Muy influido por el mito de la Atlántida, Herman Wirth creía que su primordial escritura había sido precisamente inventada por los atlantes, los primeros nórdicos. El caso es que fuera o no una escritura relacionada con el esquivo continente perdido, lo cierto es que el profesor estaba convencido de que sería capaz de descifrarla, desentrañando de esa manera los misterios «de la ancestral religión aria» que traían de cabeza a las SS.
En La Aurora de la Humanidad, el erudito catalogaba y analizaba millares de símbolos rúnicos de diversas culturas del norte de Europa. Se inspiró en Alfred Wegener, padre de la deriva continental (según la cual los continentes se mueven muy lentamente alrededor de la Tierra) e ideó una nueva teoría pseudocientífica, la de la «deriva polar», según la cual el polo helado habría sido la cuna de los pueblos arios del norte.
Para comprobarlo, la Ahnenerbe enviaría diversas expediciones a las tierras más septentrionales, alguna de ellas encabezada por el propio Wirth. Siguiendo su investigación, los polos a la deriva y los continentes errantes acabaron con esa «raza ártica» perfecta, aunque algunos de sus miembros se habrían refugiado en remotos lugares aislados como la Atlántida, que soñadores de todo pelaje sitúan en los lugares más inimaginables incluso a día de hoy.
La teoría de Wirth, no obstante, no era totalmente original; el erudito había bebido de fuentes anteriores e incluso de los ariosofistas como Guido von List o Lanz von Liebenfels, que creía que la última Thule era precisamente la Atlántida. Según la investigadora Rosa Sala Rose, la tergiversación del mito ofrecía numerosos atractivos