Mientras que Himmler o Rosenberg miraban al pasado germánico y consideraban a su amalgama de pueblos bárbaros los creadores de la civilización y de la cultura, sabemos que otros nazis, entre ellos el propio Hitler, miraban con mucha más admiración que a sus antepasados centroeuropeos a las esplendorosas civilizaciones clásicas que florecieron a orillas del Mediterráneo.
Algunos mandatarios nazis envidiaban a los italianos su glorioso pasado. La solución, una vez más, y como sucediera con todo tipo de escritura o cultura superior, e incluso con la figura del propio Jesús de Nazaret, pasaba por arianizar dichas civilizaciones: ya que los romanos y no los germanos habían conquistado y colonizado gran parte del mundo antiguo, forjando el mayor imperio entonces conocido, la única explicación posible es que se trataba de arios.
Así que Italia y Grecia también serían destinos de los misteriosos hombres de la Ahnenerbe. En la correspondencia entre Himmler y Wüst puede apreciarse cómo el líder de la Orden Negra creía –o quería creer, para impresionar al Führer– que el propio linaje de Roma se remontaba a los ancestros de Alemania. Tras visitar la Ciudad Eterna en 1937, escribió a su colaborador, que compartía todas sus obsesiones arianizantes, para que creara dentro del instituto un nuevo departamento dedicado «a buscar pruebas de que los romanos… vienen de grupos ario-indogermánicos que emigraron del norte…».
ENTRE LAS RUINAS DE VAL CAMONICA
Por tanto, la pondría también sus ojos en Italia, y precisamente uno de los más brillantes eruditos alemanes, Franz Altheim, había estudiado con profusión las antiguas ruinas italianas de Val Camonica y sus pinturas rupestres, en uno de los valles más extensos de los Alpes, en busca de vestigios de la Edad de Piedra. Él sería el hombre seleccionado para investigar.