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Cuentos de Hadas para no Dormir
Cuentos de Hadas para no Dormir
Cuentos de Hadas para no Dormir
Libro electrónico280 páginas5 horas

Cuentos de Hadas para no Dormir

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Información de este libro electrónico

Un libro de magia, fantasía, romance, y aventura. Pero sin finales felices.

 

Una colección de cuentos que reimaginan y reconstruyen los cuentos de hadas populares que hicieron famosos a los hermanos Grimm, Hans Christian Andersen, varios cuentos folklóricos, junto con historias originales de fantasía oscura.

 

Fantasmas, vampiros, asesinos, cambia-formas, necromantes, seres inmortales y almas condenadas se juntan para responder una única pregunta: ¿Quién salva al príncipe cuando está en problemas?

IdiomaEspañol
EditorialAlan D.D.
Fecha de lanzamiento31 oct 2020
ISBN9781393316558
Cuentos de Hadas para no Dormir
Autor

Alan D.D.

Español Soy un autor, blogger y periodista de Venezuela que ha estado enloqueciendo el mundo desde 1995. Empecé a leer siendo adolescente, aunque desde niño me gustaban los cuentos de hadas, los mitos y leyendas. Creo que por eso tengo una fijación por los retellings. Como escritor, escribo romance (casi siempre paranormal) y fantasía, con un poco de terror y drama, pero tocando temas sociales como la diversidad sexual, el abuso, acoso, la búsqueda de la identidad y la adolescencia. Como periodista, he trabajado reseñando libros, cómics, música, películas y cualquier otra cosa que capte mi atención. 99% de las veces, es algo sobre brujas. Actualmente busco un proveedor de chocolate 24/7 y agradezco cualquier información que pueda ayudarme al respecto. English I'm an author, blogger and journalist from Venezuela who has been driving the world crazy since 1995. I started reading as a teenager, although as a child I liked fairy tales, myths and legends. I think that's why I have a fixation on retellings. As a writer, I write romance (almost always paranormal) and fantasy, with a bit of horror and drama, but touching on social issues such as sexual diversity, abuse, bullying, the search for identity and adolescence. As a journalist, I have worked reviewing books, comics, music, movies, and anything else that grabs my attention. 99% of the time, it's something about witches. I'm currently looking for a 24/7 chocolate supplier and I appreciate any information that can help me in this regard.

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    Cuentos de Hadas para no Dormir - Alan D.D.

    Imagen de portada: Peter Pang, tomado de Pixabay.

    Edición de portada: Alan D.D.

    Todos los derechos reservados: Alan D.D. 2020.

    Índice

    Ópalo Blanco

    El Muchacho de la Gabardina Roja

    Lluvia de Cenizas

    Bajo el Mar

    El Durmiente

    La Bestia en su Mansión

    Hansel sin Gretel

    Un Pedazo de Madera

    Amanecer

    Bajo la Luna Almendrada

    Corazón de Hierro

    Cuestión de Práctica

    Bajo el Agujero

    Cuando dan las Doce

    Ojos Azules

    El Orfebre Deforme

    Cuestión de Nombres

    Alto, Más Alto

    Un Radiante Jardín

    Morder

    Padrino

    El Beso de la Serpiente

    Bailarín Nocturno

    Polvo en el Mar

    Criaturas Marinas

    El Rey Aliso

    Y la Lista Seguiría Creciendo

    Conejo Blanco

    Solo un Cuerpo

    Inmortales

    La Última Cena

    Rey de Corazones

    Larga Vida al Rey

    Un Árbol Lleno de Rostros

    Niño de Verdad

    Vendedor de Cerillas

    Solo una Sombra

    Pacto Quebrado

    Pruebas y Dudas

    Historias Bajo la Luna

    Sobre Guerras y Aves

    Asesino Fantasma

    Jugar a ser Dioses

    Sed

    La Reina Silenciosa

    Las Lágrimas de Mil Muertos

    Planes a Largo Plazo

    Luz Entre las Sombras

    Sanad, Sanad

    Brillar

    Tinta Nocturna

    Un Anillo de Flores

    Nota final

    Ópalo Blanco

    Érase una vez, en un reino muy lejano, un príncipe vuelto espanto.

    Mucho más atrás, años antes, el Rey Blanco contrajo nupcias con una reina extranjera, una mujer que nunca antes había pisado el territorio de su reino, luego de la trágica muerte de su esposa, la Reina Nieves.

    Ambos habían reinado por largo tiempo de manera justa, honorable y generosa. Tanto el Rey como su Reina eran muy estimados por su pueblo, el Reino de Niveria. Las altas montañas que rompían las nubes eran tan blancas como la piel del heredero que nació una noche en el lecho monárquico, noche que llevaba el Príncipe en su oscuro cabello.

    Sin embargo, la felicidad de los soberanos duraría poco. Los dolores de parto de la Reina no cesaron luego de dar a luz a su hijo, mucho menos dejó de manar la sangre de sus entrañas, tiñendo las sábanas y el suelo.

    El dolor de Su Majestad atravesaba el castillo, sacudiendo sus paredes y cimientos, y algunos campesinos que pasaban cerca de la morada real lloraron al escuchar sus lamentos. Tiempo no hubo para llamar a los médicos, a los curanderos y los brujos.

    Con un último chillido agonizante, la Reina Nieves se despidió de la luna menguante que coronaba el cielo, sin una sola gota de sangre dentro de sí, soltando finalmente la mano de su suplicante marido. Desde ese día, el sol se ocultó tras densas nubes negras.

    El dolor provocado por tal pérdida y las circunstancias de esta hizo que el monarca se encerrara por un año sin salir de sus aposentos, admirando el último retrato pintado de su amada. Allí cuidaba del pequeño, recibía a los visitantes, las comidas, y atendía sus deberes.

    Un año y un día después, la servidumbre del castillo volvió a ver el rostro del Rey, aún con sus ropajes oscuros. Día tras día, encargó bien fuese un retrato de su esposa, la construcción de una escultura en su honor o la composición de una balada a cargo de los artistas más renombrados en el Niveria.

    La imagen de la Reina Nieves no sería olvidada jamás, tal era el objetivo del Rey, y a medida que el pequeño príncipe crecía en cuerpo, también crecían sus ansias de saber, de nuevos conocimientos.

    Pasaron los años, y aunque aquellos sentimientos se mantuvieron siempre en secreto, aumentaron en silencio, día tras día, luego de cada pregunta que podía concebir la mente del sucesor, nombrado Ópalo Blanco en honor al padre de la Reina.

    Cuando el príncipe Ópalo contaba con siete años, el Rey anunció que se casaría nuevamente, y tras un largo tiempo escogió a una mujer cuyas condiciones eran las mismas que las de él. La Reina Nigredo había perdido a su esposo sin haber podido tener un heredero, y se esperaba que con la unión de ambos se uniesen también sus reinos.

    A pesar de que el Rey Blanco era pálido y sus ojos grises, la Reina Nigredo carecía totalmente de color en todo su ser, salvo por sus negros cabellos, casi tan oscuros como los del hijo de Su Majestad.

    Sin embargo, la sangre volvió a manar en la habitación real cuando la recién desposada degollara a su marido luego de consumar el matrimonio. En silencio, la sangre volvió a manar, tiñendo no solo las sábanas, sino también el suelo de la estancia.

    Esa misma noche, los soldados de la nueva soberana apresaron a los del Rey, tomaron posesión del castillo, y a mismísima Reina Nigredo entró a la habitación de su hijastro, lista para llevarlo frente a la guillotina.

    Dentro de un año, el hijo del Rey ascendería al trono, el día en que cumpliría dieciocho años. Pero el Príncipe supo exactamente el tipo de mujer que era su madrastra al momento de verla a los ojos esa misma mañana.

    No intentó siquiera advertirle a su padre, pues conocía la honda herida que aún palpitaba en su pecho por la madre que solo conocía por medio del arte de otros, así que tomó un relicario con pequeños retratos de ambos, uno en cada mitad, y escapó por las alcantarillas luego de incendiar su habitación.

    Ópalo Blanco vivió en los bosques que rodeaban el castillo por varios días, evitando todo contacto con cualquier persona, a pesar de que su silueta fue vislumbrada por más de uno. Surgió la leyenda, una creencia local, de que el espíritu del Príncipe, legítimo gobernante de Niveria, habitaba entre los árboles desnudos, leyenda que llegó a oídos de la Reina Nigredo.

    La nueva soberana era también una bruja maligna. Cuando tenía la edad que el heredero, vendió su alma a los demonios marinos que se decía habitaban las profundidades del mar al este de Niveria. Estos le habían dado un espejo en el que habitaba uno de los demonios, prueba irrefutable del trato.

    Tan pronto escuchó los rumores, la segunda reina consultó su espejo. Este se volvió negro ante su sola presencia y al escuchar su mandato, saber el paradero del Príncipe Ópalo Blanco, heredero al trono de Niveria, el ente encerrado en él le mostró la imagen del muchacho, corriendo en la oscuridad del bosque.

    Así como estaba, en constante movimiento, no podría detenerlo, así que todos los días, al amanecer y atardecer, la bruja pedía ver a su hijastro. Siempre estaba en una zona nueva, un rincón diferente del bosque. Arrasar toda la zona era una posibilidad tentadora, bastante llamativa, pero prefería estar allí para verlo arder en frente de ella.

    Cierto día, cuando de verificar que Ópalo Blanco siguiese con vida, casi un año después de su huida, cada vez más cerca del día de su decimoctavo cumpleaños, armó un grupo de cazadores. Su espejo podía decirle el qué lugar exacto se encontraba, pero no hacia dónde iría, así que los cazadores rodearon la zona, dejando al heredero sin escape.

    Viéndose acorralado, el Príncipe entró a una cueva y avanzó en silencio, sin saber que adentro se encontraría con siete enanos deformes, y mucho menos esperaba que estos se mostraran amables con él, cerrando uno de los túneles para evitar ser seguidos y penetrando en las profundidades de la tierra.

    Para cuando volvieron al exterior, los ocho se encontraron con que era de noche. El silencio era total, y los envolvía como un manto divino. Con cuidado, los enanos llevaron al Príncipe a su cabaña, escondida en una montaña, un volcán dormido que todos creían aún activo.

    Temerosos de la ira de la Reina, los cazadores asaltaron una aldea, tomaron todo aquello que pudieron y salieron llevándose el corazón de un joven similar al Príncipe Ópalo, seguros de que la treta sería exitosa.

    Tan pronto como la Reina tuvo en sus manos el corazón del aldeano, el espejo le reveló la verdad, y envió a todos los cazadores a morir en la hoguera. El olor a carne chamuscada llenó el reino y los gritos de dolor se escucharon una vez más, plagando la noche de pesadillas para aquellos que estaban suficientemente cerca para escuchar la barbarie.

    Sin embargo, aún insatisfecha y enfurecida, la bruja transformó su apariencia en la de una anciana decrépita. Sus ojos sobresalían en su cara raquítica y sus cabellos ahora grises y secos enmarcaban una cara amarillenta.

    Con un cuchillo oculto entre sus ropas, la bruja emprendió el viaje en su caballo esa misma noche luego de ver en dónde se encontraba la morada de los enanos.

    Las horas avanzaban lentamente a pesar de que el corcel galopaba con fuerza. Para cuando llegó al hogar de los siete mineros, la bruja se acercó, con cuidado de no hacer el menor de los ruidos. Una vez dentro, contó los cuellos que degollaba, uno tras otro, hasta que solo faltaba uno.

    Cuando se disponía a buscar el último en las afueras, el príncipe Ópalo entró, luego de buscar la leña para la chimenea. Tan fácil había obtenido ayuda y tan fácil se la había arrebatado la Reina Nigredo. Tan pronto la vio a la cara, reconoció el color rojo, aún brillante en sus ojos, un rojo sediento de sangre, poder y venganza.

    El grito que salió del Príncipe fue igual que el proclamara su madre años atrás cuando le diera la vida. Un grito que heló las venas de la bruja, su sangre, congeló las rocas de la casa, la montaña y solidificó el mismo aire a su alrededor.

    La montaña se había convertido en una tumba de hielo, un témpano gélido donde descansaban siete cuerpos cercenados y una usurpadora.

    En silencio, el príncipe Ópalo decidió vivir en los bosques. Su reino ya habría olvidado su imagen, su historia sería puesta en duda, y los guardias reales, fieles a la memoria de su padre y no a las palabras de un extraño, lo condenarían a muerte ni bien osara llamarse a sí mismo heredero al trono.

    Ópalo Blanco pasó a ser el nombre de un espectro helado que deambulaba los alrededores del castillo, lo suficientemente cerca como para dejarse ver, y lo suficientemente lejos para mantener su cara oculta.

    La leyenda de que era el príncipe perdido, heredero legítimo, se popularizó cada vez más, hasta que el entonces Rey, un sobrino del Rey Blanco, prohibió toda mención de su historia, al considerarla una estrategia de reinos enemigos para desestabilizar su propia nación.

    El tiempo fue pasando, hora tras hora, días tras día, y conforme se ejecutaban a todos aquellos que fueron nombrando el nombre de Ópalo Blanco, su leyenda fue cayendo en el olvido, hasta que algunas noches, cuando nadie más lo veía, un ente blanco como la nieve, el cabello negro como la noche, y labios azules como su sangre, se dejaba ver por solo un segundo.

    El Muchacho de la Gabardina Roja

    El bosque seguía oscuro cuando el muchacho de la gabardina roja despertó.

    Había estado caminando por días, esperado llevarlo un paquete de comida a su abuela. Conocía el camino a la perfección. Ya había ido por allí más de una vez, pero era la primera vez que se aventuraba por una ruta ligeramente distinta.

    El día anterior había caminado junto con un cazador que le ayudó a conseguir un río en donde poder lavarse la cara y tomar agua hasta que, poco antes del atardecer, tomaron caminos separados. Le gustó la compañía, aunque ya estaba acostumbrado a ir solo en todo momento. Sintió un alivio culposo cuando se vio por su cuenta una vez más.

    El cantar de las aves, las hojas meciéndose al ritmo de la brisa y los pocos animales de la zona rompían por muy poco el silencio que había. Aquello, junto con el siempre presente olor a tierra mojada y el aire fresco, constituían un deleite para los sentidos del chico.

    Cuando reconoció el camino por el que solía ir, decidió tomarlo, animado al darse cuenta de que en cuestión de minutos, quizá menos, estaría con su abuela. Pensó que lo mejor sería apurar el paso y llegar cuanto antes. Estaba cada vez más ansioso de llegar, además de que podría descansar.

    Aunque había sido una pequeña aventura cambiar la ruta, así fuera solo un poco, el terreno resultó ser más irregular que de costumbre. Más de una vez cayó al piso, mientras que por el camino tradicional podría haber ido con los ojos cerrados.

    Tal y como lo esperaba, llegó a la cabaña de su abuela cuando aún había suficiente luz. Faltaban varias horas para el ocaso, o eso se imaginó mientras se acercaba.

    Desde que era un niño había ido a visitar a su abuela, siempre con su mamá cuando era muy pequeño, hasta que creció lo suficiente para comenzar a ir solo de vez en cuando. Siempre la ayudaba a cuidar el jardín, a mantener su cabaña en orden, a cortar la leña para la chimenea, incluso había aprendido a cocinar con ella, aunque su madre no le dejaba practicar en casa.

    Su abuela, por el contrario, le animaba a probar nuevas recetas, tanto para las comidas como para los postres. El muchacho se sorprendió al ver un día que era bueno con el cuchillo, bien fuera para picar los vegetales, la carne, o las hierbas para condimentar los platos.

    También habían jugado varias veces a esconderse y ver quién encontraba al otro, intentando hacer el menor ruido posible. Casi siempre ganaba él porque su abuela jadeaba al cansarse, pero él hacía alguno que otro ruido para que el juego fuera justo. Estaba casi seguro de que ella lo sabía, pero nunca le había dicho nada.

    Entró sin avisar como siempre, dándole una sorpresa a la anciana, que estaba lavando los platos del almuerzo. Esta lo abrazó con cariño luego de un corto susto y le dijo lo mucho que lo había extrañado desde la última vez que estuvo allí.

    Ella le preparó una comida rápida y él le dio el arroz, la harina, el pan, las frutas secas y semillas que tenía en su bolso. Estuvieron hablando un rato, contándose qué habían hecho desde la última visita del nieto, para luego estar en el jardín hasta que oscureció.

    La anciana siempre tenía el cuarto de huéspedes preparado para aquellas visitas sorpresivas, así que solo tuvo que cambiar las sábanas y barrer un poco antes de que el chico se acostara luego de una ducha.

    Antes de dormirse, su abuela le aplicó una crema que hacía con hierbas del jardín para las heridas. Según le dijo, servirían para bajar la hinchazón y ayudar a cicatrizar. Aunque le ardió por un segundo, igual que siempre, la molestia pasó. Con un beso en la frente para él y uno en la mejilla para ella, ambos se dieron las buenas noches.

    El grito de su abuela lo despertó un par de horas después.

    Cuando salió, se encontró con que la puerta de madera del cuarto estaba destrozada y con marcas de garras. Al entrar, vio de nuevo al cazador, o eso creyó en un primer momento.

    Este se alzó, revelando una cabeza alargada, cubierta de pelaje gris. Sus ropas colgaban como harapos, rotas por el cuerpo deforme que intentaban cubrir en vano. Todos sus miembros eran mucho más largos de lo que recordaba, y de sus fauces goteaba sangre.

    Los huesos, intestinos y el estómago de la vieja estaban a plena vista.

    Una arcada lo obligó a quitar la vista, devolviendo lo que había comido aquella tarde. Mareado, se derrumbó en su propio vómito. Se golpeó la cabeza cuando la criatura pasó a su lado corriendo a cuatro patas, arrastrando el cadáver de su abuela.

    El muchacho se obligó a correr siguiendo el rastro de sangre. Saltó por encima de las mesas y las empujó para lograr bloquear el pasillo que llevaba a la puerta de la entrada, por donde había entrado la criatura, justo cuando esta cruzaba para salir.

    Su mente se apagó y entró en frenesí.

    La bestia dejó el cuerpo de su abuela, ahora cubierto de sangre, y saltó hacia él. El chico se lanzó a un lado, golpeándose con la pared. Reprimió un quejido mientras corría hacia la cocina.

    Tan pronto como estuvo allí, bloqueó la puerta con una silla. Una embestida hizo que esta se balanceara. Jaló el cajón en donde estaban los cubiertos, y tomó los dos cuchillos para picar carne que tenía su abuela. Con una segunda embestida, la criatura entró a la cocina, relamiéndose el hocico enrojecido.

    Como moviéndose en cámara lenta, el chico cruzó hacia un lado, atrayendo a la bestia, para luego ir en dirección contraria y correr hacia la entrada. La criatura se le lanzó encima y le mordió una pierna. El chico soltó uno de los cuchillos, pero con el otro logró cortarle la cara a la bestia.

    Cuando esta retrocedió, intentó levantarse, pero con un gruñido adolorido la criatura le clavó las garras en el pecho y trató de arrancarle el cuello. Con el cuchillo que le quedaba, el muchacho trató de hacer lo mismo, queriendo recordar en dónde estaba la yugular, mientras que la bestia le destrozaba los brazos en cada intento.

    Los colmillos se le clavaron en la mano que tenía libre. Al apuñalarle en la cara al lobo, este le arrancó tres dedos, junto con un chillido de dolor. El muchacho se retorció, apretándose la mano herida con la otra, hiperventilando más y más con cada segundo que pasaba.

    La bestia hacía lo mismo. Cuando logró verla, se dio cuenta de que el cuchillo estaba enterrado en sus costillas y que esta no podía pararse. Con un grito agónico, el muchacho se levantó y buscó el otro con desesperación. Ya le estaba faltando el aire y comenzaba a ver borroso.

    Al lado de la puerta de la cocina, que estaba desencajada luego de las embestidas, estaba el segundo cuchillo. La criatura se levantó entonces, pero retrocedió, como pensando en qué hacer a continuación. El muchacho hizo lo contrario, y comenzó a perseguirla, hasta que esta lo embistió de lleno, estampándolo contra el lavaplatos.

    Sus pulmones se quedaron sin aire en un segundo, se derrumbó al suelo y vio cómo aquella cosa salía de la cocina. Intentó levantarse, pero las fuerzas

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