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Las Apóstoles de María
Las Apóstoles de María
Las Apóstoles de María
Libro electrónico429 páginas11 horas

Las Apóstoles de María

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ELEGIDAS...

Hace veinticinco años, Sofía Auru-Soto sobrevivió un percance traumático que el resto de su entorno celebró de acto milagroso.

Hoy, Sofía es una psicóloga huyendo de su pasado, dedicada a desacreditar lo irracional. Su vida tomará un giro inesperado cuando su hermana Lily, profesora de Historia, se presenta de improviso acompañada por un enigmático periodista, Miguel Amir, para pedir su ayuda. Asegura haber descubierto un mensaje oculto en una homilía papal que revela la existencia de una sorprendente alineación de santuarios marianos a modo de un sendero divino. Convencida de que conduce a un secreto profético, Lily requiere del genio analítico de Sofía para descifrar el tramo final. Pero han de darse prisa; unas fuerzas oscuras le pisan los talones y ya han intentado descarrilar sus investigaciones una vez.

A Sofía, una escéptica innata, el tema la incomoda por obvias razones, pero preocupada por el delirante reclamo de su hermana y recelosa de la siniestra influencia que parecer ejercer sobre ella el apuesto Miguel, accede a colaborar. Las siguientes cuarenta y ocho horas serán una carrera fascinante a través de los milagros, las leyendas y las reliquias perdidas más intrigantes de la historia en busca de las pistas que completan el misterioso Camino de María hasta su prodigiosa revelación final.

IdiomaEspañol
EditorialVictoria Caro
Fecha de lanzamiento17 jul 2020
ISBN9780989646765
Las Apóstoles de María
Autor

Victoria Caro

Born in Spain, raised in Australia and currently living with her husband and two kids in the United States, Victoria is now working on her first non-fiction book.

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    Vista previa del libro

    Las Apóstoles de María - Victoria Caro

    LAS APÓSTOLES DE MARÍA

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Capítulo 12

    Capítulo 13

    Capítulo 14

    Capítulo 15

    Capítulo 16

    Capítulo 17

    Capítulo 18

    Capítulo 19

    Capítulo 20

    Capítulo 21

    Capítulo 22

    Capítulo 23

    Capítulo 24

    Capítulo 25

    Capítulo 26

    Capítulo 27

    Capítulo 28

    Capítulo 29

    Capítulo 30

    LIBROS DE LA AUTORA

    PRÓLOGO

    En 1948, mientras el mundo languidecía sumido en la espantosa devastación de dos guerras mundiales consecutivas, la tribu hopi se apresuró a elegir a cuatro ancianos para alertar a los líderes globales de que lo peor quedaba por acontecer.

    Hopi, que significa «Pacíficos», es el nombre de una pequeña nación indígena ubicada en el estado de Arizona, rodeada por otra nación, la de la tribu Navajo, que a su vez está encerrada dentro de una nación aún mayor, los Estados Unidos de América.

    Este humilde pueblo, caracterizado por llevar una vida sencilla y en armonía con la naturaleza, cree inherente a su identidad haber sido elegido para una misión divina: la de preservar el equilibrio del mundo con objeto de garantizar la salvación de la humanidad. Con tal fin, según sus ancianas tradiciones, el Gran Espíritu les encomendó custodiar las profecías que advertían de grandes peligros venideros junto a la sabiduría para atajarlos.

    Horrorizados de ver que las profecías se hacían realidad, los hopi enviaron a sus cuatro mensajeros a prevenir al mundo. Tres veces intentaron dirigirse a las Naciones Unidas pero fueron despachados, hasta que en 1993, su tesón les brindó acceso a la Gran Asamblea donde se les concedió el discurso final en la apertura de ceremonias del Año International de las Poblaciones Indígenas del Mundo.

    Thomas Banyacya, el único superviviente de los cuatro emisarios originales, no se vio desanimado ante el reducido público presente, pues sus profecías también anticipaban tales retos. Su discurso fue modesto: «Nuestro objetivo no es obtener poder político, económico ni militar» dijo, «sino rezar y promover el bienestar de todos los seres vivos y preservar el mundo en su estado natural».

    El Sr. Banyacya entonces prosiguió a compartir por vez primera parte del conocimiento que los hopi habían guardado celosamente durante siglos revelando, entre otras cosas, la existencia de dos objetos sagrados.

    Uno era una pequeña tabla de piedra tallada, llamada la Tabla Sagrada de Pahana. Según la leyenda, Pahana era uno de dos hermanos ancestrales de los hopi que había emigrado hacia el este, destinado a regresar el Día de la Purificación. Conocido también como el Hermano Blanco, la tablilla mostraba su figura decapitada, indicando con ello que su verdadera identidad sería revelada en vísperas del Juicio Final.

    El segundo objeto consistía asimismo en una imagen encriptada, aunque conservada en la forma de un petroglifo grabado sobre un pedrusco de arenisca nombrado apropiadamente la Roca de la Profecía. Localizada en el pueblo de Oraibi en el corazón de la patria hopi, se cree que, entre sus sencillos trazos, la imagen guarda la sabiduría de un camino divino —o Plan de Vida como lo llaman los hopi— que garantizaría la salvación el Día de la Purificación.

    «Conservamos nuestras sagradas tablas de piedra y principios espirituales, que son los pilares del modo de vida hopi» explicó el Sr. Banyacya. «Nuestra historia dice que nuestro Hermano Blanco debió retener estos mismos objetos sagrados y pilares espirituales».

    Seguidamente, el anciano hopi le recordó a la asamblea de sus responsabilidades y obligaciones: «Las Naciones Unidas se asienta en nuestras tierras. Las Naciones Unidas habla de derechos humanos, igualdad y justicia, sin embargo, hasta hoy y desde su establecimiento, las poblaciones indígenas no han tenido oportunidad de dirigirse a ella. Les corresponde a ustedes y a sus naciones emplear su poder y leyes para estudiar y resarcir el daño ocasionado a la Tierra y entre sí».

    Luego, sosteniendo en alto una foto de la Roca de la Profecía, señaló sus dos líneas simbólicas, una quebrada y la otra recta. Explicó que la humanidad tiene dos opciones muy claras: continuar por el sendero quebrado hacia su destrucción o pasarse al sendero recto que conduce al equilibrio y la armonía.

    Viendo el estado de las cosas en el mundo, concluyó: «Está en nuestras manos, como hijos de la Madre Tierra, limpiar el caos antes de que sea tarde».

    Un cuarto de siglo ha transcurrido desde aquel discurso y las cosas apenas si han mejorado; el sendero quebrado es abrumadoramente el más transitado, conduciendo a la humanidad a su maldición.

    Mas queda un atisbo de esperanza.

    Es posible que los hopi no sepan —o quizá sí— que el Gran Espíritu, como buena madre, no puede quedarse inerte viendo a sus hijos dirigirse descarrilados hacia el precipicio. Aunque de nada sirve cogerlos de la mano; han de aprender. Por ello, ha plantado Marcadores Divinos estratégicamente posicionados por el planeta con las claves que reconducen al camino seguro, estableciendo una condición ineludible para resolver con éxito los acertijos crípticos: La Razón y la Fe habrán de emplearse en igual medida…

    Capítulo 1

    Sofía Auru-Soto entró corriendo en la oficina ávida por saber cuál era la urgencia.

    Dan Hansen, propietario de la revista con la que colaboraba periódicamente, al verla, no perdió el tiempo.

    —Toma —dijo, entregándole un artículo impreso—. Échale un vistazo.

    Sofía aceptó la hoja de papel y leyó el título: «Una voz incorpórea salva la vida de un bebé».

    Suspiró.

    —¿En serio? ¿Me has hecho cancelar una sesión con un joven muy perturbado para esto?

    Dan prosiguió sin inmutarse.

    —En tu pueblo de Spanish Fork, en Utah, los servicios de emergencias se disponían a rescatar un coche que había volcado en el rio, cuando oyeron claramente la voz de una mujer, procedente de su interior, pidiendo socorro. Lógicamente, se lanzaron a darle la vuelta al vehículo a la vez que consolaban a la señora asegurándole que pronto la sacarían. Para sorpresa de todos, lo que encontraron dentro fue a la mujer ya fallecida, posiblemente en el momento del impacto, pero a su bebé vivo. La niña estaba inconsciente.

    —Lo sé. Oí la noticia de camino aquí.

    Dan la examinó por encima de las gafas.

    —De todas las personas, ¿«tú» no lo consideras interesante? ¿Por lo menos te despertará algo la curiosidad, no?

    —No, Dan, no le veo nada de particular —respondió Sofía, desafiante. Sabía bien por dónde iba él—. Tengo una lista interminable de pacientes que escuchan voces. —Seguidamente negó con la cabeza decepcionada—. La otra noche te hablé en confianza. Espero que ahora no me vayas a llamar cada vez que alguien oiga una voz.

    Él evitó su mirada según persistía.

    —Dos policías y dos bomberos la oyeron. No podemos descartarlos como lunáticos.

    —Incluso profesionales pueden sufrir un episodio de alucinación colectiva en un momento de frenesí… Deja de ignorarme.

    Dan coló una sonrisa angulada.

    —Los agentes portaban cámaras corporales.

    —¿Qué? ¿Hay una grabación de la voz?

    —No exactamente. El ajetreo y barullo del socorro impide discernir el sonido de fondo, pero se ve claramente a los rescatadores reaccionar y responder a la voz, lo que indica que honestamente la oyeron.

    Sofía alzó una ceja de sospecha.

    —¿Eso es todo? Deja de jugar conmigo y dime de una vez lo que tienes de verdad.

    —El nombre del bebé es Lily.

    Sofía palideció.

    —Una simple coincidencia —murmuró ella, fiel a su perpetuo estado de negación pese al recuerdo infantil que punzaba su memoria: Se veía atrapada en la oscuridad, aterrada y entonces la luz…

    —Quizá. Quizá no. En cualquier caso es una buena historia. —Dan la observó con atención—. Escucha, he estado pensando en lo que me contaste y cómo ese acontecimiento condicionó tu vida. Así que te puedes imaginar de qué modo esto va a afectar la vida de esa niña también, independientemente de que el equipo de rescate oyera o no la voz. Es una gran oportunidad para abordar el tema de los milagros desde el punto de vista de una psicóloga, pero no de cualquier psicóloga, sino una que vivó un milagro en sus propias carnes. Esa perspectiva íntima y personal que traes tú al tema no tiene precio. Quiero una edición especial con casos impactantes, ocurridos a lo largo y ancho del país y entrelazados con tu historia.

    Sofía sintió el desengaño escalarle la garganta.

    —Nunca debí contártelo. No me puedo creer que me hagas esto. Confiaba en ti —se dio media vuelta para marcharse.

    —Espera, deja que te explique —empezó Hansen—. Está ocurriendo algo extraño.

    Sofía se detuvo vacilante en la puerta, sin girarse.

    Él procedió rápido.

    —Para una sociedad que es más secular que nunca, los milagros están en alza. Se están produciendo por todas partes en números récord.

    —Yo no he oído nada.

    —Porque la mayoría se desestima a falta de evidencia. No es como antes. Hoy, si no se capta en un móvil, es como si no hubiese ocurrido. Normalmente yo estaría de acuerdo, pero tu caso hizo que me interesase. He indagado un poco, y estoy sorprendido de lo extendido del fenómeno y de lo dispares que son los testigos. Pero lo más importante es la aceleración vertiginosa del número de casos. Quiero saber por qué y tú eres la persona idónea para la tarea.

    Sofía se cruzó de brazos según se daba la vuelta.

    —¿Y qué hay de mi reputación? ¿Has pensado en eso?

    Una sombra se formó sobre la mirada de Dan. Este se acercó, saliendo de detrás de su mesa.

    —Desde luego que sí. Tiene mucho que ver con lo que propongo. Nuestros lectores confían en tu análisis. ¿Qué ocurriría si alguien se enterara de tu pequeño secreto? —Relajó las facciones—. No pretendo traicionar tu confianza y mucho menos aprovecharme de ella. Pero tú tienes que entender que he trabajado duro para levantar este negocio. Fue una gran apuesta para una ciudad pequeña como esta y la era digital no ayuda. Es en el mejor interés de esta revista, y de tu carrera, que te sinceres; de que te adelantes a contar tu historia a tu modo y con tus propias palabras, en lugar de hacerlo a la defensiva para defenderte. Considera esto: tu escepticismo, incluso tratándose de un caso personal, subraya la promesa que les hacemos a nuestros lectores —Dan apuntó el dedo índice hacia un póster colgado en la pared detrás de su mesa. Mostraba el logo de la revista: un signo de interrogación blanco, diseñado sencillo a propósito sobre un fondo azul oscuro, que sobrevolaba las palabras «Lo cuestionamos todo».

    Sofía se tomaba esas palabras muy en serio. Las había adoptado como su credo particular llegando a definir su actitud ante la vida y a determinar su profesión. Sin embargo, en su caso, también eran en parte una ilusión, un frente engañoso. Su escepticismo era más emocional que lógico cuando se trataba de sus asuntos personales. Guardaba un reducto oscuro en lo más profundo de su memoria que no cuestionaba. Le asustaba. Hacerlo implicaba confrontarlo, y para una psicóloga que se pasaba la jornada ayudando a sus pacientes a enfrentarse a sus miedos, ella evitaba por completo los suyos.

    —Lo pensaré —acordó Sofía sin comprometerse a más.

    Los rasgos de Dan se tensaron. Retornó a su lado de la mesa y a evitar su mirada.

    —Tienes hasta el fin de semana para aceptar el proyecto. Si no, hay otra persona interesado en él.

    Sofía dio un respingo y se acercó alarmada.

    —¿Qué? ¿Quién? ¿Se lo has contado a alguien?

    Dan bajó la voz a un susurro conspirador.

    —No. Simplemente intento ayudarte.

    —¿De qué estás hablando?

    Dan se frotó la nuca mientras reunía el valor para mirarla.

    —Se llama Miguel Amir. Se presentó aquí en la oficina hace unos días. Me dijo que durante una visita a tu reserva le contaron lo de tu milagro. Es reportero. He comprobado sus credenciales y son sólidas. Quiere tu historia.

    —¿Por qué?

    —¿Por qué no? Dos gemelas hopi objeto de un milagro mariano es una historia cuanto menos curiosa, cuando no fascinante. ¡Demonios, si la quiero yo!

    Su mirada de entusiasmo sumergió a Sofía en la incómoda memoria de gente arremolinada a su alrededor, observándola y expectante de las maravillas que se suponía debería ser capaz de hacer. Sacudió la imagen tan pronto apareció.

    —¿Por qué vino a ti en lugar de a mí?

    —Me imagino que le advirtieron que no te gusta hablar del tema y tuvo las luces de reclutar mi ayuda —Dan intensificó la mirada—. Escucha, esto nos beneficia a todos. Él consigue la historia, yo la publico y tú salvas tu reputación.

    El choque de emociones hizo que Sofía tropezara con su respuesta. Con la irritación no encontraba la voz para gritarle y estaba demasiado indignada para llorar. El resultado fue un tartamudeo.

    —¿A-así que ya lo sabías? Lo de la otra noche fue una emboscada. Lo de la charla paternal no era más que un ardid para que yo soltara la lengua. ¿A qué viene tanto jueguecito, Dan? ¿Por qué no me preguntaste sin más?

    Él empezó por centrar su atención en un pequeño arañazo de la mesa, pero de pronto la cuadró en ella. Se entreveía un leve grado de agravio en su mirada.

    —No me gusta estar en desventaja. Amir presume de un perfil profesional meritorio del próximo premio Pulitzer. Podría estar incordiando al presidente en la Casa Blanca, sin embargo, ha escogido acampar aquí para acecharte a ti. Demando saber por qué. ¿Qué me estás ocultado?

    Sofía reaccionó con estupor.

    —¡Qué demonios…! No tengo obligación de contarte nada, cuanto menos sobre mi vida privada. Si lo hice es porque pensé que eras un amigo de confianza.

    Dan Hansen sostuvo la mirada un instante. Luego, soltó una bocanada de aire y forzó una sonrisa.

    —Te pido disculpas. Sabes que este es un negocio duro. Precisamente por la larga amistad que nos une, me molestó pensar que ocultabas una gran historia que otro pudiera arrebatarme.

    —No hay ninguna gran historia, ¿vale? Cuando tenía siete años me caí a un pozo y me di un pequeño golpe en la cabeza. Según mi hermana, la alertó una voz femenina que la guio hasta mí, salvándome la vida. En lo que a mí me concierne, mi vida nunca estuvo en peligro y ella supo perfectamente dónde buscar. Jugábamos frecuentemente cerca —la mirada de Sofía se tornó suplicante—. Dan, tú conoces a mi hermana. Tiene una gran imaginación y es profundamente espiritual. Vive la mitad del tiempo con la cabeza en las nubes. Es fácil entender que cuando me encontró inconsciente su imaginación infantil fabricase una historia fantástica. No hay más —hizo un ademán de desdén con la mano—. En cuanto a este tipo del que hablas, no tengo ni idea de por qué está interesado en mí. Es muy posible que mi gente se dejase llevar y adornasen lo que realmente pasó. Los hopi somos conocidos por nuestras coloridas narraciones. Francamente, no es que tengamos mucho más con qué entretenernos en el desierto.

    Dan volvió a estudiarla por encima de las gafas.

    —Estás simplificando sobremanera lo que ocurrió. Y en cuanto a este tipo, su prestigio le precede. Dudo de que cuentos folclóricos le impresionen fácilmente. Sofía, no puedes seguir escondiéndote. Tómalo como una señal: aparece aquí unos días antes de que otro milagro similar al tuyo se produzca a pocos kilómetros de tu pozo. Y por si eso fuera poco, la niña socorrida en Spanish Fork se llama igual que tu hermana.

    —Si fuese una señal, la niña se hubiese llamado como yo. Fui yo la rescatada del pozo, no mi hermana.

    Ese era precisamente el tipo de atención al detalle por el que él le pagaba. Ahora lo ignoraba. La estudió un largo rato. Conocía la relación tensa que existía entre Sofía y su hermana.

    —¿Sabes algo de ella?

    Sofía respondió incómoda.

    —No. Ha estado ocupada con su investigación. La tiene bastante absorbida. —Sacudió la cabeza para librarse de la bruma que ofuscaba su pensamiento—. Todo esto es ridículo, Dan. ¿No te estarás planteando en serio que aquí ocurrió algo sobrenatural? Te recuerdo que diriges una revista que se titula El Guerrero Escéptico.

    —No me insultes, jovencita. Llevo desacreditando lo absurdo desde antes de que tú nacieras, pero tampoco voy rechazando ocurrencias extrañas sin más y a capricho. Nuestro trabajo es suspender el juicio hasta que una investigación confirme o desmienta un reclamo. Yo lo que estoy viendo aquí son dos acontecimientos misteriosos equivalentes, aunque separados por veinticinco años, y al reportero menos sospechado interesado por uno de ellos. Y si él lo está, yo también. —Dan descansó lo justo para retomar su frente paternal habitual—. Le puse como condición para convencerte que los dos teníais que trabajar en equipo. Acéptalo, tu historia va a salir a la luz te guste o no. Esta es tu oportunidad de retener el control sobre ella.

    Sofía se acercó a la ventana, aunque realmente no miró a través del cristal. Buscaba aclarar las ideas.

    —¿Qué sabes sobre él?

    Dan soltó un suspiro de alivio y sonrió triunfante.

    —Tiene cuarenta y cinco años. Soltero. Sin residencia fija. Se pasa la vida recorriendo el planeta de guerra en guerra, parando de vez en cuando a informar sobre algún desastre natural o humanitario entremedias. El hombre tiene más cicatrices de bala que un blanco en un campo de tiro.

    Sofía se giró para compartir su gesto de perplejidad.

    —Eso mismo pensé yo —le respondió Dan—. ¿Qué busca un veterano corresponsal de guerra contigo?

    —¿Se lo preguntaste?

    —Por supuesto.

    —Bueno, ¿y qué te dijo?

    —No mucho. Se limitó a decir que estaba harto de guerras y que buscaba un poco de paz.

    —¿Y eso qué se supone que quiere decir?

    —Jovencita, sugiero que vayas y lo averigües.

    Capítulo 2

    Sofía se paseaba de un lado para otro delante de su puesto de comida favorito en la Plaza de Santa Fe. La plaza, declarada Hito Histórico Nacional, era un centro de encuentro concurrido que atraía tanto a los locales como a turistas, y su trajín la hacía sentir segura, aunque no sabía bien por qué no había de estarlo. Varias veces consideró marcharse, hasta finalmente aceptar que su curiosidad superaba sus reservas.

    Tras dejar la oficina de Dan, llamó enseguida a Miguel Amir, y en cuanto este respondió, quedó aturdida. El motivo fue su voz. Era tremendamente profunda, con una gravedad resonante que parecía surgir del fondo de un túnel, pero sin ser amenazante. Miguel le agradeció la llamada e inmediatamente expresó su deseo de encontrarse con ella cuanto antes. Sofía no estaba tan dispuesta y quiso tantearle un poco primero. Él supo esquivar sus preguntas hábilmente y con una gran dosis de encanto. Al final, ella asintió a un encuentro en un lugar público.

    Había llegado pronto, demasiado inquieta para estar encerrada entre las cuatro paredes de su despacho. El recuerdo de su trauma infantil, ahora vinculado a otro milagro semejante y el nombre de su hermana metido en la mezcla, la había alterado más de lo aceptable para una incrédula declarada como ella.

    Con el teléfono listo en la mano, pensó llamar a Lily, pero inevitablemente procrastinó. Sofía quería a su hermana. Es más, secretamente la admiraba. Pese a sus aires bohemios, Lily había demostrado ser una mujer de convicciones férreas con una clara pasión. Llevaba años luchando por los derechos de la mujer en el mundo en general, pero con un enfoque especial en su Iglesia, mostrando un coraje que ya quisiera Sofía para sí. Aún con todo, su relación se resentía y Sofía era muy consciente de que gran parte de la culpa era suya.

    Todo empezó aquel dichoso día que cayó en el pozo. Su padre, aunque leal a su herencia uta, se mantenía neutral en temas espirituales. El problema eran las mujeres de la familia. Su madre era profundamente religiosa, católica curiosamente pese a su ascendencia hopi. Para estos pacíficos nativos americanos, su primera exposición al cristianismo había sido una experiencia desagradable, y al día de hoy conservaban un sano rencor al respecto. Por ello, el fervor católico que mostraban las mujeres de su familia era un enigma arropado por leyendas extravagantes pasadas de generación en generación desde tiempos inmemoriales. Su hermana acogió la herencia espiritual con entusiasmo, por lo cual hizo piña con su madre y juntas interpretaron las extrañas ocurrencias entorno a su rescate de acto milagroso. Para Sofía, una escéptica innata, la experiencia había sido abrumadora, volviéndose insoportable con los años. Huyó tan pronto su edad se lo permitió, convirtiendo en kilómetros el aislamiento que se había autoimpuesto desde la caída. Luego, el distanciamiento con su hermana no hizo más que aumentar con la carrera que esta escogió.

    No tenía sentido, se planteaba Sofía con frecuencia. ¿Cómo era posible que gemelas idénticas pudiesen ser tan diferentes?

    Bajó la mirada a su teléfono. Hacía tiempo que no hablaban. Inspiró un aliento profundo y marcó. El primer tono apenas si tuvo tiempo de sonar.

    —¡Sofi! —oyó responder—. Precisamente pensaba en ti, así que imagínate mi alegría cuando vi que eras tú en la pantalla.

    Sofía sonrió. Sin duda su hermana era, además, la persona más jovial y animada donde las hubiera. Ciertamente, eran diferentes.

    —Hola, Lily. Y yo me alegro de ver que sigues tan risueña —oyó una risita—. ¿Por qué pensabas en mí?

    —Estoy conduciendo y he visto al conductor de una camioneta que iba cubierta de pegatinas con frases como «La vida es un paseo, no una carrera» o «Tranqui, y sé feliz» pasarle a una ancianita —reconozco que iba bastante despacio—, hacerle un gesto obsceno y después saltase el semáforo que acababa de ponerse en rojo. Me preguntaba cuál sería tu opinión freudiana al respecto.

    Sofía se rió.

    —Yo diría que es un caso severo de Incontinencia Imbecilitis: El imbécil probablemente iba con prisa para llegar al baño después de consumir cantidades excesivas de alcohol.

    —Que Dios lo proteja. Quizá no llegue conduciendo así —otra risita—. ¿A qué debo este largo-esperado-placer?

    —Tú también podrías llamar, ¿sabes?

    —Si recuerdo bien, la última vez que hablamos, me mandaste a dar un paseo.

    —Estabas siendo un incordio, como siempre.

    —Sólo me preocupo por ti.

    Sofía entornó los ojos.

    —No empecemos, ¿vale?

    —Vale. Labios sellados.

    Sobrevino un breve silencio mientras Sofía recababa el valor necesario para admitir la razón de su llamada.

    —¿Te has enterado del supuesto milagro ocurrido en Spanish Fork?

    —¡Dios bendito! No me puedo creer que me hayas hecho esa pregunta. ¿Te sientes bien?

    —Ja-ja-muy-graciosa. Ahora respóndeme. ¿Te has enterado?

    —Pues claro. ¿Cómo no me voy a enterar? Si me llamó mamá histérica. ¿No te ha llamado a ti?

    Sofía se mordió el labio.

    —Tengo varias llamadas suyas perdidas. ¿Qué te dijo?

    —Visto que la niña se llama como yo, está convencida de que nuestros antepasados intentan avisarme de algún peligro terrible e inminente.

    —¿Nuestros antepasados? No entiendo.

    —Ya sabes, los de nuestro lado uta. Como el milagro ha ocurrido en Spanish Fork, que está en Utah… pues, eso, tribu Uta de Utah, ¿te suena?

    —Conozco bien la procedencia de nuestros antepasados, gracias. A lo que me refiero es qué tienen que ver con una voz femenina.

    —Vaya, ¿tú también? Hay espíritus femeninos, ¿sabes?

    Ignorando este último comentario, Sofía sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Por muy escéptica que fuese, no era inmune a su crianza. De algún modo su familia había sido capaz de combinar las tradiciones indígenas de ambos lados de la familia, añadir la fe cristiana y hacer que funcionase.

    —¿Acierto en pensar que tú estás de acuerdo con ella?

    Su hermana no respondió.

    —¿Lily?

    —A riesgo de provocar tu ira, sí. Pienso que alguien allí arriba, ya sea una antepasada o Nuestra Señora, intenta ponerme sobre aviso —el tono de Lily había adquirido sobriedad.

    —Vas a tener que explicarte rápido. Sabes que tengo poca paciencia para esto.

    —Te recuerdo que fuiste tú la que me llamaste a mí y sacaste el tema.

    Sofía se mordió de nuevo el labio y a continuación se aclaró la garganta.

    —Está bien. ¿Por qué han de ponerte sobre aviso nada menos que los espíritus o los dioses del Olimpo?

    Más silencio.

    Se arrepintió enseguida de su sarcasmo.

    —Lo siento, ¿vale? No pretendía burlarme de tus creencias, pero es que…

    —No se trata de eso —interrumpió su hermana—. Te envié un pen drive con la información que lo explica. Veo que nunca lo recibiste.

    —No, no he recibido nada. ¿Por qué un pen drive y no un mensaje electrónico o una llamada?

    —Esperaba que me lo guardaras en algún lugar seguro.

    Sofía quedó perpleja.

    —¿Por qué?

    —Escucha, ¿recuerdas la investigación en la que llevo algún tiempo trabajando?

    —Claro. No hablaste de otra cosa la última vez que nos vimos. Intentas demostrar, con una interpretación actualizada del Nuevo Testamento, que Jesús veía con buenos ojos el papel apostólico de la mujer.

    —Sí, esa —el tono de Lily se redujo a un susurro—. Pues, sin pretenderlo, creo haberme topado con algo formidable.

    —¿Hablas en serio? ¿Con qué demonios te has podido «topar» para justificar milagros en Spanish Fork con tu nombre y misteriosos pen drives?

    —Algo así de ominoso.

    —Define «algo».

    —Por teléfono no. En persona. Estoy llegando a Santa Fe.

    —¿Qué estás llegando…? —Sofía sacudió la cabeza incrédula con la velocidad que estaban tomando las cosas. Su hermana vivía en Phoenix, a siete horas de distancia, y decía que estaba llegando, así, sin avisar—. Está bien. Vete a mi casa. Ya sabes dónde escondo la llave. Intentaré terminar aquí lo antes posible. Tengo una cita con un periodista. Era la razón por la que te llamaba. Quería saber si te había contactado a ti también. Se ha enterado de lo nuestro y quiere escribir sobre ello.

    —Me sorprende que accedieras a verle.

    —Me convenció Dan. La verdad es que no me dejó otra alternativa. Pero no estoy del todo convencida aún. Trabaja por su cuenta persiguiendo conflictos bélicos por el mundo. A saber por qué le interesamos nosotras.

    Justo entonces, oyó la inconfundible voz.

    —¡Presente!

    Se dio la vuelta y alzó la mirada. Por segunda vez, quedó desconcertada. Miguel no se parecía en nada a lo que se había esperado.

    Susurró rápido en el teléfono.

    —Mi cita está aquí. Hablamos luego —colgó. Sofía no quería involucrar a su hermana hasta no comprobar las intenciones de este hombre primero; quizá temiéndola más a ella que a él.

    Sus ojos, desproporcionadamente abiertos, lo auscultaban.

    Miguel extendió la mano.

    —Pareces sorprendida.

    —Disculpa —farfulló ella aceptando su mano a la vez que desviaba la mirada avergonzada—. Te imaginaba de otra manera.

    Miguel medía aproximadamente un metro ochenta, y su constitución fornida chocaba de bruces con su cara de niño. Para mayor contraste, portaba unos cabellos morenos y rizados, largos hasta los hombros, sin una sola cana, que contradecía su supuesta edad y arriesgada profesión. Y ya, para rematar del todo, Sofía temía que si su mirada de miel filtraba más dulzura, acabaría desarrollando diabetes.

    Él sonrió aparentemente acostumbrado a la reacción, lo que disparó el azúcar en sus venas.

    —Gracias por verme. Espero no haber interrumpido nada —dijo, haciendo un gesto hacia el móvil.

    —No, está bien.

    Entonces, con un ademán de la mano, sugirió sentarse en un banco cercano. Ella había dejado claro que el encuentro había de producirse en un lugar abierto y público, por lo cual él no se molestó en sugerir tomar algo en uno de tantos restaurantes que bordeaban la plaza.

    Ella aceptó.

    Se acomodaron mientras Sofía estudiaba de soslayo su rostro. Tal como había dicho Dan, Miguel mostraba varias cicatrices, una especialmente pronunciada que le recorría la mejilla bajo el ojo izquierdo. No aparentaba una herida de bala o metralla, sino algo mucho más desagradable. Tras un estudio minucioso, Sofía determinó que sus rasgos estaban más en consonancia con su edad, aunque seguían desentonando entre sí. Ver su cara curtida, de aspecto inusualmente juvenil y de paso acribillada, hablar con voz de bajo, era como ver una película doblada en la que la imagen y el sonido no sincronizaban. Pese a todo, la composición final poseía una extraña armonía que resultaba fascinante.

    Como había quedado con su hermana, Sofía no perdió más tiempo y fue directa al grano sin disimular sus reservas.

    —Miguel, es importante que entiendas que el único motivo por el que estoy aquí es porque Dan me lo pidió. Personalmente, sigo reticente. Indagas en una parte de mi vida que yo rara vez comparto. Si no te importa, me gustaría hacerte algunas preguntas antes de comprometerme. No te aseguro nada.

    —Me parece justo —Miguel cruzó las piernas y se reclinó, extendiendo el brazo por el respaldo del banco. Portaba unos pantalones cortos de carga color carboncillo y una camiseta gris clara que dejaba entrever un ligero bronceado tan natural como si hubiese nacido con él; lo que era más que probable considerando su apellido. En suma, su apariencia era la de un hombre muy cómodo en su piel.

    La compostura de ella, en cambio, no era tan relajada, y se arrepentía ahora de haber escogido ponerse pantalones largos y oscuros. La previsión del tiempo había anunciado una tarde nublada, pero como era de esperar, el sol había decidido salir sólo para atormentarla. Afortunadamente, la suave brisa creada por la amplia sombra de los árboles permitió que su blusa blanca disipara el calor en la misma proporción en la que los pantalones lo absorbían.

    Sofía se aclaró la garganta para empezar.

    —Me ha dicho Dan que eres corresponsal de guerra.

    —La mayor parte del tiempo, aunque no exclusivamente.

    —Es una carrera dura. ¿Por qué escogiste esa línea de trabajo? Quiero decir que es obviamente peligrosa —aclaró, mirándole descaradamente las cicatrices.

    —Me escogió a mí. No me interesan los conflictos. Es más, los aborrezco. Pero mi familia procede del Oriente Medio, y hablo árabe. No tuve problema en encontrar trabajo de periodista de investigación en la zona en cuanto me gradué. Por desgracia, me resultaba asombrosamente fácil infiltrarme en facciones extremistas.

    Sofía mostró su confusión.

    —Te ruego no malinterpretes mis palabras, pero es que no pareces el tipo de persona en la que confiaría un terrorista… de aspecto tan joven, me refiero —si tenía esta pinta de chiquillo ahora, no se podía ni imaginar lo que

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