Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

De Vuelta A Casa: No me dejes ir, #3
De Vuelta A Casa: No me dejes ir, #3
De Vuelta A Casa: No me dejes ir, #3
Libro electrónico247 páginas4 horas

De Vuelta A Casa: No me dejes ir, #3

Calificación: 3.5 de 5 estrellas

3.5/5

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Cuando el exnovio de Maximilian Friedmann, Edward White, terminó con él, nunca imaginó que su vida cambiaría tan drásticamente. Eddie había sido un chico maravilloso, considerado y cariñoso… y él solo le había roto el corazón, por lo que no podía evitar odiarse a sí mismo. Su exnovio le aseguró que seguía enamorado de su mejor amigo de la infancia, Westley Rivers, por lo que finalizó la relación, "liberándolo" para que finalmente pudiera estar con el verdadero amor de su vida… 
Pero, en cambio, Max cayó prisionero de un monstruo que lo obligaba a hacer cosas que nunca se perdonaría: su mente. 
Westley, al enterarse de las acciones que su mejor amigo realiza contra su propio bienestar, decide ayudarlo, haciendo todo lo posible para que Max mejore, pero sus planes no salen como quiere. Maximilian siempre ha sido terco, y con su nuevo diagnóstico es incluso más difícil de tratar… pero de igual forma lo intenta, sin importar lo que eso signifique para su relación.
Porque su relación… bueno, está pendiendo de un hilo, y aunque West sueña con que se convierta en algo más que una amistad, teme que Max termine de alejarlo de su vida por su propia enfermedad, que no le permite ver la realidad como es. 
Sin embargo, ¿Westley podrá ayudarlo antes de que sea demasiado tarde? ¿O las acciones de Max causarán que se dé por vencido de una vez por todas? 
 

IdiomaEspañol
EditorialViolet Pollux
Fecha de lanzamiento23 oct 2021
ISBN9798201497712
De Vuelta A Casa: No me dejes ir, #3
Autor

Violet Pollux

Violet Pollux. Poeta, escritore, músico, o simplemente artista. Sube videos a YouTube compartiendo el arte que hace con todo el mundo, y sueña con ser activista LGBTQA+ algún día. Ama los libros de romance, más que todo los de temáticas queer, los poemarios, además de la música que se haga sentir y el arte que llegue al alma. Autore de las sagas They Ship Us, El Chico de las Sopas de Letras, No me dejes ir, novelas como El show debe continuar, novelettes como El blog secreto del chico perdido, Ocho palabras al cielo y numerosos poemarios. Estudiante de Medicina y Educación Mención Dificultades de Aprendizaje. Puedes enterarte de sus novedades y leer material gratis en su blog: vpollux.wordpress.com, y, en caso de cualquier pregunta, puedes escribirle a su correo: violetpollux@gmail.com ¡También estás invitadx a unirte a su lista de correo para estar al tanto de sus nuevas obras en violetpollux.blogspot.com, y a seguirle en sus redes sociales (es @VioletPollux en todos lados), además de comprar otros títulos de su autoría para apoyarle!

Lee más de Violet Pollux

Relacionado con De Vuelta A Casa

Títulos en esta serie (3)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Ficción gay para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para De Vuelta A Casa

Calificación: 3.5 de 5 estrellas
3.5/5

4 clasificaciones1 comentario

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

  • Calificación: 3 de 5 estrellas
    3/5
    Un libro bastante surtido. Odié Max con todo mi ser y el final creo que fue poco precipitado

Vista previa del libro

De Vuelta A Casa - Violet Pollux

Violet Pollux

De Vuelta A Casa

Libro III de la Trilogía No Me Dejes Ir

Copyright © 2021 by Violet Pollux

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored or transmitted in any form or by any means, electronic, mechanical, photocopying, recording, scanning, or otherwise without written permission from the publisher. It is illegal to copy this book, post it to a website, or distribute it by any other means without permission.

This novel is entirely a work of fiction. The names, characters and incidents portrayed in it are the work of the author's imagination. Any resemblance to actual persons, living or dead, events or localities is entirely coincidental.

First edition

This book was professionally typeset on Reedsy

Find out more at reedsy.com

Contents

Sinopsis

Nota del autor

Dedicatoria

Prólogo

Uno

Dos

Tres

Cuatro

Cinco

Seis

Siete

Ocho

Nueve

Diez

Once

Doce

Trece

Catorce

Epílogo

También por Violet Pollux

Sobre Tu piel contra la mía

Sobre Violet Pollux

Sinopsis

Cuando el exnovio de Maximilian Friedmann, Edward White, terminó con él, nunca imaginó que su vida cambiaría tan drásticamente. Eddie había sido un chico maravilloso, considerado y cariñoso… y él solo le había roto el corazón, por lo que no podía evitar odiarse a sí mismo. Su exnovio le aseguró que seguía enamorado de su mejor amigo de la infancia, Westley Rivers, por lo que finalizó la relación, liberándolo para que finalmente pudiera estar con el verdadero amor de su vida…

Pero, en cambio, Max cayó prisionero de un monstruo que lo obligaba a hacer cosas que nunca se perdonaría: su mente.

Westley, al enterarse de las acciones que su mejor amigo realiza contra su propio bienestar, decide ayudarlo, haciendo todo lo posible para que Max mejore, pero sus planes no salen como quiere. Maximilian siempre ha sido terco, y con su nuevo diagnóstico es incluso más difícil de tratar… pero de igual forma lo intenta, sin importar lo que eso signifique para su relación.

Porque su relación… bueno, está pendiendo de un hilo, y aunque West sueña con que se convierta en algo más que una amistad, teme que Max termine de alejarlo de su vida por su propia enfermedad, que no le permite ver la realidad como es.

Sin embargo, ¿Westley podrá ayudarlo antes de que sea demasiado tarde? ¿O las acciones de Max causarán que se dé por vencido de una vez por todas?

Nota del autor

Primero que nada, gracias por tu paciencia para conmigo y este libro que tienes entre tus manos. Sé que tardé más tiempo del que prometí en publicarlo, pero ocurrieron varias cosas que me impedían hacerlo (hablé de ellas en un post en mi blog recientemente). De nuevo, agradezco tu paciencia, y espero que el libro te guste tanto como a mí.

Sin embargo, quiero darte una advertencia. Este libro tiene un tono distinto al que tienen los dos primeros tomos de esta trilogía. Me disculpo en caso de que no te guste, pero espero que puedas entender por qué es así. Quiero que sepas que no encontré otra forma (distinta a la que usé) de escribir este libro que se sintiera honesta para con la historia. Max y West merecen honestidad, la historia que es No Me Dejes Ir merece honestidad, igual que tú la mereces.

Espero que puedas comprenderme, pero si no lo haces, pido disculpas. De igual forma te agradezco darle una oportunidad a mi arte y tomarte el tiempo necesario para leer este pedazo de mi corazón.

En fin, espero que disfrutes este libro tanto como yo disfruté al escribirlo. Gracias por acompañarme en este hermoso viaje que fue compartir la historia de Maximilian y Westley. Gracias por acompañarme en esta aventura que fue publicar mi primera trilogía.

Con amor, Violet.

Dedicatoria

A Matías Pinto, por siempre apoyarme

A Linda, por acompañarme en las noches al escribir

Y a Esteban, por estar ahí para mí

Prólogo

Chapter Separator

Toqué el timbre de la casa Friedmann con una cesta de frutas en la mano, y una botella de agua y una caja de cereal en la otra. Babbe, la madre de Max, mi mejor amigo, abrió y me saludó, diciendo que estaba muy feliz de verme de nuevo allí, y que lucía muy guapo. Le agradecí, le dije que ella se veía más guapa que de costumbre y, después de hablar un momento sobre algunas de sus sonatas favoritas de Mozart, le tendí la cesta con una sonrisa.

—¿Son para mí? —preguntó con alegría y asentí con la cabeza.

—Sí. O, bueno, más bien para todos ustedes.

Su sonrisa se hizo más grande y me dio un breve abrazo.

—¿Las traes para llevártelas mañana cuando ganes en la competencia?

Solté una carcajada y me encogí de hombros. Cada domingo hacían una reunión familiar en la que hacían una especie de competencia de quién sabía más sobre música clásica. Generalmente ganaba el equipo en el que yo estaba, y si bien no me gustaba presumir, estaba orgulloso de eso.

—No es mi culpa que los primos siempre estén metiendo la pata con cosas tan absurdas como que Beethoven nació antes que Bach.

Rió, encantada, y pasó a mirar mi otra mano.

—¿Eso es para mi retoño?

—Sí. Va a leerme su libro favorito y pues, ya sabe, no quiero que se le seque la garganta.

Alzó las cejas, viéndome con impresión.

—Nunca deja que nadie se acerque a ese libro; lo cuida más que a su vida misma.

Me rasqué la cabeza.

—Sí, bueno… No voy a ser yo quien lo lea con exactitud, pero aún así me siento honrado.

Suspiró y negó con la cabeza.

—No le digas a nadie, pero… —Se acercó a mí, como si fuera a decirme un secreto, y habló en voz baja—. Ayer en la noche lo oí llorando. Me partió el corazón escucharlo así, pero ya sabes cómo es y…

Me mordí el labio.

—Sí, lo sé.

No dijo nada por unos segundos en los que pude ver el dolor en sus ojos.

—¿Podrías hacer algo para que se ponga mejor? Hoy casi no ha salido de su habitación y ni siquiera lo he visto sonreír.

—¿Así tan mal está?

—Oh, no. Sé que está incluso peor que eso, pero… ¿no podrías hacer algo? ¿Contarle un chiste de esos de adolescentes? ¿Bailar con él como solían hacer? ¿Lo que sea? Él siempre parece más feliz cuando está contigo o cuando estás cerca, pero…

—Lo intentaré.

Sonrió débilmente.

—Gracias.

Y yo sonreí, a mi vez, intentando tranquilizarla.

—Gracias a usted por confiar en mí.

Entré, busqué vasos y unos tazones, y subí las escaleras. Con nerviosismo y un poco de miedo (pero a la vez esperanza), toqué la puerta de la habitación de mi mejor amigo, y esperé. No obtuve respuesta, cosa que me inquietó y, preocupado, volví a tocar. Esto se repitió y, decidido, entré, sabiendo que podría ganarme un regaño, gritos o quién sabía qué, y lo que vi me sorprendió un poco… pero no demasiado viniendo de él.

Estaba acostado en su cama con una almohada sobre la cara, escuchando música. Me rasqué la cabeza, no sabiendo exactamente qué hacer, y pasé primero a dejar las cosas que tenía en las manos sobre el escritorio. Pensé seriamente en quedarme allí hasta que me notara, porque me daba miedo hacer algo que a él no le gustara, pero entendí que, como se trataba de Max, no era tan sencillo, por lo que actué sin meditarlo demasiado y me acerqué con lentitud hasta él, sentándome en la cama, al lado de sus pies.

Esperé a que se diera cuenta de que la cama se había hundido, pero no pasó, de forma que toqué su pierna con los dedos repetidas veces, intentando llamar su atención. Él se quitó la almohada de la cara y, confuso, dirigió su vista hasta mí. Tragué saliva y me mordí el labio. Él se quitó los audífonos.

—Oh —dijo el rubio de ojos verdes—. Llegaste.

Asentí con la cabeza.

—Hola —respondí, pero no dijo nada; se quedó enrollando el cable de los audífonos y carraspeé—. Me senté aquí porque no vi otra forma de llamar tu atención y también porque, ya sabes, no estaba la colchoneta del otro día en el suelo.

—Está bien —Se estiró, dejó los audífonos y su reproductor de música en su mesita de noche, y volvió a su posición original. No parecía tener intenciones de levantarse de allí, y me pregunté si se debía a que se sentiría devastado o solo demasiado muerto por dentro.

—¿Quieres que me siente en el suelo? —inquirí—. Porque no tengo problema en hacerlo, de verdad.

—No, no es necesario. Lo del otro día, la colchoneta… —Suspiró y se pasó las manos por el rostro, dejándolas allí—. Eso fue demasiado estúpido e inmaduro, ¿sabes? Incluso para mí.

Me sentí mal por su comentario, pero preferí ignorarlo.

—Entonces… ¿por qué lo habías hecho?

Negó con la cabeza de nuevo.

—Estaba… enojado. Y esa era mi estúpida e inmadura manera de hacer una protesta, supongo.

—¿Por qué estabas enojado? ¿Por mí? Si es así, de verdad lo siento, Max, y…

—Estaba enojado porque todos los caminos siempre parecen llevarme a ti, y a veces siento que no quieres que yo vaya por esos caminos, y solo… —Bufó—. No lo sé, ¿sí? Soy estúpido y a veces no actúo de la manera más razonable y madura posible, así que lo siento.

Mi corazón se encogió en mi pecho y tragué saliva.

—No me alejé de ti por eso —confesé con voz quebrada—. No es lo que parece…

Se incorporó en la cama y se quitó las manos de la cara.

—No vinimos a hablar de eso, así que olvidémoslo y ya, ¿sí?

¿Cómo voy a olvidar que me alejé porque finalmente entendí que estaba enamorado de ti?

—Como quieras —Suspiró y cerró los ojos, recostándose del espaldar de la cama. Se veía agotado, tenía las ojeras marcadas, y podría jurar haber visto sus ojos más hinchados y un poco rojos, cosa que me recordó a lo que había hablado con Babbe cuando llegué—. Así que, eh… ¿cómo estás?

Negó con la cabeza y bufó.

—Bien, Westley. Estoy muy bien, gracias por preguntar.

Me mordí el labio.

—Tu mamá me dijo estuviste llorando en la noche.

Abrió los ojos por la impresión y lo comprobé; sí, estaban rojos e hinchados.

—Ya veo que mi madre es muy buena guardando secretos —Sonrió con inconformidad, rodó los ojos y sacudió la cabeza. Se levantó, fue hasta el escritorio y se sentó en la silla—. Y también veo que trajiste el cereal y el agua.

—Soy hombre de palabra.

—Claro —aseguró con sarcasmo—. Por eso fue que te alejaste de mí y rompiste tu promesa, ahora lo entiendo: porque eres un hombre de palabra.

Y ahí en serio me enojé.

—Si tan poco te importa como dices, ¿por qué sigues sacándomelo en cara cada vez que puedes?

Respondió sin dudar.

—¡Porque claro que me importa! —Su voz estaba cargada de enojo y determinación—. Eras mi mejor amigo, la persona en la que más confiaba; eras mi mundo entero, Westley, y confesé algo que fue difícil de admitir en voz alta. Estaba en un momento de vulnerabilidad y necesitaba tu apoyo, joder, necesitaba que estuvieras allí para mí, pero lo único que hiciste fue darme la espalda, que fue exactamente lo que juraste que nunca harías y que ni siquiera pasó con nadie más.

Pero no podía darme por vencido tan fácil.

—¡Me alejé de ti porque comencé a sentirme raro estando contigo y necesitaba saber si…!

—¿Si era asco? —me interrumpió con dolor en la voz—. ¿Necesitabas alejarte de mí porque necesitabas saber si me tenías asco porque soy gay?

—¡¿Cómo voy a tenerte asco por ser gay, si yo también lo soy?!

Me miró con desconcierto.

—¿Qué?

—Soy gay, Max —Me di cuenta en ese instante de que era la primera vez que se lo decía a alguien en voz alta. Era una sensación extraña y vulnerable, como si de la nada quedaras completamente desnudo. Me pregunté si así se había sentido él ese día en la fiesta—. También soy gay, y estoy enamorado de ti.

Lanzó una carcajada enojada, y en sus ojos divisé toda la furia que no había expresado antes.

—¿Y ahora te burlas de mí en mi propia casa? ¡Eres el colmo!

Tenía la piel de gallina. Estaba tan jodidamente emocional…

—Me estaba sintiendo raro cuando estaba contigo y…. necesitaba tiempo para comprender qué era. Finalmente me di cuenta de que… era amor —Mis ojos se hicieron agua—. Te amo, Maximilian. Te amo, y no solo como un amigo.

—¡¿CREES QUE SOY TAN ESTÚPIDO COMO PARA CREERME ESE CUENTO?!

—¡¿Y POR QUÉ MÁS LO HABRÍA HECHO?! ¡¿POR QUÉ MÁS ME HABRÍA ALEJADO DE TI, SI TE AMO MÁS QUE A NADA Y NO PUEDO VIVIR SIN TI?!

—¡PORQUE ME ODIAS! —gritó con voz quebrada, los ojos cristalizados, y seguidamente arrancó a llorar—. ¡Porque me odias, te doy asco y ya no me quieres, así como nadie me quiere porque soy un maldito bicho raro demasiado raro como para encajar en cualquier lado y demasiado raro como para que nadie lo quiera!

Sentí mi corazón partirse por milésima vez y me acerqué a él, aunque no me permitió hacerlo demasiado.

—Max —Levanté las manos para limpiarle las lágrimas, pero retrocedió en la silla y me sentí más impotente que antes—. Nunca podría odiarte —aseguré con voz cargada de firmeza y a la vez dolor—. Nunca podrías darme asco, Maximilian, nunca. Ni te dejé de querer, ni pienso que eres un bicho raro y, por favor; no eres un bicho raro. Eres maravilloso, especial, colorido… y tú no te das cuenta, pero…

—¡¿Y SI DEJAS DE MENTIRME?! —sollozó y se limpió las lágrimas—. ¡¿Sabes qué?! ¡Olvida todo eso; se supone que voy a leerte, así que vamos a leer!

Estaba tan anonadado que se me hacía imposible creer lo que estaba presenciando.

—¿Cómo es posible que tu autoestima sea tan baja si eres la persona más asombrosa que he conocido en toda mi vida?

Se levantó de la silla.

—¡Primero, te dije que dejaras de mentir! ¡Y…! —Se pasó la mano por la cara y suspiró—. Voy a ir al baño a limpiarme y cuando regrese, voy a leer, ¿sí? Y eso será todo.

Fue al baño y me quedé ahí, en su cama, asimilando todo lo que acababa de ocurrir. Le había confesado que era gay, que estaba enamorado de él, y él ni siquiera me había creído. Además, ¿cómo era posible que su autoestima hubiera decaído tanto? ¿Cómo era posible que tuviera tan bajo concepto de sí mismo y se viera de forma tan degradante? ¿Siempre había sido así y yo no lo había notado, o había empeorado con mi alejamiento y su ruptura con Eddie?

¿O era todo eso combinado?

Me levanté de la cama, tomé la botella de agua y le serví un vaso. Serví uno para mí también y lo tomé, porque los gritos me habían dejado un poco cansado. Cuando Max volvió, le tendí el suyo.

—Para ti.

Se mordió el labio, lo tomó y bebió de él. Le serví otro, hizo lo mismo y, cuando estaba a punto de servirle un tercero, me hizo señas para que me fuera a sentar en la cama.

—¿Quieres cambiar sitios? —pregunté—. Es decir, tú eres quien va a leer, así que…

—Terminemos con esto, ¿sí? —Me mordí el labio y bajé la vista—. Westley, lo siento. No es mi intención tratarte de esta forma, pero…

—Está bien —comenté en voz baja—. Sé que es difícil.

—Tú siempre entiendes —Su voz sonaba débil—. Y yo siempre soy estúpido… Lo lamento.

Levanté la vista y lo encontré mirando al piso.

—Por el amor a lo que más quieras, por favor, deja de decir que eres estúpido, imbécil o solo… por Mozart, deja de insultarte, degradarte y tratarte mal a ti mismo, ¿sí?

Sacudió la cabeza.

—Vamos a leer.

Y comenzamos. Leyó el prólogo, el cual me parecía interesante porque no me había esperado algo así en un libro como ese, y me di cuenta de que a él le gustaba mucho por la forma en la que lo leía y se emocionaba en ciertas partes. Me sentí feliz de por lo menos poder ver eso. Hicimos algunas pausas, más que todo para que él tomara agua, y luego me preguntó por qué no había comido cereal.

—Oh —comenté—. No lo sé —Me encogí de hombros—. Supongo que no me ha hecho falta.

Se veía extrañado; no comprendía mi comentario ni mi situación.

—Pero tú siempre estás comiendo cereal.

—Lo sé, pero… tú estás aquí, y eres colorido, dulce y… no necesito nada más.

Me miró con el ceño fruncido.

—¿Estás diciéndome que soy tu… cereal?

Sonreí con orgullo.

—Sí. Es exactamente eso —Mi sonrisa se hizo más amplia. Al fin se lo decía—. Max, eres mi cereal. Y estoy feliz de que lo seas.

Y pasó a citar algo que se conocía de memoria.

—Westley ama el cereal como si éste fuera lo único bueno que tuviera el mundo, como si fuera la cura a todas las enfermedades, como si fuera la esperanza de la humanidad —Su voz era lenta y me veía con confusión—. Él ama el cereal como si fuera lo único que existe en el universo o, al menos, lo único que existe para él.

Y sonreí.

—Sí —aseguré—. Eso eres tú. Lo único bueno que tiene el mundo, la cura a todas las enfermedades y la esperanza de la humanidad —Suspiré, sonriendo aún más—. Te amo como si fueras lo único que existe en el universo o, más bien, como si fueras lo único que existe para mí.

Sus ojos se cristalizaron de nuevo.

—¿Por qué eres así? —murmuró con voz quebrada.

Fruncí el ceño.

—¿Así cómo?

—Así de… perfecto y… —Empezó a llorar de nuevo y apartó el libro lo más que pudo de sí. Sollozó y se limpió las lágrimas, sorbiéndose la nariz—. Y yo solo soy un desastre y… ahora quiero abrazarte y no puedo porque necesito alejarme de ti y… —Su voz se quebró aún más—. Maldición, Westley, ¿por qué siempre es tan difícil cuando se trata de ti?

Me sentía culpable.

—Lo siento —Pensé en levantarme y simplemente marcharme, pero me pareció demasiado descortés de mi parte—.

¿Disfrutas la vista previa?
Página 1 de 1