Mary entró tranquila a su casa arrojando las llaves sobre una elegante consola de madera. Una empleada la saludó con amabilidad a su llegada.
–Buenas tardes, señorita.
–¿Dónde está? –dijo como respuesta.
–En la piscina.
Caminó deprisa recordando la vergüenza que pasó en la tienda cuando rechazaron todas sus tarjetas de crédito.
–Me dejó en ridículo –pensó, abriendo la mampara que daba acceso a la piscina–. ¿Porqué lo hiciste? –habló malhumorada.
Pero Manuel ni siquiera se molestó en mirarla ni en prestarle atención.
–¡Padre, te estoy hablando, contéstame! –agregó, mientras él practicaba con toda serenidad su estilo mariposa sin importarle el enfado monumental de su hija.
Mary no aguantó ser ignorada y se arrojó al agua sin preocuparse por sus zapatos italianos que acababa de estrenar.
–Quiero que las vuelvas a activar –dijo, sujetándolo por el brazo—, sabes lo mucho que necesito mis tarjetas.
–Te dije que si Felipe renunciaba tomaría otras medidas –le recordó Manuel.
–Felipe era un gorila entrometido que husmeaba donde no debía.
–¿Por eso se te ocurrió poner azúcar en la gasolina del auto de Felipe?
–Ay, papá… sólo tuviste que cambiar los filtros. Necesito mis tarjetas y no a un estúpido guardaespaldas que me pise los talones –agregó molesta.
–Por el momento es necesario, sabes que hay muchos problemas.
Centeno & Asociados era una constructora que le hacía frente a un grupo de delincuentes que exigía una cuota de protección para dejarlos trabajar. Ya habían golpeado al supervisor de las obras, al que dejaron un mensaje que Manuel no pudo ignorar: “Dile a tu jefe que cuide a su hija”. Pero Mary era imposible de controlar y terminó ahuyentando a los guardaespaldas que su padre había contratado en los últimos meses.
–Desde ahora no hay tarjetas