Rótulas y clavículas
El sonido en sí es placentero. Ese momento en el que haces una palanca con el índice y la extraes. Clac. Puede que clic sea más exacto. Empujas un poco y… clic. Solía enterrarlas en distintos puntos del parque, separadas por un mínimo de doscientos metros entre sí. Podría hacer una ruta turística de rótula en rótula. ¿Cuántas ha enterrado? ¿Veinticinco? ¿Veintisiete? Sabe que son impares por aquel impulso de guardarse la de la vieja con el pañuelo de flores al cuello, pero para recordar el número exacto debería tener claro cuándo empezó todo. Es imperdonable olvidarse de esos detalles jugosos: cuántas rótulas ha ido enterrando, de qué raza eran los perros que ha visto llevarse el huesito entre los dientes dándole al rabo con alegría, los nombres de las dueñas del cartílago.
La primera vez que Garrido
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