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Dámela. 11 Relatos Eróticos Gay
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Dámela. 11 Relatos Eróticos Gay
Libro electrónico298 páginas4 horas

Dámela. 11 Relatos Eróticos Gay

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Si aún no has leído nada de Marcos Sanz no dejes pasar esta oportunidad. Este volumen incluye once de sus mejores relatos eróticos de temática gay:

Iván
Alex estuvo toda su infancia de una casa de acogida en otra hasta que acabó en casa de Iván, a quien llegó a considerar como su hermano mayor. Años después desarrollaron un vínculo que iba mucho más allá, pero una pelea los separó. Ahora, Alex e Iván tendrán que volver a escribir su historia y encontrar la manera de que “lo suyo” funcione sin hacer daño a terceros.

Veinte días
Versa sobre los veinte días que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

Yo sólo soy un hombre que te desea
Mi profe de Ciencias Sociales en la Universidad decidió saltarse a la torera los convencionalismos en las relaciones sexual erótico afectivas entre profe y alumno cuando se coló de mí como un p... adolescente.

Fue una noche después de un concierto
Dos chavales con novia. Van los cuatro de concierto, lo pasan bien. A las doce tienen que dejar a una de las chicas en casa y la otra se queda a dormir con su amiga. Los chicos se quedan solos y se van a beber y a fumar a la playa. Lo que pasa después... Quizá te haya ocurrido a ti.

Loser
Luis es un perdedor. Está arruinado, le gusta demasiado el juego y la bebida y pronto él y su familia perderán su hogar si algo no cambia. Su amigo Samuel le ofrece algo de dinero por hacer algunos trabajitos para él. Lo que Luis no se imagina es que pronto cambiará la naturaleza de esos trabajitos.

Masaje completo
A un tipo hetero su cuñado, también hetero, le recomienda un masajista que "lo dejará como nuevo". Lo nuevo realmente serán las cosas que le hará el masajista...

El p... amo
Jaime es un universitario de 21 años al que le mola que le cerdeen y que lo humillen. Tiene planeado ligarse a Jorge, su profe de educación física, para que le meta caña pero a su profe parece que no le van mucho los rollos que Jaime propone. Aunque, si no se andan con ojo, puede que cambien las tornas y Jaime acabe descubriendo... que ha creado un monstruo.

El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques públicos donde antes jugaban los niños son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Tendrá que esperar a llegar a casa para que su hermano Jules le revele lo que ha ocurrido en el mundo en su ausencia...

¿Se puede tener todo en esta vida?
Los dos protagonistas de este relato piensan que sí, siempre que estés dispuesto a mantener ciertas mentiras.

Cuando ya no te esperaba
Luis es un hombre de 36 años que vive secretamente enamorado de Sergio, su mejor amigo hetero. Un día, con la tontería, hacen una apuesta. Sergio afirma que los hombres no le ponen lo más mínimo y Luis le dice que es capaz de ponerlo a tono sin tocarle nada más que el pecho. Lo que empieza siendo un casi inocente juego se acaba convirtiendo en una montaña rusa de sensaciones, placer, infidelidades y mucho morbo. Un relato tan excitante como emocionalmente demoledor.

Bañado por moteros
El protagonista de esta historia tiene un sueño digno de una reina, aunque para hacerlo realidad no será suficiente con bañarse en leche de burra.

Acerca del autor: Marcos Sanz es un escritor de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer buenos relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento14 oct 2016
ISBN9781370396764
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    Dámela. 11 Relatos Eróticos Gay - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Iván

    I

    Hacía dos años que no veía a Iván, mi hermano de la última casa de acogida en la que estuve, y mientras esperaba en el aeropuerto rememoré la pelea que nos había mantenido separados tanto tiempo.

    Celos. Ni más ni menos. Compartíamos piso por aquel entonces, solos él y yo, y manteníamos una intensísima relación desde tiempos inmemoriales que nos llevaba a arrancarnos la ropa en cuanto estábamos solos, situación que solíamos propiciar a menudo. Había domingos en que no salíamos de la cama y por lo general andábamos siempre desnudos por la casa, acostumbrados a que el otro nos regalara una mamada de improviso o nos plantara la mano torcida en la raja del culo a la primera de cambio. Pero no por natural y cotidiano nuestro sexo era aburrido. Con el tiempo nos hacíamos cada vez más osados (y más guarros). Nos encantaba follar en la terraza y que nos viera todo el vecindario, ir de caza a clubes y follarnos a siete tiarros en una noche, grabarnos con la cámara haciendo cerdadas y colgarlo en xtube, ese tipo de cosas.

    Pero entonces yo conocí a un chico y empezamos a salir e Iván enfermó de celos. Yo siempre había pensado que manteníamos una relación de, digamos, hermanos con derecho a goce, (soy consciente del juego de palabras y no me arrepiento). Nunca se me había ocurrido que Iván nos viera como una pareja. Yo había estado esperando el amor desde hacía años y el amor para mí no podía provenir de alguien a quien conocía tan bien como a Iván. El amor era extrañeza y descubrimiento y mariposas en el estómago. Me enamoré perdidamente y sin esperarlo de un compañero de trabajo, y como consecuencia mi relación con aquel que había sido como un hermano para mí cambió; tenía que cambiar. Y dejamos de acostarnos.

    Iván se volvió iracundo y convirtió nuestra convivencia en un infierno. Y un buen día lo eché de casa, después de una pelea en la que, me pesa mucho decir esto, llegamos a las manos.

    Así que estaba esperándole en el aeropuerto, dos años más tarde, y el único motivo por lo que aquello sucedía era porque yo había cortado con mi novio y necesitaba un hombro sobre el que llorar.

    Lo cierto es que también echaba mucho de menos a Iván, pero mientras había tenido novio no lo había echado tanto de menos como para llamarlo ni una sola vez.

    Ahora, mientras esperaba verlo cruzar hacia la cinta del equipaje, recordé los viejos tiempos y sentí añoranza. No sabía cuánto tiempo se iba a quedar (en realidad habíamos hablado cinco minutos en los últimos dos años) pero me descubrí deseando que fuera una buena temporada y que volviera a darme polla a diario (Iván tiene una polla cojonuda y además sabe lo que se hace con ella).

     Ya había visto pasar a un buen montón de gente presuntamente procedente de su vuelo y mi hermano no parecía estar entre ellos. Intrigado decidí llamarlo al móvil, pero antes me dirigí al lavabo. No tenía ganas de mear, en realidad quería comprobar mi aspecto en un espejo. Quería causarle una buena primera impresión después de tanto tiempo.

    La impresión me la llevé yo. Al entrar en los servicios me encontré con la siguiente escena. Iván se encontraba junto a los urinarios, con los vaqueros por las rodillas. Un tipo de muy buen ver le sacaba brillo a su bate con dedicación y entrega. Ninguno de los dos dejó lo que estaba haciendo al percibir mi presencia. Mi hermano se limitó a saludarme con la mano y el otro comenzó a mamársela con verdadero ahínco. Me acerqué, agradeciéndole al cielo que Iván siguiera siendo el mismo, y le apreté las tetillas mientras le comía la boca para darle la bienvenida.

    Durante el rato que tardó Iván en llenarle la boca de crema al desconocido otro tipo entró en el baño. Meó, sin perderse detalle de lo que hacíamos, pero al acabar de sacudírsela abandonó los lavabos sin decidirse a participar.

    Después de la copiosa corrida de Iván y cuando el inesperado mamón nos hubo dejado solos, lo abracé con todas mis fuerzas.

    –Te he echado muchísimo de menos, cabronazo  –le dije.

    –Yo a ti no tanto. Ven, tengo que presentarte a alguien.

    Me empujó suavemente hacia el exterior de los lavabos y casi en la misma puerta nos tropezamos con una rubia embarazada cargada de maletas que, tierra trágame, parecía conocer a Iván.

    –Hermanito... Ésta es Tamara, mi mujer.

    De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo Iván, un cabecita loca, se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia despampanante y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.

    Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de Iván para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.

    Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche, largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.

    –No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.

    Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.

    Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.

    De camino a mi piso lo acribillé a preguntas.

    –¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?

    –Pues claro que no. Es mi esposa.

    –Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.

    –¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?

    –No. Claro.

    –Pues esto es lo mismo.

    Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con la intención de no cabrearlo y que me dejara tocárselos luego en un sentido más literal).

    –Entonces... ¿De quién es el niño?

    –¿Cómo que de quién es el niño?

    –No jodas que es tuyo.

    –¿De quién coño quieres que sea, Alex?

    –Pensé que teníais algún tipo de acuerdo.

    –Tenemos un acuerdo. Se llama matrimonio. Vamos a tener un hijo del cual soy el padre por el método tradicional y atrasado de pegar un polvo con mi esposa y tú vas a ser tío y tendrás que regalarle ropita durante un tiempo y más adelante bicicletas, ordenadores y todo aquello que yo y su madre no estemos dispuestos a comprarle por miedo a malcriarlo.

    –Joder.

    –¿Te supone un problema?

    –No, qué va. Es que me pillas con el pie cambiado, macho –dije.

    Decidí no abrir más la boca por un buen rato. Por una parte no me parecía bien que Iván siguiera con su estilo de vida promiscuo a espaldas de su mujer ahora que se suponía que debía sentar la cabeza, con un bebé en camino y todo eso, pero yo no podía ser tan hipócrita dado que estaba deseando contribuir a su promiscuidad llenándome la boca hasta las trancas con su pedazo de polla.

    Enseguida estuvimos en casa. Metí el coche en el garaje comunitario. Iván comentó que yo ahora conducía mucho mejor. No contesté, pero es que sólo hacía dos años que tenía el carné. En la época de la gran pelea me lo acababa de sacar. Era lógico que él me recordara inseguro al volante.

    Salimos del coche. Yo fui a la parte trasera a por unas bolsas (me había parado en el hipermercado de camino al aeropuerto) y cuando las estaba cogiendo sentí su cuerpo en mi espalda, el tan familiar cuerpo de Iván. Me abrazó desde atrás, pegando su paquete a mi trasero, su pecho a mi espalda y descansando su barbilla en mi cuello.

    –Antes te mentí –me dijo al oído, poniéndome los pelos de punta del placer de tenerlo tan cerca. –Yo también te he echado de menos.


    II

    Subimos casi corriendo el primer tramo de escaleras, el que iba del garaje al portal, y llamamos al ascensor. Mientras lo esperábamos, Iván me dedicó una mirada llena de deseo, que completó cogiéndome la mano libre y poniéndola sobre su bulto, que empezaba a endurecerse.

    El ascensor llegó y entramos corriendo. Durante los siguientes nueve pisos nos besamos con una calentura propia de adolescentes. Mis manos acariciaron sus músculos, mi cuerpo chocó contra el suyo, mi paquete golpeó el suyo, el ascensor daba sacudidas, nuestras bocas intercambiaban saliva. Cuando salimos del ascensor yo ya le había quitado la camisa y me llevaba su pecho a los labios, completamente incapaz de ponerme a buscar las llaves.

    Al cabo de unos segundos, Iván informó:

    –Te has dejado las bolsas en el ascensor.

    –Que les jodan, a las bolsas.

    Mis manos ya le bajaban la cremallera, mi cuerpo se arrodillaba...

    –¿Me la vas a chupar aquí?

    Quise contestar a eso con actos pero Iván me obligó a levantarme, recogió su camisa del suelo y volvió a llamar al ascensor para recuperar la compra, que ya pululaba por otros pisos.

    –Antes no te importaba que te la mamara en sitios peores que en el rellano.

    –He madurado.

    –Qué pena.

    Recuperada la compra entramos en mi piso. Iván trató de continuar entonces con lo que había interrumpido pero no lo dejé.

    –Vamos, Alex. ¿Ya te has enfadado? No era el lugar.

    –¿Por qué no era el lugar?

    –¿Para qué chupármela en el rellano teniendo toda la casa? Cualquier vecino nos habría cortado el rollo.

    –Por eso has decidido cortarnos el rollo tú.

    –Pero, ¿de qué va ésto? ¿Quieres que nos peleemos? ¿Para eso me llamaste?

    Entré en la cocina, negándome a seguir hablando, y me puse a colocar la compra en los armarios y en la nevera, más cabreado que una mona.

    –¿Qué te pasa, nen? –dijo Iván, en un tono más sosegado. –Sólo he retrasado un minuto algo que los dos deseábamos hacer.

    –¿Por qué? –espeté.

    –Ya te lo he dicho. Para que no nos interrumpieran.

    –¿Seguro?

    –¿Qué es lo que te molesta tanto?

    –¿Qué quieres decir?

    –Es obvio que estás cabreado por algo más que lo que ha pasado ahí fuera.

    Mientras colocaba una bolsa de doritos en su sitio (sí, claro, como si yo tuviera en mi casa un sitio específico para cada cosa) pensé qué era lo que me tenía tan molesto. La respuesta no era clara. Finalmente, me encaré con mi hermano y dije:

    –Me molesta que pongas trabas cuando tomo la iniciativa...

    –No ha sido mi intención.

    –Sobre todo cuando lo primero que te he visto hacer después de dos años es dejar que un tío te comiera la polla en los baños del aeropuerto, con tu mujer embarazada en la puerta.

    –Vaya. Creí que te había gustado eso. La parte de la mamada, no la de la mujer embarazada.

    –Pero lo que más me jode no es que te portes así con ella, porque en realidad no la conozco y ni siquiera sé en qué basáis vuestra relación. Lo que me jode es que le des a mamar tu rabo al primero que se te cruza en el camino, sabiendo que yo te había ido a buscar al aeropuerto, y cuando por fin, y como segundo plato, puedo disfrutar de ti, me sales con que el lugar no es el adecuado.

    –Sigo pensando que el rellano no es el mejor sitio, Alex. Tú vives aquí. Tus vecinos hace dos años que no me ven. Pero a ti te ven todos los días. Tú, hasta donde sé, has tenido una sola pareja formal en los últimos tiempos. No creo que se la mamaras a Leo en el rellano. Más bien, creo que habréis sido dos chicos buenos y educados. Cuando yo me vaya tú seguirás viviendo aquí. No quería que tuvieras problemas por mi culpa.

    –¿Te has hecho abogado en estos dos años?

    –Y si le sumas que yo me he corrido en el aeropuerto, quizá comprendas que tampoco tenía tanta urgencia como tú. Podía esperar a estar dentro de tu casa para hacerlo bien, cosa que sigo deseando y que te mereces. Y en cuanto a lo de Tamara... Cuando la dejé, la cinta de las maletas aún no se había puesto en marcha. Pensé que tenía más tiempo. Tampoco esperaba que tú entraras precisamente en ese baño y me pillaras en plena acción, haciendo algo que como tú sabes mejor que nadie llevo haciendo toda mi vida. Además, precisamente estaba tan caliente por tu culpa. Porque iba a volver a verte. En realidad acabé ahí por ti, le llené la boca de leche ese tío en honor a ti.

    –Ya, ya.

    –Y encima, no te imaginas lo que ha podido llegar a gustarme correrme mientras tú me besabas, después de tanto tiempo...

    Iván se había ido acercando mientras decía todo eso, y acabó:

    –Sabes que tengo razón, pero además añadiré un lo siento. Lo siento, Alex. Lo siento.

    –Eso han sido dos lo siento.

    –¿Un abrazo?

    Me dejé estrechar entre sus fuertes brazos y me derretí. Cualquier enfado se desvaneció como por ensalmo. Era fantástico volver a estar en brazos de Iván. Era como volver al hogar.


    III

    La cercanía de su cuerpo, el contacto de su piel, la visión de su fuerte pecho desnudo y su respiración por tanto tiempo anhelada bastaron para prender una llama que en ningún momento se había apagado. Con cierta delicadeza le fui despojando del resto de su ropa mientras Iván se dejaba hacer con una sonrisa traviesa. Cuando lo hube dejado en slips le hice dar una vuelta para advertir los cambios que el gimnasio había logrado en su anatomía.

    –Estás como quieres, cabrón.

    Por toda respuesta, Iván empezó a contornearse como si aún estuviera trabajando de gogó en Ibiza, algo de lo que parecía hacer siglos.

    Mientras bailaba al son de mis miradas empezó a acariciarse el pecho, el ombligo, las piernas...

    Su polla estaba enorme, durísima bajo el apretado slip, y él aprovechaba para tocársela con pequeños roces que yo no perdía de vista. Después las caricias empezaron a centrarse sólo en esa zona. Se cambiaba el vergajo de lado, tiraba hacia abajo del slip y arrastraba con la tela su duro miembro pero sin llegar a liberarlo... Se me hacía la boca agua. Sin dejar de observarlo ni por un momento me fui despojando también de mi ropa hasta quedar como él.

    –Seguimos usando la misma marca –murmuró, la voz tomada por la anticipación.

    Sin poder resistir ni un momento más me acerqué a él, que aún danzaba, y le saqué la polla y los cojones por un lado del slip. Durante unos deliciosos segundos recorrí su miembro con mis manos. Iván había dejado de bailar. Miraba el trabajo que hacían mis dedos con una intensidad demoledora. Entonces me puso las manos sobre los hombros y me guió hacia abajo. Me arrodillé y pegué la nariz al tronco de su vara, y me quedé ahí un momento aspirando su aroma.

    Siempre me ha vuelto loco el olor a polla, en especial el olor de su polla.

    –¿Te parece la cocina un lugar adecuado, esta vez? –Le pregunté, mirándolo desde abajo.

    Me colocó la verga suavemente sobre la mejilla, la sentí palpitar sobre mi piel. Inspiré profundamente. El increíble olor de sus huevos, cerca. El latido de su miembro sobre mí, el paraíso. Noté cómo su precum me mojaba la oreja.

    Contestó:

    –Me parece el mejor lugar del mundo ahora mismo.

    Después empezó a masturbarse despacio, sobre mi nariz. Aspiré de nuevo su aroma mientras yo también me sacaba la polla por un lado del slip, y empezaba a pajearme embriagado de su olor a macho.

    Me puso el glande mojado ante los labios y mi lengua salió a recibir el salado sabor de su precum. Al recoger aquellas gotas él se estremeció pero yo me estremecí más. Entonces Iván me cogió la cabeza y me atrajo hacia sí, introduciendo lentamente su enorme polla en mi boca hasta que no quedó nada fuera, más que sus cojones contra mi barbilla. Dejé de masturbarme porque tener su carne por fin en mi boca después de tanto tiempo, sentir cada centímetro de su increíble falo dentro de mí, me había excitado hasta tal punto que un sólo roce me hubiera bastado para derramar mi leche en el alicatado.

     Cuando, después de disfrutar de aquel momento con todos los sentidos, se la empecé a mamar, mi hermano soltó un suspiro que me enterneció. Era un suspiro de ya era hora, de por fin en casa. Yo sentía lo mismo.

    Mi cabeza se movía diligentemente adelante y atrás y su cuerpo se balanceaba un poco, se alejaba y se acercaba con ritmo propio, pero a veces aprovechaba para coincidir conmigo, bien adentro, dando un golpe de cadera. Mis labios escanciaban abundante saliva. Su mano izquierda guiaba a veces mi cabeza. Su mano derecha sujetaba a ratos sus cojones por la base. Su enorme falo se endurecía más y más. Yo tragaba sin descanso. La saliva se escurría polla abajo. Era sublime.

    Adentro y afuera, una y otra vez.

    Adentro y afuera.

    La saca. La pone toda mojada sobre mi nariz. Respiro. Me golpea con ella. Zas. Zas. Una vez más. Agarro con fuerza mi polla, he estado a punto de correrme otra vez.

    Aproveché el descanso para cubrirle el glande tirando de la piel hacia delante, pasear la lengua entre los pliegues de su piel, chupar a placer. La polla de mi hermano me obnubila, me fascina, me enloquece. Mamar ninguna otra polla me ha provocado jamás semejante placer.

    Con un suave movimiento volvió a guiar su miembro hacia las profundidades de mi garganta y empujando mientras me sujetaba la cabeza con ambas manos imprimió cierta velocidad al asunto. Comencé entonces a tragar como una buena puta, sin importarme atragantarme con tal de que no se detuviera, para que siguiera violándome la boca por toda la eternidad, cada vez más fuerte y sin compasión.

    Sin embargo, Iván tenía otros planes. Me sacó la polla de entre los labios sin avisar y agachándose me llenó la boca con su lengua ávida. Nos comimos las bocas con ansia. De hecho, Iván fue capaz de quitar el montón de cosas que había sobre la mesa de la cocina sin dejar de besarme. Luego recostó el pecho sobre ella ofreciéndome su culo. Me puse a su altura, le di una nalgada y a continuación le di un lametón en el esfínter que le hizo estremecer. A partir de ahí, Iván comenzó a retorcerse de gusto. Me amorré a su agujero y empecé a darle lengua mientras con una mano me pajeaba y con la otra apretaba su dura polla que apuntaba hacia el suelo.

    Iván comenzó a gemir de gusto y a pedirme que me lo follara. Le metí el pulgar para ver

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