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Los Hijos de Apolo: El Ejército del Olimpo
Los Hijos de Apolo: El Ejército del Olimpo
Los Hijos de Apolo: El Ejército del Olimpo
Libro electrónico767 páginas10 horas

Los Hijos de Apolo: El Ejército del Olimpo

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Información de este libro electrónico

La raza Lykos es blanco de la ira de Hades, quien ha decidido exterminarla para vengarse de Apolo, el antepasado de todos los licántropos.

Decklan es el Karà, el líder de los Beta.

Vive en Estia, una reserva rodeada de muros de plomo y a salvo de los demonios del Hades. Su tarea consiste en encontrar jaurías de Lykos en peligro y ayudarles a llgar a la seguridad de la reserva. Su vida es perfecta: tiene poder, riqueza, todas las mujeres que quiere.

Las cosas, sin embargo, están destinadas a cambiar.

Sameera es un lobo albino. Ella es una Beta, una guerrera, y no quiere retirarse a una vida serena con las otras chicas. Decklan no podrá resistir el desafío de domarla y terminará enamorándose de ella. Pero alguien está dispuesto a romper esa felicidad y Decklan se verá obligado a pedir ayuda a la última persona que querría ver: Damián, el Príncipe de los Guerreros.

El segundo libro de la saga: El Ejército del Olimpo

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 abr 2020
ISBN9781071538760
Los Hijos de Apolo: El Ejército del Olimpo

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    Vista previa del libro

    Los Hijos de Apolo - Thalia Mars

    A ti, que eres mi sol y yo como la tierra

    doy vueltas alrededor de ti,

    atraída irremediablemente.

    A mi mamá, que es mi estrella polar

    y como con los marineros,

    mi guía hacia la justa dirección.

    PRÓLOGO

    Seduction, Seduce.

    Ain’t nobody who’s as good at what I do

    ‘Cause one minute she loves you, the next she don’t

    She’s been stolen from you.

    Seducción, seduce

    No existe nadie tan bueno en aquello que yo hago

    porqué en un minuto ella te ama, y al siguiente ya no

    ella te fue robada

    Eminem - Seduction

    Septiembre 2022

    Abrió la puerta de par en par y entró furioso, atravesando el ingreso del apartamento con paso rápido y decidido. El tintineo de sus botas pantaneras tachonadas era apenas prescindible en el caos que salía desde la smart tv de cien pulgadas, sintonizada en un canal de música.

    Un muchacho estaba sentado sobre el sillón de color azul; las manos detrás de la cabeza acariciándose distraídamente sus cabellos castaños y los ojos cómplices que miraban la pantalla con aire aburrido. También él tenía botas pantaneras tachonadas, donde las piernas cruzadas y los talones apoyados sobre un pouf en piel color rosa.

    Su físico bien formado le permitía vestirse con nonchalance la divisa de piel negra de los Beta.

    Se volvió a mirarlo cuando lo oyó entrar y, viendo la expresión tensa en su rostro de ángel, le preguntó:

    — ¿Hey Deck, todo bien?—

    Decklan pasó a la par del sillón y avanzó con grandes zancadas hacia el mueble que estaba a sus espaldas.

    — No Olly. — gruñó, furioso. —No está todo bien. —

    Aferró el smartphone, que estaba a la par de uno de sus libros de mitología griega, casi arrancándolo del cargador, tanta era la rabia que le ardía el cuerpo.

    Oliver bajo los pies del pouf para seguirlo con la mirada.

    — ¿Qué estás haciendo?— le preguntó, apoyando un brazo al respaldo.

    Pero Decklan no lo estaba escuchando, demasiado atento a lo que le estaba pasando por la cabeza.

    Controla rubrica de teléfono hasta encontrar el número que buscaba. Entonces rozó la pantalla con el pulgar, iniciando la llamada.

    Se pasó una mano entre los cabellos rubios, llevándose el smartphone al oído y contó cuatro llamadas, antes de que una voz masculina, ronca y autoritaria, le respondiera.

    — ¿Qué quieres?—

    Decklan apretó sus ojos cobrizos, cubriéndose con una mano, y tuvo que hacer un enorme suspiro para no cerrar el teléfono.

    — Necesito tu ayuda. — dice.

    El hombre del otro lado del teléfono hizo silencio por algunos instantes, a Decklan le pareció de haber escuchado el ruido del papel de un aperitivo que venía abierto.

    — Apolo no me ha dicho nada. — respondió mientras masticaba.

    Decklan suspiró, apretando aún más el teléfono en su mano.

    — Es personal. — respondió.

    El hombre se rió.

    —Y no me digas. —

    Decklan sintió que el enojo le aumentaba, pero se mordió la lengua, reteniendo todos los insultos que deseaba gritar.

    —No te habría llamado si no era realmente importante. —

    —Esto es algo de lo cual estoy seguro. — respondió el otro, masticando de nuevo. — Pero te he salvado el culo demasiadas veces. Creo que sea ya la hora de que aprendas a librártela tú sólo. —

    — ¡Vete a la mierda, Dam!— gruñó. — Una amiga está en problemas. —

    Damián se rio de nuevo.

    — Siempre has sido un romántico. —

    — No tengo los medios para poder ayudarla. Necesito del Khrathos. —

    Escuchó a Damián suspirar y el rumor del papel que venía arrugado.

    — ¿Es humana? —

    — No. —

    — ¿Es de los tuyos? —

    — Si. —

    Damián suspiró de nuevo, y respondió:

    — Está bien. Llegaremos a Estia mañana por la mañana. —

    La loba blanca

    Life goes on it gets so heavy

    The wheel breaks the butterfly

    Every tear a waterfall

    In a night, the stormy night she closed her eyes

    In a night, the stormy night away she flies

    Dream of paradise

    La vida sigue adelante y se vuelve así pesada

    la rueda rompe la mariposa

    cada lágrima es un cascada

    en una noche, tempestuosa noche en la que ella cerró los ojos

    en una noche, tempestuosa noche en la que ella voló lejos

    soñando con el paraíso

    Coldplay - paradise

    Mayo 2022 – Capitulo 1

    Se bajó de la jeep y cerró la portezuela sin ninguna delicadeza, mirándose alrededor con aire perpleja.

    Habían atravesado los muros de plomo que circundaban la reserva y habían entrado en ese gigantesco complejo residencial. La calle no estaba asfaltada y los edificios de cuatro o cinco niveles despuntaban por todos lados.

    Cientos de almas vivían en aquella reserva; seiscientos cuarenta y seis para ser precisos.

    Los edificios a corte, con patios bien cuidados, habían amplios espacios verdes con huertos y prados abundantes. En fin de cuentas, aunque sí estaba perdido dentro de las campiñas italianas, era un lugar muy bello.

    Pero no era ciertamente el tipo de ambiente al cual ella estaba acostumbrada.

    Encontró su propio reflejo en la ventanilla polarizada del equipo.

    Estaba vestida con un par de jeans claros que le cubrían las piernas torneadas y los glúteos altos, una t-shirt negra a través de la cual sobresalía la forma de sus senos pequeños y duros. Los cabellos castaños le llegaba hasta la cintura, lisos y suaves como hilos de seda. Su piel era de un delicioso color caramelo; tenía los labios suaves y carnosos, una nariz pequeña, ligeramente hacia arriba y los ojos apenas alargados, del corte típicamente árabe, de un azul clarísimo, como el hielo ártico.

    Era bellísima, pero detestaba demasiado su propio reflejo para poder apreciarlo.

    Un hombre bajó del lado del piloto; cabellos blancos y espesos alrededor de un rostro con el encarnado aceitunado y un gran collar de cuero alrededor de su cuello rugoso. Dirigió sus ojos cobrizos hacia ella, divertido.

    — Lo siento, Sam. — le dice en árabe. — Aquí no hay hoteles de cinco estrellas. —

    Sameera se pasó distraídamente una mano entre los largos cabellos y le dirigió al Alfa una de sus miradas gélidas.

    — No eres divertido, Nuri. —

    Nuri se rió y Sameera se volvió hacia atrás para mirar a los hombres y a las mujeres que bajaban de las otras jeep.

    Su jauría se había reducido a los huesos, habían llegado a ser solamente diez.

    El viaje desde Egipto para refugiarse en aquella reserva había sido largo y fatigoso, pero no habían tenido otra alternativa. Habían tratado de resistir a los ataques de los Lilim: pero al final habían tenido que rendirse a la evidencia y pedir ayuda.

    Estia era la única reserva que existía a protección de los Lykos. Casi todos los ejemplares aún vivos se habían refugiado en ese lugar perdido, gobernado por un Consejo de lobos Alfa, el Giryzo, estaba protegido por más de doscientos lobos entre Beta y Omega.

    No existía un lugar más seguro en el mundo para un licántropo.

    Nuri había esperado más de lo que había podido; para un Alfa era preferible morir, antes de admitir de no ser en grado de proteger su propia jauría. Pero al final tuvo que meter por un lado su orgullo y pensar sus muchachos.

    Sameera no estaba de acuerdo.

    No tenía el deseo de conocer a otros lobos, no quería moverse de esos lugares que para ella eran así familiares. Pero ella era una Beta, tenía que limitarse a ejecutar las órdenes.

    — ¡Oh, bienvenidos! — la voz de una mujer los hizo girarse a todos.

    Una pequeña rubia, con cabellos lisos largos hasta sus hombros y grandes ojos cobrizos en un rostro un poco alargado. Era delicada y diminuta, vestía con un hábito primaveral sobrio color rosado en el cuello sutil tenía un collar de piel negra, constelado de perlas blancas, con una pequeña medalla de metal.

    En el conjunto era muy bonita, pero era ese extraño lunar en su pómulo izquierdo, apenas abajo de la cola del ojo, que la volvía absolutamente adorable en un modo tal de cortar el aliento.

    Reconociendo el olor del Alfa, se dirige directamente hacia él, tendiéndole la mano

    — Es un placer. — le sonrió. — Soy Iris de Hof. —

    Hablaba la lengua de los Dioses; era el único modo que permitiera comunicar entre sí a individuos que provenían de lugares tan diferentes.

    — Nuri, de Taba. — respondió Nuri.

    Sameera los observó mientras se intercambiaban los saludos y en su mente regresó a un año antes, cuando Nuri la había tomado consigo y le había enseñado todo aquello que era necesario aprender sobre los Lykos.

    ~~|~~

    Sameera estaba sentada en el borde del muelle de madera sobre la barrera coralina en el Golfo de Aqaba. Con la punta de sus pies desnudos toca la superficie del agua limpia.

    Nuri, sentado a su lado; se ha arremangado los pantalones hasta las rodillas y tiene los pies en inmersos hasta los tobillos. En sus pantorrillas hay una nube de pelos blancos y rizos.

    — Cuando te presentas, es de buena educación especificar de dónde vienes. — le explica.

    — ¿Por qué?— le pregunta ella, levantando sus ojos azules para mirarlo.

    — Porque hasta el día de hoy, siempre ha habido una sola jauría en cada ciudad. El nombre de nuestra ciudad es como nuestro apellido. Señala donde pertenecemos. —

    — Me puedes seguir. — sonríe Iris. Tenía los dientes pequeños blancos; era deliciosa. —El Giryzo los está esperando. —

    Estaba por volverse, cuando sus ojos cobrizos encontraron aquellos del color del hielo de Sameera. La loba se inmovilizó, como se hubiera convertido de golpe en piedra.

    — Ella es humana. — no fue una pregunta por el tono con el cual pronunció esas palabras, parece que estaba hablando de alguien a quien era necesario meter urgentemente en cuarentena.

    —No. — respondió Nuri antes de que Sameera pudiera abrir la boca. — Ella es una Beta. —

    Iris la escrutó aún por algunos instantes y Sameera inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, gruñendo:

    — ¿Problemas?—

    Se repuso e inmediatamente le dirigió una de esas sonrisas cordiales que parecía dar como si fueran caramelos.

    — No, absolutamente-— le dice, después se volvió hacia el Alfa. — Síganme, por favor. —

    Sameera se puso a un lado de Nuri, y con la jauría que los seguía, se encaminaron junto a la loba rubia a través de los callejones de aquella ciudad perdida en la nada.

    Nuri le apretó el codo y, cuando ella lo miró, le ofrece una sonrisa comprensiva.

    Sameera apartó la mirada de sus ojos y se concentró en la espalda de su Cicerón.

    Los Lykos vivían en cada lugar del mundo, eran diferentes los unos a los otros, pero había una cosa en la cual eran todos perfectamente idénticos: los ojos.

    Todos los lobos tenían los ojos color cobre, alguno de ellos podía tenerlos ligeramente más oscuros, algunos ligeramente más dorados, pero no habían excepciones.

    Ese era el motivo por el cual los otros lobos no confiaban en ella y por esto Sameera no tenía ningún deseo de encontrar nuevos lobos.

    Aun así, Nuri le había repetido millones de veces cuanto era importante hacer sacrificios para mantener la jauría a lo seguro, por eso Sameera el no tenía otra elección que estar buena y soportar pacientemente todas las miradas incrédulas y los murmullos que toda Estia le habría seguramente dirigido.

    Miró a su alrededor mientras caminaban; las piedras blancas chillaban bajo las suelas de sus botas viejas. La ciudad era limpia y ordenada. Setos verdes y bien podados dividían un edificio del otro, pero no había rescisiones. No había ni siquiera portones.

    Se preguntó si por lo menos habían puesto puertas entre una habitación y las demás.

    — Las calles y en habían sido construidas en modo regular alrededor de la plaza central. — explicó Iris a Nuri, ignorando completamente a todos los demás. — Son como los rayos de la rueda de una bicicleta y la calle principal divide la ciudad en dos partes. Esta que estamos atravesando es la zona residencial. Del otro lado, por el contrario, están los negocios comerciales y la zona de entretenimiento. —

    Sameera continúa mirar alrededor de ella distraídamente, hasta cuando no llegaron a la plaza: un gigantesco espacio circular, con un perímetro constituido por un gran edificio curvo, lleno de ventanas.

    La arquitectura era esencial, sin particulares decoraciones, pero todo el frontispicio estaba cubierto con diseños de writers. La pieza principal era una inmensa escrita: Estia es libertad con caracteres abombados y suaves. En los alrededores, se mezclaban diseños de lobos en cacería, lobos en forma humana que jugaban y otras escenas de vida cotidiana.

    Y mirando los diseños a Sameera le pareció de percibir aquello que los autores querían transmitir. Sentía el calor de la jauría, la serenidad de la casa, la fuerza de la unión.

    — Éste es el palacio de Giryzo. — sonrió Iris, señalando una de las únicas dos puertas a través de las cuales se podía entra, que estaban a los lados opuestos de la plaza.

    — A la izquierda, está la entrada a la mensa. Nos gusta comer juntos, cuando es posible. A la derecha, por otro lado, es posible ir a la sala de los Alfa. —

    Frente a la entrada de la mensa, había un grupo de lobos. Eran seis, todos diferentes; pero rojo, gris, marrón oscuro. Estaban jugando; Sameera podía escuchar desde esa distancia sus gruñidos y ladridos roncos, mientras saltaban los unos contra los otros fingiendo de morderse en el cuello.

    Sin dejar de terminar nunca, la Loba Cicerón los condujo hacia la derecha, hasta un gran portón de madera. Lo empujó sin algún esfuerzo y se adelantó a ellos hacia una enorme habitación con el pavimento de mármol blanco y las paredes lisas.

    Subieron por una larga escalera, con Iris que continuaba a chillar informaciones sobre las pinturas que estaban expuestas sobre las paredes, de las cuales Sameera no tenía el mejor mínimo interés de saber. Atravesaron un largo corredor, hasta llegar a una puerta de madera oscura.

    Iris la abrió y de nuevo entró antes que los demás.

    El pavimento estaba cubierto por gruesas alfombras coloradas y suaves. Había una gran mesa redonda y un palco con los asientos a escalar hacia lo alto; había lugar para un centenar de personas.

    Sentados a la mesa de madera con incrustaciones, estaban diez hombres; los Alfa más importantes del Giryzo.

    Eran maduros, casi todos con canas, alguno sal y pimienta. Un par eran africanos, había un mulato y tres orientales con los ojos almendrados. Tenían un aire elegante y distinto, en sus vestidos perfectos. Todos llevaban en el cuello un collar con medallas de acero y Sameera se mantuvo de dar la vuelta e irse cuando, sintiéndolos entrar, diez pares de ojos cobrizos de levantaron sobre ellos.

    — Ya llegaron, Señores. — sonrió Iris, inclinando respetuosamente la cabeza.

    — Gracias, Iris. — sonrió no de los hombres, con cabellos sal y pimienta y un rostro redondo y cordial. Estaba sobre una silla diferente a las demás, ricamente decorada, tena los apoya brazos y el fondo recubiertos en terciopelo rojo y el respaldo era más alto de las de alrededor.

    Probablemente era el Alfa de los Alfa. Una especie de jefe supremo.

    — Gracias, por recibirnos. — dijo Nuri, inclinando la cabeza. Por lo que parecía, su Alfa estaba aún más atemorizada que ella por toda esa pomposidad.

    — No debes agradecernos, Nuri de Taba. — sonrió el hombre. — Estia es un refugio para todos los Lykos. Éste, es su hogar. —

    Nuri se enderezó y el hombre continuó a sonreír.

    — Soy Juan de Toledo, el Koira. —

    — Es un honor conocerte, Juan. — Nuri no había perdido su posición servil y a Sameera le vinieron ganas de resoplar, pero se resistió.

    — Espero que tú y tu jauría puedan adaptarse velozmente. — Juan se apoyó al respaldo de la silla, manteniendo las manos sobre la mesa, con aire relajado. — Cuando te sientas pronto, serás bienvenido aquí en el Giryzo. — dijo, indicando los asientos a su izquierda. — Hasta ese momento, pueden relajarse y familiarizarse con el resto de la ciudad. Estoy seguir que Iris ya ha hecho preparar los apartamentos para ustedes. —

    — Absolutamente. — convino la loba, inclinando de nuevo la cabeza.

    — Se que tienes de los Beta, Nuri. —

    Nuri asintió e hinchó el pecho con orgullo, extendiendo el brazo con la mano abierta para señalarlos.

    — Sameera y Bashaar. — los llamó.

    Sameera hizo un paso hacia adelante y, junto a ella, un muchacho con los cabellos negros como el petróleo y la piel de un suave color café con leche. Era más alto que ella y bien formado, como todos los Beta.

    Sameera recitó las palabras que Nuri le había impuesto.

    — Estamos a su servicio. — dijo casi gruñendo.

    Bashaar inclinó la cabeza para esconder una sonrisa; probablemente era el único que se había dado cuenta del humor de la amiga.

    Los Alfa la miraron con el estupor previsto y Juan asintió, como encantado.

    — Sabía que había una albina en tu jauría. — dice. — Pero no creía que fuera una Beta. —

    — Sameera es muy fuerte. — explicó Nuri. — Ella es impagable, a pesar de su color. —

    — No tengo dudas. — murmuró pensativo. Después se reprendió y en su rostro regresó aquélla sonrisa cordial que la puso nerviosa. — Ustedes dos estarán bajo el cuidado de Kará. —

    Los ojos azules de Sameera escrutaron la habitación en busca del Jefe, pero Juan se apresuró a decir:

    — Lo siento no se encuentra con nosotros, ahora. El Jefe de los Beta está en una misión con su escuadra. Esta noche tendrán la posibilidad de conocerlo, durante la cena. —

    — Que bello. — gruñó Sameera, ganándose un codazo de Bashaar.

    — ¿Cómo? — Juan apretó los ojos, perplejo.

    Sameera alargó los labios en una sonrisa que no incluía los ojos.

    — Será un honor. — respondió.

    Capitulo 2

    Sameera estaba sentada sobre la enorme cama dos plazas en el pequeño apartamento que le habían asignado.

    En un lugar muy bello; los muebles de madera clara eran nuevos, la tapicería de un color amarillo vivo y tenía un delicioso perfume de limpio.

    Hasta tenía un gran televisor, que colgaba del muro como un cuadro de cuarenta y dos pulgadas.

    En toda su vida nunca había tenido un televisor.

    Bashaar había entrado en el apartamento y estaba terminando la inspección del baño, mientras ella, aburrida, fijaba su mirada en el techo.

    — ¿Porqué a ti te dieron dos confecciones de bálsamo? — preguntó con un tono un poco histérico, saliendo del pequeño baño.

    — Toma uno, si lo quieres. — respondió ella, apoyando la nuca a la cabecera de la cama y apretándose las piernas con los brazos.

    Bashaar salió del baño con un contenedor de bálsamo entre las manos. Leía sin poner mayor interés la composición.

    — Estoy cansado de todo este sexismo. — dijo, lanzándose el helado vacío de la cama.

    Sameera se volvió a mirarlo y el agitó por los aires la botella de plástico.

    — Pero digo porque a mi no me dieron bálsamo, todo porque soy varón.— Apoyó la botella sobre la mesa de noche, agregando: — Como si un varón no se preocupara por el cabello. —

    Sameera dejó escapar una sonrisa.

    — Bash, deja de hacer el histérico. Tanto harás como siempre y vendrás a robarte mis cosas. —

    — Puedes apostarlo, tesoro. — confirmo, apoyándose al codo. — Pero si descubro que te dan también cremas antiarrugas, no sé si podré entonces responder de mi. —

    Sameera se rió y resbaló dentro de la cama. Después rodó, hasta apoyar la cabeza en el hombro de Bashaar. Él la apretó y se dejó arrullar por esos brazos musculosos.

    — ¿Era necesario que nos dividieran? — preguntó con un suspiro.

    Bashaar le acarició la cabeza, quitando sus largos cabellos color castaño de su rostro.

    — Ahora estamos en una jauría más grande. Los Beta con los Betas, los Alfa con los Alfa, los Omega con los Omega. — tomando su rostro entre las manos la miró a los ojos, asegurando: — Además, Nuri está a doscientos metros de aquí, los otros a tres y yo vivo del otro lado del corredor. —

    Sameera se liberó de su presa y lo abrazó, sacudiendo la cabeza obre su pecho.

    — No es la misma cosa. —

    Bashaar suspiró dándole un beso en la frente.

    — Lo sé. — dijo, abrazándola fuerte. — Pero por ahora es lo mejor que se puede hacer. —

    Sameera se liberó de su abrazo y rodó para apoyarse sobre su espalda.

    — ¿Estás seguro que os Lilim aquí no pueden entrar? — le preguntó.

    Bashaar asintió.

    — Estia está rodeada por grandes muros de plomo, las criaturas de Hades no pueden acercarse. —

    Sameera retomó a mirar fijamente el techo quedamos en silencio por un largo instante, antes de decir:

    — Nunca debíamos haber venido aquí, Tu y yo nos podíamos ocupar de los Lilim. —

    Bashaar sonrió, masajeándole el vientre.

    — Tesoro, todo el modo en el cuál tu combates y tienes verdaderamente un talento natural para matar a esos monstruos, pero con la frecuencia con la cual nos estaban atacando te puedo asegurar que podíamos haber dejado las plumas. —

    Sameera le lanzó una mirada irónica.

    — Eres la personificación del coraje, ¿Verdad? —

    Bashaar levantó los hombros.

    — Soy solo realista, Sam Nos habrían hecho a pedazos. —

    Ella, se contuvo de responder nuevamente. Al final de cuentas ya estaban en Estia, era inútil preocuparse de los si y de los pero. Con un movimiento de la cabeza señal+o el cuadro colgado a la par del televisor.

    Era un retrato del Dios Apolo, mientras guiaba la biga del sol arrastrada por un par de caballos alados blancos.

    — ¿También en tu habitación hay retratos de Apolo? —

    Bashaar asintió.

    —Son grandes devotos aquí.—

    ~~|~~

    Nuri está cortando verduras: el ruido rítmico del cuchillo en la tajadera de madera es el único sonido en esa mañana bochornosa.

    La cocina es una habitación larga y estrecha y el sol egipcio la inunda de luz.

    Sameera está sentada detrás de él, con un codo sobre la mesa y su largo cabello castaño que cae hacia un lado.

    —Zeus es el rey de todos los Dioses del Olímpo, — le está contando él, y Sameera lo escucha concentrada. — Hace tanto tiempo se enamoró de una mujer. La joven Leto era dulce y muy bella, el soberano de los Dioses perdió completamente la cabeza por ella. Pero después Leto quedó encinta y Zeus, por temor de Era, su esposa, la alejó. Era, descubrió igualmente la traición y se enfureció, Así, desencadenó en contra de Leto la más grande entre las serpientes, Pitone, para que la matara antes de que pudiera duz al niño.—

    — Cuanta maldad. — murmuró Sameera, raptada por las palabras del viejo Alfa.

    Nuri, junta las verduras cortadas sobre la tajadera, abriendo una de los cajones para tomar una sartén.

    — Leto huyó por todo el mundo, tratando de esconderse de pitón, pero nadie quería darle asilo por miedo a las represalias de la Reina de los Dioses. Poseidón fue el único que, apiadándose de su dolor, decidió de ayudarla, y como hermano de Zeus, era el único en grado de desafiar a Era y para salvarla, la transformó en una loba.—

    Deja caer las verduras en la sartén apoyando la tajadera dentro del lavaplatos.

    — Con su nueva forma, Pitone ya no logró reconocerla, y así logró parir, dando a la luz un par de gemelos: Artemisa y Apolo, ambos con la capacidad de transformarse en lobos. Artemisa es la diosa de la cacería y la virginidad, venerada por todos como la protectora de la jauría. Apolo es el Dios de las artes y de la medicina. Todos los Lykos descendemos de él y es por eso que lo veneramos. Él nos protege y se preocupa por sus lobos. —

    Sameera mira sin atención los movimientos de Nuri: el hombre, vierte aceite de oliva en la sartén y enciende la hornilla.

    — ¿Si somos hijos de Apolo, entonces por qué Hades nos quieren muertos? —

    Nuri se vuelve a mirarla, apoyándose al mueble.

    —Hades y Apolo discutieron hace años, nadie sabe por qué motivo. Desde ese momento, Hades recibió de exterminar nuestra raza por despecho al dios del sol desencadenando en contra nuestra a los Lilim, sus más feroces y numerosos demonios. —

    Sameera arruga las cejas, pensativa. Agregando:

    — ¿Y porqué Apolo no hace nada para protegernos de los Lilim? —

    A Nuri se le escapa una sonrisa, esa muchacha no sabe nada del mundo de ellos. Y su curiosidad es algo de lo más adorable que haya jamás conocido.

    — Existen las leyes entre los dioses del Olímpo; los dioses no pueden enfrentarse entre ellos. Pueden incitar demonios, humanos, y cualquier otro tipo de monstruo que exista, pero jamás pueden, por ningún motivo, enfrentarse directamente. —

    Ella abre los ojos de par en par, horrorizada.

    — ¡Pero qué cobardes! — exclama.

    — No digas eso. — le regaña él, — No debes faltar el respeto a los Dioses, Sam. —

    Sameera se puso rígida a un punto tal que casi se pone de pie, por cuanto estaba furiosa.

    — ¡Si es verdad! — responde, — ¡Temen hacer la guerra y nos usan para combatir sus batallas! —

    Había empleado tanto tiempo para comprender realmente las reglas de ese mundo completamente nuevo para ella. Estaba una jauría desde hace un poco más de un año y antes de que Nuri la tomara consigo, no tenía ni siquiera la más mínima sospecha de la existencia de los Dioses de los Lykos.

    Y a pesar de que tenía aún alguna dificultad en aceptar las cosas que no entendía — Sobretodo las historias sobre los Dioses —, Sameera sabía que no iba a estar jamás lo suficientemente agradecida con Nuri por haberla escuchado y protegido.

    Y esa realidad era diferente, era verdad. Era exactamente lo opuesto de todo aquello que desde siempre le habían enseñado, era como encontrarse al improviso al interno de las páginas de un libro de fabulas; real, mágico, y aún así como una intrínseca racionalidad.

    ~~|~~

    — ¿Que cosa soy? — preguntó Sameera, con sus ojos azules abiertos de par en par y una expresión de terror puro dibujada en su rostro.

    Y con los hombros apoyados al muro en un ángulo de la pequeña habitación en la cual habían llevado, esta vestida con un largo camisón de noche blanco de encaje; las mangas largas y el ruedo de la falda le acarician los pies, es muy transparente, y deja traslucir su cuerpo joven y perfecto.

    — Eres un Lykos — repitió Nuri pacientemente, — y me parece extraño que tú no lo sepas. A tu edad, deberías haberte transformado desde hace mucho tiempo. —

    —No tiene el collar. — comenta Bashaar que está a su lado derecho, observándola con ojo critico.

    Sameera mueve su mirada de uno al otro, sin ni siquiera saber si es mejor seguidos o escapar de esos locos.

    — ¿De qué están hablando? — pregunta al final, apoyándose aún más contra el muro. Sus cabellos color castaño están son lisos y suaves, aún perfumados con el agua de rosas con la que las esclavas se los se los lavaron algunas horas antes.

    — Los Lykos se transforman en lobos alrededor de los diez años de edad. — le explica Nuri, — Pero es necesario que lleven un collar especial sin el cual no serán capaces de regresar a ser humanos. —

    Sameera arruga sus cejas delgadas, como reflexionando. Después hace resbalar el camisón de noche, desabriendo un hombro.

    Alrededor del brazo derecho, lleva una pulsera en piel de color negro, tan apretada que hace u surco en su piel suave del color del caramelo.

    — ¿Como este? — pregunta.

    Nuri arquea las cejas, sorprendido.

    — Es un lugar insólito para llevar al Kosmo.— comenta, — pero sí, eso es. —

    — ¿Quieres hacerme creer que yo soy un lobo? — pregunta aterrorizada.

    Nuri le dirige una sonrisa aseguradora.

    — No se porque tú no te hayas jamás transformada en estos años, pero percibo tu olor. Y todo garantizarte con absoluta certeza que eres un lobo tanto cuanto Bashaar y yo. —

    tenía veintidós años habían pasado solamente trece meses desde su primera transformación en lobo. Algo que un Lykos enfrentaba con mucha preparación y tanta ayuda por parte de la jauría, y que ella, por el contrario, había tenido que aprender de prisa y a la fuerza.

    Al inicio, se había sentido como reportada hasta la infancia, no lograba caminar, no lograba comunicar.

    Estaba quieta ahí, sobre sus cuatro patas, embriagada por la sinfonía de olores y sonidos que sus sentidos de un momento al otro habían iniciado a percibir con increíble precisión.

    Había pasado días enteros en forma de lobo para aprender a moverse en su nueva condición. No había sido fácil, pero al final lo había logrado. Y ahora era la mejor entre los Beta de la jauría de Taba.

    En el curso de esos meses, habían sido atacados muchas veces por los Lilim, Nuri había tratado en todas las formas posibles de protegerlos, ella y los demás Beta habían luchado hasta el extremo hasta cuando no habían quedado nadie más que ella y Bashaar para defender a la jauría.

    — ¿Cuántos Beta machos habrán según tu? — le preguntó Bashaar, interrumpiendo el flujo de sus pensamientos. Sameera levantó los hombros y se llevó un brazo detrás de la cabeza, poniéndolo debajo del cojín.

    — No tengo idea. —

    Bashaar sonríe con malicia.

    — Bah, según yo hay suficientes. Y si son todos como aquellos que he visto viniendo aquí, tengo como la sensación de que no tendré los pantalones puestos por mucho tiempo aún. —

    Sameera resopló, exasperada.

    — ¡Por el amor de Dios, Bash! ¿No puedes pensar a algo mas?—

    Bashaar se ría, divertido por su pudor.

    — ¡Tesoro, comer y fornicar son las dos cosas más importantes de la vida! —

    — Apenas hemos llegado. — respondió ella, mirándolo seriamente, — Te lo ruego, compórtate bien. —

    Bashaar hizo rotar los ojos, molesto.

    — Eres una vieja intolerante. — la insultó.

    Sameera arqueó una ceja.

    — Y tu eres una gran rata. —

    Bashaar explotó a reír jalándola en un abrazo del cual ella trató débilmente de liberarse.

    — Si note amara como a una hermana y si no me gustaran los machos, lo juro que me casaría contigo. —

    Sameera entonces se dejó abrazar y sonrió.

    — Jamas me casaría contigo Bash, no sería capaz de compartir mi cama con un hombre en pijama color de rosa—

    Capitulo 3

    La mensa era una gigantesca bodega de base rectangular con paredes blancas recubiertas de cuadros que representaban al Dios Apolo y un pavimento lúcido en mármol blanco. El ingreso principal, un gran portón de nogal, estaba sobre el lado corto, de la parte opuesta estaba la cocina y el banco en donde los lobos recorrían con los azafatas y escogían que cosa comer.

    El resto del espacio estaba ocupado por largas mesas y bancas en acero, posicionados en filas ordenadas.

    Habían al menos doscientos lugares para sentarse y estaban todos ocupados.

    Lobos de todas las nacionalidades y de todas las edades reían, charlaban, comían y gritaban, en un caos de voces y olores.

    Sameera estaba sentada entre Nuri y Bashaar en una mesa en el fondo del salón. Su jauría había ocupado la cabecera y estaban todos muy silenciosos; tenían que ambientarse aún y ninguno de ellos tenía el deseo de hablar.

    Apoyado al lado largo de la bodega, había un palco realzado de medio metro sobre el cual había una mesa larga. En ese lugar, estaban sentados los miembros más importantes de Estia.

    Nuri le había explicado que los Alfa eran demasiados para poder gobernar todos juntos, así el Giryzo elegía diez representantes oficiales para tomar las decisiones importantes, los cuales tenían la tarea de elegir al Presidente del Consejo. El Koira.

    En el lugar más a la vista del espacio estaban sentados, por tanto, los diez Alfa que gobernaban Estia.

    Pero dándose cuenta que habían dos sillas vacías, Sameera se inclinó hacia Nuri, que estaba sentado a su izquierda, y preguntó:

    — ¿Para quién son los otros dos lugares? —

    Nuri se puso en la boca el tenedor con fettucini al ragú y, masticando, respondió:

    — Esos son para el jefe de los Beta y su Segundo. —

    Sameera ensartó un pedazo de carne con el tenedor, mientras Bashaar sonreía con ironía, inclinándose hacia ella.

    — Un Beta que come con los Alfa. Debe ser uno realmente importante. —

    — Si. — resopló Sameera. —Y ame lo imagino. Si el Kará es viejo como todos esos Alfa, será incapaz de comer sin que alguien le mastique la cena. —

    Bashaar escondió su risa, bebiendo un sorbo de su cerveza.

    — Sabes. — continuó ella. — Tengo curiosidad de saber si ellos son en grado aún de protegernos. —

    — ¡Sam! — la regañó Nuri en Árabe. — ¡Basta! —

    — ¿Basta de qué? — respondió ella, volviendo sobre de él sus ojos de hielo para mirarlo. — ¿Decir la verdad? —

    — Esta gente nos ha recibido, nos ofrecen protección. Demuestra respeto. —

    Sameera sacude la cabeza, mostrando una sonrisa amarga.

    — Esos hombres jamás han enfrentado un Lilim en toda su vida. — silbó. — no tienen idea de que cosa quiere decir estar en el campo. ¿Como pueden tomar las decisiones justas para protegernos? —

    — ¡Acaba con eso, basta! — explotó el, haciéndola saltar. Le aferró la muñeca con fuerza, fijándola a la mesa y acercando el rostro su cuello para que solamente ella pudiera oír, le dijo:

    — Yo soy tu alfa y tú harás aquello que te digo. — rugió. — aquí estaremos por todo el tiempo que sea necesario y tú serás educada y respetuosa. Harás aquello que se te ordena y lo harás haciendo una linda sonrisa en la cara, porque esto es lo que yo quiero. ¿Esta claro? —

    Sameera lo miró a los ojos y apretó los dientes así fuerte de sentir dolor en la mandíbula. Se quedó inmóvil por un largo instante, antes de sacar bruscamente el pulso de su estrecha y ponerse de pie.

    Bashaar sostuvo la respiración, esperando verla explotar.

    — Debo proteger toda la jauría. — volvió a decirle de nuevo Nuri. — No puedo estar a seguir tus caprichos. —

    Ella hizo un largo y lento respiro y apretó los ojos. Abrió la boca como para responder, pero después lo pienso.

    Aferró el vaso vacío que estaba a la par de su plato.

    — Voy a servirme algo para beber. — silbó, alejándose de la mesa.

    Atravesó el pabellón con grandes zancadas enojadas.

    Si había algo que la hacía perder la razón, era Nuri que la trataba como si fuera un maldito cachorro.

    Era una Beta, estaba acostumbrada a aceptar y ejecutar las órdenes, pero no a que la trataran en ese modo.

    No puedo estar a seguir tus caprichos.

    Como si fuera cualquier hembra consentida.

    Llegó al ángulo en el cual se distribuían las bebidas, ignorando los silbidos de un par de machos, y se puso en fila para la cerveza.

    Frente a ella una Loba con grandes y largos cabellos de color rojo, vestida con un par de jeans y una camiseta verde, charlaba amablemente con un lobo que la precedía. Él era alto y macizo, seguramente un Beta, calzaba un par de botas pantaneras tachonadas y un traje en piel en color negro, pantalones a tubo y t-hirt adherente con una cremallera central; largos cabellos de color negro amarrados en una cola y una espesa barba negra. Se dirigía a la muchacha con los cabellos de color rojo con una mirada de idolatría, como si estuviera enamorado.

    Sameera civil alrededor y no tuvo otros lobos que vestían trajes idénticos; en al menos unos veinte, en fila enfrente del banco de la prensa. Y habían muchos más vestidos del mismo modo casi idéntico; algunos tenían el completo de piel oscura, otros asuntos, otros de color marrón.

    Se preguntó si quizás era una moda en Estia, pero la fila avanzó y ella regresó a mirar la espalda del chico de cabellos rojos, volviéndose de nuevo hacia la espalda de la muchacha con los cabellos color rojo, moviéndose de un paso.

    — La fila para la cerveza es siempre aquella que corre menos. — Oyó que decían a sus espaldas, se volvió, encontrándose frente a un muchacho, alto al menos unos diez centímetros más que ella, sostenía un azafate con un plato de pasta y una enorme bistec a la sangre. Los hombros largos recubiertos con una camiseta en piel negra que todos a su alrededor parecía que usaban y que era verdaderamente adherente a su tórax amplio, tanto que Sameera lograba entrever el surco entre sus músculos pectorales.

    Los cabellos rubios, cortados casi a ras a los lados de su cabeza y ligeramente más largos al centro y sobre la nuca. Ojos cobrizos, enmarcados por largas pestañas rubias, resplandecían en un rostro con la piel dorada por el sol. Labios carnosos y nariz recta, para un rostro que tenía la belleza de un ángel.

    Cuando éste volvió a mirarlo, él entrecerró ligeramente los ojos, camuflajeando la sorpresa con increíble bravura. Si en la vida de Sameera no hubiera debido relacionarse con la más amplia gama de reacciones estúpidas, probablemente no se habría jamás dado cuenta de su imperceptible mutación. Pero se dio cuenta, y esto la fastidio.

    —¿Cómo? — Le preguntó, gélida.

    Y el muchacho abrió los labios carnosos, mostrando sus dientes blanquísimos en una sonrisa así bella de cortar el aliento.

    — Me estaba quejando de la fila —. le dijo. — Pero parece que a ti no te importa. —

    — Es solamente una fila. Dos minutos y estás libre. — respondió, y se volvió de nuevo, dándole la espalda.

    — Beh. — insistió el muchacho, — ahora que estoy hablando contigo, no me molesta esperar. —

    Sameera tanto los ojos hacia el cielo, aburrida.

    Le sucedía muy seguido que la abordaran, la belleza había sido desde siempre su maldición.

    Decidió de adoptar la primera de la larga serie de estrategias que Bashaar había nombrado: aleja machos. ignoro completamente el comentario, continuando a mirar la espalda de la pelirroja que estaba frente a ella.

    El muchacho detrás de ella, disgustado por su silencio, se calló y Sameera pensó de haberlo logrado.

    La fila se movió de nuevo y ella avanzó de un paso.

    — ¿Estás pensando que cosa responder o no me has escuchado? — le pregunté muchacho.

    Sameera, tomada por sorpresa, se volvió de nuevo.

    El muchacho tenía una sonrisa arrogante sobre hermoso rostro, consciente de su propia belleza y del efecto que sabía de tener en los demás.

    En ella apretó sus ojos de hielo, fastidiada. Estrategia número dos: desalentar cualquier otra tentativo, afirmando con decisión el más absoluto desinterés.

    — ¿No te ha pasado por la mente la idea de quizás no tengo ganas de socializar? —

    El muchacho arqueó sus gruesas cejas rubias, sin perder esa sonrisa burlona.

    — Esperaba solamente que la más bella mujer de esta mensa me regalara un poco de atención. — le dijo.

    Sameera se mordió el interno de la mejilla.

    Bastardo era duro de la cabeza. No le quedaba nada más que la estrategia de emergencia: insulto y alejamiento rápido.

    — Seguramente existe mi tensión con esa ropa ridícula. —

    Él la miró fijamente por un instante, antes de explotar a reír. Tenía una risa cálida, baja y ronca; terriblemente sexy.

    Sorprendida por la reacción, Sameera se olvido de volverse para ignorarlo de nuevo.

    — ¿Pero dónde vives? — le preguntó. — Todos nos reconocen. Éstos son los uniformes de los Beta de Estia. —

    Ella le lanzó una mirada de hielo.

    — Vengo de Taba. Y allí nadie los conoce. — le dijo dándole la espalda.

    Los días la fila avanzó de nuevo; la muchacha con los cabellos color rojo se quitó y Sameera se acercó al banco pidiendo una cerveza alcohólica. Mientras que el ojo de servicio se la vertía en un tarro de vidrio, el Beta detrás de ella dijo:

    — Como sea, yo soy Decklan de Kirkenes. —

    Sameera como la cerveza que le estaba dando el lobo y se volvió, gruñendo:

    — Se ha querido saberlo, te lo habría pedido preguntado. —

    después se alejó de la fila, atravesando el pabellón con pasos veloces.

    Llegó a la mesa en la cual estaba sentado su jauría y retomó su lugar entre Nuri y Bashaar.

    El Alfa le dirigió una mirada distraída, sin dejar de comer, y Sameera hizo un sorbo de cerveza fresca, mirando derecho hacia el frente.

    Entonces Nuri apoyó una mano sobre la suya.

    — Hey. — le dijo.

    Sameera no respondió, continuando a beber.

    — Es un momento difícil para todos. — insistió el Alfa. — No peleemos. —

    Sameera pronto sus ojos de hielo en los de él.

    — No soy una niñera o una hembra cualquiera. — silbó. — soy una guerrera, y por tanto trátame como tal. —

    — Si eres una guerrera, entonces obedece a las órdenes. — le murmuró. — la jauría viene antes de nada para mí, Sam, no debes olvidarlo nunca. —

    Ella estaba por responder, cuando el Koira se puso de pie, golpeando con un cubierto en una copa de vidrio.

    El tintineo llamó la atención de toda la bodega que hizo silencio casi al instante.

    — Amigos míos. — inició a decir Juan, apoyando el cubierto sobre la mesa. — el Jefe de los Beta regresó de su misión en Francia. Su escuadra salvó a otra jauría de las garras de los Lilim conduciéndolos a lo seguro entre los muros de Estia, ¡acojamos con calor a nuestro Kará! —

    Un boato de aplausos se reverso en el pabellón, mientras un muchacho rubio subía sobre el palco llevando en la mano un azafate. Lo apoyó sobre la mesa y después se volvió hacia la sala, sonriendo.

    Sameera sintió deseo de ser tragada por la tierra.

    Decklan de Kirkenes era el Kará.

    — Estabas equivocada. — le murmuró Bash. — Es joven. —

    — Y si... — dijo ella sin aliento.

    — Gracias a todos. — sonrió Decklan, y los logros se callaron para escucharlo hablar. — También esta vez los Lilim no tuvieron escampo. La preparación de nuestros beta supera aquella de cualquier otro ejército y puedo afirmar sin excitación que nuestros muchachos están listos para enfrentar cualquier cosa. —

    Maldición. Si Nuri se había enojado por algunas palabras sobre los Alfa, habría explotado como una bomba nuclear sabiendo que no solamente había sido maleducada con el Jefe de los Beta, sino que también había ofendido sus malditos uniformes.

    — Es un hermoso pedazo de bistec. — murmuró Bash.

    Sameera esto de comentar, continuando a mirar fijamente e incrédula al bellisimo ángel rubio que hablaba sobre el palco.

    ¿De todos aquellos que podían acercarse, de todos aquellos que podían probar con ella, de todos aquellos con los cuales podía ser maleducada, por algún maldito motivo le había sucedido proprio con el Kará?

    — Mira qué cosas. — murmuró de nuevo Bash, deslumbrado frente a la belleza del Jefe de los Beta. — todos cuelgan de sus labios. —

    — Obvio. — respondió Nuri a baja voz. — Ese hombre es el héroe de todos los Lykos. —

    — ¿De veras? — preguntas Sameera, mientras una prensa de pánico y odio le cerraba la garganta.

    Si hubiera sido un guerrero cualquiera, habría podido salvarse. Pero se ese tipo era también un héroe amado por todos, esa historia no estaba destinada a terminar bien.

    — Él fue el primer Lykos que sobrevivió a un ataco de los Lilim, esas bestias exterminaron toda su jauría en Kirkenes y el logro escapar. Durante un año entero los combatió de sólo y sobrevivió. Y al época era solamente un joven muchacho. —

    — ¿Eso fue todo? — preguntó Sameera, con la esperanza de poderse realzar.

    — ¿Bromeas? — Nuri la vio con sorpresa. — Si no hubiera sido por él, los Lykos no habrían jamás iniciado a luchar. Él dio a todos la fuerza de formar una enorme jauría y combatir a los Lilim. —

    — No me parece nada de excepcional. — minimizó ella.

    — Ah, pero no es todo.— Agregó Nuri, raptado por aquello que estaba contando. — El Kará fue entrenado por el Príncipe de los Guerreros en persona, el hijo invencible e inmortal de Ares. —

    — El Príncipe de los guerreros? — repitió Bash incrédulo. — ¿De verdad? Creía que era solamente una leyenda. —

    Nuri asintió.

    — Es el Beta más fuerte que haya jamás nacido, combate los de Lilim desde hace más de diez años y jamás ha perdido una batalla. —

    Un lobo se volvió hacia ellos y gimió:

    —¿Si quieren callar? No logro escuchar al Kará. —

    Nuri se excusó con un gesto de la mano y todos regresaron a poner atención al Kará.

    — Mañana por la mañana en los nuevos Beta tendrán que estar en el gimnasio a las ocho. — estaba diciendo Decklan. — los Omega, por el contrario, tienen cita a las diez con Oliver. — dijo señalando a un enorme muchacho con los cabellos color castaño sentado en la mesa del Giryzo.

    Y más Decklan hablaba, más Sameera tenía ganas de que la tragara la tierra.

    Ese hombre era una especie de héroe; arriesgaba la vida en el campo de batalla para salvar a los lobos, los entrenaba y les enseñaba cómo defenderse.

    Guiaba y manejaba un ejército y cuidaba de cada Lykos que se cruzara por su camino.

    Decklan recibió los últimos aplausos admirados y las felicitaciones de los lobos más cercanos. Algún otro minuto de cumplidos, antes de poder sentarse y comenzar a comer, mientras el bullicio de las voces iniciaba de nuevo a aumentar en el salón.

    Y después, como si el haber predicho al héroe de la raza que su uniforme era ridículo y haberlo tratado como el último de los idiotas no fuera una humillación suficiente, una voz chillona se levantó más allá de todas las demás, gritando:

    — ¡Papá! —

    El espléndido rostro de Decklan se iluminó con una luz nueva, mientras se volvía a mirar a la niña de largas trenzas rubias que corría a su encuentro en medio de las mesas llenas.

    Vestida con un hábito rosado y de los zapatos blancos, de las calcetas bordadas, su rostro pequeño y redondo era esplendente de felicidad, mientras su padre giraba la silla para permitirle de saltar en sus brazos.

    Le puso los brazos alrededor del cuello y lo apretó fuerte.

    — ¡Thea! — exclamó el, sorprendido, apretándola consigo.

    — ¡Regresaste! —

    Algunos pasos detrás de la niña, estaba la Loba que los había recibido en Estia.

    Iris estaba vestida con un sobrio hábito color azul medianoche, adherente al cuerpo exhil y delgado, los cabellos rubios, lisos sobre sus hombros estrechos; mientras atravesaba la sala con el aire de quien se sentía verdaderamente importante.

    Llegó al lugar donde estaba Decklan y le apoyó una mano sobre el hombro. El lobo levantó la mirada y ella le dio un beso sobre los labios.

    Se hubiera podido levantar el pavimento de mármol y esconderse debajo, Sameera lo habría hecho sin titubeo.

    Estaba casado y tenía una hija, el Kará no estaba tratando de abordarla; quería de verdad solamente socializar. ¡Qué estúpida! Había estado demasiado prevenida no había evaluado con atención la situación; en ese lugar todos se conocían, era fácil que cualquier macho se acercara solamente para socializar y no con fines sexuales. Maldición a ella y su impulsividad.

    — Qué pecado. — murmuró Bash. — Ya esta empeñado. —

    Como si la hubiera presa con las manos en la mermelada, Sameera entre eso de golpe la espalda y se volvió hacia el amigo:

    — ¡A quién le importa! — gruñó.

    Esa situación preanunciaba terminar con de las disculpas. Y no había palabra que ella odiara más.

    Capitulo 4

    Sameera y Bash llegaron a la cita en perfecto horario. Encontrar el gimnasio no había sido difícil; todos los salones comunes se encontraban en el palacio del Consejo.

    En particular, el gimnasio era un pabellón inmenso, lleno de maquinaria de todo tipo.

    Decenas de sacos de boxeo que colgaban desde el techo, balones tensos pegados a las paredes, espalderas para los abdominales y barras para las tracciones. Habían bastidores llenos de peces en hierro fundido y Sameera notó que el más pesado era de ciento cincuenta kilogramos.

    Junto a ellos, parado sobre un gran tatami azul, estaba otro muchacho. Alto, rubio, con el físico prestante como todos los Beta. Se llamaba Mathieu y había llegado la noche anterior, antes formaba parte de la jauría que Decklan había salvado en Francia. Era el único Beta de su jauría que había quedado.

    Como ellos, también el tenía que unirse al ejército de Estia y no tenía idea de qué podían esperarse.

    Una muchacha entró en el gimnasio con paso rápido. Los cabellos oscuros estaban recogidos en una cola alta y su rostro puntiagudo tenía una expresión aburrida.

    Vestía con un traje de piel color verde petróleo y tenía la mano dentro de las manijas de una gran bolsa de plástico.

    Por su olor a menta, Sameera comprendió de inmediato que se trataba de un Omega.

    — Hola a todos. — saludó sin tono. — Yo soy Kit, me ocupo de la organización del gimnasio, si necesitan algo o desean reservar el salón, tienen que hablar conmigo. —

    Los tres lobos asintieron y ella apoyó un sobre sobre el pavimento, introduciendo las manos en el interno.

    Sacó de los pantalones y de las chaquetas en piel color de medianoche.

    — Estas bromeando. — silbó Sameera, reconociendo el uniforme y ganándose un golpe de codo de Bash.

    — Deben vestirse con estos. — dijo Kit, como si no la hubiera oído. — en breve llegará el Kará y les explicará que cosa deben hacer. —

    Alargó a cada uno de ellos una camiseta, un pantalón y de las botas pantaneras tachonadas.

    Los muchachos se desistieron, dejando los vestidos sobre el pavimento.

    — ¿Por qué azul? — preguntó Sameera, poniéndose los pantalones.

    Kit arqueo las cejas, sorprendida.

    — ¿Perdón? — preguntó.

    — El uniforme. — explicó la loba. — Vi que hay diferentes colores. ¿Por qué el nuestro es azul? —

    Kit le respondió con el tono de quién está hablando con un retrasado mental.

    — Los verdes son para los Omega, los marrones para los Omega en adiestramiento, azul para los beta en adiestramiento y los negros para las escuadras operativas. —

    Entonces, Sameera no era operativa. Fantástico, tenía que recomenzar de nuevo con el adiestramiento como un maldito cachorro.

    Se mantuvo de protestar y continuó a vestirse en silencio.

    Después de la conversación que había tenido con Nuri la noche anterior, no tenía deseo que la regañaran de nuevo.

    ~~|~~

    Sameera sale de la ducha con una toalla alrededor del cuerpo y los cabellos que le recaen mojados sobre la espalda.

    Está descalza, pero la habitación está muy caliente.

    Está por meterse en la cama cuando tocan a la puerta. La abre: Nuri está en el corredor.

    Los jeans y la camiseta oscura delinean aquel cuerpo que está envejeciendo pero que aún puede crearle problemas a un lobo.

    Se pasa una mano entre los cabellos sal y pimienta cuando ella se hace a un lado para dejarlo entrar, mientras sus ojos cobrizos recorren a lo largo su cuerpo semidesnudo con todo el aire de quien está hambriento.

    — ¿Te molesto? — le pregunta, mientras ella, con los brazos cruzados, se queda quieta en medio a la habitación.

    — No. — responde, — ¿Qué sucede? —

    Nuri alargó la mano para acariciarle los cabellos. Toma un mechón, se lo lleva al rostro y lo olfatea. El perfume de rosas de Sameera es muy bueno.

    — Nada. — le responde. — tenía solo deseo de verte. —

    Y Sameera no tiene necesidad que él agregue algo mas para entender.

    Aprieta los labios, sosteniendo un suspiro resignado, y haciendo caer la toalla que la cubre.

    Las pupilas de Nuri se dilatan, devorando con los ojos ese cuerpo desnudo.

    Los senos pequeños y duros, el vientre plano, las piernas torneadas y los glúteos altos y duros.

    Sameera es una maravilla.

    Le toma la mano y con dulzura conduce hacia

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