Entorno arreolino: Siete voces alrededor de Juan José Arreola
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Mucho se ha dicho de él y, sin embargo, aún no lo sabemos todo. Y este libro es la prueba de ello. Aquí se reúnen siete escritores para decirnos algo más sobre Arreola y su mundo —las letras, la docencia, la edición, el futbol…—: nos hablan de las experiencias con él, de los primeros acercamientos a su obra, de las manías y enseñanzas del Maestro; incluso, reinventan algunas de sus más célebres narraciones. Así, nos invitan a acercarnos al "Último juglar" de una manera renovada en la que recuerdos, anécdotas y lecturas se entrelazan para contagiarnos el deseo de saber más y de aproximarnos (si es que no lo hemos hecho ya) a la obra de quien sigue siendo uno de los pilares de las letras mexicanas."
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Entorno arreolino - Luis Bugarini
No se diga más
Diana Bastida
A cien años de su nacimiento, Juan José Arreola, ese escritor excéntrico con capa y cabellos alborotados que aparecía en televisión y hacía gala de un inusual talento, sigue considerándose una de las grandes plumas que ha tenido nuestro país.
Mucho se ha dicho de él y, sin embargo, aún no lo sabemos todo. Y este libro es la prueba de ello. Aquí se reúnen siete escritores para decirnos algo más sobre Arreola y su mundo —las letras, la docencia, la edición, el futbol…—: nos hablan de las experiencias con él, de los primeros acercamientos a su obra, de las manías y enseñanzas del Maestro; incluso, reinventan algunas de sus más célebres narraciones. Así, nos invitan a acercarnos al Último juglar
de una manera renovada en la que recuerdos, anécdotas y lecturas se entrelazan para contagiarnos el deseo de saber más y de aproximarnos (si es que no lo hemos hecho ya) a la obra de quien sigue siendo uno de los pilares de las letras mexicanas.
Estamos entonces ante un merecido homenaje, pero también ante la oportunidad de redescubrir las razones por las que Arreola ocupa un lugar privilegiado tanto en la literatura como en la cultura nacional. Y es que entre estas páginas se recuerda no sólo al escritor, sino también al impulsor de los talleres literarios, los cineclubes y el teatro; se presenta al hombre y a la figura. Es en su honor que guardagujas, arañas sueltas en departamentos y diablos que van al cine se encuentran nuevamente, trasladándonos al genial entorno arreolino.
No se diga más: pasemos la página y vamos a disfrutar.
El hombre de la varia intención
Ethel Krauze
Taller de mutilación
El corazón a galope y los poemas en ristre recién mecanografiados por milésima ocasión, no fuera a colarse un traspié, una manchita, un adverbio mal calculado.
Veinte pares de ojos atisbando la puerta. Se apresta a hacer triunfal entrada el huracán de la triste figura, el mago con su capa ondeante y sus palabras prestas como pájaros sobre la barda para abrir la travesía, un oceánico viaje hacia los círculos cada vez más amplios y finalmente caer en picada en alguna isla aún no descubierta.
Baraja los papeles que están puestos sobre su escritorio con la lengua de fuera. Ah…
—Oh… ¿Quién es Ethel Kolten…?
Me asomo aterrada, feliz.
—¿Escucharon? E-thel Kol-ten…, éste ya es un verso, el juego de las tés y de las eles que nos lleva a navegar…
Los demás me miraron no sé si con el resquemor y el reconcomio que empezaría a correr a mi alrededor porque el gran Arreola estaba patinando sobre mi nombre y porque creían que con eso ya me había conferido el título de poeta, y porque, claro, era una mujer, joven y, por desgracia, guapa; para colmo, tenía un nombre extranjero que me distinguía ipso facto.
El caso es que siempre elegía para leer alguno de mis textos, con el pretexto de mi nombre, que saboreaba, parafraseaba, mutilando el apellido Kolteniuk, de origen ucraniano, porque él sabía cómo convertirme en una poeta de verdad.
No fue el único Maestro de las Letras inmiscuyéndose en mi nombre como forma de posesión. De hecho, le debo a otro el uso de mi segundo apellido, Krauze, como firma literaria. Pero esto invoca a una revisitación que merece una historia aparte.
Fue el último año en el que Arreola estaría al frente de un taller literario con valor curricular en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La primera clase del semestre. Si no mal recuerdo, era el año de 1974.
El jardín de las delicias
Íbamos a enamorarnos de las palabras que fluían como peces liberados en boca del Maestro. Pronto nos olvidamos de que sería un taller de corrección de nuestros textos.
Leía uno o dos renglones, pero alguna coma, algún diptongo, lo disparaba hacia recuerdos, asociaciones y escenas de sus muchas lecturas, de sus viajes de juventud, de sus desesperaciones con el lenguaje. Se mesaba con ambas manos la melena rizada, gris y estruendosa como un oleaje que coronaba las verónicas de su capa yendo y viniendo por el salón. Nos llevaba por túneles de París, por callejones de Buenos Aires, por vericuetos de un México imposible para nosotros.
Guardaba de pronto silencio, cerraba los ojos como si rezara hacia lo alto, y en un giro elegantísimo sacaba su botellita dorada de algún bolsillo interior.
Entonces, se daba su tiempo para hacer girar la tapa, sentir el buqué, prepararse para el momento: un trago breve que todos saboreábamos con los ojos cuadrados de admiración y escándalo regocijante.
Salíamos sin saber si nuestras obras maestras valían la pena. El Maestro apenas se había dignado a pasar los ojos por