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Lo que llevo dentro
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Libro electrónico74 páginas57 minutos

Lo que llevo dentro

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Información de este libro electrónico

Alberto perdió a la persona más importante de su vida, Belén, su esposa. Jamás se imaginó el efecto que habría en su cuerpo por tragarse sus palabras. 

 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 mar 2023
ISBN9798223404675
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    Lo que llevo dentro - TOT

    Hoy es el primer día que voy a salir de mi casa después del fallecimiento de mi amada Belén. Oficialmente soy un hombre viudo. Bueno, llevo un par de meses siéndolo, pero hoy me enfrento a la sociedad con esa etiqueta. Hoy será lo que me define al momento de que me presenten, lo calvo y lo jodido pasan a un segundo plano cuando uno pierde a su mujer.

    Dos meses. Qué rápido pasa el tiempo cuando todo parece doler igual y la vida pierde su sentido. Si por mi fuera, continuaría encerrado hasta el fin de mis días, pero mi cuñada, Silvia, no ha dejado de llamarme para saber cómo estoy y no deja de insistir en verme para que "no pase este momento tan complicado por mi cuenta". Pensé que tarde o temprano cedería y se olvidaría de mí, pero de nuevo el día de hoy me pidió que la acompañara a una comida de esas de la oficina.

    –Te hará bien socializar un poco –Dijo con su voz gritona a través del teléfono –Yo sé lo mucho que te gustaba socializar. A Belén le encantaría verte salir y ser ese hombre.

    Cómo me ardía el pecho cada vez que escuchaba su nombre. Tenía ganas de decirle que ese señor al que se refería ya nunca iba a existir, porque ese era yo cuando estaba con ella. No es que me gustara socializar, sino que me encantaba tenerla cerca, de su mano iba hasta al fin del mundo y con su encanto era tan fácil fluir, Belén me hacía ese hombre y hoy... ¿Quién soy sin ella a mi lado?

    –De acuerdo, iré para que veas que estoy bien –No lo estoy –Pero después de eso deberás de darme un poco de espacio y dejar de preocuparte por mi.

    –Hombre, me haces sonar como una pesada –Lo es –Verás que la vas a pasar increíble, mi amiguita Susana cocina de maravilla. –Sentí como el ardor de mi pecho escaló hasta mi rostro.

    –Silvia... –Dije con la voz de un muerto.

    –Disculpa Alberto, ya sabes lo mala que soy lidiando con todas estas cosas.

    –Tal vez te haría bien poner una pausa, lo opuesto a mi.

    –Lo menos que pueda pensar en eso, mejor para mi –Dijo apresurada –Tengo que colgar, cariño. Nos vemos el sábado.

    Silvia siempre evadiendo las situaciones complicadas, Belén era la única capaz de traerla al presente. Ella esforzada en no pensar en su hermana y yo, sin querer soltar un solo pensamiento y recuerdo mientras la reviva dentro de mi, aunque fueran unos segundos.

    Pensé en cancelar toda la semana, levanté el teléfono una y otra vez pero sabía que estaba intentando evitar lo imposible, este día llegaría sí o sí, era mejor terminar con esto lo antes posible para poder volver en paz a mi lenta muerte.

    Llegué a la comida diez minutos antes de la hora en la que había quedado con Silvia, supongo que ya estaba acostumbrado a las sorpresas e imprevistos de mi esposa.

    –Vamos justo a tiempo amor, esta vez empecé a arreglarme un poco antes, en cuanto metí el pastel al horno, comencé.

    Feliz, se miraba en el espejo del auto, jugaba con su cabello e incluso algunas veces se pintaba los labios a la perfección a pesar de los baches de la ciudad y los empedrados de treinta kilómetros. Una vez que terminaba, estiraba su mano suave y con los pequeños anillos que yo le regalaba y me sobaba el cuello y las mejillas con orgullo. Pronto miraba al asiento trasero de mi lado, sorprendida seguía al de sus espaldas y comenzaba a reír.

    –Amor, tenemos que regresarnos.

    –¿Regresarnos? Pero estamos a punto de llegar.

    –Metí el pastel, pero nunca lo saqué –No podía contener su vergüenza, pero en lugar de molestarse, disfrutaba de esos pequeños momentos –Supongo que estamos destinados a ser impuntuales.

    –Supongo que sí –Respondía sorprendido y divertido a la vez.

    Siempre había una sorpresa con ella, hasta ahora. Esos diez minutos eran los más mundanos de todos.

    Intenté buscar un lugar en el que estacionar el auto, pero antes de que me diera cuenta ya estaba en la puerta del salón y un joven estaba abriendo la puerta para estacionarlo él mismo. Bajé de prisa y me quedé en los escalones de la entrada mientras veía mi única escapatoria ser conducida lejos de mí. Sentí vergüenza, sentía que toda la gente que pasaba a mi alrededor pensaba Pobre, este hombre viudo que acaba de salir de su casa. Debe extrañar a su mujer. No es que tuviera un letrero en el cuello que lo indicara, pero estoy seguro que mi rostro me delataba por completo.

    –¿A qué evento viene? –Me preguntó una joven.

    –Aaaa... –Balbuceé.

    –¿Sabe

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