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Tu piel contra la mía: Noventa Y Nueve Rosas
Tu piel contra la mía: Noventa Y Nueve Rosas
Tu piel contra la mía: Noventa Y Nueve Rosas
Libro electrónico313 páginas3 horas

Tu piel contra la mía: Noventa Y Nueve Rosas

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Información de este libro electrónico

En la universidad has oído de Óliver Muñoz por dos cosas: o porque repitió el año anterior, o porque es "El chico de las flores". Con su mirada triste y su sonrisa de perro pequeño ha conquistado a más de una chica, o… bueno, a casi todas las chicas, que es otra posible razón por la que sabes de él. Decidido a cambiar el rumbo de su vida, acude a uno de los mejores promedios de la clase, Mateo Gutiérrez, en busca de ayuda… y termina encontrando más que solo eso.

Mateo es solitario, un poco amargado y tiene unas calificaciones excelentes. Estas le aseguran un futuro brillante, y lo llevan a conocer a uno de los chicos más populares de la universidad: El chico de las flores. Acepta ayudarlo porque está intrigado: ¿qué es lo que vuelve tan loco a todo el mundo por Óliver Muñoz?

Sin embargo, cuando lo descubre, decide salirse de su vida, a pesar de que incluso llegaron a vivir juntos y a llamarse mejores amigos.

Años después, llaman de emergencia a Gutiérrez para decirle que El chico de las flores fue el único sobreviviente de un accidente, y que quiere verlo; tiene algo importante que decirle.

¿Mateo acudirá en su ayuda? ¿Escuchará lo que el mejor amigo de su época universitaria le tiene que decir? ¿O será que solo lo dice por las afectaciones que el accidente le dejaron?

IdiomaEspañol
EditorialViolet Pollux
Fecha de lanzamiento19 nov 2020
ISBN9781393726647
Tu piel contra la mía: Noventa Y Nueve Rosas
Autor

Violet Pollux

Violet Pollux. Poeta, escritore, músico, o simplemente artista. Sube videos a YouTube compartiendo el arte que hace con todo el mundo, y sueña con ser activista LGBTQA+ algún día. Ama los libros de romance, más que todo los de temáticas queer, los poemarios, además de la música que se haga sentir y el arte que llegue al alma. Autore de las sagas They Ship Us, El Chico de las Sopas de Letras, No me dejes ir, novelas como El show debe continuar, novelettes como El blog secreto del chico perdido, Ocho palabras al cielo y numerosos poemarios. Estudiante de Medicina y Educación Mención Dificultades de Aprendizaje. Puedes enterarte de sus novedades y leer material gratis en su blog: vpollux.wordpress.com, y, en caso de cualquier pregunta, puedes escribirle a su correo: violetpollux@gmail.com ¡También estás invitadx a unirte a su lista de correo para estar al tanto de sus nuevas obras en violetpollux.blogspot.com, y a seguirle en sus redes sociales (es @VioletPollux en todos lados), además de comprar otros títulos de su autoría para apoyarle!

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    Vista previa del libro

    Tu piel contra la mía - Violet Pollux

    Violet Pollux

    Tu piel contra la mía

    Libro I de la trilogía Noventa y nueve rosas

    Copyright © 2020 by Violet Pollux

    Gracias por leer. Si disfrutas este libro, por favor, recuerda dejar una review de él en la plataforma en la que lo adquiriste y conectarte con el autor.

    Esta novela es una obra de ficción. Los nombres, personajes e incidentes retratados en él son obra de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas reales, vivas o muertas, eventos o localidades es totalmente casual.

    Aparte de pequeñas citas para publicidad en redes sociales y reviews, ninguna parte de este libro puede ser reproducida, almacenada o transmitida de ninguna forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación, escaneado o de cualquier otro modo, sin el permiso del escritor. Es ilegal copiar este libro, publicarlo en un sitio web o distribuirlo por cualquier otro medio sin permiso.

    Gracias por apoyar a los autores, su arte y una cultura diversa y creativa al comprar sus libros y cumplir con las leyes del copyright.

    Copyright © 2020 por Violet Pollux

    Todos los derechos reservados.

    First edition

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    Find out more at reedsy.com

    A María Juliana, Mariana Nunez, Esmmeralda Gutiérrez, Karen Ferrer, Costanza Quiroz, Matías Pinto y Sergio Gutiérrez

    Contents

    Acknowledgement

    Sinopsis

    Capítulo 1

    Capítulo dos

    Capítulo 3

    Capítulo cuatro

    Capítulo cinco

    Capítulo 6

    Capítulo siete

    Capítulo 8

    Capítulo nueve

    Capítulo 10

    Capítulo once

    Capítulo doce

    Capítulo 13

    Capítulo catorce

    Capítulo 15

    Capítulo dieciséis

    Capítulo diecisiete

    Capítulo dieciocho

    Capítulo diecinueve

    Capítulo 20

    Capítulo veintiuno

    Capítulo 22

    Capítulo veintitrés

    Capítulo 24

    Capítulo veinticinco

    Capítulo 26

    Capítulo veintisiete

    Capítulo veintiocho

    Capítulo 29

    Capítulo treinta

    Capítulo 31

    Capítulo treinta y dos

    Capítulo 33

    Capítulo treinta y cuatro

    Capítulo treinta y cinco

    Capítulo treinta y seis

    Capítulo 37

    Capítulo treinta y ocho

    Capítulo 39

    Capítulo cuarenta

    Capítulo cuarenta y uno

    Capítulo 42

    Capítulo cuarenta y tres

    Capítulo cuarenta y cuatro

    Capítulo 45

    Capítulo cuarenta y seis

    Capítulo 47

    Capítulo cuarenta y ocho

    Capítulo cuarenta y nueve

    Capítulo 50

    Capítulo cincuenta y uno

    Capítulo 52

    Capítulo cincuenta y tres

    Capítulo 54

    Capítulo cincuenta y cinco

    Capítulo 56

    Capítulo 57

    Capítulo cincuenta y ocho

    Capítulo 59

    Sobre Tu piel contra la mía

    About the Author

    Also by Violet Pollux

    Acknowledgement

    Gracias a cada persona que sigue creyendo en mí y compartiendo y comprando mi arte. Gracias por la paciencia, el amor y la dedicación.

    Sinopsis

    En la universidad has oído de Óliver Muñoz por dos cosas: o porque repitió el año anterior, o porque es El chico de las flores. Con su mirada triste y su sonrisa de perro pequeño ha conquistado a más de una chica, o… bueno, a casi todas las chicas, que es otra posible razón por la que sabes de él. Decidido a cambiar el rumbo de su vida, acude a uno de los mejores promedios de la clase, Mateo Gutiérrez, en busca de ayuda… y termina encontrando más que solo eso.

    Mateo es solitario, un poco amargado y tiene unas calificaciones excelentes. Estas le aseguran un futuro brillante, y lo llevan a conocer a uno de los chicos más populares de la universidad: El chico de las flores. Acepta ayudarlo porque está intrigado: ¿qué es lo que vuelve tan loco a todo el mundo por Óliver Muñoz?

    Sin embargo, cuando lo descubre, decide salirse de su vida, a pesar de que incluso llegaron a vivir juntos y a llamarse mejores amigos.

    Años después, llaman de emergencia a Gutiérrez para decirle que El chico de las flores fue el único sobreviviente de un accidente, y que quiere verlo; tiene algo importante que decirle.

    ¿Mateo acudirá en su ayuda? ¿Escuchará lo que el mejor amigo de su época universitaria le tiene que decir? ¿O será que solo lo dice por las afectaciones que el accidente le dejaron?

    Capítulo 1

    Chapter Separator

    Mi mejor amigo, Óliver Muñoz, estaba llorando desconsoladamente en su camilla en Santo Domingo, la clínica en la que estaba hospitalizado. Los doctores estaban debatiendo si debían darle de alta o no, porque no era seguro que se fuera a su residencia, donde vivía solo… aunque, bueno, más que llorar por eso, lo hacía por el accidente del que milagrosamente había logrado escapar con vida. Había ocurrido en su trabajo, él había sido el único sobreviviente, y lo que sentía como consecuencia de ello era inexplicable. Apenas me llamaron para notificarme del evento, salí corriendo desde Nueva Esperanza, sitio donde yo vivía y trabajaba, hasta Ciudad Dorada, donde vivía y trabajaba mi amigo, y me quedé todo el rato en la clínica en la que estaba internado mientras lo estabilizaban y le hacían unas cuantas pruebas básicas.

    Lo conocí en la Universidad de Palo Alto, nombrada en honor a la ciudad en la que quedaba, y fue mi compañero de algunas asignaturas, debido a que estudiábamos la misma carrera. Con el tiempo nos volvimos mejores amigos, e incluso me invitó a vivir en su casa con su madre. Ella me recibió con brazos más que abiertos; estaba muy feliz de que Óliver y yo nos hubiéramos encontrado mutuamente, porque decía que algo ideal era tener un grupo o compañero de estudio que te apoyara y animara siempre, alguien que te comprendiera. Tuvo razón en lo primero: nos apoyábamos el uno al otro. Nos motivábamos cuando sentíamos ganas de renunciar.

    Pero respecto a lo segundo… no estaba demasiado seguro.

    Entendía que quería estudiar y graduarse, tal como yo. Entendía que quería un trabajo que le pagara bien, como yo. Entendía que le gustaba divertirse porque, bueno, ¿a quién no?

    El detalle es que nunca sentí que Óliver y yo llegáramos a comprender demasiadas cosas del otro, aunque eso no evitaba que sintiera que podía contar con él para lo que fuera, al igual que él sabía que podría contar conmigo siempre. Lo quería muchísimo, le estaba más que agradecido por acogerme en su casa, hacer que me ahorrara el dinero de la residencia, y más que eso adoptarme como si fuera un miembro más de su familia. Sentía que les debía tanto, a él y a su madre… y que nunca podría pagárselos.

    O a él en específico.

    Tal vez fue por eso, tal vez por otra razón, pero apenas me enteré del accidente volé hasta donde se encontraba. Al llegar a su habitación en la clínica, sentí que se me iba a salir el corazón; tenía la cabeza envuelta en vendas médicas, sus ojos cerrados y sangre seca por todo el rostro, además de otras partes del cuerpo. Por suerte estaba dormido y no me vio llorar, porque supuse que se habría asustado más. Sin embargo, quien sí me vio fue su médico, quien entró en la habitación minutos después de mí.

    -¿Mateo Gutiérrez? -preguntó en mi dirección y asentí. Me hizo señas con la mano para que saliéramos al pasillo. Era un hombre alto, de mi tamaño, con canas y lentes, de mediana edad. Su voz era grave, muy distinta de la mía.

    Saqué mi documento de identidad de mi billetera y se lo mostré, aunque fue en sí por no saber qué más hacer. Él asintió, como riendo.

    -Óliver se la pasó preguntando por usted cuando estaba despierto -soltó casualmente-. Aseguró tener algo que decirle, así que sabía que iba a venir.

    -Su mamá vive en Palo Alto -respondí-. No puede venir.

    -Sí, lo sé. Bueno, le contaré un poco sobre lo que ha sucedido.

    Dijo un montón de cosas que yo no entendí mucho, no solo por el hecho de no saber de medicina, sino porque estaba demasiado conmocionado como para captar nada. Lo único que sabía era que mi mejor amigo había estado en un accidente, que había sido el único sobreviviente y que había estado preguntando por mí.

    -No está estable mentalmente -finalizó el médico-. Pero no se preocupe, es temporal, ya se le pasará. Solo hay que tener paciencia.

    Asentí por enésima vez y él me sonrió.

    -Gracias -dije.

    -Un gusto, señor Gutiérrez.

    -Un gusto -respondí mirando su bata médica, en la zona donde estaba el membrete de su nombre-, señor Martínez.

    Y vaya que tenía razón.

    Óliver era… bueno, no era él mismo. Era como una sombra miserable del mejor amigo que había tenido en la universidad, y no me refería a cómo se veía, sino a cómo actuaba. Cuando finalmente lo vi despierto ni siquiera pareció muy contento, pero imaginé que era el estrés y dolor por el accidente lo que lo tenía así. Fueron días pesados en los que lloraba y sollozaba, y entendí lo grave que estaba cuando una vez una enfermera dejó cerca una inyectadora, y él la tomó y pareció a punto de clavársela en el pecho.

    -ENFERMERA, AYUDA -grité tan alto como pude, apresurándome a llegar a la camilla-. Óliver, no hagas eso.

    -¡DÉJAME EN PAZ! -rugió llorando, y llegó la enfermera y alejó la inyectadora-. NO ENTIENDES. ¡TÚ NO ENTIENDES!

    La mujer se disculpó al menos unas diez veces, pero le dije que no era su culpa. Mi amigo siguió llorando, y como yo no sabía qué más hacer, le tomé la mano temblorosa.

    -Tienes razón, no te entiendo -afirmé con dulzura, acariciando sus dedos quebradizos-. Lo siento. Pero estoy aquí, cuidándote, y es lo mejor que puedo hacer. Permíteme ayudarte, ¿sí?

    No creí que fuera posible, pero lloró más. Después de un rato tomándole la mano, pronunció unas palabras realmente sencillas, pero que marcaron un antes y un después.

    -Me siento tan solo -confesó con las lágrimas cayéndole por el rostro-. Y… duele tanto, Mateo. Ya no quiero estar así.

    Sentía que me hundían una estaca en el pecho.

    -Estoy justo aquí -dije, sin saber qué más responder-. Contigo.

    -Me siento solo -repitió a la vez que más llanto brotaba de él.

    -Te… te traje rosas, Óliver -comenté después de unos segundos en los que no dije nada porque, de igual manera, sabía que no podría consolarlo o ayudarlo de ninguna forma.

    Él frunció el ceño, pasando a verlas en la mesa de la habitación. Las había llevado el día en que llegué a la clínica, y ya estaban marchitándose.

    -¿Cuántas son?

    Fruncí el ceño a mi vez.

    -¿Qué?

    -¿Cuántas rosas son, Mateo? -Lucía un poco paranoico, con los ojos saltones. Las lágrimas se detuvieron momentáneamente-. ¡Es importante!

    Sí, su cabeza no estaba bien. Sus emociones cambiaban con brusquedad, como si fueran un interruptor de luz que podías mover hacia arriba o abajo y con ello obtener un resultado radical al instante.

    -Las contaré yo -exclamó, enojado-. ¡PÁSAMELAS! Necesito contarlas.

    Me parecía que se estaba volviendo loco. Y eso me estaba matando: era mi mejor amigo, la persona que más me había ayudado en la universidad.

    Quería asistirlo lo más que pudiera. Necesitaba hacerlo. No podía quedarme de brazos cruzados viendo cómo la persona más importante en mis años de estudiante se venía abajo, sin más.

    -Las contaremos juntos, ¿sí? -dije, acercándome a su camilla con el ramo en las manos. Estaba de pie, inclinado sobre él, viéndolo con atención, pero a la vez con tanto cariño como mis ojos pudieran transmitir.

    Noté que la expresión en su mirada se suavizó.

    * * *

    -¿Cuarenta rosas? -inquirió cuando terminamos.

    Yo le sonreí, asintiendo. A ese punto, prácticamente estaba encima de él, porque habíamos contado las flores muy cerca del otro, más que todo para asegurarme de que no hiciera alguna locura con ellas.

    -Sí -contesté-. Cuarenta hermosas rosas.

    Me miró a los ojos. Los suyos, cafés, siempre me parecieron demasiado llamativos -como una estrella tan brillante que buscabas alejártele porque, estabas seguro, si la mirabas durante mucho tiempo, podría atraparte para siempre.

    Se alzó en su camilla y, sin despegar su vista de mí, presionó sus labios contra los míos.

    Experimenté una mezcla de emociones. Nunca antes había besado a un chico, nunca antes había besado al gran Óliver Muñoz. Sus labios eran suaves, como si estuvieras tocando las nubes. Y la calidez que su cuerpo irradiaba, incluso estando en la clínica, era abrumadora, pero no en el mal sentido; era como cuando te acercabas a algo que se sentía tan bien que no te querías apartar nunca.

    Durante muchos años me escabullí de eso en la universidad, de ese magnetismo que juré que tenía Óliver y que asumí que era lo que volvía loco a todo el mundo por él. Me movía con cuidado cuando estaba cerca, intentando esquivar ese gesto, por más loco que sonara, porque sabía que, después de él, no habría marcha atrás.

    Tanto tiempo huyéndole a ese beso para que, al final, de igual forma ocurriera. Tantos años evitándolo para que, al momento de la verdad, me rindiera ante él como si siempre hubiera querido que pasara.

    -Te amo -dijo cuando despegó su boca de la mía.

    Yo me incliné incluso más sobre él y, tras asentir con la cabeza, lo volví a besar.

    Capítulo dos

    Chapter Separator

    Había oído de Óliver Muñoz mucho antes de finalmente verlo. Desde que inicié en la carrera escuché que varias chicas lo mencionaban, diciendo que, o bien querían salir con él, o se habían acostado con él. No me pareció raro porque, bueno, era la universidad; cada quien hacía lo que quería, era como quería, era quien quería ser. Sin embargo, lo que escuché de él me llamó la atención porque no lo había oído de ningún otro chico antes: él era El chico de las flores. A veces llevaba flores a la universidad, para dárselas a alguien como regalo, o en el cabello. Cuando inició la fiebre de las redes sociales, escuché que se tomaba fotografías con múltiples flores de muchos colores, y las publicaba en su cuenta. Cabe destacar que las fotos no eran simples primeros planos: se notaba la dedicación que iba detrás de cada imagen, era clara la visión artística que intentaba transmitir con cada toma, aunque fuera de una simple flor.

    Por alguna razón, esto a las chicas las volvía locas; según ellas, era una muestra de lo sensible que era, de que no quería aparentar ser un macho porque no le interesaba. Eso me resultaba interesante, pero no lo suficiente como para ir a buscarlo yo mismo o a verlo. Simplemente me concentraba en estudiar, intentar sacar las mejores calificaciones posibles, y en sí en vivir solo en Palo Alto, que había sido un gran cambio a mi vida de antes, con mi madre y mi hermana, en Gran León.

    El cambio fue bueno, si no lo mejor que me pasó en la vida. Tal vez se debía a que de por sí estaba deseoso de irme de Gran León, pero todo en Palo Alto me parecía maravilloso. Era una ciudad mucho más poblada que donde solía vivir, por lo que el aire y el sonido ambiental estaban más contaminados, pero yo amaba incluso estas pequeñas cosas; las veía como el costo insignificante de la libertad, un precio que estaba más que dispuesto a pagar.

    Había tantos sitios a los que ir, aunque la verdad nunca iba a ninguno, pero lo importante es que estaban ahí, que había decenas de opciones entre las que elegir: cines, centros comerciales, parques de atracciones, restaurantes, discotecas, bares, cafés, compañías industriales, tiendas -cualquier cosa que pudieras pensar, probablemente existía en algún local de Palo Alto, a pesar de no ser la capital del país. Esta, llamada Splendida Lumina, sitio donde había muchísimos más avances, desarrollo y contaminación, me aterrorizaba. Llamaba mi atención igual que llama la atención de cualquier pueblerino una gran ciudad, pero el miedo que me causaba era mayor, por lo que me abstenía de ir. Además, me bastaba con Palo Alto: lo veía como un precioso intermedio entre Splendida Lumina, ciudad de luces y ruidos, y Gran León, pueblo donde lo más emocionante que ocurría era que abría algún McDonalds.

    Como fuera, llegó el segundo año de la universidad, y fue cuando finalmente conocí a Óliver Muñoz. Supe que se trataba de él el instante que entró en el salón de clases: tenía una flor amarilla sobre la oreja. Su cabello era castaño, un poco largo; su piel, morena; y sus ojos, al menos según lo que alcanzaba ver, marrones. Tenía las cejas pobladas, sin barba ni bigote (ni siquiera la sombra de alguno de ellos), además de unos rasgos bastante delicados, como su nariz, que era delgada, y sus pómulos. No me parecía excepcionalmente guapo, aunque tampoco horrible; en general, se veía bastante promedio, aunque no es que pudiera saberlo demasiado porque, al fin y al cabo, no me gustaban los hombres. Tenía músculos desarrollados, era fornido, pero no de forma exagerada; no parecía que se mataba por tener un cuerpo de fisicoculturista, sino que era más bien algo como… en forma saludablemente. Era de una estatura normal, más bajo que yo, y usaba ropa común: vaqueros, camisas, chemises, algunas de colores oscuros y otras de colores claros y pasteles, como rosado o lila.

    Sin embargo, a pesar de que cada característica individualmente no sonaba llamativa, reconocía que había algo en él que capturaba tu atención, que hacía que voltearas a mirarlo cuando entraba en la habitación. Tal vez fuera sus expresiones faciales, su personalidad, su forma de hablar, o su porte, siempre erguida y confiada. Yo no era muy creyente en nada, pero quizá fuera su aura, sus energías o lo que sea. Sin embargo, fuera lo que fuera, no entendía la emoción por él, porque no era algo lo suficientemente aparente como para justificar que tantas personas se volvieran locas por él -sabía que no era quién para juzgar, pero no me resultaba impactante; él cautivaba a las chicas como si fuera un 10 o un 9, y a mí no me parecía que fuera más que un 6, o un 7 cuando mucho.

    No obstante, un día se me acercó.

    Y podría decirse que desde ahí todo cambió.

    -Mateo Gutiérrez, ¿no? -preguntó sonriéndome con amabilidad y una voz grave, casi como de locutor y muy contrastante a la mía. Sus labios eran delgados y rosados, igual que sus mejillas, como si saliera de una caricatura. Estábamos esperando a que llegara un profesor para que realizara la prueba del día. Asentí-. He visto que siempre estás en los primeros lugares de las mejores calificaciones. Me parece sorprendente.

    -Eh, gracias, creo.

    Tenía unos tenis negros y una chemise rosada. Admitía que se veía adorable.

    -Quería preguntarte si podías ayudarme con una duda que tengo, si no es molestia.

    Eso no era raro. Ya otros compañeros sabían que obtenía buenas calificaciones, así que a veces se me acercaban a preguntarme cosas relacionadas con las asignaturas. Yo nunca me quejaba de ello; al menos sabían quién era. Y no me trataban mal.

    -Sí, claro, cuéntame.

    Pero no se quedó ahí. Cuando finalizó esa evaluación, se acercó a mí de nuevo y me agradeció enormemente haberle ayudado, porque debido a mí, dijo, pudo responder algunas preguntas que tenían una ponderación alta.

    -No hay de qué -respondí con una sonrisa que intenté que fuera amable.

    Comencé a caminar para alejarme, porque ya era hora de irme a mi residencia. Era día de lavado de ropa, cosa que odiaba.

    -¿Qué harás el fin de semana? -preguntó acercándoseme de nuevo, y fruncí el ceño. Por alguna razón, cada cosa que te decía sonaba como si te estuviera coqueteando, aunque muy en el fondo sabías que no era así.

    -¿Qué?

    -Habrá examen de electrónica la semana que viene. ¿Quieres estudiar en mi casa? Podríamos dedicarnos solo a estudiar, mi mamá cocinará y ayudará con lo demás. Si quieres.

    -Eh…

    -Piénsalo, ¿sí? -Me miró directo a los ojos y tragué saliva. Nunca había visto unos ojos tan tristes en toda mi vida. También noté que tenía las pestañas más largas del mundo-. Y me avisas mañana.

    Asentí y me marché. Mientras caminaba, iba pensando. Escuché detrás de mí que una chica se le acercó y lo llamó, diciéndole que lo había estado buscando.

    Al llegar a la estación de metro, tenía la mirada perdida. Sin embargo, un chico de mi salón, José Pérez, me encontró, comenzó a preguntarme qué tal me había ido en la evaluación, y después de unos minutos cuestionó qué me ocurría.

    -Siento como si un hombre hubiera mirado directo a mi alma -confesé.

    -¿Quién, Muñoz? -Se rió-. Tiene ese efecto.

    -¿Lo conoces?

    -¿Quién no lo conoce? Es El chico de las flores, por lo que vuelve locas a las chicas y, además, está repitiendo el año. O lo conoces por una cosa o por la otra.

    -No sabía que estaba repitiendo.

    -Sí,

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