Marisol subió las escaleras y dudó si debía entrar al edificio de Lunas Ahumadas, impresionante enmediodel emporio comercial de San Isidro, endondegentecomo ella sólo iba de paseo para mirar aparadores y soñar con los vestidos que lucían elegantes los maniquíes de cuerpos perfectos.
Sintió que se acobardaba al observar la placa donde se leía “Corporación FernándezTremiño”, y hasta pensó que le temblaban las piernas al recordar lo que tenía en mente. Pero su carácter le impedía permanecer tranquila frente a la injusticia que habían cometido con ella. Respiró hondo y decidió seguir adelante. Salió del ascensor y entró en las oficinas, y cuando iba a girar la perilla de la puerta que decía “Gerencia general”, una voz la detuvo.
–¡Unmomento!, ¿quién es usted?–preguntó la secretaria, observándola por encima de sus gafas.
–¿Quiere saber quién soy?– respondió agitada–, una víctima de este miserable, pero me va a escuchar.
–Espere… – exclamó la secretaria, pero Marisol ya había abierto la puerta, encontrándose de golpe con un grupo de señores que voltearon la mirada hacia ella.
Por un segundo se cohibió, pero enseguida tomó fuerza al recordar lo que Emiliano le había hecho. Y con decisión le habló al hombre obeso que parecía dirigir la reunión.
–¡Usted es despreciable– afirmó, temblando de rabia, –por su culpa me despidieron del night club. ¡Lo odio!– y siguiendo un impulso le dio una bofetada.
Un silencio sepulcral reinó en el lugar, eso no estaba entre sus planes, y cuando iba a pedir disculpas, una voz salió del fondo de la sala dejándola sin respiración.
–Perdónala, Saúl, me imagino que ese golpe era directo para mí.
Marisol volteó asustada y