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Gay, gay. Muy gay
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Libro electrónico244 páginas3 horas

Gay, gay. Muy gay

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En esta colección de 15 relatos eróticos hasta el hetero más pintado, después de probar lo que terminan todos probando, acaba siendo gay, gay. Muy gay.

Veinte días
Veinte días versa sobre la temporada que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".

Sólo me arrepentí de una cosa
Eduard vuelve a Mallorca después de años de ausencia con una sola cosa en mente: Localizar a sus dos amantes de juventud y organizar una acampada como las que hacían entonces, donde el sexo entre los tres se daba de forma natural. Pero ahora que cada uno tiene su vida formada quizá no sea tan sencillo retomar las viejas y buenas costumbres. Aviso: este relato seguramente te hará usar pañuelos de papel... de varias maneras.

Ruleta cerdaca
Un grupo de hombres se reúnen en casa de uno de ellos para hacer lo que les salga en una ruleta un tanto especial.

Yo sólo soy un hombre que te desea
Mi profe de Ciencias Sociales en la Universidad decidió saltarse a la torera los convencionalismos en las relaciones sexual erótico afectivas entre profe y alumno cuando se coló de mí como un p... adolescente.

SingerMe
Daniel, un conocido presentador de televisión, es contratado de jurado en un concurso de cantantes. Pero Daniel en realidad es un cerdo como pocos se han visto y aprovechará su posición para, con la promesa de hacerles ganar, tirarse a todos a los concursantes masculinos.

Que no te vea pasar hambre
Esta es la corta y explosiva historia del romance que tuve a los diecinueve con Ramiro, mi profesor de la autoescuela.

La casta de los peludos
Un viajero de mundos alternos visita una Tierra paralela en la cual no hay mujeres y los hombres son separados en amos y siervos según la abundancia o ausencia de vello corporal.

Ritos de iniciación
Un estudioso de las costumbres de los primeros colonizadores que salieron de la Tierra visita el planeta de los Iqaye para documentarse acerca de su sexualidad y llega justo para asistir a los ritos de iniciación masculinos...

Mi futuro marido
Los vecinos no dejaban de pelearse y ella siempre acababa largándose con un portazo en mitad de la noche. Pero una de esas noches la pelea no terminó de la forma habitual...

A solas con mi cuñado
Siempre he sabido que mi cuñado es bisex. No dejo de imaginármelo haciendo de todo con un montón de hombres. Hoy ha venido a mi casa a trabajar porque se le ha estropeado el router. Estamos solos...

Mientras duermes
Este es el relato de aquella vez que me volví loco en mis tiempos de universidad y me aproveché de mi compañero de habitación hetero mientras el tío dormía a pierna suelta.

La cata
Jorge es un nuevo rico que ha cogido por costumbre invitar cada año a un gay sin recursos económicos a una gira por sus clubes de perversión. Marco es el pobre que ha tenido la suerte de ser elegido. Couson trabaja para Jorge y no se fía un pelo de Marco. Y lo de la cata... seguro que ya te habrás dado cuenta que no es una cata de vinos precisamente...

En la habitación de al lado
O lo que sucede cuando tu nuevo compañero de piso te pone to cerdo.

Loser
Luis es un perdedor. Está arruinado, le gusta demasiado el juego y la bebida y pronto él y su familia perderán su hogar si algo no cambia. Su amigo Samuel le ofrece algo de dinero por hacer algunos trabajitos para él. Lo que Luis no se imagina es que pronto cambiará la naturaleza de esos trabajos.

Un domingo diferente
Pedro, un clásico padre de familia, heterosexual y casi casi muermosexual, se encuentra por casualidad con un amigo que lo invita a una reunión de viejos compañeros de clase, de la época en la que ambos estudiaban en un colegio de monjas. La reunión es sólo para hombres y el pobre Pedro podrá decir cuando entre por la puerta que él no sabía a lo que venía.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento5 dic 2016
ISBN9781370454679
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    Gay, gay. Muy gay - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Veinte días

    I

    No lo conocía. No lo había visto nunca. Sabía que tenía 25 y que era gay. Era el sobrino de mi mujer, se llamaba Adrián y venía para quedarse veinte días en nuestro minúsculo apartamento.

    Fui a buscarlo al aeropuerto bastante nervioso. Hacía poco que había empezado a frecuentar los baños de un centro comercial donde me pajeaba mirando como otros hombres también lo hacían. Siempre me habían atraído un poco los hombres y últimamente me ponía tan caliente la idea de comerme una polla por primera vez que me había ido haciendo cada vez más osado.

    Estaba nervioso porque pensaba que el sobrino de Eva lo iba a saber de alguna manera. Descubriría que también me iban los rabos. Esperaba que por lo menos el chico fuera discreto si me lo notaba. Por cierto, me llamo Juan y acabo de cumplir los cuarenta. Y esta es la historia de los veinte días más calientes y extraños de mi vida.


    II

    —¿Dónde has dejado a la tita? —Me preguntó Adrián cuando por fin nos encontramos, tras quince mensajes de whatsapp.

    —Se marea en el coche. ¿No lo sabías?

    —Ni idea. Hace como diez años que no la veo. No me acuerdo mucho de ella.

    ¿Y por qué te quedas en nuestra casa?,  pensé.

    Acomodamos los dos maletones que traía en mi coche y emprendimos el viaje de sesenta kilómetros a casa. Puse música para no tener que hablar con él.

    La verdad es que el chico me había sorprendido para mal, aunque no tenía aún muy claro por qué. Tras meditarlo un rato me di cuenta de que me disgustaba que no pareciera gay. Me había hecho a la idea de que Adrián tendría un montón de pluma. No soporto la pluma. Por lo tanto, me debería haber causado buena impresión que no la tuviera. Sin embargo, por algún motivo, estaba molesto con él.

    Casi llegando a casa, después de un incómodo viaje sin cruzar palabra, me di cuenta de lo que me molestaba. Adrián estaba bueno. Era el tipo de hombre que llamaba mi atención. Masculino, fuerte pero no de gimnasio. Moreno, guapete de cara, con barba cerrada y más joven que yo. Y gay, lo cual era un recordatorio constante de que no era imposible que pasara algo. Y no podía permitir que pasara nada porque era el sobrino de mi mujer. Aquello era lo que realmente me molestaba. Ojalá hubiera tenido un montón de pluma y hubiera sido flacucho, feo y esmirriado. No me apetecía nada tener la tentación en mi propia casa.

    Decidí que sería distante con él. Muy, muy, muy distante.

    —Es súper bonito —dijo de pronto Adrián, admirando el paisaje.

    —Lo es.

    —Me encantaría vivir en un lugar como éste. Debe ser como estar de vacaciones todo el año.

    —Pues espera a ver donde vivimos.

    Noté que me miraba inquisitivo y tuve que añadir:

    —Antes era un hotel. Lo vendieron y el comprador lo convirtió en viviendas. Da la impresión de que vivamos en una habitación de hotel, con la piscina abajo y el mar enfrente. Y las vistas.

    —¿Qué piso es?

    —Un séptimo, el último. Pero es el edificio más alto de la bahía. Ya lo verás. Las vistas son espectaculares. Y aquí hace calor todo el año. Supongo que eso también influye. A veces yo también lo he pensado, es como estar siempre de vacaciones.

    —¿A qué te dedicas?

    —Tengo un par de restaurantes.

    —¿Y qué tal van?

    —Estupendamente, la verdad. Van tan bien que ni siquiera me paso por allí. Los heredé, era el negocio familiar. Yo me limito a cobrar.

    —Joder. Tenéis la vida solucionada.

    —Supongo que sí. Este año terminamos de pagar la hipoteca y para el próximo queremos meternos en una casa de verdad. El apartamento se nos queda chico y tu tía quiere niños, antes de que se le pase el arroz.

    El resto del viaje, los tres kilómetros que nos quedaban, volvimos al más absoluto mutismo. Yo no quería apartar la mirada de la carretera pero era superior a mis fuerzas y cuando él miraba por la ventanilla yo me dedicaba a mirarle disimuladamente el paquete. Se notaba que estaba bien armado.

    Dios mío, dame fuerzas, pensé.

    No hacía ni cincuenta minutos que lo había conocido y ya me moría por desvirgar mi boca con él.


    III

    Comimos en un chiringuito y por fin me enteré de por qué había venido y por qué se quedaba tantos días. Me lo contó Eva cuando Adrián fue al baño.

    —Tiene problemas con su ex.

    —¿Qué tipo de problemas?

    —Le pegaba. El cabrón ya ha pasado unas noches en la cárcel y tiene una orden de alejamiento y todo, pero aun así no lo deja en paz. Adrián necesitaba alejarse un tiempo y le dije que se podía venir aquí. Hasta que decida si se atreve a volver o se busca trabajo lejos. De momento está esperando respuesta de una empresa en Alemania.

    —¿Por qué no me lo contaste?

    —No preguntaste. Parecía que te la traía al pairo quién viniera. Y me ha sorprendido que hayas preguntado ahora. ¿Te ha dicho algo de su ex en el coche?

    —No, qué va.

    —¿Entonces?

    —Me ha dicho que apenas se acordaba de ti y me ha extrañado que siendo así se quedara con nosotros veinte días.

    —Pues ahora ya lo sabes. Pórtate bien con él. Lo ha pasado muy mal.


    IV

    Después de aquella primera comida quedó claro que durante los próximos veinte días (o los que fueran al final) Adrián iba a llamarme Tito Juan. No se le reprocho. En España solemos hacerlo con los nombres. Alargamos los cortos y acortamos los largos. Juan es un buen nombre para añadirle un Tito. Si me llamara Gumersindo seguramente Adrián habría optado por llamarme Gumi, el ejercicio contrario. Yo le llamaba Adrián, sin más.

    Al principio lo de Tito Juan me sonaba infantil pero dos horas más tarde, mientras comprábamos en el mercadona, ya me había acostumbrado.

    Habíamos dejado a Eva durmiendo la siesta y con ella habíamos perdido también la mesura. Ya llevábamos dos carritos llenos de porquerías.

    —Tito Juan, si te parece, el alcohol lo pago yo.

    —Vale.

    —¿Tú que bebes?

    —Jotabé cola —contesté.

    —Yo Cutty Sark con cola light. Y a veces Jägermeister.

    —¿Eso no es muy fuerte?

    —Lo es. Por cierto. Hay que coger gelatina de fresa.

    —Los yogures están por allí. Ya llegaremos.

    —No, no. Gelatina en polvos. Para hacer chupitos.

    —¿Chupitos?

    —De Jägermeister. Verás qué bien entran los cabrones.

    —¿Chupitos para comer con cucharilla?

    —O para masticar. Y supongo que saldrás conmigo alguna noche, ¿no?

    —¿Salir? —Parecía tonto, repitiendo todo lo que me decía.

    —De marcha.

    —¿Al... ambiente?

    —No, hombre. No suelo ir de ambiente. Hay dos discotecas a un tiro de piedra de tu casa, mundialmente conocidas, que no me puedo perder. Así que por lo menos dos noches tenéis que veniros conmigo.

    Ahora había incluido también a Eva en los planes, lo cual me desanimó un poco. Me había imaginado pasando la noche con él a solas por ahí hasta las tantas. De todas formas, Eva no es mucho de salir. Seguro que prefería quedarse en casa viendo alguna de las ochocientas series que sigue a la vez.

    —Saldremos las veces que quieras —prometí.

    —Guay.

    Lo de mostrarme distante con él se había ido a la mierda rápidamente.


    V

    Como había supuesto, tras la cena, las cervezas, los cubatas y los chupitos de gelatina de fresa con Jägermeister, Adrián compartió con nosotros su deseo de salir por ahí y Eva tardó poco en murmurar una disculpa y encerrarse en la habitación a ver The Flash.

    Salimos él y yo solos. Nos emborrachamos, bailamos y reímos mucho pero mantuvimos perfectamente las distancias. Creo que no nos tocamos ni un pelo en toda la noche.

    De vuelta a casa, a las cinco de la mañana, Adrián me sorprendió quitándose toda la ropa y tirándose a la piscina, que estaba llena de colchonetas.

    —Venga, Tito. Ven. Tírate.

    —¿No está fría?

    —Está perfecta.

    Me hice un poco de rogar pero al final me desnudé y me metí en el agua tímidamente.

    Estuvimos armando jaleo y peleando con dos colchonetas hasta que se encendió la luz del salón de uno de los apartamentos del primer piso y un viejo asomó la cabeza con cara de cabreo.

    —¿Hace falta que llame a la policía?

    —No, no —contesté. —Ya nos vamos.

    Cuando el viejo volvió a la cama, Adrián me preguntó si de verdad iba a hacerle caso.

    —Estoy bastante borracho. Si nos quedamos no tenemos que hacer ningún ruido.

    —Vale. Acércate y nos hablamos al oído —propuso.

    —No.

    —¿Por qué?

    —Porque estás desnudo.

    —¿Y qué?

    —Que yo también lo estoy.

    —Vale. Repito. ¿Y qué?

    —Que no parece buena idea.

    —No te voy a hacer nada, si es eso lo que te preocupa. Seré maricón pero también soy muy respetuoso.

    —No es eso.

    —Pues ven.

    —Vaaale.

    Me acerqué prudentemente hasta que nuestros brazos se rozaron. En aquel momento me moría por abrazarlo pero eso no iba a pasar. Adrián se puso a contarme batallitas al oído y se me erizó todo el vello del cuerpo. No recuerdo nada de lo que me dijo. Estábamos muy borrachos. Pero recuerdo la sensación que me producía su aliento en mi oído y todavía hoy me estremezco.

    Pese a la cercanía y la desnudez no hubo nada más entre ambos que las sensaciones que me provocaba. Cuando amanecía subimos en el ascensor en calzoncillos llevando la ropa contra el pecho y dejando charcos en el suelo.

    Nos duchamos por turnos. Eva le había abierto el sofá cama y le había dejado las sábanas y una almohada sobre la mesa. Le ayudé a hacer la cama, le dije que lo había pasado de maravilla y me metí en mi habitación. Las cosas no estaban raras. Adrián no sospechaba. Bien.

    Y al mismo tiempo... mal.


    VI

    Las cosas no tardaron nada en ponerse raras. De hecho, unas horas más tarde empezamos a liarla parda. Me desperté a eso de las once. Eva dormía como un tronco. Me puse unas bermudas, salí de la habitación, cerré la puerta y entré en el baño a mear. Tanto a Eva como a mí nos gusta dormir hasta tarde por lo que instalamos frente a los ventanales, que ocupan toda la pared, unas persianas  gigantes que cierran de forma hermética. No dejan pasar un resquicio de luz, por lo que tanto en la habitación como en el salón reina una oscuridad casi nocturna, aunque afuera el sol ya esté alto.

    Adrián se había dormido con la tele encendida, por lo que su cuerpo sí estaba levemente iluminado. Me quedé un rato observando cómo dormía y al final me senté a la mesa, abrí mi portátil y me puse a navegar. Él estaba acostado con la cabeza en el lado del sillón que tocaba con la mesa por lo que yo veía su cuerpo pero no su cara. De vez en cuando levantaba la vista de la pantalla del ordenador para deleitarme mirándole el paquete. Decididamente tenía un buen rabo bajo el calzón.

    Con la cercanía de su cuerpo y las miradas furtivas a su entrepierna no tardé en empalmarme. Me aseguré de quitar el volumen del portátil y abrí una peli porno de xvideos, una donde unos tíos barbudos no dejaban de mamar pollas, algo que me obsesionaba últimamente.

    En determinado momento, al levantar la mirada de la pantalla, vi que Adrián tenía puesta la tienda de campaña. Se había empalmado mientras dormía o quizá estaba despierto, no tenía forma de saberlo. Estaba bastante seguro de que yo no lo había despertado. Soy un maestro en el arte de pajearme sin hacer un solo ruido.

    Me quedé embobado mirando aquel bulto prodigioso. Podía ver la tela de su calzoncillo moverse con cada latido de su corazón. Cerré despacio la tapa del portátil y permanecí en absoluto silencio con mi polla durísima en la mano, observando su empalme.

    Quizá pasó un cuarto de hora. Él permanecía inmóvil, su polla permanecía maravillosamente erecta. Yo estaba a punto de correrme pero no me atrevía por si Eva se levantaba y me pillaba con las manos en la masa o limpiando la lefa del suelo.

    Entonces sus manos cogieron el elástico del calzoncillo y liberaron su troncho que apareció ante mis ojos en todo su esplendor. No solo se había despertado. Se iba a zurrar una paja sin ser consciente de que no estaba solo en el salón. Seguramente llevara un rato intentando escuchar si Eva y yo seguíamos durmiendo y había llegado a la conclusión de que no había peligro de que lo pilláramos.

    Lo lógico hubiera sido advertirle de que yo estaba detrás, viéndolo todo, para darle la posibilidad de cubrirse y que todo quedara en un divertido accidente. El Tito Juan Hetero te ha visto el cacharraco. Menuda herramienta te gastas, chaval. Ja, ja.

    Pero el Tito Juan tenía unas ganas de polla que no se veía y no abrió la puta boca. Dejó que el sobrino se hiciera su pajote sin perderse detalle.

    Cuando Adrián se corrió me llegó el olor de su leche y no pude evitar derramar la mía instantáneamente en el suelo.

    Y no había escapatoria. Se acababa de correr. En cualquier momento se levantaría para ir al baño a limpiarse y me vería allí, con la polla en la mano goteando aún lefa a su salud. Pensé en abrir el portátil, subirme las bermudas sin hacer ruido y hacerme el despistado pero cualquier movimiento me delataría.  Estaba a menos de dos metros de él. Seguro que me oía y se llevaba un susto de muerte.

    Opté por permanecer inmóvil rogando a todos los dioses que no me descubriera y por supuesto que a Eva no le diera por levantarse. La única escapatoria consistía en que Adrián se quedara sobao después del corridote pero nadie en su sano juicio se echaría a dormir corrido en casa ajena.

    Ya no hubo tiempo para más conjeturas. Se incorporó y me vio. Y me vio todo, polla incluida y goterones de leche en el suelo. Y para colmo en la tele pusieron un anuncio de detergente que dejaba las sábanas blanquísimas que iluminó todo el salón, por si no me había visto bien.

    Miró largo rato mi leche del suelo y yo la suya en su pecho. Parecía todavía un poco borracho.

    —¿Llevas mucho tiempo ahí? —Susurró al fin.

    —Desde el principio. Pero no sabía como avisarte. Lo siento.

    —¿Te he... excitado?

    —De nada me serviría negarlo —dije, mirándome

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