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Bagdad noir
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Libro electrónico346 páginas11 horas

Bagdad noir

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Bagdad noir es una antología de catorce cuentos ficcionales que exploran el crimen en Bagdad. Cada historia narra un crimen diferente: la sospechosa muerte de una señora mayor, el secuestro de un niño pequeño, el aparente suicidio de un joven, entre muchas otras cautivantes narrativas. En este libro, los lectores se entretendrán con todos los cuentos tan diferentes uno del otro y, sin embargo, tan similares en su deseo de representar la vida de los habitantes de Bagdad, una vida marcada por la guerra, la violencia, la desolación y la resiliencia de los personajes. Esta compilación es imperdible para todos los lectores que no sólo están interesados en la literatura noir, sino en la humanidad e individualidad de los habitantes de Bagdad.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 jun 2023
ISBN9786071678706
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    Vista previa del libro

    Bagdad noir - Samuel Shimon

    portada

    COLECCIÓN POPULAR

    882

    BAGDAD NOIR

    SAMUEL SHIMON (COMP.)

    Bagdad noir

    Traducción del árabe

    YOLOTL VALADEZ BETANCOURT

    JORGE ARMANDO ANDRADE GARCÍA

    Traducción del inglés

    MIRNA DEL CARMEN MARTÍNEZ GÓMEZ

    Fondo de Cultura Económica

    Primera edición en inglés, 2018

    Primera edición en español, 2023

    [Primera edición en libro electrónico, 2023]

    Distribución mundial

    © 2018, Akashic Books, New York

    www.akashicbooks.com

    Título original: Baghdad Noir

    D. R. © 2023, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México

    www.fondodeculturaeconomica.com

    Comentarios: editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. 55-5227-4672

    Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.

    ISBN 978-607-16-7834-8 (rustica)

    ISBN 978-607-16-7870-6 (electrónico-epub)

    ISBN 978-607-16-7883-6 (electrónico-mobi)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Introducción

    Primera parte

    ASESINATO EN LA FAMILIA

    Asesinato de Qamar, la egipcia, en la casa de al-Baghdadi, Mohsen al-Ramli

    Recuento del Día del Juicio Final, Nassif Falak

    El expediente de Jasim, Sinan Antoon

    Sentir remordimiento, Ahmad Saadawi

    Segunda parte

    ¿DÓNDE ESTÁ LA CONFIANZA?

    Bagdad con el tiempo contado, Salar Abdoh

    La realidad del estrés postraumático en Qadisiyah, Hadia Said

    La noche de la desaparición de Sabah, Hayaat al-Rais

    Habitación 22, Mohamed Aaluan Jabar

    Tercera parte

    DESPIÉRTAME

    El departamento, Salima Salih

    Botellas vacías, Hussain al-Mozany

    Llegada a la calle Abu Nuwas, Diya al-Jalidy

    Cuarta parte

    SANGRE EN MIS MANOS

    De vuelta en casa, Roy Scranton

    Casa bagdad, Ali Bader

    Martes triste, Layla Qasrany

    Agradecimientos

    Sobre los autores

    Para Hussain al-Mozany y Maggie Estep

    INTRODUCCIÓN

    JARDÍN DE JUSTICIA, CIUDAD DE LA PAZ

    Una de las secuelas de la invasión inglesa al Imperio otomano en 1917 y del periodo del mandato británico en Palestina fue la división del Iraq moderno en tres provincias: Mosul, Basora y Bagdad. Tras la revuelta iraquí contra el gobierno británico, Faisal I fue coronado rey de la monarquía hachemí, con Bagdad como su capital —una ciudad con una historia larga y rica, fundada en el año 762 bajo el mandato del califa abasí Abu Jaafar al-Mansur, quien la renombró Madinat al-Salaam (Ciudad de la Paz)—. Desde aquel entonces, Bagdad ha seguido siendo un nodo de la cultura, el comercio y la educación árabes, el cual se ubica literalmente en la cuna de la civilización misma, a las orillas del poderoso río Tigris, dentro del área que alguna vez comprendió Mesopotamia. Cuando el Estado moderno iraquí se estableció en 1921, el número de habitantes apenas llegaba a tres millones; hoy en día la población asciende a casi 40 millones de personas, de las cuales casi 10 millones residen en Bagdad, lo que lleva a que se la considere la segunda ciudad más grande del mundo árabe, después de El Cairo.

    Históricamente, Iraq ha sido uno de los países con mayor diversidad étnica del mundo entero. En un pasado más lejano, antes de que las tribus árabes aparecieran en escena, Iraq era la tierra de los sumerios y los asirios antiguos. Después, al definirse como centro del califato islámico durante mil años, atrajo una mezcla inseparable de nacionalidades. Hasta hace relativamente poco, el matrimonio de iraquíes con circasianos, turcomanos, kurdos e iraníes era una práctica habitual, junto con la del matrimonio entre miembros de estos mismos grupos. Si a esto le sumamos las numerosas conquistas mogolas, turcas e iraníes de territorios iraquíes y las innumerables peregrinaciones que emprendieron varios grupos étnicos a santuarios chiíes a través de los siglos, nos vemos forzados a confrontar una imagen que imposibilita favorecer la idea de una identidad nacional étnica singular y única.

    Aunque el árabe es el idioma dominante, a lo largo de todo el país se escuchan también el kurdo, el turco, el asirio, el armenio, el sirio y el persa. Y, a su vez, estos diversos grupos étnicos y lingüísticos reflejan una multitud de creencias religiosas. (Oficialmente, Iraq se mantuvo como un país secular desde el establecimiento de la monarquía hasta la caída del régimen de Sadam Huseín, resultado de la invasión estadunidense en abril de 2003.) La mayoría de la población musulmana se divide en adeptos chiíes y suníes; y, a pesar de que no se cuenta con censo estadístico oficial, se presume que los chiíes rebasan en número a los suníes. También hay un número significativo de kurdos, que en su mayoría son suníes musulmanes, y de turcos que se concentran en el norte del país, particularmente en los alrededores de Kirkuk. Una gran cantidad de iraníes se establecieron en los límites de los santuarios religiosos, en Náyaf y Kadhimiya, mientras que los mandeos hicieron lo mismo en Basora y en la zona sur más vasta de Iraq. La robusta población cristiana dentro del país engloba una variedad de orígenes y denominaciones y conforma un gran sector de la población del norte, mientras que los yazidíes se congregaron primordialmente en torno a las montañas de Jebel Sinjar. Sin embargo, la gran mayoría de la alguna vez vibrante comunidad judía de Bagdad (y de muchas otras ciudades iraquíes) abandonó el país por Israel a finales de la década de 1940.

    De este entramado crisol cultural, comisioné catorce cuentos inéditos: diez de autores iraquíes y cuatro de escritores no iraquíes. Entre los no iraquíes, uno es estadunidense, otro iraní y dos son mujeres árabes originarias de Túnez y del Líbano. No obstante, estos cuatro autores han pasado tiempo en Bagdad y conocen muy bien la ciudad.

    Ensamblar las historias en esta colección resultó ser una tarea ardua. En el mundo árabe no estamos completamente acostumbrados al concepto de encargar historias que giren en torno a un tema específico o que sean de cierta longitud preestablecida —y, en este caso particular, que incluso se sitúen en una ubicación concreta—, para posteriormente trabajar con el autor en las revisiones subsecuentes. En general, los autores árabes no están familiarizados con los procesos editoriales propios de Occidente, lo cual planteó algunos desafíos. Aún más importante, dado que ésta es la primera compilación de ficción policiaca iraquí que yo conozca, muy pocos de estos autores habían intentado escribir previamente literatura negra.

    En términos generales, el desarrollo de la novela moderna es un fenómeno relativamente reciente en la literatura iraquí. La mayoría de las personas consideran Jalal Khalid, de Mahmoud Ahmed al-Sayed —publicada en 1928—, como la primera novela iraquí. Estructuralmente, el libro toma la forma de memoir, es decir, consta de las reminiscencias de un hombre iraquí que, en 1919, con veintitantos años, se muda a la India para escapar de la ocupación británica y termina casándose con una mujer judía que conoce durante sus viajes. Después de la segunda Guerra Mundial, los gigantes literarios estadunidenses y europeos, cuyas obras se traducían al árabe —si bien muchas personas las leían también en inglés—, ejercieron más influencias sobre los escritores iraquíes. Entre algunos de los pioneros de la literatura ficcional iraquí se cuentan: Abdul Malik Nouri, Ghaieb Tuma’a Farman, Fouad al-Tikerly y Mahdi Issa al-Saqr, quienes fueron sucedidos por renombradas figuras, como Fadhil al-Azzawi, Lutfiya al-Dulaimi y Muhammad Khudayyir, al igual que Abdul Rahman Majeed al-Rubaie y Mahmoud Saeed, entre otras. Sus cuentos y novelas exploraron la sociedad iraquí y los asuntos de la vida diaria: amor, venganza, romance, enfermedad, aislamiento. En años más recientes, algunas de estas obras incluso han adoptado características formales del realismo mágico y el existencialismo.

    La novela iraquí se popularizó después de la invasión estadunidense de 2003 y de la caída del régimen de Sadam Huseín. En menos de quince años han aparecido cerca de setecientas novelas nacionales —más de las que emergieron a lo largo de todo el siglo XX—, entre las que se incluyen las que abordan temas contemporáneos como las sanciones impuestas por las Naciones Unidas, la guerra entre Iraq e Irán, la ocupación iraquí de Kuwait y, por supuesto, la invasión estadunidense a Iraq. Tal como se muestra en estas páginas, la literatura ha condenado tanto la ocupación estadunidense y la barbárica destrucción de Iraq como el régimen dictatorial anterior. Otras obras han abordado y criticado el dominio de los grupos militares religiosos y sectarios que actualmente controlan las calles de Bagdad. Entre los autores iraquíes más reconocidos que están escribiendo actualmente (muchos de los cuales se incluyen en esta antología) se encuentran Ahmad Saadawi, Nassif Falak, Betool Khedairi, Ali Bader, Inaam Kachachi, Diya al-Jalidy, Sinan Antoon, Mohsen al-Ramli, Duna Ghali, Dhia al-Jubaili y Shahad al-Rawi. Varias de sus obras se han traducido a otros idiomas. Frankenstein en Bagdad, de Ahmad Saadawi, ganó el International Prize for Arabic Fiction y es un éxito comercial en los Estados Unidos.

    Si bien todos los iraquíes aceptarían prontamente que sus vidas siempre han sido noir, negras en términos de violencia, crueldad y pérdida, las historias de Bagdad noir se sitúan en los años posteriores a la invasión estadunidense en 2003, aunque una historia ocurre en 1950 y otras tres en las décadas de 1970 y de 1980. No obstante, es precisamente esta historia reciente de Iraq —la de los últimos decenios— la que sirve para informar el presente.

    Hui del país unos pocos meses antes de que Sadam tomara el poder en julio de 1979. En aquel entonces, antes de que el régimen le declarara la guerra a Irán, el dinar iraquí valía 3.60 dólares estadunidenses (67.20 pesos mexicanos); hoy en día un dinar vale 0.00084 dólares (0.016 pesos). El país se encontraba en la cumbre de la prosperidad y se jactaba de contar con una fuerza de trabajo internacional y una clase media en ascenso. Tras mi llegada a Damasco, la policía secreta asiria me arrestó inmediatamente por ser un espía judío. Esto ocurrió por dos razones. En primer lugar, debido a mi nombre (a pesar de que en realidad soy de ascendencia asiria). En segundo lugar, a causa de la reacción de uno de los oficiales: cuando le expliqué que me dirigía al Líbano en búsqueda de un empleo, me miró incrédulo y gritó: ¡Cómo espera que crea eso cuando todo el mundo sueña con trabajar en Iraq!

    La guerra entre Iraq e Irán fue el inicio del fin de la sociedad civil iraquí. Con medio millón de soldados y medio millón de civiles asesinados en cada bando, se aniquiló eficazmente a una generación completa. Desafortunadamente, la mayoría de la producción literaria del momento glorificó el esfuerzo bélico en contra de lo que llegó a conocerse como los magi iraníes, es decir, todos los iraníes que supuestamente no profesaban la religión musulmana; y, claramente, se concedió la publicación oficial a muy pocos textos diferentes que contravinieran esta tendencia. La invasión de Kuwait en 1990, bajo órdenes de Sadam Huseín, cimentó la destrucción del estilo de vida iraquí. Tanto los diecisiete días de bombardeos en Bagdad y otras ciudades a manos de la coalición militar comandada por los estadunidenses en defensa de Kuwait, como los trece años siguientes de sanciones económicas demoledoras, regresaron a Iraq a la Edad de Piedra. Pero difícilmente fue ése el final de la historia negra de Iraq. En abril de 2003, la invasión estadunidense, más allá de haber precipitado la finalización del gobierno dictatorial de Sadam, eliminó cualquier posibilidad de erigir de una vez por todas un Iraq secular y moderno.

    Para guiar a los autores de esta antología, dirigí mi atención a uno de los primeros libros de la Serie Noir, publicada por la editorial Akashic Books: Queens Noir. En particular, el cuento Alice Fantastic, de Maggie Estep, me pareció una historia noir por excelencia y, por lo tanto, le pedí permiso al editor para traducirla al árabe, tras lo cual le envié la traducción a la mayoría de los autores, con el propósito de mostrarles un ejemplo de buena literatura negra: un ejemplo de los mejores textos que haya leído, cuyo centro de atención no sea un personaje prototípico como monsieur Poirot —el paradigmático personaje de Agatha Christie—. El autor Hussain al-Mozany se enamoró del cuento de Maggie y, después de haberlo leído, escribió su propia historia, Botellas vacías. Desafortunadamente, éste fue el último relato que creó, ya que falleció a causa de un infarto en diciembre de 2016, a la edad de sesenta y tres años. (Maggie también falleció demasiado pronto, en febrero de 2014, con sólo cincuenta años.)

    Los tres cuentos situados durante la era de Sadam narran a los lectores la vida iraquí en los últimos cincuenta años. En El departamento, de Salima Salih, las apariencias pueden engañar, cuando una señora mayor que vive sola es encontrada muerta tras haberse golpeado la cabeza debido a una supuesta caída. Martes triste, de Layla Qasrany, y La noche de la desaparición de Sabah, de Hayaat al-Rais, capturan la atmósfera y el miedo de Iraq en la década de 1970, cuando Sadam Huseín consolidaba despiadadamente el poder baazista. Casa Bagdad, de Ali Bader, es un tributo a Agatha Christie, quien, según es bien sabido, vivió en Iraq durante los años cincuenta.

    Los secuestros y desapariciones al azar que han aterrorizado a las familias iraquíes desde 2003 aparecen en Habitación 22, de Mohamed Aaluan Jabar. Mientras tanto, en Llegada a la calle Abu Nuwas, de Diya al-Jalidy —un cuento situado después de que las tropas estadunidenses abandonaran Iraq—, el protagonista despierta en una pesadilla real, al ser tomado prisionero por niños de primaria en un taller abandonado. De vuelta en casa, del ex soldado estadunidense Roy Scranton, enfocado en la lucha encarnizada y la crueldad brutal que tuvo lugar en Bagdad justo antes de que Daesh, el Estado islámico, ocupara Mosul, es un relato en el que un soldado iraquí se venga de unos líderes militares en una época en la que todo está permitido. El expediente de Jasim, de Sinan Antoon, se basa en una historia real de los pacientes que escaparon masivamente del hospital psiquiátrico al-Rashad tras la invasión estadunidense, pero conlleva una diferencia crucial. En Bagdad con el tiempo contado, Salar Abdoh escribe sobre un veterano de guerra iraní que es, a su vez, un detective privado a quien se le encomienda la investigación de una serie de asesinatos de los conspiradores del régimen.

    Un tema recurrente en esta antología es la familia, especialmente las relaciones deterioradas entre padres, hijos e incluso hermanos. En La muerte de Qamar, la egipcia, en la casa de al-Baghdadi, de Mohsen al-Ramli, dos hermosas hermanas son asesinadas por alguien cercano a ellas; es un relato policiaco en el que no se conoce al culpable hasta el final y que pregunta ¿por qué?, mientras revela las terribles fracturas registradas en la sociedad iraquí después de 2003. El relato de Nassif Falak, Recuento del Día del Juicio Final, situado en el periodo de las sanciones de las Naciones Unidas, desentierra la funesta serie de advertencias, desapariciones, órdenes secretas y acertijos que terminan en asesinatos, los cuales, siendo ordenados por los muyahidines bajo la justificación de la voluntad manifiesta de Dios, se registran en un libro contable, línea por línea. En el cuento apropiadamente titulado La realidad del estrés postraumático en Qadisiyah, Hadia Said pinta habilidosamente la desintegración mental de un hombre que, a su regreso a Iraq del extranjero, encuentra su hogar destruido y abandonado. En Sentir remordimiento, de Ahmad Saadawi, el protagonista, Jibran, combina una curiosidad detectivesca con una indagación pragmática y persistente conforme va descubriendo la historia surrealista detrás del supuesto suicidio de su hermano.

    Al considerarlas como un todo, las historias de Bagdad noir demuestran la resiliencia que ha mostrado persistentemente el espíritu iraquí en medio de las circunstancias de la vida real y vigente, marcada por la desesperación: un ámbito que el género literario de la ficción noir apenas alcanza a rozar en el mejor de los casos. Pese a esa limitante, las colaboraciones presentes logran con creces sostenerse como historias individuales, en las que las ricas tradiciones de culturas en traslape trascienden la realidad política inmediata, aun cuando esta última, simultáneamente, las informe. De modo muy semejante a como se entretejen las diversas culturas reunidas a las orillas del río Tigris para conformar la Ciudad de la Paz, Bagdad noir revela que no hay nada ordinario o monolítico en las voces de sus autores.

    SAMUEL SHIMON

    Junio de 2018

    PRIMERA PARTE

    ASESINATO EN LA FAMILIA

    ASESINATO DE QAMAR, LA EGIPCIA, EN LA CASA DE AL-BAGHDADI

    ¹

    MOHSEN AL-RAMLI

    Barrio al-Fadl

    NOS DESPERTÓ el grito de su madre a las cinco y media de la mañana, así que todos pudimos ver su cadáver tendido de espaldas en el patio de la vieja casa de al-Baghdadi, en el barrio de al-Fadl. Ella era la joven universitaria, Qamar, la habitante más bella de esta casa, la más bella de este barrio y la joven más hermosa que nuestros ojos hayan visto jamás. Estaba sin vida, con los brazos y piernas abiertos, tenía el cabello peinado alrededor de la cabeza como una luna negra; desde el balcón del segundo piso parecía como si estuviera crucificada en el suelo. El sexagenario dueño de la casa se acercó a ella, y cuando notó que la sangre ya no fluía por sus venas, sintió el pulso en su muñeca y luego en el cuello, y confirmó su muerte. Tomó un trozo de papel que estaba entre sus dedos y lo leyó: La maté porque la amo. Se ajustó las gafas y lo volvió a leer; luego se dirigió a la puerta principal del edificio, palpó las cerraduras y rejas que había puesto después de que los estadunidenses ocuparon el país y los grupos de resistencia armada entraron a este barrio, y las encontró todas bien cerradas, tal como él mismo las había cerrado a las diez de la noche, tras el toque de queda impuesto. Entró en su habitación y llamó a la policía.

    Todo lo que hizo la policía, que no sabe nada más que sobornar, fue que enviaron a un oficial y dos policías, que nos reunieron a todos por primera vez. Los dos policías llegaron con una mesa plegable y dos sillas, en una de las cuales se sentó el oficial, luego nos ordenó sentarnos en la silla opuesta y escribir sucesivamente: La maté porque la amo. En otros papeles anotaron la información de nuestra identificación. Mojamos los dedos en tinta e imprimimos nuestras huellas dactilares; después metieron todos los papeles en un archivo y ya no regresaron… dejándonos aterrorizados y dudando unos de otros.

    Como la mayoría de las casas antiguas del barrio al-Baghdadi, la casa tenía la forma de una plaza de dos pisos, con un patio cuadrado en el medio y ocho habitaciones grandes, cuatro en cada piso, una en cada lado, algunas de las cuales estaban divididas con madera en dos habitaciones de acuerdo a las necesidades de sus habitantes, y cada piso tenía baño y cocina compartidos. Mi amigo Rafid y yo alquilamos una de ellas en el segundo piso. Vinimos de nuestro pueblo a Bagdad con el objetivo de estudiar en la universidad y no encontramos un lugar más barato ni más cerca de la universidad que esta casa, ubicada en el barrio de Bab al-Muadham. Nos basta caminar veinte minutos para llegar y el barrio es popular pero distinguido. Está situado en el centro de Bagdad; aquí se encuentra la Gran Mezquita al-Fadl, y cerca de ella están la plaza al-Midan, la avenida al-Rashid, el Banco Central, la avenida al-Kifah, un hospital de emergencias y un mercado principal, además de otros pequeños mercados en los que hay muchos cafés antiguos y modernos, restaurantes baratos, baños públicos, tiendas de especias y telas, tiendas de venta de pájaros, hornos de pan, herreros y reparadores de herramientas antiguas. Residentes de todo tipo, árabes, kurdos, turcomanos, musulmanes, cristianos y sabianistas, con lazos familiares ancestrales, sencillos, populares, generosos, valientes, patriotas, cariñosos y respetuosos con los extraños vienen a visitar o a alquilar. El barrio parecía olvidado o atrapado en el tiempo desde su fundación en la época abasí, con sus callejones estrechos y estancados, calles llenas de baches, con el bullicio de niños jugando y vendedores ambulantes, carros, y en sus aceras montones de basura podrida, cuyo olor se mezclaba con el humo que se elevaba hacia el cielo, confundiéndose con el olor que salía de las cocinas, a carne asada y condimentos. Casas abarrotadas de gente, construidas con ladrillos y madera gastada. Si no estuvieran apoyadas unas sobre otras, ¿qué hubiera evitado que se derrumbaran? Aunque, ¿a dónde lo harían si ya no había espacio para hacerlo? En algunas de ellas se podían ver rastros de bombardeos y agujeros de bala intercambiados durante los numerosos enfrentamientos entre los estadunidenses y los pistoleros.

    La habitación frente a la nuestra es alquilada por Adel, otro estudiante universitario que vino de otro pueblo; entre nuestras habitaciones reside un policía bagdadí gordo de espesos bigotes y estómago pesado, que vive con su esposa y su hijo con síndrome de Down, que pasa la mayor parte del tiempo bebiendo, esperando a que llegue su jubilación dentro de un año. La cuarta habitación, con la puerta rota y abierta, la reservó nuestro casero para usarla como tienda de lana. Mi amigo Rafid la usaba como escondite para encontrarse de noche con Qamar; habían empezado a salir después de que comenzaran a estudiar inglés juntos; tal vez fue ella quien le dijo de esta casa en alquiler. Todo lo que hacen en la bodega de lana lo hacen con mucho cuidado, porque está encima de la habitación en la que vive el dueño de la casa, quien eligió la habitación más cercana a las escaleras y la puerta principal para poder vigilar de cerca quién entra y quién sale y controlar el cierre de la puerta él mismo. Frente a él vive su hija viuda con sus dos hijos, mientras que la otra habitación está ocupada por una pareja de empleados y sus hijos: unos gemelos adolescentes y unos gemelos bebés, una familia pobre, conservadora y silenciosa; apenas podemos verla u oír sus voces, salvo los ocasionales gritos de los dos infantes. Junto a ellos vive la madre de Qamar con sus tres hijas. Qamar era la del medio. La hija mayor se llamaba Fadila, porque nació aquí, en el barrio de al-Fadl; también terminó sus estudios universitarios en inglés y ahora está sin trabajo, agobiada por la desesperación de estar envejeciendo y no tener propuestas de matrimonio; y la más joven todavía es una adolescente que va a la escuela secundaria y pasa la mayor parte de su tiempo jugando con los chicos del vecindario o escuchando música a todo volumen. El padre es un egipcio que no pudo convencer a la madre de que vivieran allá, aunque ella lo intentó durante dos años, tiempo en el cual dio a luz a Qamar y a la niña más pequeña, Sahar. Su abuela egipcia eligió sus nombres después de que el día de su nacimiento vio aparecer la luna de verano desde el balcón de su casa. Vio la luna clara en el cielo y su imagen reflejada en las aguas del Nilo. El nombre agradó a la madre porque le recordaba el santuario de Sheikh Qamar, uno de los polos más grandes del misticismo en los viejos tiempos en el barrio de al-Fadl, al que acudían estudiantes de ciencias religiosas de todo el mundo, entre ellos, el jeque Muhammad Saeed al-Naqshbandi, de la orden Naqshbandi en Bagdad, quien en el siglo XIX se convirtió en el jeque más grande de su país y fue sucedido por su nieto, el jeque Bahaa al-Din. La madre recordaba cómo su padre la llevaba de niña al santuario y le encantaban los ritmos de las panderetas derviches, sus himnos y sus interminables danzas en círculo. Y, cuando nació la menor, la abuela salió al balcón y vio el amanecer y como una hechicera dijo: magia, en el peso de la luna.

    La madre regresó a Bagdad con sus hijas diciendo que no podría soportar vivir lejos de Iraq, incluso si Iraq era un pedazo de infierno. Aquí nació y aquí moriría; su abuelo resistió la ocupación británica y su padre fue un oficial involucrado en la transición de la monarquía a la república; ella no respondió a las súplicas de su esposo de vivir en Egipto, aunque el bombardeo destruyó el techo de la casa que heredó, e insistió en que vivieran aquí, alquilando, cerca de las ruinas de su casa, hasta cuando las tropas de ocupación salieran y pudiera reconstruirla.

    Cuatro días después, a las seis de la tarde, llegó a nuestra habitación nuestro vecino, el policía. Yo acababa de regresar de la universidad, mientras que mi amigo Rafid, como de costumbre, iba a llegar tarde; a veces hasta duerme fuera de casa. Es un joven vivaz e inteligente; en menos de un año pudo establecer una increíble red de relaciones con todos y se familiarizó con los dueños de restaurantes, tiendas y cafés en el barrio, en la plaza Near y en el barrio Bab al-Muadham, y con sus parientes nos solucionaba cualquier problema, como la escasez de alimentos o de aceite para las linternas o para la cocina, como sabe la mayoría de los que van al café Um Kulthum y los proxenetas de al-Haydar. Y gracias a su ingenio en las relaciones, también tuvo éxito en sus estudios sin estudiar. Nuestro vecino, el policía, venía a nuestra habitación sólo por su relación con Rafid; venía a tomar un trago, cuando el policía podía hacerlo, y pasaban largas tardes jugando al ajedrez, fumando, charlando e intercambiando intereses e información sobre personalidades que conocen en el barrio y la región.

    Se sentó en el borde de la cama de Rafid, suspiró y dijo: Pobre niña Qamar, ¿qué crees que le pasó? Contesté: No sé, ¿y tú? Él dijo: Ciertamente fue asesinada, por estrangulamiento o envenenamiento; resolver el misterio de su asesinato será la última tarea que haré antes de mi jubilación. La comisaría me asignó esta tarea.

    Me sentí preocupado y le pregunté: ¿Quieres que te haga té? Él dijo: No, ¿Rafid tiene alguna bebida sobrante? Dije: Debajo de la cama. Así que extendió la mano y sacó una botella y se sirvió un vaso en la mesita de centro

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