El osote cincuentón. Y otros relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque.
El recital
Un profesor de informática que da cursos de formación profesional se encuentra por primera vez en su vida con una clase compuesta solamente por hombres. ¡Y qué hombres!
La herencia
¿Y si descubrieras que tu padre llevó una doble vida de lo más interesante? ¿Y si de pronto heredaras un local de ambiente? ¿Y si le demostraras al amante de tu padre que de tal palo... tal astillón?
Calentón en el podcast
Estás a punto de averiguar por qué "Precumeros" es el podcast más caliente de la red. No te vas a creer de qué son capaces sus presentadores para hacer crecer la... audiencia.
El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques públicos donde antes jugaban los niños son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Tendrá que esperar a llegar a casa para que su hermano Jules le revele lo que ha ocurrido en el mundo en su ausencia...
El osote cincuentón
Desde que escribo relatos eróticos en ciertas zonas de mi ciudad parece que atraigo a hombres que pretenden ponerme cosas en diferentes partes de mi cuerpo.
Algo serio
Anselm intenta desesperadamente encontrar novio a través de varias apps de contactos pero parece que nadie en el mundo está buscando lo mismo que él. Su amigo Joan, un semental dueño de un sex shop, le dará las claves para atraer al hombre adecuado... valiéndose de una vil mentira.
Sobre el autor: Marcos Sanz es un escritor (y un tío guapo y bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando leer relatos eróticos gays para hombres escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.
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El osote cincuentón. Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
Desfase en el castillo
I
Entré en mi habitación con las bebidas y lo que vi me dejó de piedra. Matthew había abierto mi carpeta de fotos guarras. Iba pasando de una a otra. Mis fotos llenaban toda la pantalla de mi ordenador, de 27 pulgadas y retroiluminación LED. Ahí aparecía yo con la polla en primer plano, dejando caer babas sobre el capullo, con todo tipo de objetos metidos por el culo, mamando rabos de todos los tamaños o con el cuerpo y la cara lefados. Eran las peores fotos que pudiera encontrarse un amigo hetero. Matthew no se había percatado aún de mi presencia. Seguía pasando de una foto a la siguiente, sin poder apartar los ojos de la pantalla. Me coloqué a su lado y le puse la copa en la mano.
—Supongo que comprenderás que no deberías estar viendo esas fotos. Son privadas.
Matthew no contestó. Pasó a la siguiente foto, como hipnotizado por lo que veía. Así que permanecí ahí de pie, mirando yo también mis fotos.
Unos minutos después me di cuenta de que Matthew ya no miraba la pantalla. Estaba mirándome el paquete, que estaba muy cerca de su cara, ya que él permanecía sentado en la silla del ordenador.
—Qué —dije, incómodo.
—¿La tienes dura?
—Un poco.
—Sácatela.
—¿Qué dices?
—Venga. Cáscatela en mis morros. Mejor en vivo que en foto, ¿no?
Y ante mi sorpresa, Matthew se desabrochó sus propios pantalones y se sacó la polla, una peluda preciosidad bien gorda que yo no había tenido el placer de ver anteriormente.
—¿Estás seguro? Eres hetero...
—No voy a dejar de ser hetero por comerte la polla esta noche.
Me quedé en blanco.
—¿Es que me vas a comer la polla?
—Sácatela, venga.
Aquello no podía estar sucediendo. Empecé a sentir calor, una concentración de energía al rojo en el lado izquierdo de mi cerebro.
—Oh, no...
Matthew me abrió él mismo el pantalón en vista de que yo no lo hacía y me sacó la polla por un lado del slip.
—Ostras, cómo te huele la polla. Es un olor distinto al que desprende la mía.
—Matthew, estamos a punto de viajar. Y no sé cuándo podremos volver.
—¿Qué dices?
—La última vez estuve fuera ocho meses. Ocurrió cuando tenía diez años. Pensé que nunca más me sucedería otra vez...
Matthew, seguramente pensando que estaba bromeando, se metió sin dudarlo toda mi polla en la boca.
—No sé por qué me sucede esto, sólo me ocurre cuando estoy muy, muy excitado. Pero arrastro conmigo a quien está cerca. Y tú estás muy cerca.
Matthew se sacó mi verga de la boca para decir:
—¿Quieres decir que me vas a llevar al lado oscuro?
—O a algún lugar peor.
—Pues vayamos. ¿Tienes poppers?
—¿Y tú cómo sabes...?
No pude acabar la pregunta. Con un plop la habitación desapareció y el frío de la noche nos engulló a ambos.
II
Estábamos vestidos con harapos y viajábamos hacinados entre otros diez hombres en una carreta tirada por algo parecido a caballos pero que no eran caballos.
Matthew me miraba alucinado.
—¿Dónde estamos? ¿Qué coño ha pasado?
—Hemos viajado, ya te lo he dicho.
—¿A dónde?
—Aún no lo sé. Seguramente a ningún sitio real.
—¿Qué significa eso?
—La última vez que me pasó acabé en un mundo conformado por los libros y las películas que había leído o visto últimamente.
—Vale. Pues espero que no hayas estado viendo Saw últimamente.
—No. He estado viendo...
No acabé la frase inmediatamente porque me di cuenta de que varios de los hombres que nos acompañaban en la carreta se habían sacado las pollas y se pajeaban, mirándonos con deseo.
—Porno —completó Matthew por mí. —Has estado viendo un montón de porno gay. Así que no habrá ninguna tía para mí en este mundo creado por tu subconsciente.
—A lo mejor alguna aparecerá. No suelo controlar lo que sucede aquí. Ya te he dicho que la última vez tardé ocho meses en encontrar la salida. Mis padres ya habían dejado de buscarme. Pensaban que estaba muerto.
—¿Entonces hemos viajado de verdad? ¿No es una cosa mental?
—No, no es un viaje onírico. Nos hemos trasladado a un mundo alternativo.
—Creado por ti.
—Eso creo.
—¡Eh, ¿qué haces?!
Uno de nuestros acompañantes, un enorme tiarro con pinta de nórdico, le estaba quitando a mi amigo la andrajosa camisa. Matthew trató de resistirse hasta que el tío que tenía al otro lado ayudó al primero en la tarea. La camisa fue a parar al polvoriento camino que dejábamos atrás y yo no pude apartar la mirada del desnudo y peludo pecho de mi amigo, sólo iluminado por la pálida luz de la luna.
—¡Hace frío! —Se quejó Matthew sin demasiada convicción.
Entonces cada uno de los tíos que lo sujetaban se amorró a uno de sus pezones. Matthew abrió la boca para decir algo pero la cerró, indeciso. Volvió a abrirla y a cerrarla. Luego puso una mano en la nuca de cada uno de sus chupapezones y les apretó la cabeza