Un corazón salvaje
Por Peggy Moreland
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Ahora que Pete había vuelto, y con él sus caricias, Carol no podía olvidar que tenía secretos que debían seguir ocultos. De todos modos, su corazón le aconsejaba apoyarse en sus anchos hombros, aunque fuera por una sola vez. Y entonces, se enamoró de él perdidamente.
Peggy Moreland
A blind date while in college served as the beginning of a romance that has lasted 25 years for Peggy Moreland — though Peggy will be quick to tell you that she was the only blind one on the date, since her future husband sneaked into the office building where she worked and checked her out prior to asking her out! For a woman who lived in the same house and the same town for the first 23 years of her life, Peggy has done a lot of hopping around since that blind date and subsequent marriage. Her husband's promotions and transfers have required 11 moves over the years, but those "extended vacations" as Peggy likes to refer to them, have provided her with a wealth of ideas and settings for the stories she writes for Silhouette. Though she's written for Silhouette since 1989, Peggy actually began her writing career in 1987 with the publication of a ghostwritten story for Norman Vincent Peale's inspirational Guideposts magazine. While exciting, that foray into nonfiction proved to her that her heart belongs in romantic fiction where there is always a happy ending. A native Texan and a woman with a deep appreciation and affection for the country life, Peggy enjoys writing books set in small towns and on ranches, and works diligently to create characters unique, but true, to those settings. In 1997 she published her first miniseries, Trouble in Texas, and in 1998 introduced her second miniseries, Texas Brides. In October 1999, Peggy joined Silhouette authors Dixie Browning, Caroline Cross, Metsy Hingle, and Cindy Gerard in a continuity series entitled The Texas Cattleman's Club. Peggy's contribution to the series was Billionaire Bridegroom. This was followed by her third series, Texas Grooms in the summer of 2000. A second invitation to contribute to a continuity series resulted in Groom of Fortune, in December 2000. When not writing, Peggy enjoys spending time at the farm riding her quarter horse, Lo-Jump, and competing in local barrel-racing competitions. In 1997 she fulfilled a lifelong dream by competing in her first rodeo and brought home two silver championship buckles, one for Champion Barrel Racer, and a second for All-Around Cowgirl. Peggy loves hear from readers. If you would like to contact her, email her at: peggy@peggymoreland.com or write to her at P.O. Box 2453, Round Rock, TX 78680-2453. You may visit her web site at: www.eclectics.com/peggymoreland.
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Un corazón salvaje - Peggy Moreland
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Peggy Bozeman Morse
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un corazón salvaje, n.º 1033 - marzo 2019
Título original: Ride a Wild Heart
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1307-853-3
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Si te ha gustado este libro…
Capítulo Uno
En la vida de un vaquero, ocho segundos podían convertirse, algunas veces, en toda una eternidad.
Para Pete esos momentos eran escasos, pero no porque se considerara más experto que otros vaqueros con los que tenía que competir ni porque pensara que era más valiente. Sencillamente, le encantaban los rodeos. Las luces, la multitud, las noches en vela mientras iban de una ciudad a otra, la gente que participaba, la camaradería entre ellos, el riesgo de montar sobre un caballo sin domar…
Y ese rodeo no era diferente de otros. Por los altavoces se oía música de country. Los vaqueros hacían bromas mientras esperaban su turno.
Pete se encaramó a la valla para echar un vistazo al lugar donde tendría lugar el rodeo. A pesar del polvo que espesaba el aire, vio que las gradas estaban llenas.
Había una gran multitud, pensó, sonriendo. Y una multitud ruidosa. A Pete le gustaba eso. Había vaqueros que se ponían nerviosos con la gente, pero Pete no. A él le gustaba que las gradas estuvieran abarrotadas.
En cuanto a los caballos, le gustaba que fueran vigorosos y salvajes.
Diablo, el animal que le había tocado para el Campeonato de Rodeo de Mesquite era de ese tipo. Un caballo rápido que saldría disparado en cuanto abrieran la puerta y que se pasaría saltando enérgicamente los ocho segundos que duraba la monta. Eso haría que los jueces le dieran puntuaciones altas, pero le iba a costar ganárselas.
–¿Preparado?
Pete se volvió hacia el hombre.
–Siempre –dijo con una sonrisa.
Se ajustó la rienda de cuero sobre el guante lleno de resina que llevaba puesto. Se la ajustó fuertemente alrededor de la muñeca; luego, se sentó sobre el caballo y metió las botas en los estribos. Sintió que el caballo se encabritaba y arqueaba la espalda. En ese instante, era consciente de que el animal saldría volando en cuanto la puerta se abriera.
Y Pete estaba preparado para volar.
Se ajustó el sombrero y se agarró con fuerza a la montura. Subió las rodillas, apretando las espuelas contra los flancos del caballo. Finalmente, levantó la cabeza, dejando claro que estaba listo.
Abrieron la puerta y el caballo corrió hacia la libertad… la encontró a un paso, sobre la arena. Dio un gran salto y luego alzó las patas traseras para tratar de tirar a Pete. Este notó el golpe en toda la columna. Luego, se preparó para parar el siguiente, que lo recibió en la mano con la que se sujetaba a la montura.
Apretó los dientes para no gritar de dolor y trató de acomodarse al ritmo del caballo. Estaba allí, esperándolo. Era un ritmo tan conocido como el baile de un amante. Colocó la espalda casi al mismo nivel que la del animal, alzó las rodillas e hincó las espuelas en los flancos del caballo mientras levantaba la mano libre por encima de la cabeza para mantener el equilibrio a pesar de los constantes movimientos del animal. Oyó gritos de ánimo que le llegaban desde las gradas y se dio cuenta de que el público estaba amortizando el dinero que había pagado.
Diablo estaba dando un gran espectáculo.
Y Pete Dugan tampoco lo estaba haciendo del todo mal.
El sudor hacía que le picaran los ojos. Le ardían los músculos de las piernas y los brazos, pero Pete sabía que sería capaz de estar sobre aquel animal toda la noche si fuera necesario. Por encima de los gritos, oyó el sonido que anunciaba el final de los ocho segundos. La gente rompió a aplaudir desde las tribunas y el rostro de Pete se iluminó con una gran sonrisa.
Aflojó la mano con la que se sujetaba a la silla y miró hacia su izquierda, buscando al hombre que tenía que sujetar al caballo. Justo al verlo, el caballo se giró bruscamente y golpeó la pierna izquierda de Pete contra la valla. Oyó el grito colectivo de sorpresa que se elevó de la multitud y sintió que un dolor intenso le subía desde la rodilla hasta el muslo, encogiéndole el estómago y provocándole mareos. Apretó los dientes para resistir y se agarró a la valla, donde se colgó, dejando que el animal escapara de debajo de sí.
Respirando con dificultad y casi ciego de dolor, miró a las caras que lo miraban desde las gradas. Vio unos ojos verdes que estaban fijos en él y que de repente reconoció.
«¿Carol?».
No podía ser, se dijo. No la había visto ni había sabido nada de ella en los últimos dos años. Cerró los ojos y sacudió la cabeza, seguro de que estaba alucinando. Cuando los abrió, la chica ya no estaba.
–¡Ochenta y nueve puntos! –gritó una voz por los altavoces–. Pete Dugan acaba de conseguir la puntuación máxima obtenida hasta ahora en el Campeonato de Rodeo de Mesquite.
Pete se dejó caer y dio tres pasos con precaución para comprobar si su rodilla izquierda iba a poder soportar su peso. Cuando se aseguró de que no iba a caerse frente a sus miles de fans, plantó firmemente las botas en el suelo y se quitó el sombrero. Seguidamente, dio un grito de alegría y dio un salto, agitando los puños en el aire.
El público se puso como loco.
Pete se quitó el sombrero y saludó con él a la gente antes de ponérselo de nuevo sobre el pelo sudoroso mientras salía de la arena.
–¿Estás bien?
Pete hizo un gesto al médico.
–Sí, estoy bien –para demostrarlo, colocó un pie sobre la valla y se subió a ella.
Luego, se pasó al otro lado y dio un salto, aterrizando al lado de su compañero de viaje, Troy Jacobs.
–Has estado genial –dijo Troy.
–Sí, ese Diablo sabe cómo levantar polvo, desde luego. Pero Ty Murrey será el siguiente. Tenemos que esperar y ver si mantengo la máxima puntuación.
–Lo hará bien, claro, pero no te superará –le aseguró Troy, mirando a la pantalla mientras la puerta de la cerca se abría para dejar pasar a Ty Murrey.
Pete se dio la vuelta para no ver la pantalla. Era supersticioso y tenía por norma no ver al vaquero que lo seguía en los rodeos. Así que, en lugar de ello, agarró con los dientes la cinta de cuero que rodeaba su guante y tiró de ella. Luego, miró hacia las gradas, al lugar donde había creído ver a Carol y buscó durante unos segundos su pelo rojizo y sus ojos verdes.
Diciéndose que era un estúpido por pensar que de verdad la había visto allí, se dispuso a apartar la vista. Pero, en ese momento, localizó a la mujer que había visto poco antes y sus ojos se encontraron. Se quedó helado, al igual que su corazón.
Carol. Era ella.
Con el corazón agitado y notando su peso dentro del pecho, se quitó el guante y comenzó a caminar hacia la barandilla sin dejar de mirarla. No había dado más que dos pasos cuando ella se levantó de su sitio y se alejó a toda prisa, desapareciendo entre la multitud.
Pete la observó enfadado. Calculó las posibilidades que tenía de encontrarla entre la multitud y decidió no intentarlo siquiera. Se quitó el sombrero y lo golpeó contra la pierna, produciendo una nube de polvo.
No iría detrás de ella. No cuando aquella mujer lo había abandonado dos años atrás.
Hechizado por la imagen de Carol, pero decidido a no malgastar tiempo en pensar en ella, Pete se dirigió al bar.
–¡Cerveza para todos! –gritó, dejando la bolsa con su cosas de montar sobre el suelo de madera.
Al oír que alguien invitaba, varios vaqueros se acercaron. Pete dio un golpe sobre la barra.
–Póngalas en fila, camarero –añadió–. Tenemos cosas que celebrar.
El camarero llenó rápidamente varias jarras y las colocó sobre la barra.
–¿Qué celebra, vaquero?
Pete miró de arriba abajo a la mujer que se apretaba contra él, decidiendo que aquella muñeca era la distracción que necesitaba para olvidarse de Carol.
–Bueno, cariño…
Pero antes de que pudiera contarle que acababa de romper el récord del campeonato de rodeo, uno de los vaqueros agarró una jarra de cerveza y la derramó sobre la cabeza de Pete mientras los demás aplaudían y daban gritos de alegría.
–¡Que sigan los buenos tiempos! –gritó, quitándose el sombrero.
Luego, agarró a la mujer por la cintura y bailó por todo el salón al ritmo de la canción que salía de la máquina de discos.
Se detuvo al sentir una mano sobre sus hombros.
–¿Pete?
Se pasó el brazo por los ojos para limpiar la cerveza que seguía cayéndole por la frente y se dio la vuelta.
–Ahora no, Troy, ¿no ves que estoy ocupado? Yo y… –miró a la mujer y frunció el ceño–, ¿cómo decías que te llamabas, cariño?
Ella sonrió y rozó su vientre contra la hebilla de su cinturón.
–Cheyenne.
–Cheyenne y yo estamos bailando –le dijo Pete a su amigo, sonriendo.
–Clayton se ha ido.
–¿Que se ha ido? ¿A dónde?
–Rena le telefoneó.
Pete reparó entonces en la expresión de preocupación de su amigo. Besó distraídamente en los labios a la mujer y la soltó.
–No te muevas de aquí, cielo. No tardaré nada –luego, se volvió hacia Troy y lo llevó hacia la