Experiencia en el tren Y otros relatos eróticos de temática gay
Por Marcos Sanz
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Este volumen incluye los siguientes relatos eróticos de temática gay del escritor Marcos Sanz:
Veinte días
Versa sobre los veinte días que Adrián, un chico de veinticinco años al que su ex maltrataba, pasa en casa de sus tíos, en una paradisiaca isla... Y de la relación que surge entre él y su "tito".
La cata
Jorge es un nuevo rico que ha cogido por costumbre invitar cada año a un gay sin recursos económicos a una gira por sus clubes de perversión.
Marco es el pobre que ha tenido la suerte de ser elegido.
Couson trabaja para Jorge y no se fía un pelo de Marco, del que sospecha, tiene intenciones ocultas.
Y lo de la cata... bueno, seguro que ya te habrás dado cuenta que no es una cata de vinos precisamente...
Desfase en el castillo
Nuestro protagonista sufre una extraña enfermedad. Cuando se excita demasiado su subconsciente crea mundos paralelos con la misma consistencia que el real. Cuando su mejor amigo descubre en su ordenador unas fotos explícitas y está a punto de ocurrir algo entre ambos, un remolino los arrastra a un extraño lugar donde los hombres no necesitan ningún descanso tras el sexo y siempre están preparados para el próximo ataque. Posiblemente el relato más cerdo que habrás leído en tu vida.
El día que el mundo acabó, todos los relojes se pararon a la 1:33
Juan Carlos es un escritor de relatos eróticos que suele escribir ligero de ropa en la cama. Su antiguo profesor de literatura de la universidad se muda al piso de enfrente y ambos retoman su relación donde la dejaron a través de la ventana...
Experiencia en el tren
Un chico hetero viaja con su novia en el compartimento de un tren. Ella se queda dormida apoyada en su hombro y un chico barbudo y grandote entra en ese momento y se sienta frente a nuestro, hasta el momento, chico hetero. Lo que pasa a continuación... bueno, tienes que leerlo.
Disfruta de este pack de relatos eróticos gay para hombres escritos por un hombre.
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Experiencia en el tren Y otros relatos eróticos de temática gay - Marcos Sanz
Veinte días
Marcos Sanz
I
No lo conocía. No lo había visto nunca. Sabía que tenía 25 y que era gay. Era el sobrino de mi mujer, se llamaba Adrián y venía para quedarse veinte días en nuestro minúsculo apartamento.
Fui a buscarlo al aeropuerto bastante nervioso. Hacía poco que había empezado a frecuentar los baños de un centro comercial donde me pajeaba mirando como otros hombres también lo hacían. Siempre me habían atraído un poco los hombres y últimamente me ponía tan caliente la idea de comerme una polla por primera vez que me había ido haciendo cada vez más osado.
Estaba nervioso porque pensaba que el sobrino de Eva lo iba a saber de alguna manera. Descubriría que también me iban los rabos. Esperaba que por lo menos el chico fuera discreto si me lo notaba. Por cierto, me llamo Juan y acabo de cumplir los cuarenta. Y esta es la historia de los veinte días más calientes y extraños de mi vida.
II
—¿Dónde has dejado a la tita? —Me preguntó Adrián cuando por fin nos encontramos, tras quince mensajes de whatsapp.
—Se marea en el coche. ¿No lo sabías?
—Ni idea. Hace como diez años que no la veo. No me acuerdo mucho de ella.
¿Y por qué te quedas en nuestra casa?, pensé.
Acomodamos los dos maletones que traía en mi coche y emprendimos el viaje de sesenta kilómetros a casa. Puse música para no tener que hablar con él.
La verdad es que el chico me había sorprendido para mal, aunque no tenía aún muy claro por qué. Tras meditarlo un rato me di cuenta de que me disgustaba que no pareciera gay. Me había hecho a la idea de que Adrián tendría un montón de pluma. No soporto la pluma. Por lo tanto, me debería haber causado buena impresión que no la tuviera. Sin embargo, por algún motivo, estaba molesto con él.
Casi llegando a casa, después de un incómodo viaje sin cruzar palabra, me di cuenta de lo que me molestaba. Adrián estaba bueno. Era el tipo de hombre que llamaba mi atención. Masculino, fuerte pero no de gimnasio. Moreno, guapete de cara, con barba cerrada y más joven que yo. Y gay, lo cual era un recordatorio constante de que no era imposible que pasara algo. Y no podía permitir que pasara nada porque era el sobrino de mi mujer. Aquello era lo que realmente me molestaba. Ojalá hubiera tenido un montón de pluma y hubiera sido flacucho, feo y esmirriado. No me apetecía nada tener la tentación en mi propia casa.
Decidí que sería distante con él. Muy, muy, muy distante.
—Es súper bonito —dijo de pronto Adrián, admirando el paisaje.
—Lo es.
—Me encantaría vivir en un lugar como éste. Debe ser como estar de vacaciones todo el año.
—Pues espera a ver donde vivimos.
Noté que me miraba inquisitivo y tuve que añadir:
—Antes era un hotel. Lo vendieron y el comprador lo convirtió en viviendas. Da la impresión de que vivamos en una habitación de hotel, con la piscina abajo y el mar enfrente. Y las vistas.
—¿Qué piso es?
—Un séptimo, el último. Pero es el edificio más alto de la bahía. Ya lo verás. Las vistas son espectaculares. Y aquí hace calor todo el año. Supongo que eso también influye. A veces yo también lo he pensado, es como estar siempre de vacaciones.
—¿A qué te dedicas?
—Tengo un par de restaurantes.
—¿Y qué tal van?
—Estupendamente, la verdad. Van tan bien que ni siquiera me paso por allí. Los heredé, era el negocio familiar. Yo me limito a cobrar.
—Joder. Tenéis la vida solucionada.
—Supongo que sí. Este año terminamos de pagar la hipoteca y para el próximo queremos meternos en una casa de verdad. El apartamento se nos queda chico y tu tía quiere niños, antes de que se le pase el arroz.
El resto del viaje, los tres kilómetros que nos quedaban, volvimos al más absoluto mutismo. Yo no quería apartar la mirada de la carretera pero era superior a mis fuerzas y cuando él miraba por la ventanilla yo me dedicaba a mirarle disimuladamente el paquete. Se notaba que estaba bien armado.
Dios mío, dame fuerzas
, pensé.
No hacía ni cincuenta minutos que lo había conocido y ya me moría por desvirgar mi boca con él.
III
Comimos en un chiringuito y por fin me enteré de por qué había venido y por qué se quedaba tantos días. Me lo contó Eva cuando Adrián fue al baño.
—Tiene problemas con su ex.
—¿Qué tipo de problemas?
—Le pegaba. El cabrón ya ha pasado unas noches en la cárcel y tiene una orden de alejamiento y todo, pero aun así no lo deja en paz. Adrián necesitaba alejarse un tiempo y le dije que se podía venir aquí. Hasta que decida si se atreve a volver o se busca trabajo lejos. De momento está esperando respuesta de una empresa en Alemania.
—¿Por qué no me lo contaste?
—No preguntaste. Parecía que te la traía al pairo quién viniera. Y me ha sorprendido que hayas preguntado ahora. ¿Te ha dicho algo de su ex en el coche?
—No, qué va.
—¿Entonces?
—Me ha dicho que apenas se acordaba de ti y me ha extrañado que siendo así se quedara con nosotros veinte días.
—Pues ahora ya lo sabes. Pórtate bien con él. Lo ha pasado muy mal.
IV
Después de aquella primera comida quedó claro que durante los próximos veinte días (o los que fueran al final) Adrián iba a llamarme Tito Juan. No se le reprocho. En España solemos hacerlo con los nombres. Alargamos los cortos y acortamos los largos. Juan es un buen nombre para añadirle un Tito. Si me llamara Gumersindo seguramente Adrián habría optado por llamarme Gumi, el ejercicio contrario. Yo le llamaba Adrián, sin más.
Al principio lo de Tito Juan me sonaba infantil pero dos horas más tarde, mientras comprábamos en el mercadona, ya me había acostumbrado.
Habíamos dejado a Eva durmiendo la siesta y con ella habíamos perdido también la mesura. Ya llevábamos dos carritos llenos de porquerías.
—Tito Juan, si te parece, el alcohol lo pago yo.
—Vale.
—¿Tú que bebes?
—Jotabé cola —contesté.
—Yo Cutty Sark con cola light. Y a veces Jägermeister.
—¿Eso no es muy fuerte?
—Lo es. Por cierto. Hay que coger gelatina de fresa.
—Los yogures están por allí. Ya llegaremos.
—No, no. Gelatina en polvos. Para hacer chupitos.
—¿Chupitos?
—De Jägermeister. Verás qué bien entran los cabrones.
—¿Chupitos para comer con cucharilla?
—O para masticar. Y supongo que saldrás conmigo alguna noche, ¿no?
—¿Salir? —Parecía tonto, repitiendo todo lo que me decía.
—De marcha.
—¿Al... ambiente?
—No, hombre. No suelo ir de ambiente. Hay dos discotecas a un tiro de piedra de tu casa, mundialmente conocidas, que no me puedo perder. Así que por lo menos dos noches tenéis que veniros conmigo.
Ahora había incluido también a Eva en los planes, lo cual me desanimó un poco. Me había imaginado pasando la noche con él a solas por ahí hasta las tantas. De todas formas, Eva no es mucho de salir. Seguro que prefería quedarse en casa viendo alguna de las ochocientas series que sigue a la vez.
—Saldremos las veces que quieras —prometí.
—Guay.
Lo de mostrarme distante con él se había ido a la mierda rápidamente.
V
Como había supuesto, tras la cena, las cervezas, los cubatas y los chupitos de gelatina de fresa con Jägermeister, Adrián compartió con nosotros su deseo de salir por ahí y Eva tardó poco en murmurar una disculpa y encerrarse en la habitación a ver The Flash.
Salimos él y yo solos. Nos emborrachamos, bailamos y reímos mucho pero mantuvimos perfectamente las distancias. Creo que no nos tocamos ni un pelo en toda la noche.
De vuelta a casa, a las cinco de la mañana, Adrián me sorprendió quitándose toda la ropa y tirándose a la piscina, que estaba