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Mujeres Sol, Hombres Luna
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Libro electrónico154 páginas1 hora

Mujeres Sol, Hombres Luna

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Información de este libro electrónico

Podrán desviar el río, pero no podrán evitar que vuelva a su cauce.

Siempre nos dicen que el mundo se divide en dos. Hombres y mujeres. Solaris y lunaris, en este caso.
¿Pero quieres que te cuente algo?
Cada vez que nos hablan de esto, nos han estado mintiendo.

Dyan creció con los solaris, pero su magia es plateada, como la de una lunaris.
Synnvone creció con las lunaris; sin embargo, tiene magia plateada y naranja.
Dyan huyó cuando esto fue descubierto.
Synnvone hace tiempo que se había ido a un lugar donde pudiese sentirse más libre.

La única verdad que tenemos al final es esta:
Nadie más que tú puede decirte quién eres.

Si te has perdido, si te confunde, si no entiendes el género y la identidad, ¡este es tu libro! Fantasía, colores, metáforas y explicaciones para todas las edades sobre transexualidad y expresión del género, desde la perspectiva de alguien que pertenece al colectivo.

IdiomaEspañol
EditorialJuniper Sisi
Fecha de lanzamiento4 jul 2021
Mujeres Sol, Hombres Luna

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  • Calificación: 4 de 5 estrellas
    4/5

    Dec 26, 2023

    Siento que necesitamos más libros como este escritos por autores latinoamericanos que tengan un sitio seguro para escribir libros sobre la diversidad sexual. Libros de autores LGBT+ de países anglosajones hay muchos y a veces uno como lector se siente poco identificado por la obra (aun siendo un libro fantástico) porque no fue escrito con el punto de vista de una sociedad ultra conservadora. O utilizando palabras del Inglés que se sienten confusos o inpronunciables en el Español. Necesitamos más libros como este con protagonistas trans navegando ese difícil primer paso de como sentirse a gusto consigo mismos y que los acepten sus familias y sociedad.

    Bravo! Y lejos de sentir que este libro sea un suicidio a su carrera, que nuestro autor escriba más libros similares. Planeo recomendarlo a muchas personas.

    El único motivo por el cual no sacó 5 estrellas es porque la historia es a veces confusa (no es una trama 100% lineal), pero por lo demás fue una lectura de magia, amor y de autoconocimiento excelente.

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Mujeres Sol, Hombres Luna - Juniper Sisi

Mujeres sol,

hombres luna

Juniper S.

Copyright © 2021 Juniper

Todos los derechos reservados

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La sociedad existe sólo como un concepto mental, en el mundo real sólo existen los individuos

-Oscar Wilde.

1

Siempre le contaron que sólo existían dos caminos. Nacías de un modo y crecías así. No había cambios, variaciones ni errores. Nadie te preguntaba si estuviste de acuerdo entonces, y mucho menos esperaban que te opusieras cuando fueses mayor.

Esta idea provenía del árbol Y. Las lunaris, las mujeres luna, y los solaris, los hombres sol, venían a este mundo a través del árbol. Un tronco lleno de nudos que separaba sus pueblos; un lado tenía un profundo color marrón y ramas desnudas y torcidas, el otro un exceso de hojas oscuras y un tono de gris pálido en la madera.

Eso era todo. Cada uno de ellos venía de allí, el pueblo respectivo lo acogía, y la vida continuaba.

Y nadie se preocupaba por aquellos que no estaban de acuerdo con lo que eligieron para ellos.

Synnvone comprendió esto a una edad muy temprana. Dejó atrás el pueblo de las lunaris, persiguiendo a una ardillita moteada que era común en el bosque de escarcha. Sus pasos formaban huellas en la capa blanca sin temperatura, hasta que se salió del sendero secundario y fue a parar a un camino de tierra amarilla. La división entre sus pueblos.

El árbol Y estaba justo ahí adelante, erguido, extraño y majestuoso a su manera, mostrándoles la filosofía bajo la que vivían las lunaris y solaris. Sólo tienes dos opciones. Nada más. No hubo, no hay, no habría más.

Synnvone atrapó a la ardillita y la atrajo hacia su pecho. Sus pies se movían más cerca del árbol, a un ritmo vacilante. Estaba a punto de alcanzarlo, quería tocar su corteza. Luego hubo un ruido junto al sendero y Synnvone se apartó de un salto.

El sonido venía del camino que llevaba al pueblo de los solaris. Synnvone miró hacia atrás, al lugar por el que se suponía que debía regresar a su hogar, y lentamente se desplazó en la dirección opuesta. Su corazón latía tan fuerte que podía escucharlo tronar y las manos que sujetaban a la ardillita temblaron.

Acercarse al sendero y espiar de cuclillas era lo más emocionante que había intentado en su vida.

Synnvone esperaba sorprenderse más. Las historias sobre los solaris eran complicadas y adornadas por cientos de detalles que les daban a entender a las lunaris que no había punto de convergencia, ninguna similitud entre ambos pueblos. No eran ni siquiera de la misma especie.

Pero lo que encontró no fueron criaturas grotescas que le causarían una pesadilla, ni seres demasiado brillantes para poder observarlos de frente. No portaban las armaduras con las que pensaban apoderarse del pueblo lunaris, no tenían cuernos en la cabeza, ni hablaban a través de las manos.

¡Eran tan aburridos! Incluso les faltaban los colmillos con que se decía que desgarrarían la carne de las lunaris si algún día los hacían enojar.

Por más que Synnvone los observaba, no podía encontrar la diferencia abismal entre sus pueblos. El color de piel, el cabello, la forma de peinarse, la ropa, esos eran detalles menores. La contextura, la manera en que hablaban, lo que tenían en sus cuerpos. A Synnvone le parecía que estaban construidos de la misma forma que las lunaris.

Hablaban en un dialecto tosco que le hacía gracia y sus movimientos le llamaban la atención, porque perdían cierta gracia que asociaba a su pueblo. Fuera de eso, Synnvone no encontró algo que le diese a entender que los distinguiría si colocaba a una lunaris y un solaris uno junto al otro.

Tal vez, pensó en el trayecto de vuelta a casa, la persona que inventó esos cuentos nunca había visto a un solaris.

2

La organización del pueblo solaris era simple y precisa. Los niños que nacían del árbol Y, bajo las ramas desnudas por el calor, se convertían en solaris, y eran llevados con ellos. Se les asignaba un familiar, un miembro mayor que pudiese cuidarlos cuando eran pequeños, y poco a poco, les daban las tareas necesarias para integrarse al pueblo y ser de utilidad.

Ysel, el familiar de Dyan, ya estaba bastante mayor y no tenía energía para perseguirle cuando salía por la ventana. Dyan aprovechaba esto en cada oportunidad que tenía. Con su morral a cuestas y una bandana blanca que pudiese cubrirle la cabeza del intenso sol, recorría las calles más cercanas al hogar de su familiar.

Veía a los constructores apilar bloques pesados que luego se convertirían en sus hogares, a los arqueros que practicaban en el campo con las dianas antes de ir por la comida del pueblo, el anciano que arreglaba cachivaches de las casas y siempre le daba un caramelo. Todo en el pueblo de los solaris era duro, pesado y sólido, mucha madera trabajada por buenos carpinteros, metal en las ventanas y los vehículos de transporte. Los colores dorados y tonos de rojo inundaban el lugar y brillaban con más fuerza bajo el sol inclemente.

Los solaris eran muy similares al lugar en que residían. Dyan se podía colar entre ellos sin que le notasen, con el vago temor de que fuesen a pisarle por error esos sujetos altos, de hombros anchos y piel morena. Tanto trabajo a altas temperaturas hacía que la ropa de los solaris fuese ligera y que se sacasen la parte superior con frecuencia, solían estar cubiertos de sudor, y a Dyan nunca le gustó el olor que percibía en el centro del pueblo.

Jugaba en los muros a medio levantar, saltaba sobre tablas, se escondía detrás de alguien, y a veces, un solaris incluso le cargaba y ponía a Dyan en otra parte para que no interrumpiese su trabajo, diciéndole frases como se un buen niño y ya podrás hacerlo tú un día.

Dyan no tenía planes de crecer para estar en aquel sitio abarrotado y que se le pegase ese aroma, así que asentía, se reía, y echaba a correr, confiando en que Ysel no podría atraparle aun si ya hubiese ido a buscarle.

Su sitio favorito del pueblo entero quedaba más allá de un río, que obligaba a Dyan a saltar sobre varias rocas para cruzarlo. Los ruidos de los solaris no llegaban allí, nadie jugaba con Dyan, tampoco esperaban enseñarle lo que un día debía hacer. A diferencia de los toscos edificios del centro, alzados para ser prácticos y no hermosos, la estructura a las afueras del pueblo se unía a la base de una montaña y tenía tonalidades blancas, ventanas enormes y unas preciosas cortinas de transparencia, en las que Dyan se envolvía y fingía que nadie podía verle.

Luyla siempre se enteraba de que estaba allí por esto, claro.

—Dy, sal de aquí. ¿Volviste a escaparte de Ysel? Sabes que no puedes hacerle eso a tu familiar…

Dyan continuó dentro de la cortina, encerrándose en tela, con los ojos cerrados y la firme creencia de que Luyla pensaría que no estaba si no le respondía.

—Ah, creo que me lastimé el tobillo…duele…

Tan pronto como escuchó el quejido, Dyan batalló con la cortina para desenroscarla de su cuerpo, y trastabilló hacia Luyla, que se tocaba el tobillo con una expresión que no podía ser más falsa. Se agachó frente al solaris, quitó sus manos de en medio, e intentó examinarlo, de la manera en que Ysel lo hacía; su familiar era uno de los sanadores del pueblo.

—No está morado —informó Dyan, con una seriedad impropia para alguien de seis años.

—¿Eso es bueno? —Luyla le siguió la corriente.

Dyan asintió deprisa, varias veces. Hizo que apoyase el pie y observó su reacción atentamente.

—Si estuviese roto, no podrías apoyarlo —continuó, muy feliz con su diagnóstico—. ¿Te caíste?

—Di un mal paso.

—Entonces sólo te lo torciste, Lu.

—¿Ah, sí? —Luyla se rio—. ¿Y qué hago ahora?

Dyan arrugó el entrecejo, en señal de profunda concentración.

—Si puedes seguir bailando, ten cuidado, y si no, descansa. Ysel ya me dijo cómo se ponen las vendas en los tobillos y muñecas —le contó, más bajo, como un secreto. No se suponía que aprendiese hasta los ocho años, al menos, pero Dyan quería saberlo cuánto antes.

—¿Me lo vendarás si me duele mucho?

Dyan asintió. Luyla se rio y le revolvió el cabello.

—Entonces voy a seguir practicando, y si algo me pasa, tú me ayudas.

—Sí —contestó Dyan enseguida, ilusionándose con la idea de que podría quedarse.

El solaris le indicó que se alejase con un gesto y Dyan corrió hacia una de las ventanas. Se sentó en el marco grueso que casi tocaba el suelo.

Luyla era bailarín. Viajaba a otros lugares de solaris, a los de las lunaris y los pueblos silenciosos que ni unos ni otros comprendían, porque eran diferentes.

Según los demás solaris, la profesión de Luyla no era la adecuada.

Para Dyan, debía ser perfecta.

Podía pasarse el día entero allí, viendo a Luyla moverse. Le llevaba diez años y sólo hacía poco que se dedicaba a esto de forma tan abierta, pero Dyan recordaba que tenía conductas distintas a los otros solaris desde que lo conocía.

Luyla tenía la misma fuerza que el resto de los solaris y lo había visto levantar los bloques de construcción sin esfuerzo, sólo no quería hacerlo. No le gustaba el sol, por lo que bailaba bajo la protección del techo, y la ropa suelta de los solaris se le hacía simple y sosa,

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