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En el país de las grandes la dura es el rey
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En el país de las grandes la dura es el rey
Libro electrónico136 páginas1 hora

En el país de las grandes la dura es el rey

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"En el país de las grandes la dura es el rey" reúne los siguientes relatos eróticos de temática gay:

Venganza
Juan le cuenta una noche a su novio que sus hermanos lo torturaban de crío por ser homosexual. Los años han pasado y Juan no tiene contacto con su familia pero su novio decide vengarse por su cuenta de los tres hermanos. Aunque las cosas no salen siempre como uno las planea...

Sólo me pasan cosas buenas
Un escritor que considera que el universo conspira a su favor verá como sus creencias son puestas a prueba de la manera más... dura.

Violado por un fantasma
Stewart y su mujer se dedican a limpiar de fantasmas mansiones en los Estados Unidos. Pero en esta ocasión el fantasma en cuestión sólo se presenta cuando Stewart entra solo en la casa...

Ahora soy concertista
Mi profesor de piano siempre al terminar la clase se iba a mi cuarto de baño, donde pasaba más de media hora. Un buen día se me ocurrió mirar por la cerradura para descubrir qué hacía ahí dentro tanto rato...

¿Te la saco yo a ti?
Dos amigos a quienes sus novias acaban de dejar deciden poner un anuncio en un tablón de la universidad para buscar novias más receptivas. El primer anuncio no funciona y deciden hacer una sesión de fotos en un baño para añadir qué es lo que ellos ofrecen exactamente. Entonces la cosa se lía un poquito...

Pararía el tiempo
El protagonista de esta historia un día descubre que puede parar el tiempo y sólo se le ocurre espiar a Joel, un compañero de trabajo hetero del que se enamoró y que jamás le correspondió. Bueno, no. No sólo se le ocurre eso. En realidad se le ocurren otras cosas que hacerle, pero ninguna bonita. O quizá alguna bonita sí.

En la tienda de muebles
Marcelo es vigilante nocturno en un tienda de muebles y aprovecha la tranquilidad de la noche para quedar con hombres a los que se trajina por toda la tienda.

Desorientado
Un hombre se despierta con amnesia en una cama en la que no está solo ni está quieto...

En primera persona
Dos hombres se conocen en un parque e intercambian direcciones. Un día uno de ellos visita al otro y... Seremos testigos de lo que ocurre en primera persona.

El sobrino del coronel
Nada le gusta más al sobrino del coronel que esperar en casa a que su tío le lleve a los nuevos reclutas como si se tratara de un presente.

Sólo me arrepentí de una cosa
Eduard vuelve a Mallorca después de muchos años de ausencia con una sola cosa en mente: Localizar a sus dos amantes de juventud y organizar una acampada como las que hacían entonces, donde el sexo entre los tres se daba de forma natural. Pero ahora que cada uno tiene su vida formada quizá no sea tan sencillo retomar las viejas y buenas costumbres. Aviso: este relato seguramente te hará usar pañuelos de papel... de varias maneras.

Un domingo diferente
Pedro, un clásico padre de familia, heterosexual y casi casi muermosexual, se encuentra por casualidad con un amigo que lo invita a una reunión de viejos compañeros de clase, de la época en la que ambos estudiaban en un colegio de monjas. La reunión es sólo para hombres y el pobre Pedro podrá decir cuando entre por la puerta que él no sabía a lo que venía.

IdiomaEspañol
EditorialPROMeBOOK
Fecha de lanzamiento6 dic 2016
ISBN9781370827497
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    En el país de las grandes la dura es el rey - Marcos Sanz

    Nota del autor

    Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.

    Venganza

    I

    —Entonces, ¿tus hermanos se enteraron?

    Estábamos tumbados en la cama, ambos mirando al techo.

    —Sí.

    —¿Los tres?

    —Mario me encontró las revistas y se las enseñó a Pedro y a Jaime. Esperaron a que nuestros padres se fueran de casa y...

    —¿Qué hicieron? —Apreté la mano de mi novio. Sólo lo conocía desde hacía dos meses pero ya se había convertido en mi persona favorita de todo el planeta.

    —Me insultaron. Me llamaron maricón. Me las tiraron a la cara. Despedazaron las revistas y me prometieron que me iban a encontrar novia y que se iban a asegurar de que me la follara delante de ellos. Querían... curarme. De todas formas eso no fue lo peor. Fue sólo el principio. Pasé toda mi adolescencia aterrorizado por los tres, y rezando para que ninguno se fuera de la lengua y se llegara a enterar mi padre. Me habría matado. Tuve un amigo especial. Me arriesgué a llevarlo a casa un día que no estaban mis padres ni mis hermanos. Pero Jaime volvió antes de tiempo y nos encontró jugando a las cartas en mi habitación. Y nos dio una paliza. No volví a ver a mi amigo.

    —¿Cual era el peor?

    —¿El peor?

    —De tus hermanos.

    —No lo sé. Los tres eran igual de hijos de puta conmigo.

    —Pero Jaime te pegaba.

    —Me pegaban los tres. ¿Por qué lo preguntas?

    —Para saber a cual tengo que cargarme primero.

    —No seas tonto. Hace muchísimos años de eso.

    —¿Ahora os lleváis bien?

    —¡Qué va! Es como si no tuviera familia. Los prefiero bien lejos.

    —Entonces no te importará que me vengue por ti.


    II

    Pedro vivía en una bonita urbanización a las afueras. Los días que había partido se iba al bar y se emborrachaba. Tenía mucho aguante por lo que siempre era el último de sus amigotes en regresar a casa. Aquella noche le invité a tres cervezas mientras hacía ver que me interesaba el fútbol aunque no puede sudármela más. Cuando ya quedaba poco para que nos cerraran pasé al whisky (el tío se jincó cuatro, me iba a salir cara la broma) y cuando por fin el camarero nos dijo que tenía que cerrar, el pobre Pedro no se tenía en pie. Lo acompañé a mi coche y lo senté en el lado del conductor para que durmiera un poco la mona.

    —Gracias, gracias —me decía. —No me puedo presentar así en casa. Mi mujer me mataría.

    Cuando se quedó roque le cogí el móvil del bolsillo. Le dejé que durmiera los veinte minutos que me dediqué a meter en un grupo a todos sus contactos, de trabajo, familia y amigos. Una vez preparado el grupo le quité el sonido al móvil para que no se escuchara el ruido cuando hiciera las fotos. Me saqué la polla y me la sacudí hasta tenerla bien dura. No es por presumir pero mis padres me dieron muy buenos genes. Vamos, que la tengo bien hermosa. Después tumbé a Pedro sobre mi verga, metiéndosela en la boca que le babeaba constantemente. Ahora venía la parte delicada. Despertar al hetero. Esperaba no tener que arrearle si le daba por morderme. Le di golpecitos en la mejilla hasta que se despertó, más o menos. Al principio no sabía dónde estaba.

    —¡Eh! —Le dije. —No puedes quedarte dormido. El trato es que me la comerías hasta que te lefara toda la puta boca.

    —Perdona —dijo, aunque casi no se le entendía con la borrachera y mi polla en la boca.

    El cabrón se puso a mamar. Joder. Y encima la comía bien. Así que al imbécil del hermano de mi novio, aquel que lo torturaba junto con los otros dos por ser maricón, le había acabado gustando comer pollas. La verdad es que no me sorprendió. Los jodidos homófobos son los peores y acaban mariconeando más que nadie desde sus putos armarios.

    Cada vez que se quedaba sobao tragando rabo lo despertaba con suaves cachetes. Le fui echando fotos con su propio móvil. El tío ni se coscó. Yo había encendido la luz interior de mi coche para que se viera sin necesidad de poner el flash, eso sí que lo habría alertado, borracho o no. Las fotos saldrían oscuras pero Pedro tenía un móvil buenísimo. Se vería perfectamente que era él y que se estaba comiendo una polla bien grande.

    Cuando tuve suficiente material le pedí que colocara la cabeza sobre mi ombligo y me mirara la polla mientras me masturbaba. Con la mano izquierda sujeté su móvil y me puse a grabar un vídeo. Con la derecha me hice un pajote pegao a sus morros.

    —Te voy a llenar la cara de leche —le dije.

    —Sí...

    —¿Te gusta?

    —Me gusta...

    —¿La quieres?

    —Sí. La quiero... Dámela toda.

    —Vas a ver cuanta lefa te doy. Vengo cargadito.

    —Mmm. Quiero tu leche.

    —¿Hace mucho que no tragas lefa?

    —Ayer mismo.

    —No jodas. ¿A quien se la chupaste?

    —A Esteban.

    —¿Quién es?

    —Mi cuñao.

    —¿Tu cuñao?

    —Sí. El marido de mi mujer.

    —El marido de tu mujer eres tú.

    —Perdón. El hermano de mi mujer. Jaja.

    Ufff. La venganza iba a ser mucho mejor de lo esperado. No aguanté más y le solté el corridote por toda la cara, asegurándome de que quedara grabado hasta el último lefazo. Las últimas gotas se las solté en los labios y Pedro me limpió el pollón muy agradecido.

    —Vale. Ahora descansa un poco, bonito. Te lo has ganado.

    Lo recosté de vuelta al asiento del conductor y a los pocos segundos ya estaba sobando otra vez.

    Elegí las mejores fotos y borré el resto. Recorté algunas partes del vídeo para que mi voz sólo se escuchara lo imprescindible para dar sentido a sus respuestas y cuando lo tuve editado lo envié todo al grupo que había creado y luego a su mujer (no me había costado localizarla porque la tenía en sus contactos como Mi churri). Después le devolví el móvil al bolsillo y lo desperté.

    —Tienes que irte, Pedro.

    —Vale... Tío... Muchas gracias por las copas. Otro día te invito yo. Ha sido estupendo.

    —¿Te ha gustado también mamármela?

    —Claro. Tienes un pollón.

    —Bien. Pues ya repetiremos otro día. Sospecho que a partir de ahora irás mucho más a menudo a ese bar.

    —Claro. Ahí te he conocido. Muchas gracias por todo, de verdad.

    Salió del coche dando tumbos y con toda la cara llena de leche.


    III

    A Mario le preparé algo más elaborado. En un principio pensé en hacer que una amiga bollera se acostara con él en su coche. Entonces yo aparecería a mitad del polvo acusándolo de abusar de mi hermanita.

    —Pero tengo treinta añazos. —Me dijo mi amiga. —Nadie se creerá que ha abusado de mí.

    —Le diré que eres retrasada.

    —Y una mierda. Además, no pienso tocar una polla. Me saldrán sarpullidos.

    Como esa idea no fraguó al final opté por el numerito de la cartera robada. Como al otro hermano, también a éste le pirraba beber en los bares. Falsifiqué unos cuantos billetes de doscientos euros, llené mi cartera y me senté a beber en la barra junto a Mario. En cierto momento abrí la cartera y me aseguré de que viera su contenido.

    —No tendrás cambio de doscientos —le dije al camarero.

    —Joder. ¿No llevas nada más pequeño?

    —Espera... —Rebusqué entre los billetes falsos y saqué uno de veinte de verdad. Pagué mis copas y bebí lo que me quedaba de la última. Finalmente esperé a que el camarero se fuera a limpiar mesas y me fui al baño dejando la cartera en la barra, a medio metro de la mano de Mario.

    Más allá del baño estaba la cocina y le pregunté a la cocinera si podía salir por ahí.

    —¿No intentas hacer un simpa, verdad?

    —¡Qué va! Pretendo gastarle una broma a un amigo. Cree que estoy en el baño.

    —Está bien. Puedes salir por aquí. Pero me quedo con tu cara, cariño. Por si las moscas.

    Una vez en la calle me escondí cerca del coche de Mario y esperé a que picara el anzuelo. Menos de un minuto después Mario salía del bar a toda hostia con mi cartera en la mano. Se metió en su coche a toda prisa y antes de que pudiera ni arrancar abrí la puerta del acompañante y me senté a su lado, con una navaja en la mano.

    —¿Ibas a algún sitio

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