Este es un libro que David Alfaro Siqueiros hubiera querido que no se escribiera. Parte de un propósito: saber del personaje como hombre, afán que el pintor desestima. Siqueiros dice de él mismo que se reconoce en el espejo de la política y que su tarea de creación es un destello de la fiebre que lo domina.
En la cárcel de Lecumberri, el Palacio Negro, casa promiscua de la crujía A a la 3, la de los jotos, terminal obligada de las víctimas del director y sus secuaces, laboratorio del horror, me decía Siqueiros que interrogarse sobre su vida sin entrarle a la política era como “mirar las florecitas de un árbol” y allí detenerse.
-Raje la corteza del árbol y vea lanolentas que anunciaban un insomnio intenso, yo le decía que el poder no facilita el descenso a la intimidad, que el político se inicia fiel a sus compromisos y con ellos termina encubierto.