Carta de una desconocida
Por Stefan Zweig
4.5/5
()
Love
Literature
Relationships
Human Nature
Obsession
Love Triangle
Star-Crossed Lovers
Mysterious Past
Secret Admirer
Lost Lenore
Emotional Turmoil
Love Letter
Tortured Artist
Unseen Character
Epistolary
Información de este libro electrónico
Stefan Zweig
Stefan Zweig was born in 1881 in Vienna, into a wealthy Austrian-Jewish family. He studied in Berlin and Vienna and was first known as a poet and translator, then as a biographer. Between the wars, Zweig was an international bestseller with a string of hugely popular novellas including Letter from an Unknown Woman, Amok and Fear. In 1934, with the rise of Nazism, he left Austria, and lived in London, Bath and New York-a period during which he produced his most celebrated works: his only novel, Beware of Pity, and his memoir, The World of Yesterday. He eventually settled in Brazil, where in 1942 he and his wife were found dead in an apparent double suicide. Much of his work is available from Pushkin Press.
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Comentarios para Carta de una desconocida
30 clasificaciones3 comentarios
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jun 18, 2025
¿Hasta qué punto somos capaces de sacrificar nuestro propio amor por el que sentimos por nuestro ser amado? - Calificación: 5 de 5 estrellas5/5
Jul 2, 2024
Very immersive narrative, you can imagine every character and moment - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Feb 20, 2023
El Libro es muy entretenido, el hecho de que sea corto te anima a leerlo en un dia. el problema con esta version, es que tiene varios errores en el texto que le quitan el rollo de la trama intentando buscar palabras que encajen.
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Carta de una desconocida - Stefan Zweig
Tras una excursión reparadora de tres días por la montaña, el famoso novelista R. regresó a Viena por la mañana temprano, compró un diario en la estación de tren y apenas vio la fecha se dio cuenta de que era su cumpleaños. Cuarenta y uno, pensó rápido, y esta comprobación no le hizo ni bien ni mal. Ligeramente hojeó las páginas crujientes del diario y condujo con un auto alquilado a su departamento. El mayordomo le informó sobre dos visitas y algunas llamadas telefónicas durante su ausencia, y le entregó la correspondencia acumulada en una bandeja. Mirándola con indiferencia abrió un par de sobres, cuyos remitentes le interesaban, pero dejó a un lado, por el momento, una carta que tenía una letra desconocida y parecía muy voluminosa. Mientras tanto, le habían servido el té, y sentado cómodamente en un sillón volvió a hojear una vez más el diario y algunos impresos, luego encendió un cigarrillo y agarró la carta que había apartado.
Más que una carta parecía un manuscrito de al menos dos docenas de carillas, escritas precipitadamente en una letra femenina, desconocida e intranquila. Involuntariamente volvió a tocar el sobre para ver si había quedado algún escrito adjunto olvidado. Pero el sobre estaba vacío y no tenía ni la dirección ni la firma del remitente, solo contenía las hojas. Qué raro
, pensó y volvió a tomar la carta entre sus manos. Arriba de todo, como un encabezamiento, estaba escrito: A vos, que nunca me conociste
. Se detuvo sorprendido: ¿acaso era para él o para una persona imaginaria? De repente su curiosidad se había despertado y empezó a leer:
Mi hijo murió ayer. Durante tres días y tres noches me estuve batiendo con la muerte tratando de salvar esta pequeña y tierna vida, durante cuarenta horas estuve sentada junto a su cama, mientras la gripe sacudía su pobre cuerpo ardiente de fiebre. Le había puesto algo fresco sobre su frente que hervía, sostuve sus manitos inquietas, día y noche. A la tercera noche me desplomé. Mis ojos no podían más, se cerraban sin que me diera cuenta. Me había quedado dormida durante tres o cuatro horas en el duro sillón y mientras tanto la muerte se lo había llevado. Ahora está ahí el dulce y pobre niño, en su estrecha camita, tal como murió. Solo le cerraron los ojos, sus ojos oscuros e inteligentes, le cruzaron las manos sobre la camisa blanca y cuatro velas arden en los cuatro bordes de la cama. No me atrevo a mirar, no me atrevo a moverme, porque cuando las llamas de las velas flamean, hacen que se deslicen sombras por su rostro y su boca cerrada, y da la impresión de que sus rasgos se animan y podría pensar que no está muerto, que podría volver a despertar y decirme algo infantil y tierno con su clara voz. Pero sé que está muerto, no quiero mirar más para no volver a darme esperanzas y desilusionarme una vez más. Lo sé, lo sé, mi hijo murió ayer. Ahora no tengo a nadie más en el mundo que a vos, solo a vos, que no sabés nada de mí; vos, que mientras tanto no sospechás nada o jugás con cosas o personas. Solo te tengo a vos, que nunca me conociste y a quien nunca dejaré de amar.
Agarré la quinta vela y la puse en la mesa, sobre la cual te escribo. Lo hago porque no puedo estar sola con mi hijo muerto sin sacar para afuera lo que pasa en mi alma y ¡a quién podría hablarle en esta horrorosa hora sino a vos, que fuiste y seguís siendo todo para mí! Quizás no pueda explicarme tan claramente, quizás no me entiendas, siento la cabeza en una nebulosa, mis sienes se contraen y retumban, los miembros me duelen. Creo que tengo fiebre, quizás sea la gripe que ahora se escabulle de puerta en puerta, y eso sería bueno, porque así me iría con mi hijo, sin necesidad de hacer nada contra mi persona. A veces se me oscurece la vista, quizás ni siquiera pueda terminar de escribir esta carta, pero quiero reunir todas mis fuerzas para hablar esta vez, solo esta única vez, con vos, querido mío, que nunca me reconociste.
Solo te quiero hablar a vos, decirte todo por primera vez. Quisiera que conocieras toda mi vida, que siempre fue tuya y de la que nunca supiste nada. Pero solo cuando esté muerta conocerás mi secreto, cuando no me puedas dar ninguna respuesta, solo cuando eso que está sacudiendo mis miembros, tan fría y calurosamente, signifique realmente el fin. Si debo seguir viviendo, destrozaré esta carta
