Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes: Kinky historias eróticas
Por Josefa Rodriguez
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Me encanta el sexo - mujeres hermosas y eroticas calientes - Josefa Rodriguez
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Con el Hijo de la Vecina
El piso era amplio y confortable. Como también lo era la terraza en la que la madura mujer hablaba a través de su smartphone. Suavemente apoyada de espaldas a la barandilla que daba al gran parque central de la ciudad, susurraba en voz baja para no ser escuchada desde el salón.
- ¿Estás loca? ¿Pero si es un niño, si podría ser mi hijo? –Virginia se ruborizó tímidamente ante el tema de conversación que mantenían.
- Ay hija, a veces eres de un mojigato que asustas. ¿Cuánto tiempo hace que no lo haces? ¿Cuánto que no disfrutas de una buena polla? Si yo fuera tú, separada y sin obligaciones de ningún tipo no me lo pensaba dos veces –la voz de su amiga le aporreaba el oído al otro lado del terminal.
- Lo sé Pepa, es guapo y agradable… no tendrá más de veinte años.
- Pues por eso mismo, un yogurín de esos no se nos presenta todos los días. Además se te come con los ojos cada vez que os cruzáis en la escalera. En tu casa y solos los dos, tienes que estar loca si dejas pasar una oportunidad así.
- Pero es el hijo de la vecina… imagina el escándalo si llegara a saberse.
- Bueno, no tiene por qué saberse. Piensa que ni a él ni a ti os interesa que su madre se entere. Además ya es mayorcito, es mayor de edad así que no tiene que ir pidiendo permiso a su mamaíta para que le diga con quien se acuesta…Y por otro lado, una vez hayas estado con él que te quiten lo bailao. –acabó razonándole su discurso.
- De acuerdo, de acuerdo… ahora tengo que dejarte. Ya te cuento más tarde –cortó en seco tratando de acabar con aquella conversación que, en cierto modo, la sobrepasaba.
- Venga Virginia, no te lo pienses más y a por él. Y si no me lo dejas que ya lo aprovecharé yo –su amiga rió divertida.
- Bien, bien… te dejo que hace mucho que lo dejé en el salón. Voy a ver qué hace.- dijo la mujer antes de despedir tan interesante charla.
La figura femenina, reforzada por los altos tacones, resultaba alta y sinuosa, más bien demasiado sinuosa. Virginia tenía cuarenta y dos años, aunque ciertamente no los aparentaba en absoluto. Hacía poco, por tanto que acababa de traspasar la barrera psicológica de los cuarenta que a tantos aturde. Pero, por otra parte, se encontraba en la que para muchos es la mejor edad para una. Los cuarenta no deben suponer una especie de castigo divino sino todo lo contrario, el momento de mayor esplendor y empuje para la mujer.
Con paso firme abandonó la terraza, para traspasar el umbral del salón en el que el muchacho se hallaba. Sentado en el sofá le encontró de espaldas a ella. El poco ruido que el taconeo produjo le hizo volver.
- Hola, ¿qué haces ahí?
- Oh nada, sólo esperando que viniera.
Dejando el móvil a un lado, tirando el cuerpo adelante quedaron ambos muy cercanos. La cabeza de Virginia corría a mil por hora. El ángel alado por un lado y el turbio demonio por otro, las figuras del bien y el mal le atormentaban las ideas. Las palabras que su amiga había pronunciado hacía un momento, resonaban acusadoras todavía en ella. Sentado ante ella, de nuevo se la comía con la mirada nada indiscreta e indisimulada. Y era comprensible. La mujer madura tenía tanto que ofrecer que era imposible no echarle los ojos encima.
Sus senos eran firmes y redondos, de tamaño más que aceptable, las amplias caderas y sin un gramo de grasa se marcaban bajo el vestido de estampados verduzcos como invitación perfecta a tomarlas. Por su parte, los fuertes glúteos, las piernas generosas y bien torneadas resultaban toda una tentación para el joven.
Los rizados cabellos azules resbalándole en forma de largo mechón por un lado de la cara, dejándose caer sobre el respaldo del sofá Virginia se acercó a él, cada vez más. No resultó nada difícil de seducir, en realidad tan fácil como cualquier otro. Da igual jóvenes que maduros, los pobres son tan primitivos y fáciles de atrapar. Solo una simple insinuación, una sonrisa cómplice y algo provocativa y enseguida caen como pardales. Todo aquello a ella le divertía, tenerle tan débil y a su merced, ser ella la que llevara las riendas de la caza
Y Carlos se lo ponía tan fácil, estaba segura que cualquier cosa que le pidiera se la daría al instante sin rechistar lo más mínimo. Pobre muchacho, era hermoso… realmente hermoso –pensó para sí misma mientras por la cabeza le corrían miles de pensamientos a cual peor. Carlos era espigado y delgado, educado, tan mono y bien parecido que una vez lanzada, ya no supo parar. Los ojos del chico se la comían de forma tan descarada, que aquello supuso la mecha que encendiera por completo el interés de ella.
El prolongado escote barco del vestido remarcaba el generoso busto en el que el muchacho quedó embebido imaginando lo que el mismo escondía. Tantas pajas se había hecho imaginándolo, que en ese momento creía iba a explotar entre las piernas. Aquella mujer le tenía loco de hacía ya mucho, ya había sido la fantasía en sus sueños de adolescente, de manera que tenerla allí y tan cerca de uno resultaba imposible mantener la calma. No escuchaba lo que ella le decía, hechizado por la imagen de tan hermosa parte de la anatomía femenina.
El pronunciado canalillo se ofrecía sin reservas frente a los ojos del chico, al tiempo que la mirada de ella caía sobre el bulto que el pantalón a duras penas podía esconder. Virginia se relamió al ver el estado en el que el chico se encontraba. Aquello no engañaba ni podía ocultar el interés que el joven mostraba por ella. La tentación hecha mujer cayó sobre él, atrapándole en su mirada perversa, en esos labios rojos y jugosos que pedían ser besados. No pudo escapar. Cogiéndole el rostro con la mano, le acercó los labios quedando fundidos en el primero de los besos, apenas un mínimo piquillo de aceptación por parte de ambos.
Nada más separarse, ella se echó la mano al busto alcanzándoselo pronto el muchacho al comenzar a reconocerlo con cierta timidez.
- ¿Te gustan verdad? –preguntó la mujer apretándose el pecho de manera sugerente entre los dedos
- Sí señora –solo pudo carraspear sintiéndose intimidado por la madura.
- ¡Vamos, no seas tímido! Acarícialos con las manos, sé lo mucho que te gustan… Esas cosas no se pueden esconder.
Virginia gimió ronroneando como mejor forma de animar al muchacho a seguir. Todavía no se notaba cachonda pero no tardaría en estarlo. La mano de ella sobre la otra, le ayudaba a manoseárselo, magreándola por encima de aquella montaña de carne hecha para el delirio. La mujer gemía débilmente, respiraba forzada para acabar sonriendo ante tan agradable caricia. De nuevo cayó sobre él besándose ahora con mayor interés y pasión. Los labios pegados se notaban húmedos y cálidos en cada uno de los besos. Ambos se deseaban, dispuestos a todo, convirtiendo aquel primer piquillo en algo mucho más sensual. La madura no pudo evitar sacar la jugosa lengua en busca de la del chico. Al inicio se encontró con los labios entrecerrados pero pronto se abrieron dando paso a la fusión entre lenguas. Los dos gimieron, entregados por entero a la pasión de aquel beso mucho más intenso.
Subiendo la pierna sobre el respaldo, no pudo aguantar más lanzándose sobre su presa y agarrándole hasta ahogarle entre las mamas al hacerle clavar el rostro en ellas.
- ¿Qué tal si me las chupas? ¡Vamos, cómetelas muchacho! –exclamó con los nervios a flor de piel.
Carlos se sintió en la gloria como no podía ser menos, atrapado entre aquel par de montañas que le dejaban sin aliento. Eran tan enormes y firmes, el mejor de los sueños para cualquier joven afortunado como él lo era en ese momento. Por abajo, su sexo trabajaba independiente mostrando bajo el pantalón la tremenda erección que le azotaba.
- Acaríciamelos, acarícialos cariño con los dedos –suplicaba ella hecha ya un flan.
- Vamos cariño, vamos… acarícialos con amor y cuidado. Oh mi amor, qué cachondo estás ahí abajo – confirmó al observar el bulto bajo la prenda masculina.
La mano se deslizó hacia la entrepierna del chico, masajeando levemente todo aquello que allí se adivinaba. Virginia se mordió el labio inferior como mejor forma de calmar la tensión que la dominaba. Aquel jovencito se veía bien