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Cada Cosa en Su Lugar
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Libro electrónico166 páginas3 horas

Cada Cosa en Su Lugar

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Información de este libro electrónico

Roma, Italia, verano 2016. Giovanni  es un médico señalado, un hombre casado y un ser humano condicionado por las elecciones hechas por su familia. Antonella, su esposa, es una mujer que vive en la constante búsqueda de la perfección, pensando así de  huir de su fragilidad y la conciencia de un matrimonio que no la hace feliz.
En un verano caluroso hace dieciséis años, Alessio encontró en Giovanni el amor, en el presente solo guarda un  recuerdo amargo. Una noche, el destino pondrá a Alessio en peligro de muerte y a Giovanni delante de la única persona que alguna vez le ha  hecho realmente latir el corazón.
El presente traerá a los tres protagonistas un nuevo estado de conciencia y la percepción de que el dolor puede ser el medio para volver a poner cada cosa  en su lugar.

"Cada cosa en su lugar" es la versión en español de "Ogni cosa al suo posto", ¡una novela acogida en Italia con gran éxito!
IdiomaEspañol
EditorialDC
Fecha de lanzamiento16 nov 2017
ISBN9788827515976
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    5/5
    muy buena, la recomiendo,te atrapa a medida que van pasando los capitulos y esta escrita de una manera muy original, me gusto y como siempre me quedo con ganas de otro capitulo T.T....

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Cada Cosa en Su Lugar - Dimitri Cocciuti

autorización.

www.cadacosaensulugar.es

info@cadacosaensulugar.es

Cada cosa en su lugar es la versión en español de

Ogni cosa al suo posto

www.ognicosaalsuoposto.it

Planeo gráfico de cubierta por el papel impreso: Dimitri Cocciuti

Planeo gráfico e-book: Roberta Tiberia

Editing y corrección pruebas: Romina Carboni

Sumario

Prefacio

Otro verano

No hay yo sin ti

Después de mucha niebla

Nuestras diferencias

Una invencible seguridad

Caos calmo

Un sentido

Entre cielo y mar

Expiación

Septiembre

Sólo el corazón cuenta

La medida del amor

Epílogo

Notas

Agradecimientos

A quien busca el ánimo de la verdad.

A quien encuentra la fuerza de querer incondicionalmente.

A quien elige poner cada cosa en su lugar.

Prefacio

Hay muchas razones para leer y querer la novela.

Por la apasionada love story de Giovanni que realiza un cuento epifanico: el irrumpir prepotente de la verdad de los sentimientos, que arrolla y barre los diques conformes de una vida falsa.

Por las pequeñas irresistibles "Madeleine" de que es repleta.

Quien pertenece a los alrededores de la generación X, pero también los millennials apreciarán, se complacerán con instantáneas de su propia juventud, las canciones, las modas, los programas tv, los objetos, los primeros aparatos en tecnológicas digitales de masa.

Y es gustoso observar la transformación, hasta lo que somos hoy.

Por la imponente galería de mujeres maravillosas.

Mírenlas - Antonella, Viola, Marianna, Gina, las mamás, las abuelas - mientras nutren, asisten, proveen, explican, dirigen, comprenden.

Fuertes, u obligadas a serlo, para suplir a las debilidades masculinas.

Por la ternura indulgente hacia sus hombres: protagonistas, sí, al centro de la narración, seguro, pero pequeños, confusos, asustados, frágiles, ausentes.

Fuera de lugar.

Fabrizio Battocchio

Director Responsable Format y Factual RTI/Mediaset Italia

Otro verano

Saliendo de su casa, Giovanni pensó que la primavera había llegado ya. Se dirijo hacía su coche; estaba por empezar otro largo turno de noche.

Un año antes había encontrado empleo en las urgencias del hospital; un trabajo laborioso, de ritmos frenéticos, una montaña rusa de emociones fuertes y una paciencia, que de estándar debía de ser infinita.

Pero por él todo esto no era un problema, más bien, la pasión que ponía en lo que hacía lo compensaba de todos los esfuerzos y de todos los días dados a trabajar sin un instante de tregua.

Ser médico siempre fue su sueño y la emoción de aquella fatídica llamada de asunción era, imprimida en su mente: «Buenos días doctor Galvani, querría convocarla por una entrevista».

En consecuencia de aquella llamada, había empezado el recorrido en el hospital, uno de los momentos más estimulantes por él, tan acostumbrado a la monotonía de sus días a menudo todos iguales. Empezó primero como soporte, luego, en algunos meses, logró conseguir el encargo en solitario.

Su talento no pasó desapercibido: todo los colegas apreciaban de él la seriedad y la empatía hacía los pacientes.

Siempre compuesto, impecable, en cualquiera condición o urgencia, Giovanni representaba la fiabilidad.

Por éste decidieron insertarlo en la plantilla de urgencias, dónde, aquellas características, bien encajaban con las condiciones extremas que un departamento de urgencia inevitablemente lleva consigo.

Aquella tarde como cada día, después de haber saludado a su mujer Antonella con un beso rápido en los labios, se metió en el coche, hacía el hospital.

No habían nubes en cielo, el aire frío de los meses anteriores había dejado lugar a una tibieza que no daba dudas sobre el buen tiempo que estaba al llegar.

Giovanni amaba la primavera: la luz del día que parecía no acabar nunca, el olor de los jazmines que invadía las calles, las ventanillas del coche por fin bajadas, la gente que paseaba tranquila al aire libre para gozarse el nuevo clima.

Eran sensaciones que lo hacían sentir bien, como si la primavera no fuera sólo una estación, sino un estado de ánimo.

Aparcó, tomó el bolso con la bata limpia, el smartphone sobre el asiento del pasajero y se encaminó.

Entrando, saludó a los chicos de la aceptación y se dirigió hacía los vestuarios, en el mientras se cruzó con Antonio, su colega.

«¿Eh, my friend, como estás? ¿Listo por la noche»?

Se saludaban siempre así, con aquel 'my friend' al inglés por cariñosa tuna. Hicieron la especialización en departamentos diferentes, Antonio en neurología, Giovanni en cirugía, luego los acontecimientos los llevaron ambos a dividirse las horas en la urgencias; con el tiempo construyeron una buena relación profesional y un gran aprecio mutuo. Antonio tenia un físico envidiable, fruto de largas horas en gimnasio dónde iba acabado el horario de trabajo.

«Deberías entrenarte tú también alguna hora, te haría bien», le decía a menudo Antonio.

Pero Giovanni tenia una relación diferente con el deporte, no es que no le gustase, daba prioridad a otras cosas.

La unión entre los dos hombre se debía a otro simpático detalle sobre el que a menudo bromeaban: nacieron en el mismo día, en el mismo mes y en el mismo año. En los últimos tiempos se repetían que esto sería el primer cumpleaños que tendrían que celebrar los dos trabajando.

Aquella tarde Giovanni notó que el colega no estaba agotado como siempre, a pesar de las horas finales del turno.

«Hoy te veo bastante avispado para ser casi las diez. ¿Ningún códigos rojo? ¿Nadie moribundo?»

«Tú sueñas amigo mío. Pero sí, tienes razón, hoy menos que lo usual; con el calor habrán tenido menos gana de enfermar. En todo caso, un amigo me ha escrito que está alcanzándome y está parado sobre la Laurentina a la altura del Gran Raccordo Anulare; dice que ha habido un accidente y hay un atasco. Creo que esta aquí cerca, por lo tanto yo digo que llevarán los heridos aquí».

«¿Ok, por lo tanto son mis últimos cinco minutos de paz antes del delirio?»

«¡Puede ser, disfrútalos!»

«Ríete. ¡Hoy a mí, mañana turno agotador a ti!»

Giovanni se hizo adelantar de Antonio la situación de los pacientes hasta aquel momento, después le saludó y entró en el vestuario; se cambió y vistió la bata.

A pesar de las palabras del colega, no se vino abajo, estaba listo con entusiasmo y paciencia a soportar el peso de otro largo turno y a trabajar hasta el amanecer.

Claro, ver sus series favoritas cómodamente sentado sobre la butaca en su salón, seria en aquel entonces una óptima alternativa, pero al final se hizo ánimo y selló la tarjeta de acceso echando un ojo hacía Caterina, la enfermera que trabajaba con él.

«¿Buenas tardes doctor, todo bien?»

«Hola Caterina, sí, a lo grande como siempre. ¿Quiénes tenemos que visitar?»

«Mire, si puede ir un instante a sala de espera a lo mejor me echa una mano, hay un tío que vocea desde un buen rato quejándose».

Voy en seguida. ¿Qué tiene?»

«No se, para mi nada, alguna enfermedad imaginaria».

Se fue a averiguar el estado del paciente indicado por Caterina.

«¿Estoy esperando demasiado, pero puede ser que aquí tienen que pasar horas antes de ver un médico? ¡Yo me estoy muriendo!»

Giovanni, con la debida calma, se metió a escuchar las imprecaciones de aquel hombre de unos sesenta años, acompañado por su hijo que buscaba la manera de calmarlo a palabras, sin lograrlo.

Lo logró Giovanni: después de tenerlo primera tranquilizado y luego visitado, se dio cuenta de que era sencillamente alterado y había confundido una banal gastritis por un ataque de corazón.

Veía bastantes hipocondríacos y de cada tipo: los que corrían a urgencias por un resfriado, los que hacían testamento por 38 de fiebre, y sobretodo los que vivían con el espantajo del infarto.

Mas allá de ellos, en cambio, Giovanni tenia que hacer, sobre todo, con las emergencias verdaderas, las que lo impulsaba cada día empujándolo a trabajar siempre al máximo.

Caterina volvió después de pasar por algún minuto a la aceptación de la urgencias.

«Doctor Galvani, siento hacerle empezar el turno de este modo pero acaban de avisarnos sobre la llegada de una emergencia».

«Quizás sea la que Antonio me adelantó. Ya somos acostumbrados Caterina, después de todo es un servicio de urgencias, no una aldea de vacaciones».

La sangre fría en los momentos más difíciles era su punto fuerte, aunque luego el estrés, puntual pasaba factura. Mientras esperaban la llegada de los heridos, Caterina empezó a informar a Giovanni de los otros códigos amarillos que tenían pendientes una vez acabadas las curas a los herido del incidente.

«Déjame ver: ¡una sospechosa apendicitis, esta señora tiene diverticulitis, esta tarde nos va de lujo!»

No terminó la frase que el sonido de las sirenas de la ambulancia se hizo sentir de lejos. El ruido, gradualmente más fuerte, era ahogado entre el persistente zumbido de los quejidos de quien estaba en sala de espera.

Giovanni cruzó el largo pasillo y se dirigió hacía la entrada de la urgencias. El coche de emergencia se paró allí; los enfermero bajaron, saludaron y con gran rapidez arreglaron al paciente, inconsciente, sobre otra camilla.

«Código rojo, doctor. Peatón víctima de accidente de tráfico, no era a la guía de ningún medio, ha sido atropellado por una moto que se ha dado a la fuga. Evidente trauma craneal, los testigos han referido de haberlo visto golpear violentamente la cabeza, quejarse y luego perder conocimiento. Respiración regular, latido ligeramente taquicárdico. El paciente tiene treinta y seis años, nombre indicado sobre los documentos: Alessio Caputo».

Al oír ese nombre el estómago de Giovanni se encojó. Quedó detenido, un silbido fuerte en la oreja derecha. Lo siguió con la mirada mientras lo trasladaban en la habitación y en cuanto vio su rostro empezó a sudar frio.

«¿Doctor, está bien?», le preguntó Caterina que, teniendo trato con el todo los días, se dio cuenta enseguida de algo diferente en su mirada.

«Sí, claro, todo bajo control».

La ética profesional lo empujó a mantener la sangre fría, porque la lucidez que necesitaba en aquel momento no daba lugar para otro. Prestó las primeras curas al hombre: para reducir el vasto hematoma debido al impacto violento con el asfalto, fue indispensable inducir el coma farmacológico y ordenó, por lo tanto, que fuera trasladado en unidad de cuidados intensivos.

Caterina asistió como siempre a su lado.

Los colegas tomaron la camilla para llevarlo y la enfermera, comentaba el suceso: «Cierto, pobrecito, un hombre tan bonito. Y luego un golpe así… esperemos que salga de esta, doctor!» Suspirando sacudió la cabeza, «estas motos son malditas, primero nos quejamos que los motoristas se hacen daño, ahora se meten incluso a atropellar a la gente y a escapar! Qué mundo de maleducados. Hago bien yo que tampoco tengo el carnet de conducir, no quiero tener estas responsabilidades».

Mientras la enfermera seguía charlando, Giovanni volvió al cuerpo de Alessio, inmóvil, mientras lo trasladaban hacia los grandes ascensores.

Quedó en silencio, sin escuchar las palabras de la colega.

Caterina se enteró.

«¿Doctor, pero está escuchándome?»

«Sí, claro. Un accidente muy feo la verdad».

«Doctor lo siento pero desde que ha llegado aquel paciente tiene el aire trastornado. ¿Está seguro de estar bien?»

«¿Pero claro que estoy bien, que dices?»

«Entonces discúlpeme, mirando su expresión he pensado por un instante que lo conociera y le hubiera afectado».

«No, solo estaba pensando en otra cosa».

La colega no hizo otras preguntas, y se quedó con sus dudas.

Después de algunos minutos, Giovanni tomó los historiales clínicos para mirar los otros casos y, con su usual dedicación, empezó a visitar todos, tratando de eliminar el aflujo de pacientes que a pesar de la hora tarda, llenaban la sala. El resto de la noche lo pasó así, como siempre, atareado con su rutina.

Pasaron las horas y, distraído por la enorme mole de trabajo, no se percató mínimamente de que estaba amaneciendo..

De ahí a poco habría llegado la hora de salir del trabajo y volver a casa.

Mientras esperaba el colega de la mañana, le ilustró al otro médico el trabajo de para las horas siguientes.

Luego selló la tarjeta de acceso, pero en lugar de dirigirse en el vestuario para cambiarse y salir del hospital, decidió retenerse.

Compró una botella de agua y salió de una puerta de emergencia, también utilizada por los demás colegas fumadores; bebió un sorbo y

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