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En Caso de Duda
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Libro electrónico212 páginas3 horas

En Caso de Duda

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Información de este libro electrónico

Un grupo de amigos entrañables experimentan durante sus tumultuosos años adolescentoides a la vez que navegan la música y vida del México de los años 50s.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 ene 2015
ISBN9781507077641
En Caso de Duda

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    En Caso de Duda - Orlando Ortiz

    Índice

    Parte I

    Parte II

    Parte III

    Parte I

    En el principio había sido el Caos, mas  de pronto aquel lacerante sortilegio se  disipó y la vida se hizo. La atroz vida  humana.

    En el principio había sido el caos,

    antes del Hombre, hasta que las voces

    se escucharon.

    JOSÉ REVUELTAS

    COMO dijo alguien no recuerdo en donde por dónde dónde pero estoy seguro 

    Érase que se era un ratón en su quesera la huevera por  afuera pelotera pelambrera de la güera es panadera vinatera mantequera de la cera filoxera sin estera que se queda sin abuela (ya se me desmadró la consonancia tan bien que iba) como fue hubo sido y será en los tiempos de los etcéteras Prosiguiendo

    En un lugar del de efe perdido en los aledaños llamado vulgo ce u donde se va a cotorrear para aprehender lo que se puede si no se aprende lo que se debe hubo un hidalgo de sebo hijo de algo no de la

    que se encontró una gorda que decían estaba rompemadres y aguantaba varios pianos con teclas y todo dándole piola a los que se dejaban que eran muchos pero no todos y mucho menos ninguno aunque bien es cierto que eso a él no le importaba sí le importaba pero disimulaba para no dar su brazo a torcer ya retorcido por idiota

    Se llamaba no importa cómo pero ella sí aunque tampoco puesto que luego resulta que las cosas se cambiaban y se iban a la deriva de una chiva que se hacía No tanto pero sí estoy seguro de que sin hurgar se encuentra eso de érase que se era y termina siempre igual en pelota de excrementos metida el aro-tablero-de-cristal sobre duelas que se duelen dolorosas en los duelos

    9

    Pero lo más curioso no seas oso que en el pozo eres baboso no se encuentra en la leyenda de las cosas que se escriben y se olvidan como clases semestrales sino en no sé qué de los contextos acercados que no se escribieron

    —No te la jales mono

    —No interrumpas

    Él Danaé ella Doresta y los dos a la vez no sé Es que a tal Doresta Danaé nomás no si se quiere aunque él dijera jurara y perjurara que nomás sí porque yo-nosotros sabemos que no sin redondeces de sandeces

    —Cachondo hasta las cachas

    —Te me agachas

    —Pásame las nachas que sin hachas te las tachas

    Gilberto que es dice menso Porque Danaé la vio y se cayó redondito de nalgas

    dejando los pellejos en la banca

    Si le vio las piernas piernas hay muchas y todas comienzan y terminan en lo mismo de siempre que se extiende negro negro de lo negro si es pelinegra y para qué les digo más si no es negra no es negro si no no sé Dicen que las chinitas y las japonesitas pero esas son jaladas de pendejos que nada tienen que hacer cuando están sin hacer nada como siempre

    —No le hagas al cuento

    Pero loco que estaba el loco Danaé que hasta diario- novela escribía Aunque quizá no diario pero al menos sí novela o cosa parecida que se le parecía y decía no sé qué de no sé cuántos-nosotros Inventaba mamadas Después las encogía las alargaba y las estiraba estira que te estira y estiraba estira es tira de las tiras que se tiran cuando expiran porque ya no sirven

    —Tus redondeces infames me desquician, Beatriz.

    —Así soy yo, aunque lo dudes.

    Dijo Beatriz y encendió un cigarro con el encendedor de Gilberto. Estoy cansada, continuó, de tomar coca cola diez veces al día. Y sin embargo Gilberto no la comprendió.

    —¿Vas a la biblioteca?

    —No, estoy cansada.

    —Llévate el coche, me iré en camión.

    El caso es que el diarionovela novelita de Danaé cayó en  mis-nuestras manos para manosearlo como puta Ustedes me entienden saben que en ocasiones cuando las hay y se puede pues se debe

    Permaneciste en silencio, mirando hablar a Doresta y a Jaime. La observé detenidamente porque mi curiosidad erótica me impulsaba a ello. Era hermosa.

    Su pelo, rubio y lacio, caía suelto sobre su espalda. Era teñido, pero la hacía más atractiva. Vestía traje de dos piezas, de esos bastante caros. Un collar de madera escurría bruscamente sobre su pecho para morir entre sus senos. Un pequeño broche de jade en la solapa.

    Las palabras de ellos no llegaban a ti, se quedaban afuera, eran movimientos de sus bocas, gestos que carecían de significado.

    Recorrí su cuerpo con la mirada y no supe qué pensar. Era extraño que en aquel momento su figura se estuviera grabando entre mis ojos y no acertara a descubrirla, a ignorar su presencia hasta entonces ignorada: y permanecer a su lado, como un idiota, sin hablar, contemplándola y aborreciendo al intruso, a su amigo Jaime. Querías estar a solas con ella, sin saber por qué o para qué; y seguiste a su lado, vacilante, ignorándote en todo y cuanto eras. Ella. Sin nombre, sin recuerdo, sin cara, sin nada de lo que entonces veías en sombras. Acaso algo como un esbozo de su rostro, el timbre de su voz perdida entre muchas voces, o su sonrisa aguatransparente brotando de la nada escondida en recovecos de muchos tiempos, en recuerdos e imágenes atópicas. Pero siempre e.

    No. No era ella, sino algo de ella. Quizá sus ojos. O su cuerpo; o su comportamiento, o su mirada pero no ella. Sólo algo de ella.

    Tal vez su pelo. Su misterio; su sonrisa, sus entrañas su vanalidad-su-lengua-sullegadasussenos. No supe precisarlo en aquel instante.

    Solamente parte de ella, O quizá la suma de sus partes pero no el todo. O el todo sin partes pero sumado en todos y cada una de ellas. Miento. Quedé aturdido. No sabías qué era ella y lo que debías hacer o pensar.

    Ahora que si a cuentos vamos para qué les cuento tantos cuentos que me sé y hasta se me olvidaron

    ni que fueran clases de ya tú sabes

    lo dudas y eso es malo yo sólo

    digo no afirmo ni mucho menos porque afirmar en vano es pecado y te lleva el diablo

    —Huy qué miedo

    —No es miedo es precaución

    de la acción en tu calzón

    ——Te pico el corazón

    Ya párenle Ahora bien les decía les decíamos que Danaé lo que ya les dijimos aunque parezca absurdo y vuelta a la misma cosa pero así fue se los aseguro y se los Juro que no es puro cuento

    —Héctor, ven tantito.

    Le gritó Beatriz desde la terraza. Él se puso de pie y fue casi corriendo, creyendo que ya le llegaba a ella la hora de. Pero no.

    —Para lo que gustes, cuando gustes y como gustes.

    —No seas sangrón.

    Respondió ella un tanto molesta, sin dejar de acomodarse el pelosuelto negro y brilloso. A él se le cayó la moral en menos que canta un gallo.

    —¿Para qué me quieres?

    —Dile a Gilberto que se deje de payasadas; a mí no me hace caso.

    —Menos a mí; con lo borracho que está no creo que. ¿Tú qué crees?

    —Inténtalo.

    Esto es largo de contar muy largo y yo no quiero No es que no quiera sino que no puedo porque Danaé ya les dije y ella pues también Siempre desondados porque aunque parecía no Y eso se los digo con seguridad Ustedes lo notarían si como yo

    Ella pidió un refresco y yo un café. Fueron a sentarse... Y luego ese silencio de los dos, ese silencio pesado y ridículo que se había colado entre ella y yo y nos separaba, que contrastaba con el ruidero humosocigarro del ambiente.

    No los separaba, los dejaba tal lo que eran: dos extraños sentados en la misma mesa a la que llegaban otros dos sabihondos desconocidos.

    Sí, dos extraños, Sobre la cubierta plástica de uno de sus libros (¿Fonética?), alcancé a leer su nombre grabado en dymo.

    —¿Te llamas Doresta?

    —Sí, ¿cómo lo supiste?

    —Lo leí en la cubierta de tu libro.

    —Y tú ¿cómo te llamas?

    —Danaé.

    —Que nombre tan raro, nunca lo había oído.

    De nuevo el silencio. No supiste a qué recurrir para romperlo y seguir la conversación, no se te ocurría nada.

    ...Brillantes, inquietos, hondos. Sus ojos me absorbieron... idiotadiota pensé soy inútil hablar qué lo de siempre sin resultados fastidio todo por qué para ella ni con si fuera yo no qué si sí rutobrut de nada de todo sólo siempre así unas nalgas y ya como si si después reconócelo tú noyo-tú-no sí así ve antes ahora y siempre nunca porque.. . Abrí mi libreta y escribí estupideces con letra casi ilegible; quería rayar, no dejar mis manos inactivas porque me pesaban, las sentía colgadas. Ella trató de saber lo que habías escrito, pero cerraste la libreta antes de que lo lograra.

    — ¿Qué escribías?

    —Algo que recordé de Andrés Vázquez. ¿Lo has leído?

    —Sí, bastante, sobre todo sus novelas, las conozco todas.

    —Yo no he conseguido la primera. Está agotada.

    — ¿El búho triste? Yo te la consigo, y si quieres con dedicatoria.

    — ¿Lo conoces?

    —Sí, es mi papá.

    Sonrió. Creíste que bromeaba. Le ofrecí un cigarrillo y fumamos en silencio. Siempre en silencio, silencio de gotas mecánicas y ardides de inacabados diástoles, de sístoles truncos.

    —Ya sé lo que piensas; no crees que sea mi papá.

    13

    Yo Beatriz de tal por cual en pleno uso de mis facultades y órganos sensoriales incluyendo aquel que se me esconde entre y no le gusta descansar afirmo que estando a tantos de tantos de milytantos en la agregia y recóndita

    —Oy a la panzona

    —Ya se le subió hasta los cachetes

    deseo dejar y firmo al calce del documento con mi propia mano lo que a continuación recuerdo poseer en el bolsillo izquierdo siempre izquierdo porque no me gusta el derecho

    —Me la echo sobre el lecho a lo derecho y sin respecho  Beatriz muy enojada y con mirada de ya-no-estés-chingando se volvió a Héctor

    —Estaba jugando no te me asulfures

    Gilberto manoseaba en un rincón a la Bloody-Marie. Así le decían a una pelirroja nuevecita en el grupo, que en cuanto a lo demás, quién sabe. Era una incógnita de los diablos porque todavía no, con los de la palomilla, con ninguno de ellos.

    Primero devuelvo a Doresta aquel su prendedor de jade que

    —De qué

    —De jade joder

    —De-ja-de-jo-der

    —Dejade joder

    —Deja de joder gente

    Al extender mi mano sobre la mesa —el frío de la baquelita, o lo que fuera, en mi palma sudorosa—, ella sonrió al mirarla. Cambió su actitud e, ingenua, me miró.

    — ¿Eres casado?

    Mil respuestas negativas o evasivas tocando tus palabras Sin llegar a dominarlas. Y fue algo involuntario lo que me empujó a:

    —Sí, estoy casado.

    El humo del cigarrillo penetró en tus ojos y los ardió. Ella rió. También sonreí. Un año de casado. Tal vez dos. No lo recordaba.

    14

    Ella cogió tu mano entre las suyas: no es para que te pongas así.

    Mis dedos en sus dedos, mis ojos en sus ojos resbalando a en su boca para mirarla hablar y decir de mí no sé qué. Sólo el movimiento convulsivo, sin sonido.

    Y en tus oídos la sombra de un susurro alucinante diciendo tu debilidad, tu propensión incrementada a fijar la situación como algo lejano y hecho, algo que llevaba años de mermar tu voluntad, de decirte tú la amas tú la quieres la deseas y sólo ella, no otra, sólo ella y ella por muchos minutos de recuerdos que se aferran a tu instinto.

    Y nuevamente el silencio. En sus labios, en los míos, en mis sentidos. Lastimaba. Se hacía pesado e insoportable.

    — ¿En qué piensas? —preguntó ella.

    Tomé un sorbo de café. Estaba frío. La pregunta te hizo vacilar, tenias miedo.

    —En ti.

    La respuesta quedó suspendida en el silencio de ambos. Tu mano apretó las suyas. Solamente ella frente a ti, en ti.

    — ¿En mí? ¿Qué pensabas de mí?

    La fuerte palmada que me dio Gilberto en la espalda impidió que respondiera a Doresta. Ella soltó tu mano para saludar a Gilberto.

    —¡Qué calladito te lo tenías, Romeoaé! ¿Cómo estás Juliesta?

    —Muy bien, ¿y tú?

    —No tanto como tú, pero me defiendo... ¿y tú, qué dices que no hablas?

    —Nada.

    —Doresteando, ¿no?

    — ¿Qué quieres decir?

    —Nada, nada, si desde hace rato me los estaba fiscalizando...

    ...Permaneciste en silencio, observando a Doresta y a Gilberto, notando cómo la atmósfera se llenaba de frases sin sentido que llegaban de las otras mesas. Voces, gritos, risas mezcladas que distorsionaban el carácter de los objetos. Después llegó Beatriz con sus teorías y me sentí más ausente todavía. Después Héctor. Ellos eran otro mundo aparte del suyo que en ese momento iba a reventar de tan lleno que estaba de frases huecas y palabras aisladas.

    15

    —Te digo que son pincheces esas madres que dicen.

    —Me cae que no —respondió Héctor golpeando la mesa.

    —Necesitas

    —desinhibirte

    —porque-si-no —muy lejos

    — ¿Hiciste ya

    —el trabajo

    —de-Geo

    —grafía Histór-ca? —a un lado, con la boca llena de pan, la flaquita a la piernuda.

    —Yaaaaaaa! —Beatriz—. Ni son pincheces ni no son pincheces. Lo que pasa-es-que.

    Es que-es-que-esque. Lucinda llegó y se sentó a tu lado, sin intervenir en la conversación, observándote. Tu mirada iba de un lado a otro del café, mirando muecas, caras infladas, ademanes, sorboscafé, humo, calor.

    Estaba confundido, todo a mi alrededor era movimiento nervioso. Tu cabeza se infló, se llenó de sangre y sudaste un sudor frío. El ambiente cargado de humores no te dejaba respirar, sentías ahogarte. A punto de gritar y salir corriendo.

    — ¿Te sientes mal?

    ...Con los músculos tensos en busca de algo que me impidiera seguir cayendo, hundiéndome en aquella masa compacta de humo y sombras en movimiento continuo y rasgos vagos.

    Doresta estaba lejos, perdida en aquello que me asfixiaba, sin contornos, sin luz, sin sombra.

    Porque como te digo yo lo conocía desde antes mucho antes en la Prepa Y no te miento te digo que yo lo conocía y no era así Ahora que quién sabe por qué Héctor se debe acordar rebien Cominio también

    Así que ya les digo ese buey no garantizaba De que se le metía algo se le metía y se le metía y ni quién se lo sacara por eso yo al principio así como que las cosas las quise decir pero no

    no tenía caso jugarle al pendejo sabiendo que nomás no aunque pudiera ser que sí y entonces Pero qué Mejor que se rascara con sus uñas

    16

    —Pásame el pomo

    —Por donde quieras y-como-quieras

    Silueta agigantada, imprecisa y clavada más allá de mi razón, donde mi instinto la necesita sin necesitarla, donde sonidos aguados escurren y cantan la farsa de ella, que se contrae en una pelotita atorada en mi garganta, sin rodar por la sangre aunque la sangre la pide y mi carne. Generaciones de llanto inacabado que reptan por mi piel-pelos- de-punta, se esconden y hurgan mis entrañas secas de linfa, penetrándose de mis sudores, presentándomela a ella como algo eterno y antiguo, insinuando que el momento fue mucho antes: una tarde ligera ida en retroceso hacia un espacio sin tiempo donde ya todo es pasado, donde todo se justifica, donde la razón no priva, sino el sentimiento, la sensualidad, el ejercicio inmediato de lo que ocurre aun sin medir consecuencias ya de sí imposibles, quebradas en fragmentos infinitesimales del propio yo libre de presente

    —el tiempo doloroso, el que acaba y destruye— y futuro —el que angustia en gotas oleaginosas y acedas— y perfectos o imperfectos transgredidos.

    Y luego lo de Lucinda para colmo de los colmos Eso ya era un desmadre cursi que ni en la W snifsnífsnifsnlif moco moqueando los mocos

    techo de aluvión

    tu madre jodida y tu hermana

    Aunque me caigo te retraigo te contraigo y siempre sigue igual el azul de la esquina que da vueltas y vueltas al poste se desabrocha la bragueta alza la pata y saca la pistola sin cartuchos Sin cartuchos ya en Vizcaínas para ustedes se acuerdan

    Cuando llegué Gilberto se bañaba en la tina y leía Marat-Sade.

    —Ya llegó tu Corday —le dije.

    Le eché agua por abajo de la falda cuando se agachó a darme mi bechito-cachetón.

    —Ya ni friegas, me mojaste los calzones.

    —Quítatelos.

    —Y qué me pongo.

    —No te pongas, hay toque de alerta.

    —No,

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