Sólo me arrepentí de una cosa. Y otros relatos eróticos de temática gay. Serie Marco Azul No1
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
Iván
Alex estuvo toda su infancia de una casa de acogida en otra hasta que acabó en casa de Iván, a quien llegó a considerar como su hermano mayor. Años después desarrollaron un vínculo que iba mucho más allá. Pero Alex conoció a un chico en el trabajo del que se enamoró y cortó el aspecto afectivo de su relación con Iván. Finalmente los dos “hermanos” acabaron en un pelea que llegó incluso a las manos y se separaron por lo que parecía, iba a ser para siempre. Sin embargo, años más tarde se reencuentran y la situación ha cambiado. Alex está libre ahora pero Iván aparece casado con Tamara, quien espera un hijo. Alex e Iván tendrán que volver a escribir su historia y encontrar la manera de que “lo suyo” funcione sin hacer daño a terceros.
Pepo
Los recuerdos de un pasado en común darán paso a situaciones muy calientes en el presente.
Ruleta cerdaca
Un grupo de hombres se reúnen en casa de uno de ellos para hacer lo que les salga en una ruleta un tanto especial.
El psiquiatra
Fabio va a ver a Robert, su psiquiatra. Desde que en las sesiones han comenzado a hablar de los extraños sueños sexuales de Fabio algo ha cambiado en el ambiente...
El centro del placer gay
Nuestro protagonista interpreta en un hotel el rol de un escayolista que se dedicará a tapar todos los agujeros que encuentre.
Sólo me arrepentí de una cosa
Eduard vuelve a Mallorca después de muchos años de ausencia con una sola cosa en mente: Localizar a sus dos amantes de juventud y organizar una acampada como las que hacían entonces, donde el sexo entre los tres se daba de forma natural. Pero ahora que cada uno tiene su vida formada quizá no sea tan sencillo retomar las viejas y buenas costumbres. Aviso: este relato seguramente te hará usar pañuelos de papel... de varias maneras.
Acerca de la "Serie Marco Azul" de Marcos Sanz
Puedes encontrar los relatos de Marcos Sanz en varias colecciones y recopilaciones, por lo que no siempre es sencillo saber qué ebooks comprar para tener todos los relatos y que ninguno esté repetido. La colección Serie Marco Azul de Marcos Sanz nace con el propósito de recopilar todos los relatos del autor, los ya publicados y los que publique en un futuro. Los relatos serán cada uno sólo una vez publicados en esta colección por lo que adquiriendo todos los números tendrás la colección completa de relatos de Marcos Sanz sin duplicados. Si eres coleccionista o simplemente quieres tener todo lo que escriba este autor, ésta es tu opción.
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Sólo me arrepentí de una cosa. Y otros relatos eróticos de temática gay. Serie Marco Azul No1 - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
Iván
I
Hacía dos años que no veía a Iván, mi hermano
de la última casa de acogida en la que estuve, y mientras esperaba en el aeropuerto rememoré la pelea que nos había mantenido separados tanto tiempo.
Celos. Ni más ni menos. Compartíamos piso por aquel entonces, solos él y yo, y manteníamos una intensísima relación desde tiempos inmemoriales que nos llevaba a arrancarnos la ropa en cuanto estábamos solos, situación que solíamos propiciar a menudo. Había domingos en que no salíamos de la cama y por lo general andábamos siempre desnudos por la casa, acostumbrados a que el otro nos regalara una mamada de improviso o nos plantara la mano torcida en la raja del culo a la primera de cambio. Pero no por natural y cotidiano nuestro sexo era aburrido. Con el tiempo nos hacíamos cada vez más osados (y más guarros). Nos encantaba follar en la terraza y que nos viera todo el vecindario, ir de caza a clubes y follarnos a siete tiarros en una noche, grabarnos con la cámara haciendo cerdadas y colgarlo en xtube, ese tipo de cosas.
Pero entonces yo conocí a un chico y empezamos a salir e Iván enfermó de celos. Yo siempre había pensado que manteníamos una relación de, digamos, hermanos con derecho a goce, (soy consciente del juego de palabras y no me arrepiento). Nunca se me había ocurrido que Iván nos viera como una pareja. Yo había estado esperando el amor desde hacía años y el amor para mí no podía provenir de alguien a quien conocía tan bien como a Iván. El amor era extrañeza y descubrimiento y mariposas en el estómago. Me enamoré perdidamente y sin esperarlo de un compañero de trabajo, y como consecuencia mi relación con aquel que había sido como un hermano para mí cambió; tenía que cambiar. Y dejamos de acostarnos.
Iván se volvió iracundo y convirtió nuestra convivencia en un infierno. Y un buen día lo eché de casa, después de una pelea en la que, me pesa mucho decir esto, llegamos a las manos.
Así que estaba esperándole en el aeropuerto, dos años más tarde, y el único motivo por lo que aquello sucedía era porque yo había cortado con mi novio y necesitaba un hombro sobre el que llorar.
Lo cierto es que también echaba mucho de menos a Iván, pero mientras había tenido novio no lo había echado tanto de menos como para llamarlo ni una sola vez.
Ahora, mientras esperaba verlo cruzar hacia la cinta del equipaje, recordé los viejos tiempos y sentí añoranza. No sabía cuánto tiempo se iba a quedar (en realidad habíamos hablado cinco minutos en los últimos dos años) pero me descubrí deseando que fuera una buena temporada y que volviera a darme polla a diario (Iván tiene una polla cojonuda y además sabe lo que se hace con ella).
Ya había visto pasar a un buen montón de gente presuntamente procedente de su vuelo y mi hermano no parecía estar entre ellos. Intrigado decidí llamarlo al móvil, pero antes me dirigí al lavabo. No tenía ganas de mear, en realidad quería comprobar mi aspecto en un espejo. Quería causarle una buena primera impresión después de tanto tiempo.
La impresión me la llevé yo. Al entrar en los servicios me encontré con la siguiente escena. Iván se encontraba junto a los urinarios, con los vaqueros por las rodillas. Un tipo de muy buen ver le sacaba brillo a su bate con dedicación y entrega. Ninguno de los dos dejó lo que estaba haciendo al percibir mi presencia. Mi hermano se limitó a saludarme con la mano y el otro comenzó a mamársela con verdadero ahínco. Me acerqué, agradeciéndole al cielo que Iván siguiera siendo el mismo, y le apreté las tetillas mientras le comía la boca para darle la bienvenida.
Durante el rato que tardó Iván en llenarle la boca de crema al desconocido otro tipo entró en el baño. Meó, sin perderse detalle de lo que hacíamos, pero al acabar de sacudírsela abandonó los lavabos sin decidirse a participar.
Después de la copiosa corrida de Iván y cuando el inesperado mamón nos hubo dejado solos, lo abracé con todas mis fuerzas.
–Te he echado muchísimo de menos, cabronazo –le dije.
–Yo a ti no tanto. Ven, tengo que presentarte a alguien.
Me empujó suavemente hacia el exterior de los lavabos y casi en la misma puerta nos tropezamos con una rubia embarazada cargada de maletas que, tierra trágame, parecía conocer a Iván.
–Hermanito... Ésta es Tamara, mi mujer.
De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo Iván, un cabecita loca, se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia despampanante y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.
Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de Iván para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.
Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche, largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.
–No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.
Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.
Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.
De camino a mi piso lo acribillé a preguntas.
–¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?
–Pues claro que no. Es mi esposa.
–Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.
–¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?
–No. Claro.
–Pues esto es lo mismo.
Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con