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¿Te la saco yo a ti?
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¿Te la saco yo a ti?
Libro electrónico275 páginas3 horas

¿Te la saco yo a ti?

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¿Te la saco yo a ti? reúne los siguientes 15 relatos eróticos de temática gay:

Tu padre me pone
Nando, el protagonista de este relato, tiene una curiosa manera de definir lo que le sucede cuando conoce a ese hombre fenomenal: "Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo." Más allá de este dato curioso, este relato cerdo-romántico te encantará.

Mi amante inesperado
Los encuentros pueden darse de improviso en los pasillos de un centro comercial.

A solas con mi cuñado
Siempre he sabido que mi cuñado es bisex y desde hace una temporada no dejo de imaginármelo haciendo de todo con un montón de hombres. Hoy ha venido a mi casa a trabajar porque se le ha estropeado el router. Estamos solos...

Veinte días
Veinte días versa sobre la temporada que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

En la frontera del agujero negro
El capitán y el primer oficial de una nave estelar a veces desarrollan un vínculo muy especial.

Yo sólo soy un hombre que te desea
Mi profe de Ciencias Sociales en la Universidad decidió saltarse a la torera los convencionalismos en las relaciones sexual erótico afectivas entre profe y alumno cuando se coló de mí como un p... adolescente.

El sobrino del coronel
Nada le gusta más al sobrino del coronel que esperar en casa a que su tío le lleve a los nuevos reclutas como si se tratara de un presente.

El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
De éste no te cuento nada. Tienes que leerlo.

El osote cincuentón
Desde que escribo relatos eróticos en ciertas zonas de mi ciudad parece que atraigo a hombres que pretenden ponerme cosas en diferentes partes de mi cuerpo.

En primera persona
Dos hombres se conocen en un parque e intercambian direcciones. Un día uno de ellos visita al otro y... Seremos testigos de lo que ocurre en primera persona.

Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque.

El hombre perfecto
Siglo XXII. Nuestro protagonista se pide un modelo de hombre no nacido de madre para que le ayude con las tareas del hogar. Aunque piensa hacer algunas cosas calientes e ilegales con él.

El fin del mundo conocido
Armand sale de la criogenización e inmediatamente es raptado por un grupo de mujeres que necesitan su esperma. De regreso a casa descubre que el mundo ya no es como lo recuerda, los parques son ahora sitios de cruising donde los hombres tienen sexo a todas horas, a plena luz del día. Armand tendrá que descubrir qué ha ocurrido en el mundo en su ausencia...

¿Te la saco yo a ti?
Dos amigos a quienes sus novias acaban de dejar deciden poner un anuncio en un tablón de la universidad para buscar novias más receptivas. El primer anuncio no funciona y deciden hacer una sesión de fotos en un baño para añadir qué es lo que ellos ofrecen exactamente. Entonces la cosa se lía un poquito...

A ciegas
Un hombre lleva más de cinco años acostándose en una caravana con un tío a quien jamás ha visto la cara ni escuchado su voz. Para poder seguir con él es imprescindible que lo sigan haciendo a ciegas, porque su amante no quiere revelarle su identidad. Pero esta noche la verdad saldrá a la luz.

59.248 palabras. Unas 340 páginas, según el dispositivo de lectura. Y un montón de placer.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento1 dic 2016
ISBN9781370245628
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    ¿Te la saco yo a ti? - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Tu padre me pone

    I

    A Gusta lo conocí mi primer día en la universidad. Estaba apoyado en una pared con pinta de no importarle nada una mierda. Le pregunté si sabía donde estaba la clase de TICs de primero. Me dijo que él también tenía que encontrarla y nos pusimos a buscar juntos.

    Nos hicimos amigos rápidamente. Tanto que al final del día iba a contarle que soy maricón. Pero entonces alguien mencionó que un profe lo parecía y le cambió la expresión de la cara. De hecho, su rostro se agrió. Intuí que tenía algún problema con los gays y decidí no decir nada de lo mío. Era mi primer y único amigo de momento en la universidad. No me apetecía perderlo.


    II

    Con el paso de los meses llegamos a conocernos bastante bien. Él era hetero y tenía una novia a la que por temas de trabajo sólo podía ver dos fines de semana cada mes. Follaba poco pero estaba enamorado, así que se aguantaba y se mataba a pajas. Alguna vez me preguntaba si yo tenía novia pero siempre me las apañaba para decir algo interesante que le hacía olvidarse de que me había hecho esa pregunta. Después de haber visto varias veces que la mención hacia gays o lesbianas siempre hacía que se le frunciera el ceño y pusiera cara de querer matar a alguien había decidido que nunca le diría lo mío. Pero tampoco estaba dispuesto a mentir. No tenía por qué esconder nada. El problema, si es que había un problema, lo tenía él, no yo. Sin embargo, Gusta era un buen amigo. Me gustaba mucho su compañía y me lo había pasado de puta madre las tres veces que nos habíamos emborrachado. Mientras no me preguntara abiertamente, las cosas seguirían como estaban.


        III

    Siempre hacíamos los grupos juntos y para un trabajo de mates que necesitábamos sólo ser dos, nos pusimos también juntos. Así es como por fin un día fuimos a su casa y así es como conocí a su padre.

    El tío estaba sentado al ordenador cuando llegamos y no llevaba más que unos calzoncillos blancos bastante ajustados. Me quedé embobado mirándole la pelambrera del pecho.

    —Papá, éste es Nando. Vamos a trabajar un rato en mi cuarto.

    El padre de Gusta me miró y sonrió y yo sentí como el ano se me estremecía. Pedazo tío. Pedazo sonrisa. Pedazo todo. Las cachas de mi culo estaban aplaudiendo. Gusta me cogió del brazo y tiró de mí en dirección a su habitación. Su padre me siguió, con su mirada y su sonrisa, hasta que lo perdí de vista.

    —Siento que hayas tenido que verlo casi desnudo. Ya estoy hasta los cojones de decirle que no vaya así por la casa.

    —Bueno, es su casa —murmuré. —Puede ir como le dé la gana. A mí no me molesta ver a nadie con poca ropa.

    —A mí no me gusta. Cuando viene mi novia paso vergüenza.

    Ahí estaba otra vez. El ceño fruncido, la cara agriada. Empezaba a comprender cuál era el problema de Gusta con los gays.

    —¿Tu padre es maricón? —Solté a saco.

    Gusta me miró sorprendido.

    —¿Cómo lo has sabido? ¿Estaba viendo porno cuando hemos entrado? —Dijo enfadado, como a punto de levantarse para darle una hostia.

    —No, no. En realidad lo he sabido por tu actitud. Cada vez que alguien menciona la homosexualidad te pones de uñas, como los gatos.

    —¿Ah, sí? Pues debe ser instintivo. No me he dado cuenta.

    —Pues lo haces.

    —No tengo nada contra los gays. Si tú lo fueras no podría importarme menos. Pero sí tengo algo contra este gay. Metió a un tío en casa una semana después de que mi madre se largara. Y no me preguntó qué opinaba yo.

    —¿Y qué opinabas?

    —Que me importa tres mierdas con quién se acueste pero que podría haberme dicho que iba a traer a su novio a vivir con nosotros. No soy un puto mueble del comedor. Soy su hijo. Una conversación al menos me debía.

    —Ya...

    —De todas formas el novio le duró dos semanas. Mi padre se cansa enseguida de sus rollos. Ya lleva tres años sin pareja y no parece que le haga mucha falta. Y yo prefiero que nadie viva aquí permanentemente. Así que por ahí, bien. Qué. ¿Nos ponemos a currar?

    Estuvimos trabajando tres interminables horas con el trabajo de mates. Yo no me quitaba la pelambrera del pecho de su padre de la cabeza. Al final y aunque no tenía ganas de mear le pregunté a Gusta cómo se llegaba al baño. Tenía ganas de ver otra vez a ese pedazo hombre.

    Salí de la habitación y me dirigí hacia el aseo, aunque no era mi destino real. Eché un vistazo al comedor. El padre de Gusta seguía allí. Me vio y me saludó. Otra vez esa sonrisa traviesa. El tío era un seductor nato.

    —¿Qué tal lleváis el trabajo? —Me preguntó, mirándome de arriba a abajo sin cortarse un pelo.

    —Es un coñazo.

    —¿Vas al baño?

    —En realidad no. Quería estirar las piernas —dije, acercándome a él. Aquello era muy mala idea. —¿Qué haces?

    —Tontear. Hoy es mi día libre. No tengo nada que hacer. Excepto rascarme los huevos —dijo, tocándoselos.

    Mi mirada se posó ahí y ya no pude moverla. La sonrisa del padre de Gusta se ensanchó.

    —Vaya. Creo que esto llama tu atención —dijo, bajando la voz.

    —Mucho —murmuré, tras tragar saliva.

    —Entonces supongo que te gustará que haga esto.

    El tío se sacó las bolas por un lado del calzoncillo. Tenía unos cojones grandotes y muy peludos. Preciosos.

    —Jo... der...

    —¿Te gustan? —Susurró.

    Asentí con la cabeza.

    —¿Te los quieres comer?

    Volví a asentir.

    —No sería apropiado —dijo, guardándoselos. —No con mi hijo en la habitación.

    —Ya...

    —Quizá en otra ocasión.

    —Sí...

    Me di la vuelta como un autómata y me fui hasta el cuarto de baño sin creerme lo que acababa de pasar.


    IV

    Al día siguiente hablamos de quedar otra vez para seguir con el trabajo. Le pregunté a Gusta si quería que lo hiciéramos en la universidad.

    —¿Por qué? En mi casa estaremos más cómodos.

    —Bueno...

    —¿Te incomodó ayer mi padre?

    —No, no.

    —Pues vente después de comer.

    A las cuatro de la tarde me presenté en su casa bastante nervioso. Pero mientras llamaba al timbre recordé que el padre de Gusta me había dicho el día anterior que no tenía nada que hacer porque era su día libre. Así que hoy no debía estar en casa. Estaría trabajando.

    Para mi sorpresa fue el padre de mi amigo quien me abrió. Esta vez iba vestido. Llevaba un polo verde ajustado y unos vaqueros rotos por varios sitios. Estaba muy guapo.

    —Hola, Nando —me saludó, con su habitual sonrisa traviesa. —Gustavo te está esperando.

    —Oye, ¿cómo te llamas? No te puedo seguir llamando padre de Gusta cuando pienso en ti.

    —¿Piensas en mí? Qué mono. Me llamo Juanjo —dijo, estrechándome la mano.

    —Pensé que no te vería. Que estarías trabajando.

    —Estoy trabajando. Trabajo en casa.

    —¿Ah, sí?

    —Soy diseñador gráfico.

    —Qué interesante.

    —Me visto para trabajar. Es parte de la rutina. Pero me habría encantado haberte abierto la puerta en calzoncillos. Te habría dejado meter la mano por un lado y sobarme los cojones.

    —Creo que debería... —dije, señalando la habitación de su hijo.

    —Claro. Divertíos. Yo voy a seguir con lo mío.

    Entré en la habitación de Gusta literalmente temblando. Mi amigo me tiró una almohada a la cara. Luego la recogió del suelo riendo y se me quedó mirando.

    —¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma.

    —Nada. Vamos a trabajar.

    —¿No se te habrá insinuado mi padre?

    —¡No, por Dios! —Dije, quizá demasiado vehementemente. —¿Alguna vez lo ha hecho? ¿Insinuarse a tus amigos?

    —Más le vale que no porque le partiré la cara.

    —Míralo por el lado positivo —dije. —Nunca se le va a insinuar a tu novia.

    —Eso es verdad.

    Trabajamos en el puto trabajo de mates otras dos horas, hasta que Juanjo tocó a la puerta.

    —¿Se puede?

    —Abre —contestó su hijo de mal humor.

    Juanjo se asomó sonriendo.

    —¿Por qué llamas hoy? Siempre entras sin avisar —se quejó Gusta.

    —Por si os estabais besando.

    —¡Papá!

    El cabreo que pilló Gusta fue bonito. Agarró otra vez la almohada que me había tirado a mí y empezó a pegarle en la cabeza a su padre. Juanjo se tronchaba y yo me había puesto colorao.

    Cuando se cansó de atizarle almohadazos Gusta se dejó caer en la silla del escritorio, acalorado. Luego se dio cuenta de que su padre seguía ahí plantado.

    —¿Qué querías?

    —Me preguntaba si tu amigo querría cenar esta noche con nosotros.

    Yo me quedé mudo. Aquello sí que no me lo esperaba.

    —¿Qué vas a hacer?

    —Nada especial. Alitas y si me apetece igual hago una tortilla de patatas. Si no, hay lomo.

    —Si haces la tortilla se queda —decidió Gusta por mí.

    —Vale. Pero tendrás que bajar a por huevos. Yo tengo que acabar la web con la que estoy ahora. Tengo para un par de horas.

    —Bien. Nosotros iremos a comprar.

    Juanjo levantó una ceja. Me di cuenta de que había esperado que pudiéramos quedarnos a solas mientras su hijo se iba a comprar. Pero aquello no iba a suceder.

    —Bueno. Os dejo que trabajéis.


    V

    Fue una velada de lo más agradable. Juanjo era más que divertido, encantador. Mucho más alegre y joven que su propio hijo. Gusta estuvo bastante serio pero parecía contento de que por una vez su padre se comportara como un padre normal. Claro que lo teníamos engañado. Juanjo no dejaba de lanzarme miradas cargadas de sexo y yo intentaba no ponerme a tartamudear a la primera de cambio.

    Antes de pasar al postre Gusta se metió en el cuarto de baño y Juanjo se levantó de su silla, vino hasta mi sitio y me puso las manos sobre los hombros. Un escalofrío de placer me recorrió de arriba a abajo.

    —¿Sabes lo que te haría? —Me dijo al oído.

    —¿Qué? —Quise saber, casi sin voz.

    —Me sentaría en tu cara para que pudieras olerme los huevos. Seguro que es algo que te encanta. Y luego dejaría que me los chuparas lentamente, que me comieras los cojones y después el agujero. Tienes cara de hacer unas comidas de culo brutales. ¿Te gustaría eso?

    —Me encantaría...

    —Y luego...

    La puerta del baño se abrió y Juanjo se fue tranquilamente para la cocina. Gusta se sentó y comentó que había comido demasiada tortilla. Yo miraba mi plato.

    —Te has ruborizado —observó Gusta.

    —Siempre me pasa con el vino.

    —No te habrá soltado alguna mariconada...

    —¿Tu padre? Qué va. Es... un encanto.

    —Yo jamás lo definiría así.

    —Bueno. Es normal. Eres su hijo. Pero es muy simpático. Y buen anfitrión.

    —Claro. Un buen anfitrión siempre va en calzoncillos por la casa.

    —Sólo en su día libre.

    —No lo defiendas. No es tu amigo. Yo soy tu amigo. Él es sólo mi padre. Y no es un gran padre.

    —Vale...

    Juanjo volvió de la cocina con una tarrina de helado, tres cuencos y tres cucharas.

    Y comimos el postre.


    VI

    Ya sólo nos quedaba reunirnos un último día para acabar el trabajo de mates. Teníamos que terminarlo sí o sí porque el plazo para entregarlo expiraba esa misma noche a las diez. Tenía unas ganas horribles de quedarme a solas con Juanjo, aunque fuera un minuto escaso. Quería que volviera a tocarme y que pusiera más imágenes en mi subconsciente, ya que era lo único que podía colocarme con Gusta por ahí.

    Cuando entramos, Juanjo estaba hablando por teléfono y ni nos miró. Fuimos a la habitación directamente y nos pusimos enseguida con el trabajo. Yo estaba un poco desencantado. Había esperado su mirada y su sonrisa al llegar. Como me habían faltado, me sentía un poco vacío.

    Pero al cabo de cinco minutos tuve mucho más.

    Juanjo entró sin avisar en la habitación y Gusta cogió un rebote.

    —¡Llama antes!

    —¿Para qué? El otro día quedó claro que no os voy a pillar besándoos.

    —¿Qué quieres?

    Juanjo me señaló.

    —¿Me lo prestas?

    —Ah, vale.

    Yo no entendía nada.

    —Es para que me des tu opinión. Tengo dos posibles diseños para una web y no consigo decidirme por uno.

    —Los dos son buenos —dijo Gusta.

    —Ah, tú ya los has visto... —Murmuré.

    Juanjo ya se había vuelto para el comedor.

    —¿Vienes, Nando? —Se oyó.

    —Claro.

    Salí de la habitación y vi como Juanjo me pedía por gestos que cerrara la puerta. Pero no le hice caso. Gusta podría sospechar si lo hacía y no tenía muy claro a dónde estaba dispuesto a llegar con su padre con él en casa.

    Juanjo no se molestó en enseñarme los dos diseños para la web. Cuando llegué a su altura me cogió de la nuca y me metió un morreo que hizo que las piernas me temblaran. Su hijo podía salir en cualquier momento de la habitación, cuya puerta seguía abierta, pero a Juanjo aquello no parecía importarle lo más mínimo.

    Dejé que me besara cerca de un minuto pero al final lo aparté, preocupado.

    —A ver. Enséñame otra vez el otro —dije, intentando sonar convincente.

    Juanjo me tomó la mano y la colocó sobre su bulto. Tenía una erección impresionante.

    —Mira cómo me has puesto —me susurró.

    Sin darme tiempo a reaccionar se abrió el pantalón y me enseñó la polla. La piel del prepucio le hacía una amplia balsa alrededor del glande, balsa que se había llenado de líquido preseminal. El padre de Gusta era muy precumero. Metió el dedo gordo en la balsa de precum y lo untó bien untado. Después lo llevó hasta mis labios. Le chupé el dedo con una excitación que me estaba nublando todos los sentidos. Cuando no quedó precum en el dedo volvió a mojarse el pulgar en la pollaca y me alimentó de nuevo.

    Chupé su dedo otra vez sintiendo cómo me subía una especie de fiebre. Después escuché un ruido en la habitación de Gusta y salí disparado hacia el baño donde me encerré.

    Aquel día no hicimos nada más, Juanjo y yo. Pero estaba claro que no íbamos a parar hasta que acabáramos en una cama. Y que eso iba a suceder más temprano que tarde.


    VII

    Las cosas con Gusta comenzaron a ponerse raras hasta que comprendí que era yo quien estaba empezando a sabotear nuestra amistad. Intentaba que nos peleáramos y después de un examen de conciencia me di cuenta de que ya había trazado hasta un plan. No quería pelearme con Gusta para evitar volver a ver a su padre. Todo lo contrario. Quería que dejáramos de ser amigos para tener vía libre y poder acostarme de una vez con Juanjo sin cargo de conciencia. Claro que iba a ser imposible no tener cargo de conciencia. Lo único que podía hacer era justo lo que estaba haciendo casi sin querer: pelearme con Gusta y acostarme con su padre sin que él nunca se enterara. Era la mejor forma de no hacerle daño y ya tenía muy claro que era la única opción disponible. No podía quitarme a su padre de la cabeza. Lo de alimentarme de precum era mucho más que una simple imagen en mi subconsciente. Me había dado un adelanto, algo con lo que engancharme hasta la médula. Algo que no me permitía concentrarme en nada más.

    Mi otro problema era cómo encontrarme con Juanjo a espaldas de su hijo. Después de una bronca con Gusta que pareció más definitiva que otras veces se me ocurrió que lo mejor era saltarme las clases una mañana y presentarme en casa de Juanjo (y Gusta) mientras mi ex amigo estuviera en clase.

    No podía estar seguro de que fuera a encontrar a Juanjo en su casa, ni siquiera de que quisiera acostarse conmigo. Quizá le daba morbo decirme guarradas si su hijo nos podía pillar pero se le bajaba sin ese aliciente. O quizá Gusta le hubiera contado que se había peleado conmigo y Juanjo decidiera no tener relaciones con los amigos de su hijo, cosa sensata, por otra parte.

    Pero no podía seguir sin saber. Así que al día siguiente de mi gran pelea con Gusta me salté las clases y me presenté en su casa.

    Llamé al timbre. Estaba más nervioso de lo que nunca lo he estado. No sabía lo que iba a decirle a Juanjo.

    La puerta se abrió por fin y me quedé con un palmo de narices. Era Gusta quien me había abierto. Tenía los ojos rojos. Parecía haber llorado toda la noche. Cuando me vio no podía creer que estuviera allí. Me abrazó con fuerza y empezó a pedirme perdón por la pelea. Me dijo que yo era el mejor amigo que había tenido nunca y que no iba a permitir que volviéramos a pelearnos jamás. Que toda la culpa era suya. Creyó que yo había ido a clase y que al no verlo había ido a su casa preocupado por él, incluso después de la gran pelea que habíamos tenido el día anterior.

    Al menos no sospechó que yo, a quien había ido a ver, era a su padre.

    Gusta me hizo pasar. Juanjo nos miraba preocupado desde su silla frente al ordenador.

    —Menuda noche le has hecho pasar —me dijo, a modo de saludo.

    —Lo siento. Discutimos por una tontería, en realidad —me disculpé.

    Creo que Juanjo sabía perfectamente lo que había pasado. Sabía que yo estaba allí aquella mañana por su polla, no por su hijo.

    Parecía que

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