Hubo un tiempo en que el alma de las personas era mortal, como nuestro cuerpo. Nacía con nosotros y moría a la vez que nosotros. Fue necesaria una historia de amor para hacernos inmortales, porque el amor es eterno. Nada le puede. Amor Omnia Vincit. El amor en aquella época se personificaba en Cupido, un chavalote joven y bello, adolescente casi, que vivía en un palacio en el bosque, donde cuando era niño, su madre Venus le escondió para protegerle porque su poder estaba por encima del de todos los dioses. Pero como vivía en el bosque, su mamá le regaló un arco para que cazara su comida. Lo malo es que resultó que el arco y sus flechas no servían para cazar, solo para enamorar.
LAS FLECHAS DE CUPIDO
Las flechas de Cupido son tan peligrosas que le hieren incluso a él mismo, y así le ocurrió que se enamoró de Alma. Pero empecemos por el principio. El Alma se llamaba Psique (era griega), y era una chica muy mona la vio así vestida y sola en el bosque, que la transportó a un palacio que había en lo más profundo del monte, donde casualmente vivía Cupido cuando estaba por allí. Venus, mientras tanto, le había pedido a Cupido que le enviara a Psique una flecha para que la niña mona se enamorara del hombre más feo del mundo, un poco envidiosa de su belleza.