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Renacer de la Esperanza
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Renacer de la Esperanza
Libro electrónico495 páginas11 horas

Renacer de la Esperanza

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La esperanza es una de las fuerzas más extraordinarias que vibran dentro del hombre. Nos da ánimo y hace brotar en nosotros el valor para avanzar y superar obstáculos.
A través de este romance , Lucius nos invita a ser testigos de la experiencia de hombres y mujeres que enfrentaron sus desafíos y vieron renacer la esperanza en sus corazones, viviendo el momento histórico en el que la revelación espírita sucedía en todo el mundo, despertando admiración en algunos y desprecio en otros. 
El ejemplo de sus personajes abren nuestros ojos, animándonos a aceptarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean. De esta comprensión nacen naturalmente la compasión y la tolerancia, lo que nos permite dejar fluir el amor Divino. La caridad, que Jesús nos enseñó, es una consecuencia.
 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 ene 2023
ISBN9798215611104
Renacer de la Esperanza

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    Renacer de la Esperanza - Sandra Carneiro

    RENACER

    DE LA ESPERANZA

    Romance Psicografiado por

    Sandra Carneiro

    Por el Espíritu

    LUCIUS

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Marzo 2020

    Título Original en Portugués:

    Renascer da Esperança © Sandra Carneiro, 2004

    Revisión:

    Mario Carrión Sánchez

    Paula Rodriguez Bermeo

    World Spiritist Institute      

    Houston, Texas, USA      
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Sinopsis

    La esperanza es una de las fuerzas más extraordinarias que vibran dentro del hombre. Nos da ánimo y hace brotar en nosotros el valor para avanzar y superar obstáculos.

    A través de este romance , Lucius nos invita a ser testigos de la experiencia de hombres y mujeres que enfrentaron sus desafíos y vieron renacer la esperanza en sus corazones, viviendo el momento histórico en el que la revelación espírita sucedía en todo el mundo, despertando admiración en algunos y desprecio en otros.

    El ejemplo de sus personajes abren nuestros ojos, animándonos a aceptarnos a nosotros mismos y a quienes nos rodean. De esta comprensión nacen naturalmente la compasión y la tolerancia, lo que nos permite dejar fluir el amor Divino. La caridad, que Jesús nos enseñó, es una consecuencia.

    Aunque esta novela utiliza experiencias reales vividas por diferentes personajes, para el aprendizaje de todos nosotros, no propone narrar hechos históricos, a pesar de revelar casos que ocurrieron en los comienzos del Espiritismo.

    Lucius

    De la Médium

    Sandra Carneiro, nacida en mayo de 1963, está casada y vive en la ciudad de Atibaia, SP. A los catorce años, y aun sin conocer los principios espíritas, tuvo su primera experiencia con la psicografía, recibiendo un libro infantil

    Posteriormente, después de unos años de dedicarse a los estudios de la Doctrina Espírita, tuvo la oportunidad de iniciar el trabajo de la psicografía a través de la novela Cenizas del Pasado, dictada por el espíritu Lucius, de quien también recibió las obras Renascer de la Esperança, Exiliados por Amor y Jornada de los Ángeles. Ya en sociedad con el espíritu Bento José, psicografió las novelas Luz que nunca se va y Luz que consuela a los afligidos.

    Participa en las actividades del Centro Espírita Casa Cristã da Prece y del Grupo de Asistencia Casa do Pão - entidad destinada a servir a la comunidad necesitada del barrio Maracanã, en Atibaia -, donde colabora con los hermanos de un ideal evolutivo.

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc., nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80's conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO UNO

    CAPÍTULO DOS

    CAPÍTULO TRES

    CAPÍTULO CUATRO

    CAPÍTULO CINCO

    CAPÍTULO SEIS

    CAPÍTULO SIETE

    CAPÍTULO OCHO

    CAPÍTULO NUEVE

    CAPÍTULO DIEZ

    CAPÍTULO ONCE

    CAPÍTULO DOCE

    CAPÍTULO TRECE

    CAPÍTULO CATORCE

    CAPÍTULO QUINCE

    CAPÍTULO DIECISÉIS

    CAPÍTULO DIECISIETE

    CAPÍTULO DIECIOCHO

    CAPÍTULO DIECINUEVE

    CAPÍTULO VEINTE

    CAPÍTULO VEINTIUNO

    CAPÍTULO VEINTIDOS

    CAPÍTULO VEINTITRES

    CAPÍTULO VEINTICUATRO

    CAPÍTULO VEINTICINCO

    CAPÍTULO VEINTISEIS

    CAPÍTULO VEINTISIETE

    CAPÍTULO VEINTIOCHO

    CAPÍTULO VEINTINUEVE

    CAPÍTULO TREINTA

    CAPÍTULO TREINTA Y UNO

    CAPÍTULO TREINTA Y DOS

    CAPÍTULO TREINTA Y TRES

    CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

    TREINTA Y CINCO

    CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

    TREINTA Y SIETE

    TREINTA Y OCHO

    TREINTA Y NUEVE

    CAPÍTULO CUARENTA

    CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

    CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

    CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

    CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

    CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

    CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

    CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

    CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

    CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

    CAPÍTULO CINCUENTA

    Belém A Casa do Pão

    PRÓLOGO

    El encuentro del alma humana con el Creador es la experiencia más profunda y una de las más deseadas por todos, ya sea que estemos encarnados o fuera del cuerpo físico. A medida que buscamos nuestros deseos más íntimos, nos damos cuenta de la necesidad, a veces dormida e incluso apagada.

    Cuando el alma se abre a la luz divina, comienza a comprenderse a sí misma y al Universo a su alrededor. La existencia adquiere un nuevo significado y comenzamos a comprender mejor nuestro papel en el mundo; y al encontrar nuestro lugar, comenzamos a hacer una verdadera diferencia. Sentimos que el mundo, anteriormente gris y oscuro, ha adquirido brillo y color. Es el comienzo del viaje del autoconocimiento y el descubrimiento de verdades espirituales.

    El hombre pospone este viaje, engañándose a sí mismo y distrayéndose con extrema facilidad; sin embargo, el dolor y el sufrimiento lo alcanzan, lo que lo lleva a luchar para sacar la angustia y la desesperación de su interior. Muchos se entregan a la revuelta y al desánimo, renunciando a la vida. Aun así, Dios continúa esperando que Su criatura se despierte del letargo en el que está sumergida y vea la luz mutable que siempre la ha envuelto, sin darse cuenta. La Providencia está presente de mil maneras diferentes, cuidándonos y guiándonos.

    La Doctrina Espírita, codificada y sintetizada por el gran compañero Allan Kardec, amplía nuestra comprensión del Creador y sus leyes, descubriendo las verdades del mundo invisible, ayudándonos a comprender mejor nuestra existencia, nuestra realidad interna y la realidad social que estamos vinculados.

    A lo largo de la historia de la Humanidad, Dios conduce los acontecimientos y, amoroso y activo, envió ayuda a aquellos que se desviaron del camino del bien y el amor, pero que deseaban reanudarlo.

    En la infancia del espíritu humano, las enseñanzas religiosas se educaran fuertemente, sin permitir preguntas, ya que todavía estábamos limitados a realizar razonamientos complejos. En un momento en que el hombre ya estaba mejor preparado, Dios envió a Jesús, el espíritu más puro y perfecto que viviría en la Tierra, para revelarnos las verdades espirituales y transmitir las lecciones morales que tanto necesitábamos, y así acercarnos al Padre. Sin embargo, el Maestro de Maestros no pudo desentrañar misterios que en ese momento el hombre sería incapaz de entender.

    Cuando, más madura, la Humanidad vio florecer la ciencia, trayendo el conocimiento de hechos previamente cubiertos por el misticismo y las creencias de ignorancia, Dios envió la Doctrina Espírita, que, penetrando lo invisible, armoniza al hombre con su esencia divina.

    A través de esta novela, nos gustaría invitar al lector a presenciar la experiencia de hombres y mujeres que enfrentaron su estilo y vieron renacer la esperanza en sus corazones, viviendo el momento histórico cuando un nuevo aliento llegó a la Tierra: la revelación espírita ocurrió en todo el mundo.

    Oramos al Padre para que la misma luz que una vez nos tocó, haciéndonos conscientes de Su infinito amor y grandeza, pueda alcanzarlo, amigo, lector, despertándolo a la magnitud de la Vida de la cual somos parte. Somos hijos de Dios y, por lo tanto, esenciales donde sea que estemos.

    Démosle lo mejor que tengamos al Creador, y nos sorprenderá la fuente inagotable de bendiciones, sabiduría, luz y amor con los que nos conectaremos.

    Lucius

    CAPÍTULO UNO

    Era un día frío. El viento helado castigaba el cuerpo cansado de Emilie, que se tambaleaba por los estrechos callejones de Bilbao, una pequeña provincia al norte de España.

    Limpiándose las lágrimas que corrían por su rostro, trató de apartar los ojos de la indiscreción de los viajeros. En esos ojos experimentó una fría curiosidad, porque sabía que a nadie le importaba. No estaban interesados en su dolor, en su sufrimiento. En ese momento extremo, ni siquiera tenía un brazo amigable para sostenerla. Estaba cansada y completamente sola. Mientras caminaba, pensó que la vida era demasiado dolorosa para ella, ofreciendo solo amargura y tristeza que no entendía. Nada tenía sentido.

    Siguiendo con dificultad, pasó dos veces frente al vendedor de frutas; olió el dulce aroma de las manzanas frescas y casi robó una. Sin embargo, el miedo a ser descubierta fue mayor que la tortura del hambre. Emilie se contuvo y siguió caminando. Varias veces se detuvo y se volvió, temiendo que ya estuvieran detrás de ella. Pero lo que realmente quería era que alguien la ayudara en ese instante.

    Una vez más, miró hacia atrás y se convenció de que nadie la perseguía. Se volvió lentamente y siguió caminando, aturdida. Sus pensamientos estaban confundidos, fuera de control, y su corazón latía frenéticamente en su pecho agitado. Emilie estaba desesperada.

    Continuó lentamente hacia los límites de la provincia. Al acercarse a las puertas, los centinelas, la miraron de arriba abajo, pero no hicieron nada, tomándola como otra mendiga. Estaba harapienta, con restos desiguales de la ropa que había usado alguna vez; su cabello estaba revuelto y enredado. Irreconocible, era solo una sombra de la joven, bella y rica mujer que había sido hasta unos meses antes.

    Sin mayores dificultades, cruzó los límites de la provincia. A medida que se apartaba de las puertas, miraba hacia atrás con ansiedad. Aunque deseaba regresar, avanzó. Aunque permaneciese vacilante, la decisión estaba tomada.

    Ya era de noche cuando se desvió de la carretera y entró en el bosque hacia el mar. Siempre le había tenido miedo al bosque, especialmente de noche. Pero en este punto nada la detendría, estaba decidida. Caminó a través de los árboles, lejos de las ramas y la maleza, sin apenas ver nada frente a ella. Las lágrimas caían por su rostro sin cesar. Tropezó con un tocón y cayó al suelo. Se quedó allí postrada, llorando de agonía. Casi se duerme entre las lágrimas, pero luego, como movida por una fuerza desconocida, recordó los eventos que la llevaran hasta allí. Se levantó y continuó. Sabía que, continuando en esa dirección, llegaría al mar.

    Ya era tarde en la noche cuando escuchó los primeros sonidos de las olas al pie del acantilado. Aunque exhausta, no se detuvo. No había comido en días, bebiendo solo agua. Los altos árboles se estaban adelgazando, extendiéndose, y podía distinguir el gran acantilado desde el cual se podían ver los barcos que partían hacia alta mar. Hasta que llegó la vista, el imponente acantilado se extendió; la playa se extiende bajo sus pies. Emilie se acercó lentamente. Su corazón latía aun más rápido; su respiración era dificultosa y su cuerpo temblaba por todas partes. Agotada, hambrienta y sin esperanza, apenas podía caminar. Tambaleante, fue llegando al borde del acantilado.

    Observó la magnificencia del lugar: el mar en la distancia, para perderse en el horizonte; las estrellas centelleantes sobre su cabeza y el viento que soplaba el aroma del mar en su rostro. Allí había estado varias veces y vivió momentos de felicidad normal. ¡Cuántos sueños, cuántos momentos de alegría tuvo en ese lugar! Cuántas promesas, cuántos votos de amor eterno... Emilie se sentó y miró la escena con ternura y anhelo: era la última vez que lo veía. Quería sacar todos los recuerdos de su mente, olvidar lo feliz que alguna vez había sido. Ahora todo le fue arrebatado. No le quedaba más que dolor, rebelión y absoluto desaliento.

    Frente a esa inmensidad, se sintió abandonada a sus propios recursos, sin la fuerza para luchar. Lo había intentado, reflexionaba ella. Había intentado en todos los sentidos luchar contra el cruel destino que la visitaba. Había buscado ayuda, preguntó, rogó. Nadie la había apoyado. Había luchado contra la indiferencia de amigos y familiares, ya que todos le habían dado la espalda. Ya sea por miedo o por indiferencia, no había encontrado ningún amigo, ninguna ayuda. Ella había llorado mucho por la ayuda de Dios, pero sentía que incluso Él la había abandonado por completo. Sería mejor si le hubieran quitado la vida de inmediato. Así pensó Emilie, disgustada y desilusionada, al borde del peñasco.

    Ahora, las estrellas desaparecieran una por una, cuando aparecieran los primeros rayos de sol en el horizonte. Pronto llegaría el día y Emilie no quería ver el amanecer. Se levantó lentamente y se acercó al borde. Ah, reculó instintivamente. La altura siempre la mareaba. Respiró entonces, profundamente, como si buscara fuerza. Miró más allá de sus pies y vio la pared gigante que terminaba en el mar. Aterrorizada, observó el espectáculo de las olas rompiendo en las rocas y pensó que estaría allí en unos momentos: junto a la espuma de las aguas del mar, olvidada para siempre. Su dolor terminaría; su humillación y su vida, que no valía nada, terminarían para siempre. Miró hacia abajo hipnotizada, como si algo la llamara a caer. Avanzó más y más, lentamente, de puntillas. A cada paso, se despedía mentalmente de los que más amaba: primero de su esposo, luego de sus padres, a quienes no había visto en años... Mientras tanto, sus pies se acercaban al borde del acantilado. Emilie, no podía apartar la vista de las aguas turbulentas. El límite finalmente se alcanza. Un pase más, solo uno, y todo terminaría. Sería, finalmente, la liberación. Respiró hondo de nuevo: necesitaba tener coraje. Volvió a mirar el horizonte. El sol no salía y el sonido de las primeras gaviotas sorprendió el silencio de la noche. Emilie pensó en su hija y se despidió de ella. Era la última imagen que quería tener en mente, antes de la caída: Cíntia, su amada hija. Con el pensamiento en ella, se preparó para el paso fatal.

    CAPÍTULO DOS

    Cuando Emilie levantó su pie derecho, lista para dar el último paso, escuchó un grito ahogado:

    – ¡No mamá! ¡Por favor no hagas eso!

    Emilie dejó caer el pie y al instante se detuvo, sobresaltada. Casi se resignó, pero logró sentarse. Miró a su alrededor buscando a su hija. ¿Dónde estaría? ¿Qué haría allí? ¿Cómo habría llegado? Miró alrededor y no vio nada. No había nadie, estaba sola. Debe estar en mi cabeza, pensó, estoy asustada y estoy buscando una manera de escapar de lo que se debe hacer.

    Se levantó. Estaba a punto de continuar, pero antes de volver a pararse al borde del acantilado, oyó la suave voz de su hija:

    – Por favor, mamita, no te rindas en la vida.

    Esta vez Emilie se sentó, estallando en dolorosas lágrimas. Lloraba sin entender lo que estaba pasando. ¿Dónde estaba la querida hija, cuya dulce voz escuchó tan claramente como acababa de escuchar el sonido de las gaviotas?

    El sol salió lentamente. Los tonos del cielo azul se mezclaban con el verde de los árboles y la esmeralda del mar. Los pájaros saludaron el amanecer con alegres vuelos.

    El viento helado movía el cabello de Emilie, como si le besara la mejilla. Y ella lloró y lloró.

    ¿No tendré el coraje, Dios mío? ¡Necesito terminar con este sufrimiento! – Estaba angustiada. Siguió llorando convulsivamente. Lloró por horas. Recordando la voz de su hija resonando en su mente, no pudo levantarse. con esa voz pidiéndole que se rinda, ¿cómo continuar?

    El amanecer llegó majestuoso, invadiendo todo con alegría matutina. Y Emilie, después de horas de angustia y dolor, exhausta por el largo viaje al mar, golpeada y hambrienta, se durmió. Estaba durmiendo profundamente cuando alguien le tocó la cara suavemente, apartándole el cabello:

    – ¿Estás bien, señorita? ¡Despierte, necesitas ayuda! – Insistentemente, la mano le acarició la cara y Emilie se despertó lentamente.

    – ¿Qué...? ¿Qué...?

    – ¿Qué le ha pasado? ¡Cómo está abatida, Dios mío!

    – Déjame, quiero estar sola – respondió Emilie, tratando de empujar la mano que le acariciaba la cara.

    – No tengas miedo, déjame ayudarte. ¿Quién eres tú?

    – No interesa; ¡hazte a un lado, por favor, quiero morir!

    – Ah, ¿eso es lo que querías al borde del acantilado? ¿Poner fin a tu vida?

    – No es de tu incumbencia. Déjeme, le pido una vez más.

    – ¡De ninguna manera, necesitas ayuda! No puedo abandonarla; de lo contrario, terminarás haciendo lo que pretendías. No te daré esa alternativa. He visto a otros que han hecho esto; se ponen muy feos después, créeme. ¿Por qué vienes aquí, a este hermoso lugar, para un acto tan triste? Vamos, levántate. Te llevaré a mi casa. Allí puede comer y recibir la atención que necesitas.

    – No, quiero quedarme aquí.

    – ¡Vamos, está casi muerta!

    – Entonces déjeme quedarme aquí.

    – ¿Cómo te llamas?

    – No le interesa.

    – ¿Cuál es tu nombre?

    – ¡Qué insistente!

    – Me llamo Lucrécia. ¿Cuál es el tuyo?

    Emilie, débil y abatida, trató de ver a la mujer que la ayudó. La miró, finalmente. Los grandes ojos negros que la miraban eran tiernos y dulces. Lucrécia era una mujer de piel oscura, casi negra. Agotada, Emilie se derrumbó sin decir nada más.

    Lucrécia la tomó rápidamente en sus brazos y, en un tremendo esfuerzo, siguió el estrecho camino que conectaba el acantilado con un pequeño pueblo de pescadores cerca del mar. El camino, sinuoso y empinado, requería toda su energía. Cuando llegó a la playa, colocó cuidadosamente a Emilie en la arena, mirando una vez más su cara delgada y sucia. Se dio cuenta de que debajo de esas líneas marcadas por el dolor había un semblante delicado y hermoso. Descansó un rato con Emilie, que permaneció inconsciente.

    Luego se levantó resueltamente y, llevando a la joven en sus brazos, la llevó a su casa y la acomodó en una cama improvisada. El esposo, que a la entrada limpiaba el pescado que había traído esa mañana, no preguntó nada. Ayudó a su esposa y luego examinó a la joven que luchaba en pesadillas, diciendo cosas ininteligibles. Lucrécia, a su lado, trató de alimentarla. Estaba ardiendo de fiebre.

    – Pobrecita. ¿Quién será? ¡Mira en qué estado se encuentra, Jairo!

    – Sí... se ve tan joven. Y está muy abatida...

    – Abatida y desesperada, iba a hacer una burrada. Gracias a Dios que yo aparecí.

    – ¿Cómo así?

    – ¡Quería suicidarse!

    – ¿Intentó arrojarse?

    – No, pero lo intentaría, lo sé; y luego lo dijo ella misma.

    – Dios mío, ¿qué tristeza puede cargar en su pecho que quiere quitarse la vida? ¿Cómo la encontraste? ¿Qué te hizo subir el acantilado?

    – Sentí que necesitaba ir y obedecí.

    Emilie seguía delirando. Durante el resto del día y hasta la noche, Lucrécia, con toda amabilidad, permaneció junto a la cama, desplegándose con cuidado. Preparó una sopa caliente y de vez en cuando la alimentaba. La noche fue larga. Emilie pidió ayuda. Sus sueños eran tormentosos, aterradores. Lucrécia se durmió, tratando de atender a la pobre extraña.

    A la mañana siguiente, Emilie, todavía dormida, parecía un poco más tranquila. Tan pronto como nació el día, Lucrécia se dedicó a sus deberes y ocasionalmente se acercaba a la cama, atenta, preocupada por la condición de la mujer que acababa de socorrer. A media mañana notó que Emilie estaba abriendo los ojos. Cariñosa y servicial, trató de tranquilizar a la joven:

    – Aquí estás segura, no te preocupes.

    – ¿Dónde estoy? ¿Quién es...?

    – Quédate tranquila; necesitas descansar, recuperar tu fuerza. Y trayendo el pan que acababa de hacer ayudó a la joven a sentarse en la cama, insistiendo en que comiera.

    – Necesitas alimentarte.

    – Hace mucho que no como...

    – Me lo imaginaba, por tu condición. Pero necesitas alimentarte.

    – No tengo ganas... Quiero morir...

    – Lo sé. Gracias a Dios que no pudo hacer lo que pretendía. ¿Quién es Cíntia?

    Emilie abrió mucho los ojos y dijo:

    – ¿Cómo sabes de Cíntia? ¿Quién eres tú? Fuiste enviada para destruirme, ¿verdad? No te diré dónde está. ¡Nunca! Mi vida vale poco, puedes tomarla. ¡No diré dónde está!

    – Cálmate, por favor cálmate. Repetiste ese nombre varias veces durante el sueño. No sé quién es ella, pero debe ser dulce, nos hablas de ella con preocupación y cuidado, como lo hiciste hace un rato.

    – ¿Hablé mientras dormía?

    – Mucho, no te imaginas cuánto.

    – ¿Hice algo más aparte de hablar?

    Lucrécia la miró como si supiera lo que estaba pensando y dijo:

    – No tenías la fuerza para nada más, al menos por ahora. Ahora come, necesitas alimentarte.

    Esta vez Emilie guardó silencio. Sentada en la cama, comió el pan empapado en leche que Lucrécia había preparado. Ni siquiera sabía cuándo se había alimentado por última vez. Cuando terminó, Lucrécia le preguntó:

    – ¿Cómo se llamas?

    – ¿Por qué quieres saber?

    – Mi nombre es Lucrécia, vivo aquí con mi esposo, Jairo. No tenemos hijos, o más bien los tuvimos, pero nos los quitaron. Esta casita es nuestro refugio.

    Aunque no tenemos mucho, todo lo que tenemos se compartirá contigo. Puedes quedarte aquí todo el tiempo que necesites. Todo es muy simple, pero no hay necesidad de comida y techo hasta que te sientas lista para seguir con tu vida.

    Las lágrimas brotaron de los cansados ojos de Emilie. Se sentía casi amada por el afecto, tan deseada, que ahora solo la recibía de un extraño. Y secándose las lágrimas de la cara, murmuró casi sin voz:

    – Me llamo Emilie.

    – ¿Emilie? Ese nombre no me parece extraño... ¿Es de la región o de otra parte?

    – Soy extranjera en este país, pero he vivido aquí por mucho tiempo.

    – Este es un buen país, pero tienes que aprender a vivir con sus reglas...

    – Sí... experimenté sus prejuicios...

    Emilie no pudo continuar. Comenzó a llorar convulsivamente, un llanto agonizante y doloroso.

    Lucrécia la abrazó con cariño, sosteniéndola contra su pecho; le acarició el pelo, como una tierna madre abrazando a su hija. A pesar de la vergüenza de estar en los brazos de una extraña, Emilie no pudo moverse. Cuando Lucrécia se dio cuenta de que la joven se calmara, dijo:

    – Ahora descansa, tengo mucho trabajo por hacer. El trabajo no puede esperar y debes descansar.

    Emilie no respondió. Ella solo asintió con la cabeza afirmativamente.

    Lucrécia salió de la pequeña habitación en la que había instalado a la joven y fue al mostrador donde trabajaba.

    Estaba afuera, frente al mar, y desde allí podía escuchar el sonido de las olas muriendo en la playa.

    Emilie se enderezó en la cama. Aunque asustada y amargada, la cama caliente, la comida y especialmente el afecto desinteresado de la extraña, le calentaban su alma y le brindaron un bienestar que no había experimentado en mucho tiempo. Se durmió rodeada de esas suaves sensaciones.

    Más tarde, Lucrécia la despertó para almorzar, cuando hablaron un poco más. Al final, la hizo acostarse de nuevo y descansar. Sintió un afecto especial por esa joven desconocida. Y algo familiar en ella la obligó a dedicarse cada vez más. Le susurró a su esposo, después de asegurarse de que la joven dormía:

    – Es curioso, Jairo, siento que conozco a esta chica de algún lado. Algo sobre ella parece extremadamente familiar. No sé de qué se trata: si el nombre, Emilie, si es la cara, o si ambos, no lo sé... Pero realmente parece muy familiar...

    – ¿Se llama Emilie de qué?

    – No sé. Ella no lo dijo y yo tampoco pregunté. Fue con esfuerzo que hice que me diga su nombre de pila.

    – ¿Y por qué? ¿De qué tiene miedo?

    – No sé... Lo que sí sé es que está asustada...

    – Necesitas saber un poco más, Lucrécia. Necesitamos saber a quién apoyamos en nuestro hogar. Sabes bien que en los días difíciles en que vivimos, de desconfianza y persecuciones, todo cuidado es poco.

    – Sí, sin duda. Debemos mantener a Emilie completamente en secreto. Nadie debería saber que estás aquí, así que tendremos tiempo para averiguar más...

    CAPÍTULO TRES

    Cuando Lucrécia le llevó la cena a Emilie, encontró a la joven sentada, tratando de levantarse. Al verla con el plato de comida, dijo:

    – Debo irme.

    – ¿A dónde?

    – No lo sé. A cualquier lugar

    – Estás muy débil, Emilie. Quédate un poco más con nosotros.

    – No me siento bien estando aquí, comiendo y bebiendo... ¡Ni siquiera sabes quién soy!

    – Lo sé: eres una mujer joven que necesita ayuda... Que tiene una persona muy querida llamada Cíntia y que quieres volver a verla. Y sé que estás débil, tremendamente débil. Necesitas comer y descansar para recuperar tu fuerza. Come y descansa esta noche. Mañana, si estás mejor, más fresca y dispuesta, entonces estaré de acuerdo en que te vayas.

    Convencida, Emilie se sentó y cenó. La comida era sabrosa y comió como no lo había hecho en mucho tiempo. Lucrécia tuvo cuidado de preparar comida sustanciosa y al mismo ligera, para readaptar el organismo debilitado de la recién llegada. No podía ignorar que sentía simpatía y atracción por esta extraña. Después de la cena, Emilie intentó dormir. Le tomó un tiempo calmarse, pero finalmente, abrumada por el agotamiento que aun la dominaba, se quedó dormida. El sueño de la joven estaba demasiado atormentado. Tuvo pesadillas que despertaran a Jairo y Lucrécia.

    Esta corrió para ayudar a la joven, que gritaba desesperada:

    – ¡No! ¡Por favor no mates a mi hija! ¡Dios mío! ¡Cíntia!

    – Cálmate, despierta, es solo un sueño – dijo Lucrécia –, solo un sueño. ¡Ahora vamos!

    – ¡Se llevaran a mi hija!

    – ¡Cálmate! ¡Se acabó!

    – ¿Por qué? ¿Por qué tanto mal? ¿Por qué me hicieran esto?

    – Cálmate, se acabó, todo está bien –. Emilie siguió llorando:

    – ¡Quiero a mi hija! ¡Quiero mi vida!

    – Emilie, trata de calmarte, ¡todo estará bien!

    – Se llevaron a mi hija, me quitaran la vida. ¡Me robaran todo lo que tenía!

    – Cálmate. ¿Quieres hablar sobre eso y contarnos qué pasó?

    – Duele demasiado...

    – Entonces duerme, descansa.

    A un gran costo, Lucrécia logró calmarla y que volviese a dormir. Luego regresó a la cama pensativa: ¿Qué le habrá pasado a ese joven? ¿Quién será ella? Fue intrigada y penalizada que Lucrécia se durmió.

    Mientras dormía, su cuerpo espiritual se desprendió y caminó hacia donde estaba Emilie. Se detuvo en la puerta, horrorizada. Alrededor de la joven había cuatro entidades en un estado terrible, susurrando en su oído. Ella trató de liberarse de las criaturas, luchando en la cama. Había dos hombres, dos mujeres. Cuando notaran el acercamiento de Lucrécia, se alejaran un poco y hablaran en un tono amenazador:

    – No sirve de nada tratar de ayudarla. Ella debe morir. Ella tiene que morir. Se merece sufrir.

    Lucrécia miró a esos espíritus en un estado lamentable, sintiendo una profunda ternura por ellos. Miró la cara de todos y luego, movida por una intensa compasión, preguntó, casi suplicante:

    – Mis hermanos, ¿quiénes son? ¿Por qué están persiguiendo a esta chica? ¿Qué quieren con ella?

    – No sabes lo que estás haciendo cuando llevas a un asesino a tu casa. Ella tiene que pagar. ¡Tiene que morir!

    – La justicia a Dios pertenece. Si ella hizo algo mal, no hay necesidad de preocuparse, ella cosechará las consecuencias –. Y miró a Emilie con cariño –. Por el estado en que se encuentra, creo que ya está cosechando...

    – Puedes estar segura de que ella las pagará. Y pagará caro por todo lo que nos hizo sufrir. ¡Ella nunca saldrá de esta situación, nunca! ¡Tiene que pagar! ¡Tiene que morir! Y te estás metiendo en problemas. Estás empezando a interponerte en el camino. ¡Casi lo logramos, casi!

    Otra entidad femenina dijo:

    – Ella estaba a solo un paso, un paso de un fracaso desastroso. ¡Pero tenían que ayudarla!

    La otra entidad femenina dijo despectivamente:

    – Fue la hija.

    – No importa. Ella no se saldrá con la suya –. Lucrécia insistió, generosa, tratando de remover a las criaturas de la intención de molestar a Emilie:

    – Hermanos, no tiene sentido quedarse así, a su alrededor, como moscas sobre la miel. También necesitan ayuda. ¡Mírense! ¡Están hechos jirones!

    Una de las mujeres dijo:

    – No importa. Hasta que ella se una a nosotros, no nos rendiremos.

    No sirve de nada que lo intentes. Por tu bien, mejor saca a esa mujer a la calle. Caso contrario...

    Lucrécia enfrentó a la criatura que amenazaba la tranquilidad de su hogar con un ojo firme:

    – No sirve de nada amenazar, hermana mía. En esta casa, creemos en el amor y en la justicia de Dios. Nosotros creemos en Jesús. Nos enseñó que debemos amar y hacer el bien a todos, tratándonos como verdaderos hermanos. Y así lo hacemos.

    – Peor para ti. Si insiste en ayudar a esta mujer, también sufrirás.

    Lucrécia, sintiéndose extrañamente conectada con esas criaturas infelices y brutalizadas, todavía trataba de hablarles un poco; sin embargo, intuyendo que el trabajo sería largo y arduo, regresó a su habitación. Se colocó al lado de la cama, vislumbrando el cuerpo espiritual del esposo, quien se sentaba y meditaba. Ella se unió a él y continuaron orando por mucho tiempo. Amanecía cuando regresaran al cuerpo físico, para el nuevo día que se anunciaba.

    Al despertar, Lucrécia recordaba vagamente lo que había visto, como si fuera solo un sueño. Aun así, estaba segura de que Emilie necesitaba ayuda.

    Sus problemas eran graves, mucho más graves de lo que ella podía darse cuenta. Estaba siendo perseguida por entidades espirituales que estaban ansiosas por dañarla. Se levantó esa mañana pidiéndole ayuda a Dios para que pudiera ser realmente útil.

    Ella fue a la otra habitación, preocupada. La joven estaba ardiendo de fiebre. Lucrécia corrió a la cocina e hizo agua fría con algunas hierbas para bajar la temperatura.

    Puso el parche en la frente de Emilie y lo dejó allí por un tiempo, sin obtener ningún resultado. Cuando Jairo entró en la pequeña habitación, ella le pidió: debes buscar un médico. Esta joven está muy mal.

    Pero no tenemos dinero, Lucrécia. ¡Un médico te cobrará! ¡Jairo, tenemos que hacer algo, o ella morirá! La fiebre está muy alta.

    – Entonces le pediré a Belisario que venga y ayude con sus oraciones.

    – ¡No! Necesitamos un médico. ¡Su caso es serio! Ve a buscar al médico, y cuando llegue allí, llegaré a un acuerdo con él sobre el pago. Me comprometo a hacer pan, trabajando para él, no lo sé. Tráelo. Entonces ya veremos.

    Jairo se fue sin decir nada más. Confió en su esposa y se dio cuenta de la gravedad de la situación. Después de un tiempo, regresó con el médico. Había sido difícil encontrar a alguien que aceptara ir a la pequeña cabaña que estaba un poco lejos del pueblo, en una zona pobre, donde solo vivían simples pescadores. Finalmente, hablando en nombre de Miguel, un amigo que residía en Barcelona y también tenía negocios en Bilbao, Jairo logró su objetivo. Afortunadamente, Miguel le había contado sobre este conocido médico en Barcelona que recientemente había pasado temporadas en la provincia.

    Lucrécia, angustiada, esperaba a su esposo:

    – Me alegro de que hayan llegado. La fiebre no disminuye, está empeorando.

    – Este es el doctor Francisco. Mi esposa, Lucrécia, que encontró a la joven en el acantilado.

    – Señora...

    Ella está muy enferma.

    El médico se acercó a la cama, con una pequeña bolsa negra y el estetoscopio. Se sentó al borde de la cama. Él apartó el cabello de la joven y cuando vio su rostro palidecer, se levantó asustado.

    – No puedo hacer nada.

    – ¿Cómo que no, doctor? ¡Ella está muy mal!

    – No puedo. No hay nada que pueda hacer para ayudarla –. Estaba pálido y actuaba como si tuviera miedo de algo.

    – Pero, doctor, esta joven necesita ayuda o no se resistirá. El médico intentó salir de la habitación, pero Lucrécia lo tomó del brazo y le dijo, sin pensarlo:

    – No huyas del pasado, enterrando el presente –. Francisco la miró y respondió asombrado:

    – No sé de qué estás hablando.

    – Yo tampoco, solo sé que no quieres ayudar a alguien que lo necesita con urgencia. ¿Por qué? Eres médico y tu trabajo es salvar vidas, ¿verdad? ¡Si no ayudas a esta joven, ella terminará muriendo! Necesitas hacer algo.

    Sorprendido y sin saber qué hacer, Francisco regresó al borde de la cama. Se sentó, sacó su equipo de la pequeña maleta y comenzó a examinar a Emilie, bajo la atenta mirada de Lucrécia y Jairo. Finalmente, cerró la maleta, fue hacia la pareja y le entregó una receta que le prescribía algunos medicamentos:

    – Tienes razón, es muy grave. Sospecha de neumonía. Dele estos medicamentos. Debería volver mañana para otra visita, pero no quiero que nadie sepa que estoy ayudando.

    Jairo le preguntó al doctor vacilante:

    – ¿Qué le pasa, doctor?

    – ¿No saben quién es esta joven?

    – No. Como dijo mi esposo, la encontré en el acantilado.

    . Creo que tenía la intención de suicidarse en el mar, y por alguna razón no pudo.

    – ¿Cuándo fue eso?

    – Hace dos días.

    – Es... Es el momento en que la han estado buscando.

    – ¿Quién?

    – Familia, médicos, policías, entre otros.

    – ¿Por qué?

    – Se escapó de una clínica que se ocupa de enfermos mentales.

    – ¿Enfermos mentales? No me parece enferma – dijo Lucrécia pensativamente.

    – ¿Ni siquiera sabes quién es ella? – insistió el doctor.

    – ¡No!

    – Es Emilie de Bourbon y Valencia.

    – Emilie de Bourbon y Valencia... – Jairo buscó en el recuerdo donde

    – Escuché ese nombre. De repente ella dijo: ¿La que fue acusada de intentar matar a su esposo e hija?

    – Sí, eso mismo. Tuve la oportunidad de conocerla meses antes de la tragedia.

    – ¿Y es verdad todo lo que dicen de esta joven?

    – ¿Conoces la historia?

    Fue Lucrécia

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