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Esa noche de verano -parte I
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Libro electrónico73 páginas2 horas

Esa noche de verano -parte I

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Ésta es la primera parte de la novela. La segunda y última parte ya está publicada en Amazon.
Sinopsis
Alejandra y Lucas crecen juntos en Madrid y son los mejores amigos cuando tienen diez años. Una noche de verano, tras encontrar un cohete mientras juegan al escondite, deciden subir a la cima de un cerro y hacerlo estallar desde allí.
Esa noche, poco después de ver su primera lluvia de estrellas, ven un espantoso accidente de tráfico.
Quince días después, Alejandra le cuenta a Lucas que se marcha a Nueva York, porque su padre ha encontrado un trabajo mejor allí. Alejandra le promete que seguirán en contacto pero esto, con el paso del tiempo y la adolescencia de por medio, nunca sucede.
Veinte años después, cuando a Lucas le contratan para ir a trabajar a Londres, los dos, para su sorpresa, vuelven a encontrarse. Pero después de tanto tiempo, tendrán que volver a conocerse el uno al otro.
Pasados seis meses de trabajo Lucas tiene que volver a Madrid. Alejandra, que tiene su propia empresa en Londres, y vive allí desde que terminó la universidad, tendrá que ver cómo Lucas se aleja de nuevo de su vida. Esta vez, es él el que se marcha y no ella. Aunque el destino les guarda una sorpresa...
¿Se repetirá de nuevo la historia?
Esa noche de verano es una historia que se desarrolla en los tiempos de hoy.
Cuenta la historia de Lucas y Alejandra, de sus amigos y de sus vidas. Habla de sueños, de ilusiones, de recuerdos, y de los planes y proyectos que construimos las personas. Habla de momentos felices y de momentos tristes, y habla de amor como en la vida misma.
Espero que te guste.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2014
ISBN9781311997616
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    Esa noche de verano -parte I - Óscar Ordóñez

    Debajo de las escaleras que llevaban al parque de arena, había un pequeño hueco con una puerta metálica de color verde. Cuando jugaban al escondite, Alejandra y Lucas solían esconderse ahí. Siempre se escondían juntos, y casi todas las veces conseguían salvar a todos sus compañeros.

    –Mira Lucas, ¿qué es eso? –señaló Alejandra.

    Lucas miró hacia el suelo, hacia dónde apuntaba el dedo índice de Ale. Era un cohete. Lo sabía porque ya había visto alguno antes a los compañeros de colegio de un curso superior.

    –Es un cohete –dijo Lucas–. Trae, dámelo.

    Lucas nunca había usado uno de esos y, aunque éste era diferente –tenía una mecha más larga de lo común y un palo que salía de la parte posterior de lo que parecía ser una casita–, sabía de sobra cómo funcionaba.

    – ¿Por qué no nos lo llevamos y lo hacemos estallar? –preguntó Lucas, emocionado.

    – Pero, ¿no será peligroso? –preguntó Ale.

    –No. Pero hay que tirarlo muy alto y en un sitio en el que no haya gente.

    En ese momento una cabecita se asomó por encima de la barandilla de la escalera.

    –¡Os he visto! –gritó el chico al que le tocaba encontrar a la gente.

    Lucas y Alejandra miraron hacia arriba, sorprendidos.

    – ¡Mierda! –murmuró Lucas–, nos han visto.

    Los dos se dirigieron hacia el banco de madera donde el chico que los acababa de descubrir, esperaba con cara de orgulloso. Por primera vez en mucho tiempo eran los primeros a los que habían visto.

    Mientras esperaban aburridos a que acabara el juego, Lucas preguntó a Alejandra qué le parecería subir al cerro que estaba al lado del puente y tirar el cohete desde la cima. A Ale le pareció una buena idea, pero sugirió hacerlo al día siguiente. Eran ya casi las nueve y no tendrían tiempo para ir y volver. A pesar de que era verano y estaban de vacaciones, en media hora tendrían que estar en sus casas, ya que sus padres no les permitían estar en la calle más allá de las nueve y media de la noche.

    –Ale, hija –se oyó viniendo desde atrás.

    Era la madre de Ale, que la llamaba desde la puerta del portal. Junto a ella estaba también su padre, y el papá de Lucas.

    –Lucas, hijo, venid aquí –dijo el padre Lucas, casi a la vez que la madre de Alejandra.

    Lucas y Alejandra se miraron y comprendieron sin decirse ni una palabra qué era lo que estaba pasando. El tiempo se había agotado y tenían que irse a casa. Ya no podrían jugar más por ese día.

    –Lucas, hijo, vamos a cenar todos juntos –dijo su madre–. Los padres de Ale y nosotros. Nos han invitado a cenar hoy a su casa así que... ¿qué se dice?

    –Gracias –dijo Lucas, que primero miró a la madre de Ale, y después a su padre otra vez, buscando aprobación.

    –Muy bien, pues vamos entonces –dijo su padre.

    Cuando llegaron a casa de Alejandra tardaron treinta minutos en sentarse a la mesa. El tiempo justo para que la madre de Alejandra terminara de preparar algunas cosas, y fuera sacando los platos que tenía ya listos para servir.

    Los padres de Lucas se sentaron en uno de los laterales de la mesa; en un extremo, presidiendo, estaba el padre de Ale, y en la otra punta, su madre. Lucas pensaba que era un poco raro que quisieran sentarse tan lejos uno del otro, pero ya lo había visto otras veces. Le recordaba a una de esas mesas que usaban los millonarios. Como el protagonista de Batman, en la película. Ese tipo de mesas enormes en las que en un lado se sienta uno, y en el lado opuesto el otro. Y después viene el mayordomo a servir. Solo que aquí, no había mayordomo –pensaba.

    Lucas y Ale se sentaban siempre juntos.

    La cena era una típica cena de verano. Un poco de picoteo: bocadillos, embutidos, aceitunas, patatas fritas, gazpacho, y melón con jamón. El melón con jamón era sin duda uno de los platos preferidos de Lucas. Le recordaba cuando era más pequeño y cenaba en el porche de la casa de su abuela. Disfrutaba de esas cenas después de haber estado todo el día en la piscina. Le recordaba, también, al sonido de los grillos que oía en esas noches de verano.

    Mientras sus padres agotaban la segunda botella de vino, haciendo sobremesa, Ale y Lucas veían la televisión en el cuarto de estar.

    Lucas se acordó del cohete. Pensó que sería genial si pudieran salir esa misma noche, subir al cerro, y hacer estallar el cohete. Aunque ellos nunca habían estado allí, la gente que había subido al cerro, decía que las vistas eran espectaculares. Que podías ver todos los edificios y rascacielos de la parte norte de Madrid; el tráfico, las luces de los coches y de las farolas que iluminaban la autopista, pero como si estuvieras en un mundo aparte. Como si estuvieras viéndolo desde fuera, en silencio.

    –Ale, ¿por qué no le preguntas

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