corredizas cubiertas con vinilos adhesivos. Lo que se llegaba a entrever era burdo y decadente, un tanto melancólico. Como un puerto en el que atracaba todo lo que la corriente trajera a flote.
Ahora ya no queda rastro alguno de eso.
Hay edificios de departamentos emplazados a intervalos regulares, además de tiendas cuyo interior se aprecia con claridad a través de los vidrios transparentes, y caminos amplios hechos con pulcros bloques de cemento. La gente se mueve de un lado a otro sin recordar el antiguo paisaje y acostumbrada al nuevo panorama. Aunque es cierto que quienes recuerdan lo que era este lugar ya no viven aquí.
Recorre el largo sendero del parque. Se esfuerza por encontrar la calma dentro de la serenidad y las luces apacibles. La primavera se acerca. Se concentra en la estación que la rodea. Cada vez que sopla el viento, se agita sutilmente la sombra proyectada por las hileras de árboles. Las siluetas de las sombras, que en invierno no son más que raquíticas líneas, comienzan ya a recuperar su forma. En los meses venideros seguirán ensanchándose y creciendo.
El paseo a mitad de la noche es, de muchos modos, seguro y beneficioso.
En la claridad diurna todo se revela, y a la gente le gusta fisgonear lo que queda al descubierto. Es solo en plena noche que, con la vista ensombrecida, se adormila hasta la atroz curiosidad. Tras una segunda vuelta al parque a través de los senderos más oscuros, por fin se detiene frente al cesto de basura junto a la entrada. Luego saca la carta bien doblada y la hace pedazos, como si así se deshiciera de los sentimientos que el papel contiene, como si no fuera a permitir que la cimbraran de nuevo.
Al llegar a la calle de su casa, encuentra a dos de sus vecinas en plena trifulca.
—Por Dios, ¿por qué les pones comida justo en las casas de otros? —grita una persona baja y encorvada que está de espaldas.
—Señora, esta no es la puerta de su casa, es la calle. Por aquí pasa la gente —replica otra algo más alta y a quien tampoco puede ver de frente.
—Bueno, entonces, ¿por qué les dejas comida a los gatos en la calle donde pasa la gente? Si tanto te gustan, ponla en tu casa. ¿Por qué tienes que venir a molestar a este barrio?
—¿De qué forma la molesto? Los gatos también necesitan alimento. ¿En qué le afecta que les dé de comer? Usted es la que me molesta a mí.
La voz de una es agresiva y la de la otra, defensiva. Una blande una lanza y la otra un escudo. Ninguna tiene ganas de rendirse.
Se escucha una canción popular que sale de un auto que pasa. La melodía triste y melancólica se va perdiendo poco a poco a medida que el auto se aleja. Haesu se pega a un camión estacionado en un lugar no habilitado. Para llegar a su casa, tendrá que pasar por donde discuten las mujeres y alguna de las dos podría reconocerla. Es posible que hasta le dirijan la palabra, que le pidan que se ponga de su lado, le lancen preguntas o le digan cosas innecesarias. Cosas que no tendría por qué escuchar.
Unos días atrás arremetieron así contra ella en el supermercado.
Sucedió cuando estaba en la sección de productos frescos mirando los carteles que señalaban ofertas de 2 por 1, superdescuentos, rebajas de última hora. Una persona que la había estado mirando de soslayo y se encontraba de pie frente a la mesa del apio y las lechugas, se le acercó.
—¿Acaso no es la doctora Haesu Im? Sí, ¿verdad? Qué sorpresa encontrarla aquí. ¿Vive en este barrio? —preguntó.
La señora llevaba puesto un saco azul y una bolsa amarilla colgada del hombro y, sobre su cabeza, unos enormes lentes de sol que parecían a punto de caerse.
Sin darle tiempo a responder, la miró a los ojos y continuó hablando:
—No sé cómo le caerá lo que le voy a decir, pero la verdad es que no concuerdo en que lo sucedido haya sido totalmente culpa suya. La gente habla sin saber bien de qué está hablando. A la gente solo le gusta discutir. No debería darles importancia.
Haesu soltó una débil sonrisa. O, más bien, se esforzó en hacerlo. Sintió con claridad que los músculos de la cara se tornaban rígidos, como si se le paralizaran.
—La verdad, creo que usted debió tomar medidas más rigurosas cuando comenzó el asedio de los artículos que la criticaban. A esas personas solo es posible cerrarles el pico con mano dura. En cuanto notan un dejo de vacilación, arremeten en su contra. No se puede lidiar con gente así.
La mujer fijó la mirada en la alta pila de lechugas, que más bien parecía una torre. No le quedó más remedio que aguantar. Si no se hubieran caído las de la cima, si no se hubiera derrumbado con estrépito ese cúmulo en forma de pirámide, si no hubiera llegado corriendo un empleado a levantar el pequeño desastre, habría tenido que quedarse ahí de pie escuchando tales descortesías hasta que esa señora decidiera terminar su soliloquio.
—Yo no soy como ellos. No piense que soy de esos chismosos —afirmó la señora trazando una línea entre ella y los demás, eligiendo esas palabras para distinguirse de otras personas que presumen de su honradez y su equidad.
Sin embargo, para Haesu no hay diferencia entre una y los otros, porque ambos la hacen evocar tiempos pasados, porque son la evidencia de que nada se olvida, porque son una advertencia de que su nombre quedará en boca de todos sin importar cuánto tiempo pase. Es posible que solo se trate de su sentimiento de culpa y una tendencia a victimizarse. De cualquier modo, no quiere dejarse arrastrar por las opiniones de los demás. No quiere volver a involucrarse en ese asunto, en nada más.
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