Papelucho gay en dictadura
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Papelucho gay en dictadura es un libro híbrido plagado de conmovedoras escenas y agudas esquirlas, que se ubica en el límite de la auto ficción y la escritura de memorias. Un brillante testimonio que retorna a la experiencia de crecer y sus metáforas. Y abre otro costado: lo duro que resulta para un adolescente, luchar contra la dictadura y entenderse gay al mismo tiempo. También hay epifanías: días junto a las tías, jornadas de peñas, de El Trolley o encuentros con el fantasma de Rodrigo Lira. Una obra entrañable que confirma la contundencia del proyecto narrativo e intelectual de Juan Pablo Sutherland.
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Papelucho gay en dictadura - Juan Pablo Sutherland
Juan Pablo Sutherland
Papelucho gay en dictadura
ISBN: 978-956-9974-66-3
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http://write.streetlib.com
Papelucho gay en dictadura
Juan Pablo Sutherland
Nadie es propietario de su vida ni de su muerte,
las existencias se solapan de tal manera que cada
una de ellas tiene su centro en todas partes y su
circunferencia en ninguno.
Georges Gusdorf
A Myriam Sutherland,
por acompañar ese fragmento de niñez agraviada.
Tengo una pistola* en mis manos. Una pistola con cinco balas. Es un bello revólver, con brillo, con estilo, se ve mejor como adorno que como arma real. Se supone que tengo que disparar esta arma si hoy algo sale mal. Tengo dieciséis años y un arma en mis manos. Me miro al espejo y me veo bien con esta arma, pero se supone que soy de los buenos y no de los malos. Me gusta tener esta pinta de chico malo, me siento seguro, así nadie anda pensando en molestarme. He ocupado muchas veces esta arma en sueños, he recorrido calles enteras por la ciudad con esta arma que no se ve como arma, sino como un adorno, es un detalle, estilo de chico heroico. Estoy convencido de que nunca ocuparé este revólver, pero si alguna vez me encuentro de frente con ese lado oscuro de mi cabeza, le diré que no dispare. Tengo un arma para verme mejor, es sólo eso. Un arma da estilo en estos tiempos.
* Tuve un arma en mis manos, nunca se usó. Durante mucho tiempo fue un resguardo frente al miedo de ese tiempo en Pudahuel. Se enterró en el patio de mi casa, cuando quise sacarla no la encontré. Se la tragó la tierra. Alguna vez pensé que lo soñé.
Me dicen niño elefante y no recuerdo el golpe militar. Mis padres nunca quisieron hablar de ese día. Todo fue como si hubiesen censurado la película más importante de sus vidas. De los años setenta no sé mucho, sólo que hubo un golpe de Estado, que Allende murió y mucha gente cayó detenida, desapareció y a otros los patearon de Chile. Mi memoria se formó en los años ochenta, cuando todo comenzó a tener sentido. Ahí llegaron los televisores a color y mi mamá me compró una máquina de escribir Olivetti usada. Estudié en el liceo Darío Salas, un liceo público donde además estudió Caszely y Fernando Ubiergo, quien tenía una canción famosa llamada Cuando agosto era 21
donde una niña muere con un bolso de cuero y un corazón dibujado y que ganó el Festival de Viña del Mar dos veces. Yo siempre miraba el patio del liceo soñando que ella no volviera. Esa canción no debía ser su condena. Aunque en esos años mucha gente moría. Los años ochenta fueron los años más movidos de mi vida. Mis amigos de ese tiempo: el Gringo Canales y Bola de nieve. El Gringo destacaba como aplicado y arrogante y Bola de nieve por simpática y buena gente. Increíblemente era amigo de los dos, aunque entre ellos se odiaran. Resultaba que yo debía tener un don especial para unir esos dos mundos extremos, era Presidente de curso del Primero J, recién había entrado a las Juventudes Comunistas y no tenía idea de Marx ni de Lenin, además era tesorero, actividad que se transformaba en un lío de proporciones cada tres meses cuando había que cuadrar las cuentas ante el consejo. Siempre debía ingresar plata que faltaba, nunca di bien con las finanzas que se volvieron por meses una pesadilla: cuadrar, cuadrar como melodía infame, soñaba haciendo hileras de esas monedas de un peso, hilera que se extendía infinitamente, línea de metal que luego caía estrepitosamente sobre mi cabeza perdiéndose por las calles de mi barrio.
Durante los ochenta fui un niño extraño, ido, autista, que vivía en medio de lo real y la ficción que creaba para protegerme. Imaginaba al fantasma de un poeta suicida con el que hablaba todos los días. A veces inalcanzable para el mundo cercano y peor para el lejano. Ese niño-adolescente al borde de la juventud se asomó en estos fragmentos de memoria: diario de vida, epifanías que convivían con la brutalidad de los días. Siempre me imaginé como un Papelucho-raro, Papelucho-elefante, Papelucho-monstruoso, Papelucho-marica, palabra que nunca quise decir pero que los otros solían decir de mí. Ese Papelucho que deseaba ver y leer no existía, pero algo me señalaba que era yo mismo. Ese niño elefante se hizo real con la injuria en el cuerpo en medio de la violencia cotidiana de un pequeño país al sur del mundo.
El futuro se ve mejor cuando veo UFO*, incluso en la serie la gente se viste estupendamente pero no sonríen ni se ven alegres, usan pantalones apretados, a los tipos se les ve bien marcado el paquete, las mujeres usan pelucas rubias y moradas con un corte garzón, se supone que todos son del futuro, año 1980, estamos en 1983 y en mi barrio nada es igual a UFO. Sólo me interesa ufo por las pintas, el diseño de muebles y los autos que casi vuelan, los platillos voladores son todos plateados y nunca se ven extraterrestres. La sigla UFO es parecida a la palabra ovni, aunque prefiero UFO, me gustaría vestirme como la gente de UFO, tonos pasteles, patas plateadas y cortes de pelo rectos. Los tipos de UFO son delgados, no tienen guata, pero nadie ríe, ni tampoco lloran, parece que en el futuro no tendremos emociones, me gusta esa idea, vivir sin emociones, como ahora que escribo en esta máquina de escribir sin pensar en nada, ni rabia ni pena, es más fácil escribir con letras grandes o mayúsculas, es aburrido cambiar de letra, pues si se hacen pequeñas tienes que realizar muchos movimientos, pero en grande es mejor. Esto es algo mecánico, tecla a tecla, letra a letra, el futuro es mejor sin