Año/Cero

LOS GUARDIANES INVISIBLES DE LOS NIÑOS

Una tarde como otra cualquiera, después de merendar leche con galletas y mientras jugábamos a formar alguno de los puzles que nos habían dejado los Reyes Magos, mi hijo –que entonces tendría apenas quince meses– se volvió de repente hacia su costado izquierdo y empezó a balbucear palabras ininteligibles, como si intentara comenzar una conversación con alguien que se escondía en el espacio vacío que separaba su trona del mueble del salón. Y la nada debió contestarle, puesto que el pequeño, con su lengua de trapo, parecía rebatir vehementemente los argumentos de quienquiera que estuviera viendo, mientras yo contemplaba la escena sin saber qué pensar.

Nunca antes había sucedido algo parecido. Si bien es cierto que en ocasiones, desde que David nació, el sutil perfume de mi abuelita –fallecida hacía algunos años– aparecía y desaparecía como por arte de magia en algún punto determinado de la casa, era la primera vez que mi hijo ignoraba del todo mi presencia para conceder su atención a alguien que únicamente él era capaz de distinguir.

AMIGOS ¿IMAGINARIOS?

Estando en estas, mi mujer entró en el cuarto y, sonriendo, le preguntó a nuestro hijo: «¿Qué le estás contando a tu padre?». Yo la miré a los ojos, meneé la cabeza y le dije: «A mí no. El peque no está hablando conmigo». Ella me traspasó con la mirada sin comprender lo que estaba diciendo, de manera que la invité a sentarse a mi lado y le pedí que observara a David en silencio. Minutos después, cuando su madre ya no era una novedad, nuestro pequeño se volvió de nuevo a su izquierda y siguió la conversación con su amigo invisible donde antes la había dejado.

«¿Con quién hablas?», me atreví a interrumpirle en un par de ocasiones. Finalmente David, devolviéndome su atención, señaló con su dedito rechoncho a su contertulio. Alguien a todas luces real para él, pero que ni mis ojos ni los de mi mujer podían distinguir. Pasados unos minutos, David giró su cara hacia la ventana, se despidió con la mano de quien fuera que había venido a visitarlo y volvió a armar los puzles conmigo como si nada hubiera pasado.

No puedo negar que aquello me dejó impactado, por lo que descolgué el teléfono y consulté a una buena amiga, psicóloga de profesión, quien me aseguró que a estas edades, los niños, sobre todo si son hijos únicos, suelen jugar con amigos imaginarios como una fase más en su desarrollo normal del crecimiento. Uno de cada tres infantes suelen inventar a un amiguito inmaterial para que los acompañe en sus aventuras tanto en el reino de Morfeo como en el mundo real. Con todo, no me pareció que aquella

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