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Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay
Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay
Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay
Libro electrónico163 páginas2 horas

Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay

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Si aún no has leído nada de Marcos Sanz no dejes pasar esta oportunidad. Este volumen incluye diez de sus mejores relatos eróticos gay:

Venganza
Juan le cuenta una noche a su novio que sus hermanos lo torturaban de crío por ser homosexual. Los años han pasado y Juan no tiene contacto con su familia pero su novio decide vengarse por su cuenta de los tres hermanos. Aunque las cosas no salen siempre como uno las planea...

El sobrino del coronel
Nada le gusta más al sobrino del coronel que esperar en casa a que su tío le lleve a los nuevos reclutas como si se tratara de un presente.

Fue una noche después de un concierto
Dos chavales con novia. Van los cuatro de concierto, lo pasan bien. A las doce tienen que dejar a una de las chicas en casa y la otra se queda a dormir con su amiga. Los chicos se quedan solos y se van a beber y a fumar a la playa. Lo que pasa después... Quizá te haya ocurrido a ti.

Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque.

Violado por un fantasma
Stewart y su mujer se dedican a limpiar de fantasmas mansiones en los Estados Unidos. Pero en esta ocasión el fantasma en cuestión sólo se presenta cuando Stewart entra solo en la casa...

Siete horas para amarte
Mateo trabaja en un bar de copas. Una noche Eduardo, un chico a quien aún no conoce, le confiesa que lo ha visto montárselo en el coche con su novia y que le gustó mucho lo que vio, aunque en la novia francamente ni se fijó. Mateo no quiere saber nada de esas historias, es hetero y nunca ha sentido absolutamente ninguna atracción por otros hombres. El problema es que tras conocer a Eduardo su cuerpo parece empeñado en traicionarle.

Mientras duermes
Este es el relato de aquella vez que me volví loco en mis tiempos de universidad y me aproveché de mi compañero de habitación hetero mientras el tío dormía a pierna suelta.

SingerMe
Daniel, un conocido presentador de televisión, es contratado de jurado en un concurso de cantantes. Pero Daniel en realidad es un cerdo como pocos se han visto y aprovechará su posición en el concurso para, con la promesa de hacerles ganar, tirarse a todos a los concursantes masculinos.

Sólo me arrepentí de una cosa
Eduard vuelve a Mallorca después de muchos años de ausencia con una sola cosa en mente: Localizar a sus dos amantes de juventud y organizar una acampada como las que hacían entonces, donde el sexo entre los tres se daba de forma natural. Pero ahora que cada uno tiene su vida formada quizá no sea tan sencillo retomar las viejas y buenas costumbres. Aviso: este relato seguramente te hará usar pañuelos de papel... de varias maneras.

El centro del placer gay
El protagonista de esta historia acaba en un hotel donde interpreta el rol de un escayolista que, cómo no, se dedicará a tapar todos los agujeros que encuentre.

Compra este volumen y recupera el placer de leer... por placer

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento21 oct 2016
ISBN9781370958573
Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay

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    Te doy la espalda. 10 Relatos Eróticos Gay - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Venganza

    I

    —Entonces, ¿tus hermanos se enteraron?

    Estábamos tumbados en la cama, ambos mirando al techo.

    —Sí.

    —¿Los tres?

    —Mario me encontró las revistas y se las enseñó a Pedro y a Jaime. Esperaron a que nuestros padres se fueran de casa y...

    —¿Qué hicieron? —Apreté la mano de mi novio. Sólo lo conocía desde hacía dos meses pero ya se había convertido en mi persona favorita de todo el planeta.

    —Me insultaron. Me llamaron maricón. Me las tiraron a la cara. Despedazaron las revistas y me prometieron que me iban a encontrar novia y que se iban a asegurar de que me la follara delante de ellos. Querían... curarme. De todas formas eso no fue lo peor. Fue sólo el principio. Pasé toda mi adolescencia aterrorizado por los tres, y rezando para que ninguno se fuera de la lengua y se llegara a enterar mi padre. Me habría matado. Tuve un amigo especial. Me arriesgué a llevarlo a casa un día que no estaban mis padres ni mis hermanos. Pero Jaime volvió antes de tiempo y nos encontró jugando a las cartas en mi habitación. Y nos dio una paliza. No volví a ver a mi amigo.

    —¿Cual era el peor?

    —¿El peor?

    —De tus hermanos.

    —No lo sé. Los tres eran igual de hijos de puta conmigo.

    —Pero Jaime te pegaba.

    —Me pegaban los tres. ¿Por qué lo preguntas?

    —Para saber a cual tengo que cargarme primero.

    —No seas tonto. Hace muchísimos años de eso.

    —¿Ahora os lleváis bien?

    —¡Qué va! Es como si no tuviera familia. Los prefiero bien lejos.

    —Entonces no te importará que me vengue por ti.


    II

    Pedro vivía en una bonita urbanización a las afueras. Los días que había partido se iba al bar y se emborrachaba. Tenía mucho aguante por lo que siempre era el último de sus amigotes en regresar a casa. Aquella noche le invité a tres cervezas mientras hacía ver que me interesaba el fútbol aunque no puede sudármela más. Cuando ya quedaba poco para que nos cerraran pasé al whisky (el tío se jincó cuatro, me iba a salir cara la broma) y cuando por fin el camarero nos dijo que tenía que cerrar, el pobre Pedro no se tenía en pie. Lo acompañé a mi coche y lo senté en el lado del conductor para que durmiera un poco la mona.

    —Gracias, gracias —me decía. —No me puedo presentar así en casa. Mi mujer me mataría.

    Cuando se quedó roque le cogí el móvil del bolsillo. Le dejé que durmiera los veinte minutos que me dediqué a meter en un grupo a todos sus contactos, de trabajo, familia y amigos. Una vez preparado el grupo le quité el sonido al móvil para que no se escuchara el ruido cuando hiciera las fotos. Me saqué la polla y me la sacudí hasta tenerla bien dura. No es por presumir pero mis padres me dieron muy buenos genes. Vamos, que la tengo bien hermosa. Después tumbé a Pedro sobre mi verga, metiéndosela en la boca que le babeaba constantemente. Ahora venía la parte delicada. Despertar al hetero. Esperaba no tener que arrearle si le daba por morderme. Le di golpecitos en la mejilla hasta que se despertó, más o menos. Al principio no sabía dónde estaba.

    —¡Eh! —Le dije. —No puedes quedarte dormido. El trato es que me la comerías hasta que te lefara toda la puta boca.

    —Perdona —dijo, aunque casi no se le entendía con la borrachera y mi polla en la boca.

    El cabrón se puso a mamar. Joder. Y encima la comía bien. Así que al imbécil del hermano de mi novio, aquel que lo torturaba junto con los otros dos por ser maricón, le había acabado gustando comer pollas. La verdad es que no me sorprendió. Los jodidos homófobos son los peores y acaban mariconeando más que nadie desde sus putos armarios.

    Cada vez que se quedaba sobao tragando rabo lo despertaba con suaves cachetes. Le fui echando fotos con su propio móvil. El tío ni se coscó. Yo había encendido la luz interior de mi coche para que se viera sin necesidad de poner el flash, eso sí que lo habría alertado, borracho o no. Las fotos saldrían oscuras pero Pedro tenía un móvil buenísimo. Se vería perfectamente que era él y que se estaba comiendo una polla bien grande.

    Cuando tuve suficiente material le pedí que colocara la cabeza sobre mi ombligo y me mirara la polla mientras me masturbaba. Con la mano izquierda sujeté su móvil y me puse a grabar un vídeo. Con la derecha me hice un pajote pegao a sus morros.

    —Te voy a llenar la cara de leche —le dije.

    —Sí...

    —¿Te gusta?

    —Me gusta...

    —¿La quieres?

    —Sí. La quiero... Dámela toda.

    —Vas a ver cuanta lefa te doy. Vengo cargadito.

    —Mmm. Quiero tu leche.

    —¿Hace mucho que no tragas lefa?

    —Ayer mismo.

    —No jodas. ¿A quien se la chupaste?

    —A Esteban.

    —¿Quién es?

    —Mi cuñao.

    —¿Tu cuñao?

    —Sí. El marido de mi mujer.

    —El marido de tu mujer eres tú.

    —Perdón. El hermano de mi mujer. Jaja.

    Ufff. La venganza iba a ser mucho mejor de lo esperado. No aguanté más y le solté el corridote por toda la cara, asegurándome de que quedara grabado hasta el último lefazo. Las últimas gotas se las solté en los labios y Pedro me limpió el pollón muy agradecido.

    —Vale. Ahora descansa un poco, bonito. Te lo has ganado.

    Lo recosté de vuelta al asiento del conductor y a los pocos segundos ya estaba sobando otra vez.

    Elegí las mejores fotos y borré el resto. Recorté algunas partes del vídeo para que mi voz sólo se escuchara lo imprescindible para dar sentido a sus respuestas y cuando lo tuve editado lo envié todo al grupo que había creado y luego a su mujer (no me había costado localizarla porque la tenía en sus contactos como Mi churri). Después le devolví el móvil al bolsillo y lo desperté.

    —Tienes que irte, Pedro.

    —Vale... Tío... Muchas gracias por las copas. Otro día te invito yo. Ha sido estupendo.

    —¿Te ha gustado también mamármela?

    —Claro. Tienes un pollón.

    —Bien. Pues ya repetiremos otro día. Sospecho que a partir de ahora irás mucho más a menudo a ese bar.

    —Claro. Ahí te he conocido. Muchas gracias por todo, de verdad.

    Salió del coche dando tumbos y con toda la cara llena de leche.


    III

    A Mario le preparé algo más elaborado. En un principio pensé en hacer que una amiga bollera se acostara con él en su coche. Entonces yo aparecería a mitad del polvo acusándolo de abusar de mi hermanita.

    —Pero tengo treinta añazos. —Me dijo mi amiga. —Nadie se creerá que ha abusado de mí.

    —Le diré que eres retrasada.

    —Y una mierda. Además, no pienso tocar una polla. Me saldrán sarpullidos.

    Como esa idea no fraguó al final opté por el numerito de la cartera robada. Como al otro hermano, también a éste le pirraba beber en los bares. Falsifiqué unos cuantos billetes de doscientos euros, llené mi cartera y me senté a beber en la barra junto a Mario. En cierto momento abrí la cartera y me aseguré de que viera su contenido.

    —No tendrás cambio de doscientos —le dije al camarero.

    —Joder. ¿No llevas nada más pequeño?

    —Espera... —Rebusqué entre los billetes falsos y saqué uno de veinte de verdad. Pagué mis copas y bebí lo que me quedaba de la última. Finalmente esperé a que el camarero se fuera a limpiar mesas y me fui al baño dejando la cartera en la barra, a medio metro de la mano de Mario.

    Más allá del baño estaba la cocina y le pregunté a la cocinera si podía salir por ahí.

    —¿No intentas hacer un simpa, verdad?

    —¡Qué va! Pretendo gastarle una broma a un amigo. Cree que estoy en el baño.

    —Está bien. Puedes salir por aquí. Pero me quedo con tu cara, cariño. Por si las moscas.

    Una vez en la calle me escondí cerca del coche de Mario y esperé a que picara el anzuelo. Menos de un minuto después Mario salía del bar a toda hostia con mi cartera en la mano. Se metió en su coche a toda prisa y antes de que pudiera ni arrancar abrí la puerta del acompañante y me senté a su lado, con una navaja en la mano.

    —¿Ibas a algún sitio con mi dinero?

    Mario se quedó blanco y balbuceó una disculpa. Seguro que estaba a punto de mearse en los pantalones.

    —No tienes ni idea de dónde ha salido ese dinero. No deberías haber cogido mi cartera. Ahora estás en un buen lío.

    —Por favor —dijo, casi llorando. —No me hagas daño. No me mates. El dinero está aquí. No he tocado nada. No he tenido tiempo.

    —Conduce.

    —¿Qué?

    —Arranca el coche. Necesito que me lleves a un sitio y que hagas algo por mí. Si lo haces bien, no te pasará nada.

    Le hice conducir hasta una fábrica abandonada y salir del coche mientras lo amenazaba con pincharle si se le ocurría desobedecer.

    —¿Qué quieres que haga? —Me preguntó, mirando alrededor.

    —Bájate los pantalones.

    —¿Por qué?

    —Porque hace siglos que no peto un buen culo y tú tienes pinta de tener un culito tragón. ¿Alguna vez te han dado por culo?

    —Un par de veces —contestó.

    Joder. Otro de los hermanos homófobos al que le iba la marcha.

    —No te voy a obligar. ¿Ves? Guardo la navaja. Y te lubricaré bien. No quiero hacerte daño. Sólo me apetece follar un culo. Si me dejas que te lo pete te

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