Lo que nadie cuenta
Por Marcos Sanz
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Lo que nadie cuenta reúne 15 relatos eróticos gay muy morbosos narrados sin pelos en la lengua. O... bueno. Algún pelo sí se puede haber colado.
Iván
Alex estuvo toda su infancia de una casa de acogida en otra hasta que acabó en casa de Iván, a quien llegó a considerar como su hermano mayor. Años después desarrollaron un vínculo que iba mucho más allá, pero una pelea los separó. Ahora, Alex e Iván tendrán que volver a escribir su historia y encontrar la manera de que “lo suyo” funcione sin hacer daño a terceros.
Pepo
Los recuerdos de un pasado en común darán paso a situaciones muy calientes en el presente.
Sólo me arrepentí de una cosa
Eduard vuelve a Mallorca después de muchos años de ausencia con una sola cosa en mente: Localizar a sus dos amantes de juventud y organizar una acampada como las que hacían entonces, donde el sexo entre los tres se daba de forma natural. Pero ahora que cada uno tiene su vida formada quizá no sea tan sencillo retomar las viejas y buenas costumbres. Aviso: este relato seguramente te hará usar pañuelos de papel... de varias maneras.
La herencia
¿Y si descubrieras que tu padre llevó una doble vida de lo más interesante?
A ciegas
Un hombre lleva más de cinco años acostándose en una caravana con un tío a quien jamás ha visto la cara ni escuchado su voz. Para poder seguir con él es imprescindible que lo sigan haciendo a ciegas, porque su amante no quiere revelarle su identidad. Pero esta noche la verdad saldrá a la luz.
Yo sólo soy un hombre que te desea
Mi profe de Ciencias Sociales en la Universidad decidió saltarse a la torera los convencionalismos en las relaciones sexual erótico afectivas entre profe y alumno cuando se coló de mí como un p... adolescente.
Norton y John I y II
I. La increíble historia de un adicto al sexo que encontró la horma de su zapato.
II. Continúan las aventuras de estos dos cachondos y se añade un loco y una pistola.
Toni
Un hombre casado de cerca de 40, acabando una carrera universitaria, conocerá a un joven cantante de 22 al salir de clase. Su vida cambiará de arriba a abajo cuando menos lo esperaba y tendrá que enfrentarse a decisiones que pueden dar lugar a una historia de amor como nunca imaginó o al mayor error de su vida.
El psiquiatra
Fabio va a ver a Robert, su psiquiatra. Desde que en las sesiones han comenzado a hablar de los extraños sueños sexuales de Fabio algo ha cambiado en el ambiente...
Algo serio
Anselm intenta desesperadamente encontrar novio a través de varias apps de contactos pero parece que nadie en el mundo está buscando lo mismo que él. Su amigo Joan, un semental dueño de un sex shop, le dará las claves para atraer al hombre adecuado... valiéndose de una vil mentira.
Planta carnívora
Relato corto y desquiciado. Se recomienda el uso de mantequilla al leerlo.
La mesa, el manubrio y las natillas
Lo que sucede cuando te levantas a las tantas de la mañana para ir al baño y descubres al padre de tu amigo bastante ocupado.
Sólo me pasan cosas buenas
Un escritor que considera que el universo conspira a su favor verá como sus creencias son puestas a prueba.
El amor de mi vida empieza por M
Héctor, un chico hetero, va a una pitonisa para hacerle una consulta sobre negocios pero la tirada revela que el amor de su vida está a punto de aparecer y que su nombre empezará por M... ¡Anda, como el autor de estos relatos!
En la habitación de al lado
O lo que sucede cuando tu nuevo compañero de piso te pone to cerdo.
Cómpralo y disfruta.
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Lo que nadie cuenta - Marcos Sanz
Nota del autor
Todos los personajes representados en esta obra de ficción son mayores de 18 años.
Iván
I
Hacía dos años que no veía a Iván, mi hermano
de la última casa de acogida en la que estuve, y mientras esperaba en el aeropuerto rememoré la pelea que nos había mantenido separados tanto tiempo.
Celos. Ni más ni menos. Compartíamos piso por aquel entonces, solos él y yo, y manteníamos una intensísima relación desde tiempos inmemoriales que nos llevaba a arrancarnos la ropa en cuanto estábamos solos, situación que solíamos propiciar a menudo. Había domingos en que no salíamos de la cama y por lo general andábamos siempre desnudos por la casa, acostumbrados a que el otro nos regalara una mamada de improviso o nos plantara la mano torcida en la raja del culo a la primera de cambio. Pero no por natural y cotidiano nuestro sexo era aburrido. Con el tiempo nos hacíamos cada vez más osados (y más guarros). Nos encantaba follar en la terraza y que nos viera todo el vecindario, ir de caza a clubes y follarnos a siete tiarros en una noche, grabarnos con la cámara haciendo cerdadas y colgarlo en xtube, ese tipo de cosas.
Pero entonces yo conocí a un chico y empezamos a salir e Iván enfermó de celos. Yo siempre había pensado que manteníamos una relación de, digamos, hermanos con derecho a goce, (soy consciente del juego de palabras y no me arrepiento). Nunca se me había ocurrido que Iván nos viera como una pareja. Yo había estado esperando el amor desde hacía años y el amor para mí no podía provenir de alguien a quien conocía tan bien como a Iván. El amor era extrañeza y descubrimiento y mariposas en el estómago. Me enamoré perdidamente y sin esperarlo de un compañero de trabajo, y como consecuencia mi relación con aquel que había sido como un hermano para mí cambió; tenía que cambiar. Y dejamos de acostarnos.
Iván se volvió iracundo y convirtió nuestra convivencia en un infierno. Y un buen día lo eché de casa, después de una pelea en la que, me pesa mucho decir esto, llegamos a las manos.
Así que estaba esperándole en el aeropuerto, dos años más tarde, y el único motivo por lo que aquello sucedía era porque yo había cortado con mi novio y necesitaba un hombro sobre el que llorar.
Lo cierto es que también echaba mucho de menos a Iván, pero mientras había tenido novio no lo había echado tanto de menos como para llamarlo ni una sola vez.
Ahora, mientras esperaba verlo cruzar hacia la cinta del equipaje, recordé los viejos tiempos y sentí añoranza. No sabía cuánto tiempo se iba a quedar (en realidad habíamos hablado cinco minutos en los últimos dos años) pero me descubrí deseando que fuera una buena temporada y que volviera a darme polla a diario (Iván tiene una polla cojonuda y además sabe lo que se hace con ella).
Ya había visto pasar a un buen montón de gente presuntamente procedente de su vuelo y mi hermano no parecía estar entre ellos. Intrigado decidí llamarlo al móvil, pero antes me dirigí al lavabo. No tenía ganas de mear, en realidad quería comprobar mi aspecto en un espejo. Quería causarle una buena primera impresión después de tanto tiempo.
La impresión me la llevé yo. Al entrar en los servicios me encontré con la siguiente escena. Iván se encontraba junto a los urinarios, con los vaqueros por las rodillas. Un tipo de muy buen ver le sacaba brillo a su bate con dedicación y entrega. Ninguno de los dos dejó lo que estaba haciendo al percibir mi presencia. Mi hermano se limitó a saludarme con la mano y el otro comenzó a mamársela con verdadero ahínco. Me acerqué, agradeciéndole al cielo que Iván siguiera siendo el mismo, y le apreté las tetillas mientras le comía la boca para darle la bienvenida.
Durante el rato que tardó Iván en llenarle la boca de crema al desconocido otro tipo entró en el baño. Meó, sin perderse detalle de lo que hacíamos, pero al acabar de sacudírsela abandonó los lavabos sin decidirse a participar.
Después de la copiosa corrida de Iván y cuando el inesperado mamón nos hubo dejado solos, lo abracé con todas mis fuerzas.
–Te he echado muchísimo de menos, cabronazo –le dije.
–Yo a ti no tanto. Ven, tengo que presentarte a alguien.
Me empujó suavemente hacia el exterior de los lavabos y casi en la misma puerta nos tropezamos con una rubia embarazada cargada de maletas que, tierra trágame, parecía conocer a Iván.
–Hermanito... Ésta es Tamara, mi mujer.
De camino a casa escuché el desconcertante relato de cómo Iván, un cabecita loca, se había convertido de la noche a la mañana en amante esposo de una rubia despampanante y futuro padre de una criatura. Algo en la actitud de ambos y ciertas partes ambiguas de la historia me hicieron sospechar que Iván no era el padre del hijo que ella esperaba, lo cual me cuadraba más con las apetencias sexuales que le conocía. De todas formas tendría que esperar a estar a solas con él para escuchar la historia no oficial de cómo se había dejado meter en semejante berenjenal.
Pese a que encontrarme con una cuñada que no sabía que existiera me estropeaba mis planes de disponer del cuerpo de Iván para todo lo que se me ocurriera, traté de llevarme bien con ella, lo cual no fue difícil porque Tamara era un verdadero amor y yo cuando quiero soy encantador.
Cuando ya llegábamos a mi casa, después de un viaje en coche, largo pero ameno, Tamara me pidió que la llevara al Nixon, un hotel de cinco estrellas.
–No quiero molestar. Nunca me quedo en casa de nadie cuando viajo.
Yo no traté de convencerla de que se quedara en mi casa, aparte de por lo obvio, porque habiendo descubierto que la muchacha era de buena familia me daba vergüenza que viera dónde vivía yo, por lo menos hasta que hiciera algo de limpieza.
Así que la llevamos al hotel, y ella nos pidió que pasáramos el resto del día juntos, Iván y yo, que ella necesitaba descansar.
De camino a mi piso lo acribillé a preguntas.
–¿Ella sabe de tu propensión a hacer mariconadas como la del aeropuerto?
–Pues claro que no. Es mi esposa.
–Entonces no sabe que tú y yo hacemos lo que hacemos cuando nos vemos.
–¿Acaso le hablaste de eso a tu novio?
–No. Claro.
–Pues esto es lo mismo.
Iba a decirle que yo por lo menos había dejado de hacerlo durante el tiempo que estuve con Leo pero opté por no tocarle los cojones (con la intención de no cabrearlo y que me dejara tocárselos luego en un sentido más literal).
–Entonces... ¿De quién es el niño?
–¿Cómo que de quién es el niño?
–No jodas que es tuyo.
–¿De quién coño quieres que sea, Alex?
–Pensé que teníais algún tipo de acuerdo.
–Tenemos un acuerdo. Se llama matrimonio. Vamos a tener un hijo del cual soy el padre por el método tradicional y atrasado de pegar un polvo con mi esposa y tú vas a ser tío y tendrás que regalarle ropita durante un tiempo y más adelante bicicletas, ordenadores y todo aquello que yo y su madre no estemos dispuestos a comprarle por miedo a malcriarlo.
–Joder.
–¿Te supone un problema?
–No, qué va. Es que me pillas con el pie cambiado, macho –dije.
Decidí no abrir más la boca por un buen rato. Por una parte no me parecía bien que Iván siguiera con su estilo de vida promiscuo a espaldas de su mujer ahora que se suponía que debía sentar la cabeza, con un bebé en camino y todo eso, pero yo no podía ser tan hipócrita dado que estaba deseando contribuir a su promiscuidad llenándome la boca hasta las trancas con su pedazo de polla.
Enseguida estuvimos en casa. Metí el coche en el garaje comunitario. Iván comentó que yo ahora conducía mucho mejor. No contesté, pero es que sólo hacía dos años que tenía el carné. En la época de la gran pelea me lo acababa de sacar. Era lógico que él me recordara inseguro al volante.
Salimos del coche. Yo fui a la parte trasera a por unas bolsas (me había parado en el hipermercado de camino al aeropuerto) y cuando las estaba cogiendo sentí su cuerpo en mi espalda, el tan familiar cuerpo de Iván. Me abrazó desde atrás, pegando su paquete a mi trasero, su pecho a mi espalda y descansando su barbilla en mi cuello.
–Antes te mentí –me dijo al oído, poniéndome los pelos de punta del placer de tenerlo tan cerca. –Yo también te he echado de menos.
II
Subimos casi corriendo el primer tramo de escaleras, el que iba del garaje al portal, y llamamos al ascensor. Mientras lo esperábamos, Iván me dedicó una mirada llena de deseo, que completó cogiéndome la mano libre y poniéndola sobre su bulto, que empezaba a endurecerse.
El ascensor llegó y entramos corriendo. Durante los siguientes nueve pisos nos besamos con una calentura propia de adolescentes. Mis manos acariciaron sus músculos, mi cuerpo chocó contra el suyo, mi paquete golpeó el suyo, el ascensor daba sacudidas, nuestras bocas intercambiaban saliva. Cuando salimos del ascensor yo ya le había quitado la camisa y me llevaba su pecho a los labios, completamente incapaz de ponerme a buscar las llaves.
Al cabo de unos segundos, Iván informó:
–Te has dejado las bolsas en el ascensor.
–Que les jodan, a las bolsas.
Mis manos ya le bajaban la cremallera, mi cuerpo se arrodillaba...
–¿Me la vas a chupar aquí?
Quise contestar a eso con actos pero Iván me obligó a levantarme, recogió su camisa del suelo y volvió a llamar al ascensor para recuperar la compra, que ya pululaba por otros pisos.
–Antes no te importaba que te la mamara en sitios peores que en el rellano.
–He madurado.
–Qué pena.
Recuperada la compra entramos en mi piso. Iván trató de continuar entonces con lo que había interrumpido pero no lo dejé.
–Vamos, Alex. ¿Ya te has enfadado? No era el lugar.
–¿Por qué no era el lugar?
–¿Para qué chupármela en el rellano teniendo toda la casa? Cualquier vecino nos habría cortado el rollo.
–Por eso has decidido cortarnos el rollo tú.
–Pero, ¿de qué va ésto? ¿Quieres que nos peleemos? ¿Para eso me llamaste?
Entré en la cocina, negándome a seguir hablando, y me puse a colocar la compra en los armarios y en la nevera, más cabreado que una mona.
–¿Qué te pasa, nen? –dijo Iván, en un tono más sosegado. –Sólo he retrasado un minuto algo que los dos deseábamos hacer.
–¿Por qué? –espeté.
–Ya te lo he dicho. Para que no nos interrumpieran.
–¿Seguro?
–¿Qué es lo que te molesta tanto?
–¿Qué quieres decir?
–Es obvio que estás cabreado por algo más que lo que ha pasado ahí fuera.
Mientras colocaba una bolsa de doritos en su sitio (sí, claro, como si yo tuviera en mi casa un sitio específico para cada cosa) pensé qué era lo que me tenía tan molesto. La respuesta no era clara. Finalmente, me encaré con mi hermano y dije:
–Me molesta que pongas trabas cuando tomo la iniciativa...
–No ha sido mi intención.
–Sobre todo cuando lo primero que te he visto hacer después de dos años es dejar que un tío te comiera la polla en los baños del aeropuerto, con tu mujer embarazada en la puerta.
–Vaya. Creí que te había gustado eso. La parte de la mamada, no la de la mujer embarazada.
–Pero lo que más me jode no es que te portes así con ella, porque en realidad no la conozco y ni siquiera sé en qué basáis vuestra relación. Lo que me jode es que le des a mamar tu rabo al primero que se te cruza en el camino, sabiendo que yo te había ido a buscar al aeropuerto, y cuando por fin, y como segundo plato, puedo disfrutar de ti, me sales con que el lugar no es el adecuado.
–Sigo pensando que el rellano no es el mejor sitio, Alex. Tú vives aquí. Tus vecinos hace dos años que no me ven. Pero a ti te ven todos los días. Tú, hasta donde sé, has tenido una sola pareja formal en los últimos tiempos. No creo que se la mamaras a Leo en el rellano. Más bien, creo que habréis sido dos chicos buenos y educados. Cuando yo me vaya tú seguirás viviendo aquí. No quería que tuvieras problemas por mi culpa.
–¿Te has hecho abogado en estos dos años?
–Y si le sumas que yo me he corrido en el aeropuerto, quizá comprendas que tampoco tenía tanta urgencia como tú. Podía esperar a estar dentro de tu casa para hacerlo bien, cosa que sigo deseando y que te mereces. Y en cuanto a lo de Tamara... Cuando la dejé, la cinta de las maletas aún no se había puesto en marcha. Pensé que tenía más tiempo. Tampoco esperaba que tú entraras precisamente en ese baño y me pillaras en plena acción, haciendo algo que como tú sabes mejor que nadie llevo haciendo toda mi vida. Además, precisamente estaba tan caliente por tu culpa. Porque iba a volver a verte. En realidad acabé ahí por ti, le llené la boca de leche ese tío en honor a ti.
–Ya, ya.
–Y encima, no te imaginas lo que ha podido llegar a gustarme correrme mientras tú me besabas, después de tanto tiempo...
Iván se había ido acercando mientras decía todo eso, y acabó:
–Sabes que tengo razón, pero además añadiré un lo siento. Lo siento, Alex. Lo siento.
–Eso han sido dos lo siento.
–¿Un abrazo?
Me dejé estrechar entre sus fuertes brazos y me derretí. Cualquier enfado se desvaneció como por ensalmo. Era fantástico volver a estar en brazos de Iván. Era como volver al hogar.
III
La cercanía de su cuerpo, el contacto de su piel, la visión de su fuerte pecho desnudo y su respiración por tanto tiempo anhelada bastaron para prender una llama que en ningún momento se había apagado. Con cierta delicadeza le fui despojando del resto de su ropa mientras Iván se dejaba hacer con una sonrisa traviesa. Cuando lo hube dejado en slips le hice dar una vuelta para advertir los cambios que el gimnasio había logrado en su anatomía.
–Estás como quieres, cabrón.
Por toda respuesta, Iván empezó a contornearse como si aún estuviera trabajando de gogó en Ibiza, algo de lo que parecía hacer siglos.
Mientras bailaba al son de mis miradas empezó a acariciarse el pecho, el ombligo, las piernas...
Su polla estaba enorme, durísima bajo el apretado slip, y él aprovechaba para tocársela con pequeños roces que yo no perdía de vista. Después las caricias empezaron a centrarse sólo en esa zona. Se cambiaba el vergajo de lado, tiraba hacia abajo del slip y arrastraba con la tela su duro miembro pero sin llegar a liberarlo... Se me hacía la boca agua. Sin dejar de observarlo ni por un momento me fui despojando también de mi ropa hasta quedar como él.
–Seguimos usando la misma marca –murmuró, la voz tomada por la anticipación.
Sin poder resistir ni un momento más me acerqué a él, que aún danzaba, y le saqué la