EL NIÑO DEL CEMENTERIO
Hacia finales de la década pasada, en una anodina ciudad de Nueva Inglaterra, un locutor de la radio local llamado Calvin Ziegler disfrutaba diciéndoles a la mayoría de los oyentes que llamaban en directo que no tenían ni la menor idea de lo que estaban hablando. En los dos años que Ziegler llevaba al mando del espacio radiofónico, la audiencia se había cuadruplicado y no dejaban de llegar nuevos anunciantes. Si eras una persona tímida o insegura, Ziegler te ridiculizaba de la manera más humillante. Si no estabas de acuerdo con él políticamente, solía insinuar que eras un pervertido o un agente extranjero.
Aunque Ziegler parecía odiar a mucha gente, no había nadie a quien odiara más que a los oyentes que expresaban abiertamente su creencia por lo sobrenatural. «Haremos una cosa –le dijo en una ocasión a una de estas personas–. Si traes a un fantasma o a un duende a la emisora, le dejaré hablar en directo. –Y se echó a reír–. ¡No, haré algo mejor que eso! ¡Le dejaré presentar el más acérrimos les encantó aquel despliegue de sarcasmo. Por eso tenía éxito. Escuchar a personas tristes, desesperanzadas o un poco desequilibradas, les hacía sentirse mucho mejor consigo mismos y con su triste realidad.
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