A solas con mi cuñado, y otros 11 relatos eróticos gay
Por Marcos Sanz
4/5
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Power Dynamics
Self-Discovery
Friendship
Intimacy
Voyeurism
Forbidden Love
Love Triangle
Friends to Lovers
Coming Out
Fish Out of Water
Opposites Attract
Sexual Awakening
Enemies to Lovers
Secret Relationship
Unrequited Love
Sexual Exploration
Relationships
Masculinity
Humor
Family
Información de este libro electrónico
Si aún no has leído nada de Marcos Sanz no dejes pasar esta oportunidad. En este volumen encontrarás doce relatos eróticos gay extremadamente calientes.
Siete horas para amarte
Mateo trabaja en un bar de copas. Una noche Eduardo, un chico a quien aún no conoce, le confiesa que lo ha visto montárselo en el coche con su novia y que le gustó mucho lo que vio, aunque en la novia francamente ni se fijó. Mateo no quiere saber nada de esas historias, es hetero y nunca ha sentido absolutamente ninguna atracción por otros hombres. El problema es que tras conocer a Eduardo su cuerpo parece empeñado en traicionarle.
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A solas con mi cuñado, y otros 11 relatos eróticos gay - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
Siete horas para amarte
I
Con la crisis, los días entre semana no suelen ser grandes días para los bares de copas. Aquel martes no era una excepción. Mi compañera ya se había ido y yo me dedicaba a sacar brillo a las copas, como en las viejas películas del oeste. Sólo quedaba una persona en el bar, un chico guapo de unos veintialgo, o sea, más o menos de mi edad.
Lo había estado observando porque me miraba de reojo. Además, el chico toda la noche había estado vigilando quién entraba pero, sobre todo, quién salía del local. Llegué a la conclusión de que le interesaba quedarse a solas conmigo, esperaba que no con intención de atracarme. Por eso no me sorprendió cuando por fin se armó de valor y se sentó a la barra, justo delante de mí. Lo que sí me sorprendió fue lo que me dijo.
—Te vi la otra noche. En el coche. Ya sabes... Con tu novia.
—No me había pasado nunca.
—¿Nunca te habían visto? ¿Es que no os ponéis ahí para eso?
—No. Digo que nunca me había pasado que me entrara un pervertido.
Me miró con los ojos como platos.
—No soy un pervertido. Al menos no más que vosotros.
Le sonreí.
—Estaba bromeando. ¿Te pongo otra? —Señalé su vaso de cerveza al que le quedaba un dedo.
—No llevo dinero para otra.
—Te invito yo.
Le puse la cerveza y esperé a que siguiera hablando, a ver qué quería realmente.
—Me gustó mucho lo que vi —dijo, con un poco de vergüenza.
—Pues deberías decírselo a mi novia, no a mí.
—¿Y eso?
—Porque es a ella a la que le gusta que nos miren. Y si le dijeras que te gustó la pondrías contenta. Y cachonda. Y pegaríamos algún polvo más esta semana. Aunque sería otra vez en el puto coche porque no hay manera de que lo hagamos en una cama, como las personas. —Me di cuenta demasiado tarde de que le había dado demasiada información.
—Lo siento —dijo.
—Más lo siento yo.
—Pero no podría decirle nada a tu novia porque a ella ni la vi. Tengo ceguera con las tías. Mi cerebro las elimina del cuadro.
—Ah —me quedé bastante sorprendido porque había pensado que era hetero. Estaba seguro de que iba a pedirme que le dejara montárselo con mi novia, a lo que a lo mejor hubiera contestado que sí porque es difícil pillarla con ganas si no es con algún extra. Pero al final le gustaba yo.
—Y, repito, me gustó mucho lo que vi —añadió.
—Me alegro.
Después de eso se quedó sin saber qué más decir. Yo tampoco dije una palabra. A lo mejor se esperaba que cerrara el bar y le invitara a mamármela pero no me van los tíos y no pensaba decir nada que pudiera hacerle pensar lo contrario.
—¿Jugamos unos dardos? —Me preguntó, súper cortado.
—No llevas dinero.
—Es verdad. ¿Me invitas a jugar unos dardos?
Aquello me hizo reír.
—Está bien. Te invito a jugar unos dardos.
II
Se llamaba Eduardo y parecía buen chaval. Me estuvo contando que le gustaban los tíos desde que podía recordar y que había tenido que dejar el pueblo cuando su padrastro se enteró. Le dije que me sorprendía que aún hubiera gente tan cerrada de mollera.
Iba a la universidad pero no se estaba sacando ninguna carrera. Aprovechaba las horas haciendo crecer su canal sobre tecnología en Youtube. Hasta que le diera para vivir también sacaba algún dinero haciéndose pajas en páginas de cams guarras.
—¿Hay gente dispuesta a pagar por sexo? ¿Con todo lo que hay gratis? —Le pregunté.
—Te sorprenderías.
Jugamos como cinco o seis partidas, hablamos largo y tendido, nos divertimos y afortunadamente no volvió a insinuarse. Cuando llegué a casa Andrea ya estaba dormida. No le gusta que la despierte, se pone de muy mala hostia, así que me acosté a su lado y me hice una paja en silencio. Por algún motivo no conseguía quitarme a Eduardo de la cabeza. Me venían retales de nuestra conversación a la mente mientras me masturbaba. Me pregunté si yo sería capaz de hacerme un pajote delante de la cam para sacar un sobresueldo. Me di cuenta de que no debía comentárselo a Andrea porque era el paso más evidente para seguir alimentando su faceta exhibicionista. No me apetecía nada tener que hacer más shows para poder tirarme a mi novia tranquilamente. Supongo que estoy un poco chapado a la antigua.
III
El siguiente polvo con Andrea fue dos semanas más tarde. La invité a cenar en una pizzería para poder sacarla de casa y que hubiera al menos una oportunidad de sexo. Después de cenar, ya en el coche me dijo que tenía sueño y que la llevara a casa. Aun a riesgo de empezar una pelea conduje hasta la urbanización en las afueras que solíamos utilizar como picadero y aparqué como siempre a unos pasos de una farola.
—¿Qué haces? —Me preguntó, enfadada.
—Tengo un dolor de huevos que ya no puedo ni trabajar. Vas a comerme la polla ahora mismo y no vas a parar hasta que me corra si no quieres que se lo pida a Sandra —Sandra es mi compañera en el bar de copas y ni siquiera me gusta, pero Andrea no se fía un pelo de mí.
—Vale —dijo Andrea, suspirando con desgana. —Pero espera a que se acerque alguien.
Me saqué el miembro, le cogí la mano y se la puse encima de mi rabo, aún dormido.
—Si no quieres mamar hasta que aparezca alguien no lo hagas, pero empieza a hacerme una paja. Estoy hasta los cojones de hacérmelo todo solo.
—¿Pero qué te pasa hoy? ¿Por qué estás de tan mal humor?
—Te lo estoy diciendo. Pero no quieres escuchar.
—¿De verdad es por el sexo?
—¡Pues claro que es por el sexo!
—Así que estás conmigo sólo por el sexo.
No sabía si se estaba jodiendo de mí o sólo estaba de un humor imbécil. Le cogí la cabeza y la atraje con fuerza hacia mi rabo. Ella suspiró pero se dejó hacer. Le hice meter la nariz entre mis huevos y la mantuve oliendo mis cojones mucho más rato de lo que jamás lo había hecho.
—Puedes soltarme —me dijo. —Aunque no te lo creas, puedo sola.
Le apreté más la nuca para que tuviera un poco más de tiempo mis huevos en la nariz porque es algo que no le gusta. De verdad que me tenía hasta los cojones.
—Menos mal, ahí viene alguien —dije, un poco más contento.
—¿Por qué menos mal?
—Porque te pondrás cerda.
—Hoy no me apetece nada ponerme cerda.
—No hace falta que lo jures.
El que venía caminando era un hombre cincuentón paseando a un caniche feísimo. Le solté la cabeza a Andrea para que pudiera echar un vistazo.
—Joder.
Sabía por qué había dicho joder. Porque ya lo teníamos casi encima y si no se ponía rápidamente no iba a ver chicha e iba a pasar de largo. Por mucho que dijera que no le apetecía ponerse cerda bastaba con la posibilidad de que la vieran en faena para ponerla cachonda. Es algo por lo que tenía que alegrarme.
Mi novia se apartó el pelo de la cara y se metió rápidamente mi polla aún morcillona entre los labios. La luz de la farola nos daba de pleno. Era imposible que el tío del caniche no nos viera. Otra cosa es que no quisiera mirar.
Andrea la mama de putísima madre, pero sólo cuando hay alguien mirando. La cercanía o lejanía de desconocidos tiene un efecto de bipolaridad en su actitud sexual. Si el del caniche pasaba de largo de pronto Andrea se convertía en una persona no apta para mamadas. Aquello era un misterio para mí.
Afortunadamente para nuestra vida sexual el paseante nocturno sacaba al perrito por allí precisamente para ver a parejas como nosotros montándoselo en el coche. El tío llevaba la bragueta bajada y le asomaba un cipote gordo y muy oscuro. A mí no me daba morbo que nos miraran, ni siquiera las tías. Aunque pasaba poco, alguna vez habíamos tenido público femenino y me había parecido tan poco motivante como el masculino. Me alegraba que apareciera gente sólo porque Andrea se encendía. Y si se ponía lo suficientemente cachonda era posible que me permitiera acabar montándola. Pero aquella noche me contentaba con una mamada porque tenía la polla a punto de reventar y estaba enfadado. No me apetecía nada tener a Andrea cabalgando de frente.
En cuanto aparecían los primeros espectadores yo solía cerrar los ojos porque si no me desconcentraba y corría peligro de que se me bajara. Cuando vi que el del caniche había venido para quedarse desconecté, eché la cabeza para atrás y me dediqué a disfrutar de la mamada.
Unos minutos después abrí los ojos porque Andrea se estaba acelerando a tiempo de ver como el dueño del caniche se corría en el capó de mi coche.
—¿Pero qué coño...?
No podía bajarme a darle una hostia porque Andrea estaba en lo mejor de la mamada pero bajé la ventanilla y empecé a pegarle gritos de
