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Calentones
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Libro electrónico176 páginas1 hora

Calentones

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Calentones es una colección de 15 relatos eróticos gay muy morbosos.

Tu padre me pone
Nando, el protagonista de este relato, tiene una curiosa manera de definir lo que le sucede cuando conoce a ese hombre fenomenal: "Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo." Más allá de este dato curioso, este relato cerdo-romántico te encantará.

Ruleta cerdaca
Un grupo de hombres se reúnen en casa de uno de ellos para hacer lo que les salga en una ruleta un tanto especial.

Fue una noche después de un concierto
Dos chavales con novia. Van los cuatro de concierto, lo pasan bien. A las doce tienen que dejar a una de las chicas en casa y la otra se queda a dormir con su amiga. Los chicos se quedan solos y se van a beber y a fumar a la playa. Lo que pasa después... Quizá te haya ocurrido a ti.

El centro del placer gay
El protagonista de esta historia acaba en un hotel donde interpreta el rol de un escayolista que, cómo no, se dedicará a tapar todos los agujeros que encuentre.

Tac tac tac
Dos chicos que se acaban de conocer se quedan solos en el sillón esperando al tercero que no deja de hablar por el móvil. Uno de ellos comienza a darse golpecitos en la pierna con el mando a distancia de la tele...

Dándole en el hotel... lo que se merece
Paco y Juan son dos seguratas que trabajan en un hotel. Un chico se suele colar para intentar ponerlos calientes a través de las cámaras. Una noche, Paco lo atrapará y le dará lo que se merece mientras su compañero mira.

El hombre perfecto
Siglo XXII. Nuestro protagonista se pide un modelo de hombre no nacido de madre para que le ayude con las tareas del hogar. Aunque piensa hacer algunas cosas calientes e ilegales con él.

Empaque y profundidad
Un escritor de libros de autoayuda se enfrenta a una mala decisión de su pasado, lo que traerá cosas buenas... y grandes.

Pararía el tiempo
El protagonista de esta historia un día descubre que puede parar el tiempo y sólo se le ocurre espiar a Joel, un compañero de trabajo hetero del que se enamoró y que jamás le correspondió. Bueno, no. No sólo se le ocurre eso. En realidad se le ocurren otras cosas que hacerle, pero ninguna bonita. O quizá alguna bonita sí.

SingerMe
Daniel, un conocido presentador de televisión, es contratado de jurado en un concurso de cantantes. Pero Daniel en realidad es un cerdo como pocos se han visto y aprovechará su posición en el concurso para, con la promesa de hacerles ganar, tirarse a todos a los concursantes masculinos.

El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques públicos donde antes jugaban los niños son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Tendrá que esperar a llegar a casa para que su hermano Jules le revele lo que ha ocurrido en el mundo en su ausencia...

Desorientado
Un hombre se despierta con amnesia en una cama en la que no está solo ni está quieto...

El osote cincuentón
Desde que escribo relatos eróticos en ciertas zonas de mi ciudad parece que atraigo a hombres que pretenden ponerme cosas en diferentes partes de mi cuerpo.

Abandonado
Quique, un buen amigo gay, está fatal porque su novio lo ha dejado. Así que lo invito a mi casa a pasar la noche para que tenga un hombro sobre el que llorar y, cosas de la vida, acabamos viendo una porno...

Juego de piernas
O lo que sucede cuando eres incapaz de dejar de pensar en el sexo, en la biblioteca hay un baño con un espejo que abarca toda la pared y en la mesa del fondo un tío enorme no deja de abrir y cerrar las piernas mientras chatea.

Cómpralo. Es la mejor inversión en tiempo y placer que puedes hacer.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento10 nov 2016
ISBN9781370297252
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    Calentones - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Tu padre me pone

    I

    A Gusta lo conocí mi primer día en la universidad. Estaba apoyado en una pared con pinta de no importarle nada una mierda. Le pregunté si sabía donde estaba la clase de TICs de primero. Me dijo que él también tenía que encontrarla y nos pusimos a buscar juntos.

    Nos hicimos amigos rápidamente. Tanto que al final del día iba a contarle que soy maricón. Pero entonces alguien mencionó que un profe lo parecía y le cambió la expresión de la cara. De hecho, su rostro se agrió. Intuí que tenía algún problema con los gays y decidí no decir nada de lo mío. Era mi primer y único amigo de momento en la universidad. No me apetecía perderlo.


    II

    Con el paso de los meses llegamos a conocernos bastante bien. Él era hetero y tenía una novia a la que por temas de trabajo sólo podía ver dos fines de semana cada mes. Follaba poco pero estaba enamorado, así que se aguantaba y se mataba a pajas. Alguna vez me preguntaba si yo tenía novia pero siempre me las apañaba para decir algo interesante que le hacía olvidarse de que me había hecho esa pregunta. Después de haber visto varias veces que la mención hacia gays o lesbianas siempre hacía que se le frunciera el ceño y pusiera cara de querer matar a alguien había decidido que nunca le diría lo mío. Pero tampoco estaba dispuesto a mentir. No tenía por qué esconder nada. El problema, si es que había un problema, lo tenía él, no yo. Sin embargo, Gusta era un buen amigo. Me gustaba mucho su compañía y me lo había pasado de puta madre las tres veces que nos habíamos emborrachado. Mientras no me preguntara abiertamente, las cosas seguirían como estaban.


        III

    Siempre hacíamos los grupos juntos y para un trabajo de mates que necesitábamos sólo ser dos, nos pusimos también juntos. Así es como por fin un día fuimos a su casa y así es como conocí a su padre.

    El tío estaba sentado al ordenador cuando llegamos y no llevaba más que unos calzoncillos blancos bastante ajustados. Me quedé embobado mirándole la pelambrera del pecho.

    —Papá, éste es Nando. Vamos a trabajar un rato en mi cuarto.

    El padre de Gusta me miró y sonrió y yo sentí como el ano se me estremecía. Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo. Gusta me cogió del brazo y tiró de mí en dirección a su habitación. Su padre me siguió, con su mirada y su sonrisa, hasta que lo perdí de vista.

    —Siento que hayas tenido que verlo casi desnudo. Ya estoy hasta los cojones de decirle que no vaya así por la casa.

    —Bueno, es su casa —murmuré. —Puede ir como le dé la gana. A mí no me molesta ver a nadie con poca ropa.

    —A mí no me gusta. Cuando viene mi novia paso vergüenza.

    Ahí estaba otra vez. El ceño fruncido, la cara agriada. Empezaba a comprender cuál era el problema de Gusta con los gays.

    —¿Tu padre es maricón? —Solté a saco.

    Gusta me miró sorprendido.

    —¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba viendo porno cuando hemos entrado? —Dijo enfadado, como a punto de levantarse para darle una hostia.

    —No, no. En realidad lo he sabido por tu actitud. Cada vez que alguien menciona la homosexualidad te pones de uñas, como los gatos.

    —¿Ah, sí? Pues debe ser instintivo. No me he dado cuenta.

    —Pues lo haces.

    —No tengo nada contra los gays. Si tú lo fueras no podría importarme menos. Pero sí tengo algo contra este gay. Metió a un tío en casa una semana después de que mi madre se largara. Y no me preguntó qué opinaba yo.

    —¿Y qué opinabas?

    —Que me importa tres mierdas con quién se acueste pero que podría haberme dicho que iba a traer a su novio a vivir con nosotros. No soy un puto mueble del comedor. Soy su hijo. Una conversación al menos me debía.

    —Ya...

    —De todas formas el novio le duró dos semanas. Mi padre se cansa enseguida de sus rollos. Ya lleva tres años sin pareja y no parece que le haga mucha falta. Y yo prefiero que nadie viva aquí permanentemente. Así que por ahí, bien. Qué. ¿Nos ponemos a currar?

    Estuvimos trabajando tres interminables horas con el trabajo de mates. Yo no me quitaba la pelambrera del pecho de su padre de la cabeza. Al final y aunque no tenía ganas de mear le pregunté a Gusta cómo se llegaba al baño. Tenía ganas de ver otra vez a ese pedazo hombre.

    Salí de la habitación y me dirigí hacia el aseo, aunque no era mi destino real. Eché un vistazo al comedor. El padre de Gusta seguía allí. Me vio y me saludó. Otra vez esa sonrisa traviesa. El tío era un seductor nato.

    —¿Qué tal lleváis el trabajo? —Me preguntó, mirándome de arriba a abajo sin cortarse un pelo.

    —Es un coñazo.

    —¿Vas al baño?

    —En realidad no. Quería estirar las piernas —dije, acercándome a él. Aquello era muy mala idea. —¿Qué haces?

    —Tontear. Hoy es mi día libre. No tengo nada que hacer. Excepto rascarme los huevos —dijo, tocándoselos.

    Mi mirada se posó ahí y ya no pude moverla. La sonrisa del padre de Gusta se ensanchó.

    —Vaya. Creo que esto llama tu atención —dijo, bajando la voz.

    —Mucho —murmuré, tras tragar saliva.

    —Entonces supongo que te gustará que haga esto.

    El tío se sacó las bolas por un lado del calzoncillo. Tenía unos cojones grandotes y muy peludos. Preciosos.

    —Jo... der...

    —¿Te gustan? —Susurró.

    Asentí con la cabeza.

    —¿Te los quieres comer?

    Volví a asentir.

    —No sería apropiado —dijo, guardándoselos. —No con mi hijo en la habitación.

    —Ya...

    —Quizá en otra ocasión.

    —Sí...

    Me di la vuelta como un autómata y me fui hasta el cuarto de baño sin creerme lo que acababa de pasar.


    IV

    Al día siguiente hablamos de quedar otra vez para seguir con el trabajo. Le pregunté a Gusta si quería que lo hiciéramos en la universidad.

    —¿Por qué? En mi casa estaremos más cómodos.

    —Bueno...

    —¿Te incomodó ayer mi padre?

    —No, no.

    —Pues vente después de comer.

    A las cuatro de la tarde me presenté en su casa bastante nervioso. Pero mientras llamaba al timbre recordé que el padre de Gusta me había dicho el día anterior que no tenía nada que hacer porque era su día libre. Así que hoy no debía estar en casa. Estaría trabajando.

    Para mi sorpresa fue el padre de mi amigo quien me abrió. Esta vez iba vestido. Llevaba un polo verde ajustado y unos vaqueros rotos por varios sitios. Estaba muy guapo.

    —Hola, Nando —me saludó, con su habitual sonrisa traviesa. —Gustavo te está esperando.

    —Oye, ¿cómo te llamas? No te puedo seguir llamando padre de Gusta cuando pienso en ti.

    —¿Piensas en mí? Qué mono. Me llamo Juanjo —dijo, estrechándome la mano.

    —Pensé que no te vería. Que estarías trabajando.

    —Estoy trabajando. Trabajo en casa.

    —¿Ah, sí?

    —Soy diseñador gráfico.

    —Qué interesante.

    —Me visto para trabajar. Es parte de la rutina. Pero me habría encantado haberte abierto la puerta en calzoncillos. Te habría dejado meter la mano por un lado y sobarme los cojones.

    —Creo que debería... —dije, señalando la habitación de su hijo.

    —Claro. Divertíos. Yo voy a seguir con lo mío.

    Entré en la habitación de Gusta literalmente temblando. Mi amigo me tiró una almohada a la cara. Luego la recogió del suelo riendo y se me quedó mirando.

    —¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

    —Nada. Vamos a trabajar.

    —¿No se te habrá insinuado mi padre?

    —¡No, por Dios! —Dije, quizá demasiado vehementemente. —¿Alguna vez lo ha hecho? ¿Insinuarse a tus amigos?

    —Más le vale que no porque le partiré la cara.

    —Míralo por el lado positivo —dije. —Nunca se le va a insinuar a tu novia.

    —Eso es verdad.

    Trabajamos en el puto trabajo de mates otras dos horas, hasta que Juanjo tocó a la puerta.

    —¿Se puede?

    —Abre —contestó su hijo de mal humor.

    Juanjo se asomó sonriendo.

    —¿Por qué llamas hoy? Siempre entras sin avisar —se quejó Gusta.

    —Por si os estabais besando.

    —¡Papá!

    El cabreo que pilló Gusta fue bonito. Agarró otra vez la almohada que me había tirado a mí y empezó a pegarle en la cabeza a su padre. Juanjo se tronchaba y yo me había puesto colorao.

    Cuando se cansó de atizarle almohadazos Gusta se dejó caer en la silla del escritorio, acalorado. Luego se dio cuenta de que su padre seguía ahí plantado.

    —¿Qué querías?

    —Me preguntaba si tu amigo querría cenar esta noche con nosotros.

    Yo me quedé mudo. Aquello sí que no me lo esperaba.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Nada especial. Alitas y si me apetece igual hago una tortilla de patatas. Si no, hay lomo.

    —Si haces la tortilla se queda —decidió Gusta por mí.

    —Vale. Pero tendrás que bajar a por huevos. Yo tengo que acabar la web con la que estoy ahora. Tengo para un par de horas.

    —Bien. Nosotros iremos a comprar.

    Juanjo levantó una ceja. Me di cuenta de que había esperado que pudiéramos quedarnos a solas mientras su hijo se iba a comprar. Pero aquello no iba a suceder.

    —Bueno. Os dejo que trabajéis.


    V

    Fue una velada de lo más agradable. Juanjo era más que divertido, encantador. Mucho más alegre y joven que su propio hijo. Gusta estuvo bastante serio pero parecía contento de que por una vez su padre se comportara como un padre normal. Claro que lo teníamos engañado. Juanjo no dejaba de lanzarme miradas cargadas de sexo y yo intentaba no ponerme a tartamudear a la primera de cambio.

    Antes de pasar al postre Gusta se metió en el cuarto de baño y Juanjo se levantó de su silla, vino hasta mi sitio y me puso las manos sobre los hombros. Un escalofrío de placer me recorrió de arriba a abajo.

    —¿Sabes lo que te haría? —Me dijo al oído.

    —¿Qué? —Quise saber, casi sin voz.

    —Me sentaría en tu cara para que pudieras olerme los huevos. Seguro que es algo que te encanta. Y luego dejaría que me los chuparas lentamente, que me comieras los cojones y después el agujero. Tienes cara de hacer unas comidas de culo brutales. ¿Te gustaría eso?

    —Me encantaría...

    —Y luego...

    La puerta del baño se abrió y Juanjo se fue tranquilamente para la cocina. Gusta se sentó y comentó que había comido demasiada tortilla. Yo miraba mi plato.

    —Te has ruborizado —observó

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