Paulina estaba inquieta mirando hacia la puerta, ya pasabande las 10 p.m. y él aún no llegaba. ¿Y si no volvía a aparecer? Se miró en el espejo de la barra y por inercia se acomodó el cabello.
-Ya deja de hacer eso -comentó Diego, el encargado del bar-, para qué te arreglas tanto si ese tipo ni te mira.
-No me desanimes, que en cualquier momento me habla. Él no lo sabe, pero es el hombre de mi vida. Ya te conté que…
-Sí… -la interrumpió cansado-, que una gitana te echó las cartas y te habló de él.
-Tú tampoco me crees, pero yo presiento que sí es verdad.
-Y de qué te sirve conocerlo si ese tipo regresará a su país.
-Espera a que se dé cuenta quién soy… -dijo antes de que Diego se alejara.
–Un batido de coco –dijo una camarera, alejándola de sus pensamientos.
-Un otoño -señaló otra.
Era una bartender profesional que no se limitaba a servir tragos, le gustaba experimentar creando mezclas y nuevos sabores, y la gente que acudía al lugar ya ordenaba sus especialidades, y el cóctel de invierno era uno de los más pedidos, una mezcla de vodka, midori, jugo de naranja, con un aroma exquisito, y una buena dosis de alcohol.
Despachaba un daiquirí cuando lo vio entrando al bar y sentarse en un extremo de la barra. Desde hacía una semana repetía lo mismo, se tomaba dos cervezas y luego se marchaba.
Sus amigos podían burlarse, pero ella creía ciegamente en lo que le dijo esa gitana.
–Volverás a encontrarte con el amor de tu vida pasada –habló mientras miraba las cartas–, es un extranjero que se mueve en el