El incidente del pantalón de deporte y otros relatos eróticos gay
Por Marcos Sanz
4.5/5
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
Un domingo diferente
Pedro, un clásico padre de familia, heterosexual y casi casi muermosexual, se encuentra por casualidad con un amigo que lo invita a una reunión de viejos compañeros de clase, de la época en la que ambos estudiaban en un colegio de monjas. La reunión es sólo para hombres y el pobre Pedro podrá decir cuando entre por la puerta que él no sabía a lo que venía.
El osote cincuentón
Desde que escribo relatos eróticos en ciertas zonas de mi ciudad parece que atraigo a hombres que pretenden ponerme cosas en diferentes partes de mi cuerpo.
La cata
Jorge es un nuevo rico que ha cogido por costumbre invitar cada año a un gay sin recursos económicos a una gira por sus clubes de perversión. Marco es el pobre que ha tenido la suerte de ser elegido. Couson trabaja para Jorge y no se fía un pelo de Marco, del que sospecha, tiene intenciones ocultas. Y lo de la cata... bueno, seguro que ya te habrás dado cuenta que no es una cata de vinos precisamente...
El incidente del pantalón de deporte
O la rabia que da quedarse en los preliminares en persona después de cinco años de cerdear online con tu amigo de otra ciudad.
Y llamaron a la puerta
¿Qué sucedería si un antiguo amor de juventud al que hace siglos que no ves se presentara en tu puerta con la cena, lo invitaras a pasar intrigado y una vez dentro de tu casa insistiera en que lleva conviviendo contigo los últimos quince años?
Yo sólo soy un hombre que te desea
Mi profe de Ciencias Sociales en la Universidad decidió saltarse a la torera los convencionalismos en las relaciones sexual erótico afectivas entre profe y alumno cuando se coló de mí como un p... adolescente.
Dándole en el hotel... lo que se merece
Paco y Juan son dos seguratas que trabajan en un hotel. Un chico se suele colar para intentar ponerlos calientes a través de las cámaras. Una noche, Paco lo atrapará y le dará lo que se merece mientras su compañero mira.
Sobre el autor: Marcos Sanz es un escritor (y un tío simpático y bastante bear) de relatos eróticos de temática gay. Si estás buscando buenos relatos eróticos gays, para hombres y escritos por un hombre, has llegado al lugar indicado.
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El incidente del pantalón de deporte y otros relatos eróticos gay - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
Un domingo diferente
Me lo encontré de casualidad en unos grandes almacenes. Estaba bastante mejor que yo para nuestra edad, cuarenta y dos, y vestía ropa buena, iba hecho un pincel. No como yo, que me compro las camisas en el chino.
Estuvimos hablando de los viejos tiempos, del colegio de monjas al que fuimos juntos, de que los años no pasan en balde. Le hablé de mi mujer y los niños y él de su chalet y sus tres perras. Cuando se acabaron los temas de conversación nos despedimos y cada uno siguió su camino. Pero volví a cruzármelo en otra planta y volvimos a hablar otros quince minutos. Al final, antes de despedirnos por segunda vez, Carlos me dijo:
—Los chicos y yo nos reunimos de vez en cuando. El domingo vamos a alquilar una casa de campo. ¿Te quieres venir?
—Pero con vuestras mujeres o...
—¿Qué mujeres? Sólo para hombres.
—Bueno. Está bien...
—Toma mi tarjeta. Ya quedaremos con calma. Por lo general cada uno lleva algo. Tú puedes traer carne para la barbacoa, o lo que sea. Ya te lo diré.
—Vale...
En realidad no sabía a quién se refería con los chicos. Debían ser nuestros compañeros de clase de entonces pero yo no me acordaba casi de nadie. De él sí porque mi hermana salía por aquel entonces con su hermano mayor y nuestros padres nos hacían salir a los dos con ellos para que no hicieran marranadas.
—Bueno. Pues nos veremos el domingo. Ah. Y no hace falta que traigas condones. Tenemos de sobra.
Carlos se fue a seguir comprando cosas caras e inútiles y yo me quedé pensando a qué se refería con lo de los condones. ¡Claro que no iba a llevar condones! Era una reunión de machos. A no ser que se dedicaran a poner los cuernos a sus esposas en esas reuniones en casas de campo. ¿Quedarían con chicas? ¿A qué tipo de fiesta me había invitado? Supuse que estaba bromeando pero me quedé con la mosca tras la oreja.
El jueves lo llamé para concretar. Carlos estaba ocupado con algo y solo tuvo tiempo para encargarme a mí parte de la bebida y darme la dirección de la casa.
—Tendrás que venir por tu cuenta. Yo voy con el coche a tope.
—Sin problema.
No pude preguntarle por lo de los condones. De todas formas daba igual que les pusieran los cuernos a sus mujeres. Yo no tenía por qué hacerlo. Comería, bebería y conversaría con mis viejos compañeros de clase. Seguro que habría tele por cable, un pantallón para ver el fútbol... Lo pasaría bien.
El domingo me despedí de mi esposa y mis chavales y conduje cerca de cuatro horas. Se suponía que en dos estaría en la casa pero estuvo lloviendo a cántaros y se formaron tapones interminables en la carretera, a la salida de Madrid. Total, que llegué tarde.
La casa que habían alquilado era brutal. Los coches aparcados fuera, todos carísimos. Casi me dio vergüenza aparcar el mío. A mis compañeros les había ido mucho mejor que a mí en la vida, desde un punto de vista económico.
Llamé al timbre un poco nervioso. Escuché una voz que me gritó que entrara, que estaba abierto. Abrí la puerta, cargado con las bolsas, y lo que vi me dejó conmocionado. Habría más de veinte hombres en el salón y ninguno llevaba ni una sola prenda encima. Pero a parte de la desnudez, que ya era suficientemente turbadora, no se limitaban a ver la tele. No sé si me entiendes.
—¿La cocina? —Pregunté, casi sin voz.
Alguien me señaló una puerta y me dirigí hacia allí a paso vivo. Creo que le rocé a alguien el culo por el camino. Dejé las botellas junto a las de los demás y me lavé las manos. El cerebro no me lo podía lavar. Después di un par de vueltas por la cocina, como un animal enjaulado, hasta que decidí que tenía que salir de allí. Pero no quería ser maleducado. Volví al salón y busqué a Carlos entre aquel amasijo de carne en movimiento. Mi amigo estaba a cuatro patas, comiéndose un rabo enorme y recibiendo otro por el culo.
—Carlos. Yo me voy.
Algunos de mis antiguos compañeros de clase me miraron. Otros estaban demasiado ocupados.
Carlos se sacó el pollón de la boca y me preguntó, mientras seguía siendo duramente enculado:
—¿Por qué? Si acabas de llegar.
—Porque no sabía que veníais a... esto. Lo siento. Ya nos veremos.
Salí a todo correr. Me metí en mi coche y arranqué el motor. Me sudaban las manos.
Para mi sorpresa, Carlos salió de la casa desnudo, con el frío que hacía. Vino hasta mi coche, abrió la puerta y se sentó en el asiento del acompañante.
—Pon la calefacción, cojones —dijo, cerrando con un portazo.
Obedecí.
—A ver. Qué te pasa.
—No me pasa nada.
—¿Ya no comes pollas?
—Nunca he comido pollas.
Carlos me miró, confundido.
—¿Cómo que no?
—Como que no.
—Coño. Yo pensaba que tú eras también de ese grupo.
—Pues no.
—Pero eras mi amigo en...
—Mi hermana salía con tu hermano. Por eso teníamos tanto trato. ¿No te acuerdas?
—¿Entonces nunca participaste en los corrillos de mamadas?
—Nunca. Me estoy enterando ahora de que hacíais esas cosas.
—Joder. Pues vaya palo. Lo siento. No me había pasado esto nunca. Yo recordaba que follábamos todos con todos. Qué