Relatos morbosos: Relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Colección de cuentos eróticos de temática gay. Incluye los siguientes relatos:
Encuentro agridulce: O lo que puede pasar si te gusta alguien que no tiene las cosas muy claras todavía.
Norton y John: La increíble historia de un adicto al sexo que encontró la horma de su zapato.
Pepo: Los recuerdos de un pasado en común darán paso a situaciones muy calientes en el presente.
Mi amante inesperado: Los encuentros pueden darse de improviso en los pasillos de un centro comercial.
La herencia: Nuestro protagonista descubre que su padre llevaba una doble vida de lo más interesante.
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Comentarios para Relatos morbosos
1 clasificación1 comentario
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Excelentes relatos, muy explícitos y otros en algunos párrafos me dieron una risa. Buen bien trabajo Marcos ?
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Relatos morbosos - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
Encuentro agridulce
Está bien. Te lo contaré. Supongo que primero debería hablarte de Román, ya que fue el primero. Bueno, técnicamente el primero fue Marcel, durante el servicio militar, pero Román fue el primero de quien me enamoré. Nos conocimos jugando al billar. Yo había salido con Julián y su novia. Pero no me lo presentaron ellos. Simplemente apareció y se ofreció a ser mi pareja de billar. Ganamos casi todas las partidas y cada vez que ganábamos, Román me daba un apretón de manos que duraba un poco más de lo natural. Estuve toda la noche pendiente de sus apretones, y, por extensión, de cada uno de sus movimientos. Me gustaba cómo se movía, su voz, pero sobre todo me gustaba cómo me miraba, como si compartiéramos un secreto. Y a lo mejor lo hacíamos.
La velada tocaba a su fin. Julián y Adela se despidieron y yo me quedé a hacer la última cerveza con Román. Jugamos otra partida, esta vez como oponentes, y creo que la verdadera seducción comenzó ahí, aunque no podía estar seguro de no estar imaginándomelo todo. Pero la última partida se convirtió en otras diez, y el bar tenía que cerrar y nos echaron sin muchos miramientos, y lo acompañé a su coche con la esperanza de conseguir su teléfono y casi sin saber cómo conseguí mucho más que eso.
Condujo hasta la playa y aparcó en una zona alejada de farolas. La excusa era que queríamos acabar nuestra interesante conversación, la realidad, que nos atraíamos mutuamente con una intensidad abrumadora. Hablamos durante horas, desnudando el alma como sólo lo haríamos con un gran amigo de la infancia.
Román propuso, en cierto momento, que pasáramos atrás para estar más cómodos. Al rato, mi cabeza descansaba en su pierna y sus manos acariciaban mi cabello.
Sorprendentemente, aquella primera noche no pasamos de ahí. No hubo besos, ni más contacto que sus manos jugando con mi pelo. Pero al despedirnos al amanecer, ambos sabíamos que volveríamos a vernos y que la próxima vez no seríamos capaces de soportar tan bien nuestra mutua cercanía.
La segunda cita con Román fue al día siguiente, después del trabajo. De aquella, yo trabajaba de ayudante de instalador de aire acondicionado. A las cuatro de la tarde ya estaba libre. Román era dueño de una sucursal de una sonada fábrica de zapatos, y según me había dicho podía irse a la hora que le diera la gana. Habíamos quedado en el mismo bar en el que nos habíamos conocido horas antes. Cuando me presenté, Román me esperaba en la puerta.
—¿No vamos a entrar? —Pregunté, tímido de pronto, sin decidirme a darle ni un