Ausencia compartida: formas de mirar
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Ausencia compartida - Marina Azahua
Mirones
Looking Up. Plaza de Santo Domingo
(Mirando hacia arriba.
Plaza de Santo Domingo)
Francis Alÿs (1959) en colaboración
con Rafael Ortega
Video, documentación de
una acción en el espacio público
Loop de 4 min. de duración
(2001)
Un hombre mira al cielo. De pie, yace en el centro de una plaza pública. Los adoquines de piedra gris parecen ser su única compañía mientras finge mirar algo en las alturas. La cuadrícula del piso traza los ángulos de nuestra mirada como espectadores. Nuestros ojos se posan sobre el hombre y otras personas, conforme entran y salen, a cuadro, habitando el espacio. Antes de que lo viéramos, antes de que destacara, vimos a otras personas pasar caminando y atravesar la plaza con prisa. No se detenían, parecían todos tener una misión muy importante. Había velocidad. No había tiempo de pararse a contemplar el mundo. Todos parecían tener un encargo, una misión, un mandado qué cumplir. El hombre alto y delgado, en cambio, avanza con la calma propia de quien no sabe qué hora es. Eleva el rostro hacia el cielo, dobla el cuello hacia atrás, pero no con exageración sino con sutileza. Mira hacia arriba, en dirección al sol, las nubes, la contaminación de la urbe que le rodea. Parece observar algo con detenimiento en lontananza. Y con su gesto llama a otros a mirar también.
*
Todos somos mirones, seamos conscientes de ello o no. Mirar el mundo con atención es un impulso humano inevitable que surge de nuestro instinto de supervivencia. Aprender a observar tiene un origen mucho más antiguo que el objetivo de apreciar la creación visual y el arte. Su raíz yace en el hecho de que para sobrevivir en el mundo debemos aprender a percibirlo y leerlo: interpretarlo. Observar es un ejercicio de la memoria. Sólo así sabremos dónde radica la calma, dónde estamos a salvo, y en qué otros sitios, en cambio, deberemos permanecer alertas para garantizar nuestro despertar al día siguiente. Suena drástico pensar que el arte de mirar el mundo puede determinar que vivamos o muramos, pero aprender a observar el mundo con atención, leerlo cuando lo percibimos con los ojos, es una de las herramientas más importantes que poseemos como seres vivos.
Parte de saber mirar implica observar a otros mirar. Cuando niños, volteamos a ver a los adultos mirar el mundo todo el tiempo. Así aprendemos. Mirar y señalar las cosas es un gesto que precede al lenguaje que puede expresar el sentimiento que genera aquello que es mirado. Durante la infancia, cuando nos llevaban de la escuela a algún museo de excursión, me gustaba mucho observar a la gente mientras observaba. Lo mismo me ocurre en el circo o en el cine. Incluso hoy día me resulta inevitable, de vez en cuando durante la función, abandonar la pantalla o el escenario para voltear a ver a la gente mientras mira. Contemplar a quienes contemplan nos informa mucho sobre el mundo que habitamos y sobre aquellos que habitan el mundo.
En una de tantas acciones llevadas a cabo en el centro de la Ciudad de México, el artista Francis Alÿs eleva la mirada hacia el cielo mientras yace de pie en el centro de la Plaza de Santo Domingo. Un par de transeúntes curiosos en distintos momentos reducen la velocidad de su andar al detectar que aquel hombre altísimo algo observa con atencion. Con un brevísimo movimiento de cabeza, pero sin dejar de caminar, estos caminantes inclinan la vista levemente en la misma dirección que Alÿs, hacia el cielo, un segundo nada más. Echan ojo levemente, sólo para detectar qué será lo que mira el hombre que observa el cielo. Pero al no ver nada se siguen de frente, sin detenerse.
Así ocurre con varios mirones potenciales, hasta que por fin uno de ellos se detiene un lapso mayor de tiempo en ese mismo gesto. Pero ahora lo suficiente como para pausar su andar un segundo completo. Habita todavía aquella posición corporal del asomarse rápido, pero que ahora implica dejar de seguir caminando y quedarse de pie. Ese primer mirón por fin confía, se convence. Se queda un segundito de pie, ahí al lado, se une al fenómeno de la curiosidad que observa. Y así como tardaron en llegar de repente son un montón los observadores que se han unido al fenómeno de la mirada colectivizada. Ya no es uno solo, sino un puñado de gente reunida, de pie en el centro de la plaza, reunidos alrededor del mirón original, Alÿs, todos mirando en dirección al mismo punto en el cielo. La confianza es contagiosa. La curiosidad también.
En la escena ocurre una cosa curiosa: aunque estén acompañados, cada uno de estos seres humanos que observan el vacío, está mirando desde su experiencia única e individual. Lo mismo ocurre cuando cualquiera de nosotros observa una pieza de arte, una película, una escultura, una pieza teatral: casi siempre estamos solos al hundirnos en la experiencia de la percepción. Y, sin embargo, casi siempre que hablamos de arte y conversamos sobre una pieza artística con otros, la pieza en sí está ausente. Esta paradoja de soledad-compartición y ausencia-presencia es el trenzado que habita en la raíz de cómo hablamos y escribimos sobre arte. Pero aunque esté ausente la pieza evocada, aunque de lo que hablamos sea ese vacío en el cielo que todos contemplamos en tandem, lo que compartimos indudablemente es la experiencia de mirar a través de la narración de haber ejercido la capacidad de la mirada misma.
A todos, en algún momento u otro, nos gana la curiosidad de querer saber más sobre lo que hemos visto y lo que otros han mirado a la par de nosotros. En la pieza Looking up, cuando por fin un grupo cuantioso de mirones se ha reunido a observar el mismo punto, aquel hombre alto y
delagado que empezó el ritual se sale de la escena y abandona la plaza. Poco a poco, la curiosidad de los otros se dispersa también, conforme el centro gravitacional de la mirada compartida se diluye. Siguiendo al que lo empezó todo, los demás mirones siguen su camino también.
Ante el vacío de la pieza ausente, surge la palabra que la describe y la conversación que la evoca. En los huecos de lo que ya es pasado rememorado se funde la materia sobre la cual construimos la experiencia estética compartida. El acto de imaginación más básico implica evocar elementos ausentes que deben ser descritos. Se trata de poner en palabras ausencias que a través del pensamiento y la narración terminan siendo vivencias compartidas en torno a un objeto que no está: vacíos, sí, pero cargados de sentido, significado e interpretación.
¿Qué implica la revelación de un secreto cuando algo previamente enterrado por fin toca la luz? Se trata de una epifanía alcanzada. Una imagen que terminamos construyendo no a partir de nuestra propia experiencia individual, sino de una narración que se elabora a partir de la pedacería de experiencias de varios. Un mosaico de miradas varias, un caleidoscopio donde las figuras de colores son los ojos reunidos de un grupo de mirones que se ha congregado a compartir sus ideas en torno a ciertas piezas de arte que alguna vez les tocó observar.
Gomas
Dibujo de De Kooning borrado
(Erased De Kooning Drawing)
Robert Rauschenberg (1925-2008)
Dibujo
Dibujo original de Willem De Kooning,
cuarenta gomas de borrar, rastros de tinta y
crayón sobre papel, marialuisa, rótulo y
marco bañado en oro.
64.14 cm × 55.25 cm × 1.27 cm
(1953)
En el invierno de 1953 el joven artista Robert Rauschenberg se dirigió al estudio de su maestro Willem de Kooning y se armó de confianza para preguntarle si podía borrar uno de sus dibujos como un acto de arte. Hoy el dibujo, que ya no es tal, se exhibe en un marco dorado bastante pomposo considerando la modestia del trozo de papel ordinario y frágil que resguarda. Contrario a lo que se pensaría, el papel está plagado de marcas. Algunas de ellas me hacen pensar que el dibujo original podría haber sido el cuerpo de una mujer. Si así fuera, me parece que habría aparecido bailando antes de que Rauschenberg la borrara. También pudo haber sido un rostro, un retrato. Los restos de tinta en la base podrían ser los hombros. Pero es imposible saber si las marcas y las arrugas delatan la forma del dibujo o el evento de su borradura. Hay algunas marcas que son imposibles de borrar. Pero ninguna marca es más imborrable que la borradura misma. Nunca sabremos, sólo De Kooning y Rauschenberg lo supieron, qué dibujo existió debajo del tránsito lento de esas cuarenta gomas de borrar gastadas.
*
¿Se puede crear algo a partir de su propia eliminación? ¿Será posible que, al erradicar una imagen, al volverla invisible, la fuerza de ésta se vuelva más contundente? Quizá debemos ejercitar el gesto de Rauschenberg y recortar la imagen poco a poco, desdoblarla, hasta llegar a su esencia. El vacío que deje la imagen será entonces una nueva superficie que debemos aprender a leer. El vacío, puede estar repleto de lecturas.
¿Hasta qué punto es un dibujo el acto de borradura de Rauschenberg? De Kooning le entregó a su alumno un dibujo que resultaba importante para él. Argumentó que, si el acto pretendía ser una obra de arte verdaderamente significativa,
