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Avatares del destino 3
Avatares del destino 3
Avatares del destino 3
Libro electrónico697 páginas14 horas

Avatares del destino 3

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Información de este libro electrónico

Las fuerzas que lucharon en el principio de los tiempos se vuelven a encontrar y las oscuras profecías escritas en los pergaminos de Nínive llegan a la prueba final. Pronto se sabrá de que lado está la verdad pero para eso será deberá desatarse el caos, humanos, arcángeles, y ángeles caídos lucharán en una batalla sin cuartel. El destino ha colocado las piezas en su lugar y ahora será el libre albedrío del hombre lo que defina el futuro de la humanidad

IdiomaEspañol
EditorialCaesar Alazai
Fecha de lanzamiento13 jul 2015
ISBN9781310196607
Avatares del destino 3
Autor

Caesar Alazai

Escritor, autor de obras como El Bokor, Un ángel habita en mí y El Cuervo.

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    Avatares del destino 3 - Caesar Alazai

    Prólogo: Nisi cridideretis non intelligetes (1)

    Cambié mis alas por el placer de habitar con los hijos de los hombres y ahora soy despreciado y obligado a caminar por los valles de las sombras y la muerte.

    Nueva Inglaterra, veinte años atrás.

    El hospital psiquiátrico de Nueva Inglaterra había adquirido un notable prestigio en los últimos años. Muchos casos criminales eran valorados en sus instalaciones y por una orden federal algunos de los más peligrosos presos del país eran recluidos temporalmente allí para ser estudiados.

    Esa mañana, el hospital había despertado con noticias tranquilizadoras, luego del maremágnum que se había desatado en las semanas anteriores por el secuestro y muerte de los principales líderes religiosos del mundo. Las declaraciones de Josué Ben Tadir y de Tomás Stein, habían mostrado a todo el planeta, que la amenaza de los movimientos neonazis seguía estando latente y que aún había mucho camino que recorrer en materia de consensos religiosos. El canal CNN cubría en vivo los oficios de los sacerdotes que habían sido envenenados en Suiza, mientras daba cuenta de acuerdos de paz que se firmaban entre las naciones que se habían inculpado de los raptos y asesinato de sus líderes.

    Por uno de los pasillos del hospital que conducía a las celdas de máxima seguridad, dos hombres con batas blancas se aprestaban a visitar a un interno con características muy especiales, Edward Benton, el asesino serial más prolífico en la historia de Nueva Inglaterra estaba siendo evaluado para ser tomado como candidato a una droga en experimentación, desarrollada por el experto en neurocirugía doctor Louis Cooper. El propio doctor Cooper lo visitaba en compañía de Ferdinand Russell, un connotado doctor miembro de la Junta Directiva de la Organización Mundial de la Salud.

    Atado a una silla, sin mayor libertad que la posibilidad de mover ligeramente las muñecas, los dos doctores observaban a Edward Benton discutir con una voz pastosa con el enfermero que le administraba una dosis de los psicofármacos que tenía prescritos. Esperaron unos segundos a que la droga hiciera efecto e ingresaron a la estrecha celda que albergaba a Edward desde hacía una semana.

    El doctor Cooper tomó la muñeca de Benton, hizo una medición rápida de las palpitaciones de su corazón y con voz calma lo animó a volver a contarle su historia.

    El prisionero, con la mirada aletargada y sin control de su cuerpo, comenzó a relatar:

    —Un relámpago rompió la monotonía de un cielo en sepia, una luna rojiza daba cuenta de que una guerra encarnizada se había llevado a cabo y que mucha sangre se había vertido. La lucha había terminado y una alfombra de alas rotas cubría el suelo por el que caminaba Miguel, el Arcángel Guerrero de Dios. Muchos ángeles que fueron de su corte habían sido abatidos dentro de los dos bandos en que se habían dividido las fuerzas celestiales. La rebelión iniciada por el Portador de la Luz había fracasado y éste y todo su séquito fuimos desterrados a habitar en la oscuridad del inframundo.

    —¿Puedes decirme qué más veías? —Preguntó Cooper.

    —Pude ver cómo, con un rostro marcado por la batalla, Azazel miraba marcharse a Miguel desde el abismo en que había sido confinado. El chivo expiatorio, lugarteniente de Satán, había sido derrotado por las fuerzas del creador y ahora, sin sus poderosas alas negras, lucía como un hombre común pero en su mente seguía viva la sed de venganza. Había perdido una batalla contra Miguel pero no estaba dispuesto a admitir que la guerra había llegado a su fin.

    —¿Ha terminado la guerra, señor Benton?

    —La confrontación final está apenas por iniciarse y en medio de esta lucha ha sido colocado el hombre, quien con su libre albedrío estará obligado a elegir a cuál de los bandos unirse.

    —Así que conoce usted a Satán y a Azazel en persona. ¿Algún otro demonio que usted conozca?

    —Estuve presente en la reunión de los caídos presidida por Azazel. Los demonios no dejábamos de quejarnos de la suerte que nos correspondiera en la lucha por el poder. Mammon príncipe de la avaricia, Asmodeo quien en la creación tentó a Eva a que mordiera la fruta del bien y del mal, Astaroth quien ve el presente, pasado y futuro, Baal el astuto, Belzebú el príncipe de los demonios y Mefistófeles. Todos ellos clamaban a gran voz, demandando que nuestros linajes fueran respetados pero nuestras demandas no eran escuchadas, el Creador hacía oídos sordos a nuestras peticiones.

    —¿Y dice usted, señor Benton, que estuvo presente en todos estos hechos?

    —Así fue. He estado por milenios contemplando la lucha de los caídos contra el dictador del cielo. Yo me convertí en un humanista, mezclé mi sangre con la de las mujeres y por eso fui desterrado y condenado a arrastrarme.

    —¿De verdad se cree usted un humanista?

    —Los seres humanos no comprenden mi actuar porque han sido aleccionados de que representamos el mal, sin detenerse a pensar que la fuente de la que toman la información está totalmente sesgada.

    —¿Pero usted ha poseído el cuerpo de un hombre?

    —Solo transitoriamente para decir mi verdad, para alertarlos de que la confrontación final se encuentra cerca. Que las profecías escritas en los pergaminos de Nínive están a punto de cumplirse y la gran batalla iniciará en cualquier momento.

    —¿Es usted omnisciente, señor Benton?

    —Por supuesto pero llámeme Samael, Edward Benton es el pobre imbécil que ustedes han atrapado.

    —¿Samael?

    —Puede llamarme Veneno de Dios si así lo prefiere, aunque algunos me llaman Ángel de la Muerte.

    —¿A eso se debe que se haya tatuado eso en su brazo? —Preguntó Cooper descubriendo con delicadeza el torso del enfermo mostrándole a Russell un tatuaje con letras en hebreo:

    סמאל

    —Esa marca es solo mi nombre verdadero.

    —Pero muchas marcas parecidas fueron descubiertas empapelando su habitación.

    —Solo son algunas otras entidades que están involucradas en esto.

    —¿Puedo hacerle algunas preguntas? —Interrumpió Russell.

    —¡No tentarás al señor tu Dios! —respondió Benton con una voz gutural.

    —¿Es usted mi Dios?

    —Soy uno de ellos, —dijo ahora con un tono divertido.

    —Sin embargo, está usted recluido en este sanatorio, yo no diría que esa silla en la que está sea precisamente el trono de Dios.

    —Quien se encuentra recluido es Benton pero ya está próximo a ser liberado.

    —¿Liberado de qué?

    —De la pesada carga que representa su existencia.

    —¿Va usted a matarlo?

    —No se puede matar lo que ya no tiene vida.

    —¿Dice usted que Benton está muerto? —Inquirió Cooper.

    —Siempre lo ha estado.

    —¿Tan muerto como sus víctimas, señor Benton?

    —Tan muerto como usted doctor Cooper.

    —Veo que me conoce.

    —Sé todo de usted. Incluso podría decir que sé de usted más que usted mismo. Sé bien lo que piensa hacer y porque ha traído hasta acá a Russell.

    —Podría darme un ejemplo.

    —Es aburrido tener que dar explicaciones a un ignorante como usted, doctor Cooper.

    —Quizá sea que simplemente no sabe nada de mí.

    —¿Quiere ponerme a prueba?

    —No tengo tiempo para sus juegos, señor Benton. Estamos aquí para saber si su caso aún puede tener cura.

    —¿Y para que querría Benton ser curado?

    —Para volver a la normalidad, dejar de ser un asesino.

    Una risa macabra se escuchó en la habitación aunque Edward Benton prácticamente no movía sus labios. El pulso que le era monitoreado por una maquina conectada con electrodos, había descendido considerablemente y en la habitación se sentía un frío que calaba los huesos.

    —Benton no desea volver a esa normalidad como ustedes la llaman —Siguió Benton girando la cabeza para ver de frente al doctor Russell.

    —¿Es Edward Benton su prisionero?

    —Edward es simplemente un medio.

    —¿Y por qué no permite que él nos hable? —Inquirió Cooper.

    —¿Y eso de qué serviría?

    —Para demostrarme a través de su testimonio que realmente es usted un demonio y que habita en el cuerpo de este hombre.

    —¿No quiere algo más tradicional, como hablar en lenguas o torcer el cuello de este hombre?

    —¿Lo haría?

    —Un efecto demasiado burdo. Quizá sea más efectivo que le torciera el cuello a usted doctor Cooper.

    —Pero está usted maniatado.

    —Solo libéreme un brazo y lo haré pedazos.

    —Creí que un demonio sería capaz de escapar de una camisa de fuerza. ¿Puede hacerlo?

    Un silencio solo interrumpido por la pesada respiración del paciente se apoderó de la habitación. Todo parecía indicar que los psicofármacos habían sedado por completo al hombre.

    —¿No me contesta señor Benton? —preguntó Cooper con un tono más firme.

    Nuevamente solo el silencio imperó en la celda.

    —Bien, creo que se ha acabado la charla de hoy —dijo Louis Cooper mientras se retiraba unos pasos para hablar a solas con el doctor Russell, que tomaba notas de las respuestas del paciente.

    —Doctor Cooper ¿Cree usted en la posesión demoníaca? —dijo Russell levantando la vista por un momento de su block de notas.

    —Por supuesto que no. Este hombre está enfermo pero no porque un demonio haya tomado su cuerpo.

    —Pero todos sus exámenes clínicos han sido normales, no hay alteraciones en la química de la sangre, ni rastros de lesiones cerebrales, ni tumores.

    —Lo sé doctor Russell pero seguimos investigando.

    —¿Y qué hay del tatuaje?

    —Más que un tatuaje parece ser una mancha de nacimiento. Sin embargo, en fotos de este hombre en sus años previos, esta mancha no aparecía.

    —¿Entonces se la ha tatuado?

    —Más bien parece que le ha salido espontáneamente.

    El doctor Russell enarcó las cejas en un gesto de incredulidad y se quedó a la espera de una ampliación de Cooper que no se llegó a dar.

    —¿Qué espera obtener de este hombre, doctor Cooper?

    Deseo experimentar una nueva droga, que puede ser muy útil en estos tipos de trastornos. Para eso he pedido la autorización de su organización doctor Russell.

    —¿Y por qué elegiría usted a Benton como conejillo de indias?

    —Es ideal. Está condenado a cadena perpetua, no tiene familia, presenta todos los síntomas: su doble personalidad, sus estados hipnóticos, la aparente sabiduría que encierra.

    —¿Ha dicho usted sabiduría?

    —Tiene un coeficiente intelectual elevadísimo. No recuerdo un ser humano que haya dado tan alto en los test que se le aplicaron. De hecho nos obligó a cambiar la escala.

    —¿Pero todas esas locuras de haber presenciado la batalla entre ángeles y demonios?

    —Siempre ha sido consistente. Es una historia que él mismo cree y la cuenta como si la hubiese vivido. De hecho me ha hablado de muchas guerras pasadas y otras que han de pasar, en las primeras como si hubiese estado allí bajo el mando de Napoleón y de Adolfo Hitler. Mientras en las que han de pasar se presenta a sí mismo como un importante comandante de legiones.

    Edward Benton se encontraba mirando a los dos galenos, mas su mirada parecía perdida en el vacío. Un pequeño susurro ininteligible se escapaba de sus labios.

    —Me gustaría que viera algunos videos que tenemos grabados de entrevistas que Benton ha tenido con profesores de historia, matemáticas, física y prácticamente todas las ramas del saber humano. Este hombre sabe las respuestas a todas las interrogantes.

    —¿Y qué hay de la religión? —Preguntó Russell.

    —¿Qué pasa con ella, doctor Russell?

    —¿Ha sido entrevistado por un sacerdote?

    —Directamente por el obispo Preston. Su dictamen es que este hombre conoce a la perfección todos los libros, no solo la Biblia, sino todos los libros sagrados de las religiones de este planeta, incluidos los textos apócrifos.

    —Un erudito.

    —Un mecánico.

    ¿Cómo dice usted, doctor Cooper?

    —Que el señor Benton es un mecánico. Hasta hace apenas cinco años se ganaba la vida reparando autos en Nueva Inglaterra. De allí tomaba sus víctimas. En la última de ellas fue atrapado in fraganti y recluido en prisión. Fue llevado a juicio y encontrado culpable de diez homicidios. Debió ser ejecutado hace tres años pero sus abogados encontraron mil artificios legales que postergaron la ejecución de la pena, hasta que un juez aceptó un dictamen psiquiátrico y fue confinado a estar en este centro de por vida o hasta que encuentre la cura.

    —¡No me dirá que este tipo puede ser curado!

    Un nuevo siseo parecido a una risa se escapó de los labios del prisionero y distrajo por un momento al doctor Cooper, quien recomponiéndose contestó:

    —De hecho es lo que pretendo con la aplicación de la nueva droga.

    —¿Y sacar a un chiflado que se cree un demonio a las calles?

    —Sacar a un hombre de su enfermedad.

    —No estoy muy convencido doctor Cooper. Creo que no debería experimentarse en un hombre que ha demostrado ser tan peligroso. Además los familiares de las víctimas harían presión para que no sea liberado nunca, aún y cuando usted certificara que está curado, este hombre no podría abandonar nunca este hospital.

    —Ese es mi punto. Este tipo es ideal, porque estaría confinado por siempre en este hospital y podríamos hacer un estudio clínico sin precedentes.

    —¿Y qué pasa si la droga no funciona, doctor Cooper?

    —No existiría nadie que lo echara de menos si llega a fallecer o si le afecta en algo su cerebro, creo que nadie tampoco indagaría sobre la salud mental de alguien que ya fue declarado loco hace muchos años.

    —¿Y en qué consistiría el tratamiento?

    —Quisiera inyectar directamente la droga en el tejido cerebral, con cantidades incrementales hasta llegar a los veinte miligramos. Luego someteríamos al señor Benton a una serie de estudios para determinar si hemos logrado que vuelva a la realidad.

    —¿Cómo pretende demostrar que su estado ha mejorado?

    —Mis conversaciones con él son el mejor elemento de juicio, llegará un día en que vuelva a ser el mecánico que siempre fue y todo lo que ha pasado en estos años se convertirá en un simple sueño.

    —Una monstruosa pesadilla diría yo, doctor Cooper.

    —Cuestión de puntos de vista, doctor Russell. Este hombre, debido a algún desorden, ha asimilado todo el conocimiento humano y pudo haberse convertido en un erudito, el descubridor de curas de enfermedades o un ingeniero como no ha conocido la humanidad.

    —En cambio se convirtió en un asesino.

    —Sí, doctor Russell, fue lamentable. Benton siempre adujo que había acabado con las vidas humanas que albergaban a ángeles caídos que habían perdido su camino. Que la única forma de volverlos a la senda era sacrificando su vida terrenal. Eso lo convirtió en un asesino con motivos religiosos.

    —Lo que siempre me intrigó, doctor Cooper, fue su forma de matar a esta gente. Los médicos forenses hablaban de heridas que habían sido instantáneamente cauterizadas, como si algo con filo pero a la vez incandescente, los hubiese atravesado.

    —Nunca apareció el arma que utilizó Benton, así que es poco lo que puedo agregar sobre eso, doctor Russell.

    —Es verdad, doctor Cooper, los diarios dieron cuenta de que a pesar de haberlo encontrado con su última víctima y haber sido esta asesinada de la misma forma, nunca se vio el arma en la escena del crimen.

    —Las víctimas eran todas indigentes, ninguno tenía una familia o un domicilio fijo, no se les conocieron trabajos, eran personas que, probablemente, de no haber sido asesinadas, nadie se habría enterado de que un día estuvieron por este mundo. No es sino ahora muchos años después que han salido posibles familiares para oponerse a la liberación de este hombre.

    —Situación muy similar a la de Benton ¿No le parece? —Preguntó Russell.

    —Es verdad, es extraño que un asesino de este tipo mate a sus iguales, ¿Por qué querría matar a estos hombres y mujeres?

    —Pues según ha dicho para liberarlos de su atadura humana. Además ha dicho que eran ángeles caídos que habían perdido el camino. ¿A qué camino cree que se refería, doctor Cooper?

    —Por lo que he hablado con él, doctor Russell, este hombre cree firmemente que muy pronto se dará un hecho sin precedentes, una confrontación de las fuerzas que lucharon al principio de los tiempos y que de alguna manera él está involucrado.

    —¿Ángeles contra demonios?

    —O algo parecido doctor Russell. ¿Es usted una persona creyente?

    —Más bien yo diría que soy «dudante» aunque mi madre era una católica muy dedicada a las cosas de su Iglesia y me crió en un ambiente lleno de santos y oraciones. Con los años pude apartarme del camino de sacerdote que estaba preparado para mí y dedicarme a estudiar medicina. Logré convencerla al decirle que haría todo lo posible por hacer la caridad en África, cuando terminara mis estudios de medicina.

    —Y así lo ha hecho, según se desprende de su currículo, doctor Russell.

    —Cumplí con mi madre, estuve dos años practicando la medicina en el África Negra y allí pude ver y escuchar muchas cosas que me erizaban los pelos.

    —Esa pobre gente está llena de supersticiones. A mayor nivel de pobreza, mayor caudal de religiosidad parece tener la gente.

    —¿Ha estado usted en el África Negra, doctor Cooper?

    —No, doctor Russell, solo estuve en Sudáfrica.

    —Entonces no conoce la mayor de la miserias humanas, doctor Cooper.

    —Creo doctor, que miseria hay en todos lados, aquí mismo, si usted se va a las zonas marginales, podrá encontrar muertos de hambre durmiendo empapados en el alcohol con el que salen de su oscura realidad.

    —¿Una especie de hades en la Tierra? —Preguntó Russell que casi adivinaba la respuesta.

    —El infierno mismo y todos los ángeles caídos, amigos de Benton.

    —¿Cómo dijo este hombre que se llamaba en su condición de ángel? —Volvió a inquirir Russell.

    —Me parece recordar que Samael —respondió Cooper.

    —¡Sí, eso es! ¡Dijo llamarse Samael! ¿Doctor Cooper, sabe usted de demonología?

    —Prácticamente nada. Sé de demonios y los nombres que recibe el diablo, tales como Satán o Lucifer pero nada más allá de eso como para comprender las cosas de las que habló este hombre.

    —Benton nombró a varias entidades que son estudiadas en la demonología, recuerdo haberlo escuchado hablar de Asmodeo, Mefistófeles, Belzebú…

    —¿Son todos esos nombres de Satanás? —Preguntó Cooper.

    —No exactamente, doctor Cooper, se trata de demonios que han sido nombrados en diferentes tratados y diferentes cultos. Mefistófeles fue el que hizo el pacto con Fausto ¿Recuerda usted?

    —Vagamente lo recuerdo de mis épocas de estudiante.

    —También habló de Astaroth y de Mammon, estos eran demonios importantes, aunque menos que Lucifer, se dice que comandan legiones.

    —¿Una especie de ejercito del mal, doctor Russell?

    —Exactamente eso, un ejército que espera volver a luchar contra las fuerzas del Creador lideradas por el Arcángel Miguel.

    —Es verdad, recuerdo haber oído a Benton hablar de eso. No sabía que era usted versado en esto de la demonología, doctor Russell.

    —Solo soy un tipo curioso a quien no le gusta que haya cosas ocultas.

    —¿Qué tipo de cosas ocultas? ¿Me habla usted de todas esas supercherías de misas negras y encantamientos?

    —No lo tome a la ligera, doctor Cooper, todas esas cosas son tan reales como usted y como yo.

    —Pues déjeme decirle algo, doctor Russell, al diablo con el diablo y todas esas cosas. Son solo cuentos de camino para engañar incautos y hacerlos temer a cosas que son perfectamente explicables por métodos científicos.

    —¿Halla usted explicación a la sabiduría desarrollada por Benton?

    —Aun no pero la encontraré, de momento solo me gustaría saber dónde y cuándo estuvo Benton expuesto a todos esos conocimientos. No puede haberlos adquirido de la nada, aunque su cerebro sea, por causa de una lesión, capaz de absorber como una esponja, alguien tiene que haberle enseñado o de algún sitio tiene que haberle llegado la información.

    —¿No cree en la sabiduría espontánea, doctor Cooper? —Preguntó Russell mientras se acercaba al paciente y le ponía la mano sobre la cabeza.

    —¿Me toma usted el pelo, doctor Russell?

    —No, por supuesto que no, solo recordaba alguna lección de mi madre, donde me decía que Dios es omnisciente y omnipresente y me decía, si Dios lo es, ¿Por qué no habría de serlo Satanás?

    —¿No me querrá decir que Benton es Satanás en persona, doctor Russell? —Dijo Cooper rompiendo a reír.

    —No doctor, solo es un sirviente, él mismo ha dicho que era Samael y ¿Sabe una cosa? Yo le creo.

    —Usted tiene que estar bromeando doctor Russell ¿Por qué habría usted de creerle?

    —Porque cuando le he tocado la cabeza sentí una fuerza extraña que se apoderaba de mí. ¿Recuerda cuando Samael le dijo que le desatara una mano y lo despedazaría?

    —Por supuesto, doctor Russell ¿Por qué me lo recuerda?

    —Porque no mentí —dijo Russell abalanzándose contra Cooper mientras le retorcía el cuello hasta quebrarle las cervicales.

    Capítulo I: Alios ego vidi ventos; alias prospexi animo procelas (2)

    Hay personas que conocemos y olvidamos fácilmente, otras nos atacan y no nos hieren pero a veces aparece en nuestra vida una que nos marca para siempre…

    Costa Rica, América Central, época actual.

    Los veía allí sentados, esperando con ansiedad el comienzo del relato y no se explicaba cómo los años habían pasado tan rápido. Habían cumplido los dieciocho años el día anterior y como les prometió, les iba a relatar todo lo que había sucedido hasta el día de su nacimiento. Nunca les habían querido contar toda aquella historia, eran demasiado niños y les habría costado entender muchas cosas. Sin embargo, cuando contaban dieciséis años, Axel encontró unos recortes de periódico donde se hablaba de sus padres y de unos hechos en los que se vieron envueltos. En uno de los recortes se hablaba incluso de unas muertes en extrañas circunstancias. El joven se los mostró a su hermana Lucía y de mutuo acuerdo, como era normal en ellos, decidieron preguntar a sus padres. Pilar dudó por un momento pero sabía que eran demasiado jóvenes e impresionables para comprender lo sucedido y el porqué ella y Gabriel habían decidido involucrarse en aquella historia. Decidió posponer esa historia hasta su mayoría de edad y a pesar de que hacía dos años de eso, ellos no lo habían olvidado y apenas después de soplar las velas de su pastel de cumpleaños, la habían mirado expectantes y le habían asegurado que ahora ya sí, debía contárselo. Tenía que reconocer que aunque para ella siempre serían sus pequeños, se habían convertido en dos jóvenes bastante maduros para su edad. Axel era un chico cariñoso, inteligente, de complexión fuerte con el cabello rubio y una sonrisa que cautivaba a todos cuantos lo conocían. Lucía era, por el contrario, una joven delgada, muy independiente, con el cabello negro y rizado como su madre y unos ojos enormes e impresionantemente bellos, de color verde. Para ella sus hijos eran muy guapos pero a veces pensaba si no sería su amor de madre el que le hacía verlos así. Sin embargo, cuando salía acompañada de ellos por la ciudad, notaba las miradas que le lanzaban y se daba cuenta que no solo ella los veía bellos.

    —Mamá ¿Piensas empezar esa historia de una vez? —exclamó Lucía sacándola de sus pensamientos.

    —No sean impacientes chicos, dejen al menos que tome asiento.

    —¿Impacientes? —Replicó Axel—. Llevamos dos años esperando, mamá, yo diría que somos bastante pacientes.

    —¿Qué ocurre? —Preguntó Gabriel entrando al salón—. ¿A qué vienen esas protestas?

    —Estos dos jovencitos me está regañando. Yo siempre pensé que éramos los padres quiénes debíamos regañar a los hijos, no al revés.

    —No digas eso mami —respondió Lucía dándole un beso en la mejilla— sabes que solo es una broma. Te queremos demasiado como para regañarte.

    —¿Y puedo saber para qué es esta reunión familiar de hoy?

    —Mamá nos va a contar sus aventuras antes de que naciéramos Lucía y yo —respondió Axel.

    —¡Todo lo que decían los recortes de periódicos! —Exclamó Lucía entusiasmada.

    —¿Siguen empeñados en saber eso, chicos? —Preguntó Gabriel—. Creo que debería quedar en el pasado, no fue nada agradable para su madre y para mí y removerlo no servirá de nada.

    —Pero mamá prometió contárnoslo cuando cumpliéramos los dieciocho años —Protestó Lucía—. No es justo que ahora no lo haga.

    —Tienen razón chicos —Respondió Pilar—. Prometí hacerlo y lo haré, las promesas hay que cumplirlas. Como dice su padre, no fue agradable, casi me cuesta la vida pero hicimos lo que debíamos hacer en aquel momento y tienen derecho a conocer los hechos. Vengan y siéntense aquí con su padre y conmigo, él me ayudará contando lo que ocurrió cuando me dispararon.

    —¿Que te dispararon? —exclamó Axel impresionado.

    —Sí pero comencemos por el principio —Respondió Pilar con calma—. Como ven, aún sigo viva. Todo esto comenzó hace más de veinte años cuando éramos novios. Habíamos tenido una relación complicada ya que por nuestros respectivos trabajos, ambos debíamos viajar a menudo y nos veíamos muy poco. Para estar juntos decidimos pasar una temporada aquí en Costa Rica. Su padre quiso darme una sorpresa y compró esta cabaña sin decirme nada. El mismo día que llegamos me trajo a conocerla y fuimos hasta el lago dando un paseo, estaba ansioso por mostrarme la belleza de este lugar y yo, no menos por ver todo lo que me rodeaba.

    Cuando regresamos unas horas después, había un hombre esperándonos en la entrada. Era un señor mayor, con aspecto cansado y triste, que dijo llamarse Germán y haber vivido aquí cerca hacía tiempo. En un primer momento su padre se puso a la defensiva ya que conocía la historia de este hombre, el cual había pasado años en la cárcel y en un hospital siquiátrico por el asesinato de su esposa de una forma brutal. Sin embargo, yo no tenía miedo, más bien al contrario, sentía que ese hombre había sufrido mucho y le pedí que nos contara qué quería de nosotros.

    Empezó diciéndonos que nos conocía a través de los medios de comunicación y que estaba seguro de que solo nosotros podríamos ayudarle a averiguar quién asesinó a su esposa. Nos contó que amaba a su esposa y que nunca le habría hecho daño, que la dejó en la cabaña junto a su perro, en perfecto estado y se marchó a su trabajo en la ciudad. Según parece esa noche la llamó por teléfono, como era costumbre cuando él estaba fuera pero ella no respondió, lo que lo hizo preocuparse y más cuando alguien intentó atropellarlo en varias ocasiones a pesar de ser un hombre tranquilo, sin enemigos. Al día siguiente, en vista de que su esposa seguía sin responder al teléfono, decidió volver a casa y por el camino se dio cuenta que el mismo auto que había intentado atropellarlo lo estaba siguiendo, aunque lo perdió de vista en el desvío hacia su cabaña.

    Cuando llegó a su casa encontró a su perro muerto junto a la entrada y dentro a su esposa en la cama, sobre una enorme mancha de sangre. Cuando la policía llegó, sin saber quién había avisado, Germán estaba en shock y atacó a uno de los agentes cuando se acercó al cuerpo de su mujer.

    Fue condenado por asesinato y pasó años encerrado en una prisión y en un siquiátrico. Según nos contó lo pasó muy mal en la cárcel ya que intentaron asesinarlo en varias ocasiones, hasta que un grupo de presos formaron una especie de hermandad que le ayudó a sobrevivir mientras estuvo allí dentro. Nos contó cómo el capellán empezó a interrogarlo sobre su vida y a raíz de sus preguntas, recordó que tiempo atrás había descubierto un cofre que contenía documentos en un lenguaje que no entendía y un crucifijo; parece que dejó el cofre escondido donde estaba con los documentos pero el crucifijo se lo regaló a su esposa.

    El creía que habían asesinado a su esposa por aquellos documentos tan antiguos así que apenas salió en libertad fue a buscarlos al sótano de la cabaña donde los dejó escondidos. Cuando supo que Gabriel y yo estábamos aquí, vino a pedirnos ayuda y a entregarnos esos documentos.

    —Yo pensé que ese hombre estaba loco —reconoció Gabriel— aunque sentía pena por él, al verlo en ese estado, la verdad es que no creí su historia y cuando se marchó pedí a su madre que se olvidara de todo eso a pesar de que una vez revisados los documentos, supimos que eran verdaderos.

    —Es cierto —dijo Pilar— decidimos olvidarlo hasta que unos días después vimos en el periódico la noticia de su muerte, lo habían asesinado en el autobús, cuando regresaba a la ciudad después de hablar con nosotros. Eso nos hizo pensar que tal vez todo lo que nos había contado era verdad y decidimos traducir esos documentos y estudiarlos más a fondo.

    —¿Y qué decían esos papeles? —Preguntó Lucía sin poder contener su curiosidad.

    —Pues eran unos diarios escritos por dos monjes, Francisco y Pierre que narraban una lucha a finales del Siglo XVI por hacerse con unos documentos llamados los Pergaminos de Nínive y que hacían mención a profecías para los milenios venideros. En ellos se hablaba de Capmany, un benedictino del Monasterio de Montserrat en España. Para confirmar que lo que relataban estos diarios era cierto, necesitábamos averiguar si ese benedictino había existido en realidad, así que pedimos ayuda a un sacerdote que nos puso en contacto con un hombre de esa hermandad, llamado Ariel.

    —Quien se quedó prendado de su madre, dicho sea de paso —aseguró Gabriel con un mohín.

    —Anda, déjate de cosas —le respondió Pilar sonriendo.

    —¿Eso es cierto mami? —Preguntó Lucía—. ¿Rompías corazones hasta de los religiosos?

    —¡Por supuesto que es cierto jovencita! ¿Acaso lo dudas? —Interrumpió Gabriel de nuevo—. Tu madre fue, es y será la mujer más bella del mundo, hombre que la conocía, hombre que caía rendido a sus pies, yo soy el mejor ejemplo.

    —Si no se dejan de bromas, no les cuento la historia —Aseguró Pilar intentando parecer molesta.

    —No les hagas caso mamá —dijo Axel muy serio— sigue contando.

    —Como les decía, el sacerdote nos puso en contacto con Ariel. Le contamos todo lo que nos había dicho Germán y los diarios que habíamos encontrado y nos dijo que él pensaba viajar a España para estudiar unos documentos que se encontraban precisamente en el Monasterio de Montserrat y que, si lo deseábamos, podíamos acompañarlo para investigar sobre ese Capmany.

    —Yo no podía viajar en ese momento por temas de trabajo —cortó Gabriel— pero su madre ni se paró a pensarlo, se fue con el monje a España.

    —No lo digas de ese modo —protestó Pilar—. Lo hablamos y llegamos a la conclusión que yo debía viajar para ver si conseguía averiguar algo. Viajamos hasta Barcelona y visitamos el Monasterio de Montserrat sin encontrar nada. Sin embargo, no me di por vencida y, después de consultarlo con su padre, decidí seguir algunas pistas que nos llevaban a Arles y Montpellier en Francia. Ariel y un conductor que había contratado me acompañaron y tras algunas investigaciones, encontramos unos datos que nos llevaban de nuevo a Barcelona, al Monasterio de Sant Cugat, donde por fin hallamos una prueba de que todo era verdad. En una bolsa de piel, escondida, hallamos los diarios de un hombre llamado François Théodore de la Vasseríe, un paquete de cartas y lo más importante de todo, el diario de Capmany el monje del que buscábamos información. Yo estaba eufórica, ya estaba segura que todo lo que nos había contado Germán y lo que habíamos leído en los diarios del sótano, era cierto. Sin embargo, oí una conversación de Ariel con un desconocido que me hizo sospechar que no era tan desinteresado ayudándome como yo pensaba y eso me dio miedo. Si a Germán y su esposa los asesinaron por esos documentos, yo estaba también en peligro y ahora con más motivo, ya que había encontrado nuevas pruebas. Intenté que Ariel no se diera cuenta de mis sospechas pero ese mismo día alguien entró en muestras habitaciones buscando los documentos que, por suerte, yo había escondido bien y tuvimos que salir huyendo del hotel donde estábamos para evitar que nos mataran.

    —Ariel la llevó a una casa de campo a las afueras de la ciudad —siguió contando Gabriel que necesitaba contar su versión de la historia—. Creo que al monje le gustaba su madre, debía tener una verdadera lucha interna entre sus obligaciones y sus deseos. Pero a eso ya llegaremos. Pilar me llamó para contarme que se iban del hotel porque alguien los seguía y había registrado sus habitaciones, así que cogí el primer avión y me fui a España. En ese vuelo mi compañero de asiento resultó ser un tipo peligroso que iba tras los documentos y que prácticamente nos amenazó a su madre y a mí si seguíamos investigando. Cuando llegué a España habían encontrado una nueva pista en las cartas que nos llevaría hasta un monasterio de Valencia llamado San Miguel de los Reyes, así que para allá nos fuimos al día siguiente.

    —Viajamos en tren —continuó Pilar—. Durante el trayecto me levanté para ir al baño y un tipo me atacó y me encerró en un reservado; mientras intentaba maniatarme, me amenazaba de muerte si no le entregaba los documentos. Por suerte, su padre, cual Supermán, vino en mi rescate y de dos golpes dejó inconsciente a ese hombre.

    —¡Bien por mi papá! —Exclamó Lucía impresionada.

    —Es que soy un héroe hija —bromeó Gabriel.

    —Un héroe muy modesto. —Reconoció Pilar—. El caso es que registramos a ese hombre y resultó trabajar para el obispo de Montpellier.

    —¿La Iglesia iba tras esos documentos? —Preguntó Axel que había permanecido en silencio escuchando con atención.

    —Eso es —Aseguró Pilar—. La documentación que encontramos a ese tipo no dejaba lugar a dudas. Como les decíamos, viajamos hasta el Monasterio de San Miguel de los Reyes, en Valencia y allí, entre los tres, conseguimos encontrar lo que menos esperábamos, una carta donde se decía que los pergaminos estaban aquí, en América. Habíamos recorrido media Europa buscando y resultó que lo teníamos más cerca de lo que pensábamos. Decidimos regresar al día siguiente y disfrutar visitando la ciudad al menos unas horas. Sin embargo, esa noche tuvimos problemas, dos hombres entraron a mi habitación y me pidieron los documentos o me matarían. No se me ocurrió otra cosa que decirles que los tenía Gabriel pero en vez de llevarlos a su habitación, los llevé a la de Ariel. Tal vez no fue justo hacer eso pero no quería que hicieran daño a su padre y necesitaba ganar tiempo. Llamé a la puerta diciendo algo que a Ariel le hiciera sospechar que estaba en problemas y por suerte él lo entendió, ya que siguió mi juego y se hizo pasar por Gabriel poniéndose un albornoz con la capucha. Fue una suerte porque uno de esos tipos conocía a su padre, era el que lo amenazó en el avión.

    —Yo desperté sobresaltado —continuó Gabriel— con la sensación de que algo malo pasaba y cuando fui a ver si Pilar estaba bien, la vi en el pasillo con los dos tipos esos. Sabía que buscaban los diarios así que los cogí del bolso de Pilar, que estaba en mi habitación, para negociar con ellos. Para no aburrirlos, no tuve que negociar, entre Ariel, Pilar y yo, los redujimos y escapamos de allí corriendo pero cuando estábamos a punto de subir al auto, uno de ellos disparó a su madre y Ariel se interpuso en la línea de fuego para protegerla.

    —¿Lo mataron? —preguntó Lucía con un deje de tristeza en la voz.

    —Sí, Lucía, me mintió desde el principio, solo le interesaba hacerse con esos documentos pero fuera como fuese, murió por salvarme y eso nunca podré olvidarlo.

    —¿Y después que pasó? —preguntó Axel.

    —Pues resultó que Raúl, el conductor contratado por Ariel —respondió Gabriel— era de la Interpol, nos llevó a su oficina y nos explicó que seguían el rastro de una organización dedicada al tráfico de armas y eso los había llevado a descubrir la intervención de dos organizaciones secretas. Una de ellas, a la que pertenecía Ariel, era la que interesaba a la Interpol ya que también los dos tipos que nos atacaron en el hotel eran miembros de ella y entre otros, eran culpables del asesinato de Germán y del que atacó a Pilar en el tren.

    —Nos pidieron que sirviéramos de cebo —siguió Pilar— querían cogerlos en el aeropuerto cuando intentaran matarnos para hacerse con los documentos.

    —¿Y lo hicieron? —Preguntó Lucía—. ¿Se expusieron a eso?

    —No teníamos otro remedio, cariño —respondió Pilar— no podíamos quedarnos sin hacer nada, esos tipos nos habrían seguido y tarde o temprano…

    —¿Los atraparon? —preguntó de nuevo Lucía.

    —Sí, los detuvieron en el aeropuerto —dijo Gabriel.

    —No nos has contado cómo llegaron a América esos pergaminos —Intervino Axel.

    —Pierre, uno de los protagonistas de la historia que narraban los diarios, vino huyendo a América con su esposa Isabella, fundó un hospital que atendía con su ayuda. La pareja tuvo descendencia que llega hasta hoy, el embajador francés en Costa Rica, que contrató asesinos para matar a Germán y seguirnos para hacerse de los diarios.

    —¿El embajador estaba tras todo eso? —dijo Lucía que no salía de su asombro.

    —Pues sí, por un lado el embajador y por otro la Iglesia. Pero bueno, por fin regresamos a América sanos y salvos —prosiguió Pilar—. Su padre se empeñó en que dejáramos de buscar esos pergaminos, después de todo lo que habíamos leído, sabíamos que tal vez fuera mejor que quedaran ocultos para siempre. Aunque debo reconocer que yo siempre sospeché donde estaban escondidos.

    —¿Y sabiéndolo no fuiste por ellos? —Preguntó Lucía asombrada.

    —En ese momento pensé que era mejor dejarlos allí —respondió Pilar aunque….

    —¿Aunque qué? —Volvió a preguntar la chica.

    —Muero de hambre —cortó Gabriel—. ¿Qué les parece si lo dejamos para la noche? Aún queda mucho por contar y mi estómago ya se queja.

    —¿Para la noche? —Protestó Lucía—. Seguro queda lo más interesante.

    —Así es —Aseguró Pilar— pero su padre tiene razón, vamos a comer y esta noche les contaremos el resto. Además deben empezar a preparar las maletas, en dos días se irán a la universidad.

    —Está bien mamá pero esta noche sin falta, nos cuentas el resto.

    —Prometido Lucía, se los contaré todo, ahora ayúdame a poner la mesa, mientras tu hermano baja al sótano por una botella de vino. Ya tienen edad de tomar una copita con nosotros en la comida.

    El almuerzo fue animado, los chicos no dejaban de hacer preguntas sobre los diarios, la gente de la que hablaban, Ariel y las ciudades donde habían estado investigando. Para ellos era una historia fantástica ya que siempre vieron a sus padres como personas muy serias y responsables, de las que no se dejan llevar por impulsos y ahora descubrían en ellos a los jóvenes aventureros e idealistas que habían sido.

    Lucía era quien más preguntaba, su carácter extrovertido y su natural curiosidad la llevaba a hablar sin cesar, deseosa de saber cada pequeño detalle de esa historia.

    Axel por el contrario, más serio y callado, escuchaba a sus padres y hermana sin decir apenas nada. Casi daba la impresión de estar memorizando cada palabra.

    Tras el almuerzo los chicos se dedicaron a preparar las maletas con la ayuda de Pilar que sentía como con cada prenda de vestir que guardaba en ella, recibía una punzada en su corazón. Sus niños ya eran mayores, abandonaban el nido y ella solo podía animarlos y poner una sonrisa, aunque se sintiera tan triste por dentro. Era ley de vida y debía estar orgullosa porque eran inteligentes y estudiarían en una de las mejores universidades de Estados Unidos. Se lo repetía una y otra vez aunque no sirviera de mucho, conforme se acercaba la fecha de su partida, se sentía más triste y sola.

    Llegó la noche y después de la cena Lucía la tomó del brazo, le dio un beso en la mejilla y la llevó hasta el salón.

    —Deja de dar vueltas mami, siéntate con nosotros y termina el relato.

    —Está bien —respondió Pilar con una sonrisa— parece que no nos vamos a librar Gabriel, mejor seguimos con la historia…

    —Empieza tú —respondió Gabriel— yo prepararé café, será una larga velada.

    —Está bien, empezaré yo. Chicos, les voy a contar algo que quizás les resulte difícil de creer pero no estoy loca, todo lo que les cuente es cierto.

    —Mamá —respondió Axel muy serio— te conocemos muy bien, sabemos que no estás loca, eres la persona más centrada que conocemos y sabemos que todo lo que nos digas será verdad.

    —Eso es cierto —corroboró Lucía— no vamos a pensar que estás loca aunque nos digas que viste una vaca volando.

    —Pues no sé qué será más fácil de creer, lo de la vaca o lo que yo les cuente. Pero bueno, allá voy con mi historia. Les decía esta mañana que Gabriel y yo regresamos a Costa Rica y decidimos olvidarnos de los pergaminos. Al poco tiempo nos casamos y todo nos iba muy bien, compaginábamos el trabajo con nuestra vida de pareja a la perfección y éramos muy felices. Sin embargo, yo empecé a tener pesadillas. Eran cada vez más seguidas y yo lo pasaba muy mal porque al principio no recordaba los sueños pero después sí.

    —¿Y qué soñabas mami? —Preguntó Lucía preocupada.

    —Pues empecé soñando con personas de las que hablaban los diarios, los veía vestidos de harapos y pidiéndome ayuda. Después comencé a hacer cosas sin darme cuenta, como si estuviera sonámbula.

    —¿Qué tipo de cosas? —Preguntó Axel.

    —Eso mejor se los cuento yo —dijo Gabriel entrando al salón con la bandeja del café—. Una noche, por ejemplo, fuimos al lago a nadar y mientras yo me secaba ella empezó a nadar hacia la zona peligrosa, por más que yo le gritaba que volviera, ella no me escuchaba, tuve que lanzarme al agua y sacarla a la fuerza. Ella ni se dio cuenta del peligro, solo decía que él la llamaba. Después, cuando logré que reaccionara, me dijo que un monje la estaba llamando.

    —Esa zona es muy peligrosa —dijo Axel mirando a su madre— si papá no te saca podrías haberte ahogado. A nosotros nunca nos dejaron ir a nadar allí solos.

    —Es cierto —reconoció Pilar— pero yo no me daba cuenta de lo que pasaba, solo que ese monje me llamaba y debía ir. Desde ese momento empezaron a pasarme cosas extrañas, ya no solo eran pesadillas, tenía visiones.

    —¿Quieres decir que veías cosas antes de que pasaran? —Preguntó Lucía, quien cada vez parecía más asombrada.

    —Eso exactamente quiero decir, por eso les pedí que no pensaran que estoy loca.

    —Nunca pensaríamos eso mamá —aseguró Axel convencido— si dices que tenías visiones, es porque las tenías. Continúa, por favor.

    —Su madre —continuó Gabriel— parecía entrar en trance y hablaba con personas que solo ella veía. Yo estaba muy asustado y no sabía qué pensar. La escuchaba decir que la persona con quien hablaba se llamaba Pierre y que le pedía ayuda para recuperar los pergaminos a lo que ella se negaba.

    —Decidí relajarme —continuó Pilar— no podía seguir así y pensé que tomándonos unas vacaciones y descansando, todo volvería a la normalidad pero no fue así. Una noche tuve una pesadilla en la que caía por un precipicio y alguien me daba la mano para evitar que cayera, era su padre pero iba vestido con un hábito. Yo gritaba que no me dejara caer pero entonces un crucifijo cayó de su cuello rozándole la mano y provocándole una quemadura que le hizo lanzar un grito y soltarme. Mientras caía al vacío, veía caer también el crucifijo a la vez el Cristo soltaba uno de sus brazos y lo acercaba a mí tratando de que me asiera a él. La imagen del Cristo alargando el brazo, se me quedó grabada y no tardaría en tener una explicación. Desperté y estaba junto a su padre que me pedía que abriera los ojos. Según me dijo, me había encontrado desmayada en el suelo. Esto ya fue demasiado y decidimos visitar a un sicólogo para que me ayudara. Sin embargo, antes de esa consulta, tuve varias pesadillas más, en una de ellas veía como secuestraban a un hombre y lo amenazaban de muerte si no hacía lo que le pedían.

    —La otra —continuó Gabriel— no parecía una pesadilla, yo la veía dormida y tranquila pero repetía una y otra vez la misma frase sin sentido: Entrar con pregón sima es tu sentido.

    —Pero eso no significa nada —adujo Lucía.

    —En ese momento no se lo encontramos —dijo Gabriel.— Pero todo en la vida tiene explicación hija y a esto se lo hallamos poco después. Continúa cariño.

    —El sicólogo me dijo que las pesadillas podían deberse a que yo sentía que había dejado algo sin resolver y mi subconsciente me lo recordaba, que tal vez debería hacer lo que dejé a medias.

    —O sea —cortó Gabriel—. Nos aconsejó que encontráramos los pergaminos y cerráramos ese capítulo para ver si eso le devolvía la paz. ¡Cómo si eso fuera tan fácil!

    —Pero para sorpresa de su padre, yo siempre sospeché donde estaban escondidos los pergaminos, tras una roca en una gruta, según se podía leer en el diario de Pierre, aunque con dificultad por su antigüedad: «Tras gruta rmita», claro después de hacer unos juegos de palabras. Nos tomamos dos días de descanso en la universidad y fuimos a buscarlos. Pero para mi decepción no estaban donde yo sospechaba. Sin embargo, encontramos algo que no esperaba, un crucifijo con la imagen del Cristo en la misma posición de mi sueño, con un brazo extendido.

    —Ahí tuve la certeza de que lo que su madre tenía no eran simples pesadillas, sino visiones. Sin embargo, no le dije nada para no angustiarla más.

    —¿No tenías miedo mami? —Preguntó Lucía.

    —Lo cierto es que yo aún no era muy consciente de lo que estaba pasando, no sabía hasta qué punto esas visiones serían importantes poco tiempo después. El caso es que yo estaba segura de que los pergaminos habían estado escondidos allí y que el crucifijo era de Pierre…

    —Yo pensaba que su madre iba demasiado rápido, no había pruebas de que los pergaminos hubieran estado allí, ni siquiera sabíamos que tan antiguo podía ser el crucifijo así que lo llevamos a tasar para averiguarlo.

    —Para mí fue otra decepción —continuó Pilar— el tasador nos aseguró que nunca había visto una talla en esa postura, que era una pieza exquisita, de finales del siglo XIX y tallada en Francia, con lo cual no podía ser de Pierre, por lo que deduje que sería de quien se llevó los pergaminos de allí. Esa misma noche volví a soñar, según Gabriel, volvía a decir frases sin sentido así que conectó su grabadora para que yo las escuchara al día siguiente. Llegamos a la conclusión de que esas frases podrían ser anagramas, así que pedimos ayuda a un amigo de su padre quien poco después de llegarle las frases, nos devolvió una larga lista de posibilidades pero a nada le encontrábamos sentido por lo que decidimos dejarlo. Esa noche volví a tener una pesadilla, soñé con soldados, muerte y violencia y apenas desperté y puse la televisión, escuché la noticia del fallecimiento del papa. Desde ese momento el mundo pareció entrar en un caos, saltó la noticia de que el Santo Padre había sido asesinado y comenzaron a desaparecer importantes miembros religiosos de todo el mundo y de todas las creencias, para ser exactos, dos miembros de cada una de las principales religiones del mundo. En un momento dado, una cadena de televisión dio la noticia de otro de los desaparecidos, se llamaba Ben Tadir y ese nombre fue como un flash, inmediatamente recordé que había leído ese nombre en uno de los posibles resultados de los anagramas. Una de las frases que dije dormida era «En barca budista» y una de las opciones era «Busca a Ben Tadir»

    —¿Y qué hicieron? —Preguntó de nuevo Lucía que la escuchaba absorta.

    —Pues pensándolo después con calma, una autentica estupidez —respondió Pilar—. Llamé al FBI para contarles mis sueños y todo lo que había pasado desde que apareció Germán y como es normal, el agente que me atendió, me tomó por loca. Por suerte apareció un agente guapo y simpático que pensó que tal vez no estaba tan loca.

    —Ese agente guapo y simpático del que habla su madre, es Brandon Rowling.

    —¿Tío Brandon? —Preguntó Axel con los ojos muy abiertos.

    —Exactamente —respondió Pilar— su padrino fue el único que no me creyó loca y me citó en Washington para hablar conmigo. El y su compañero Craig, se portaron muy bien, si en un primer momento dudaron de lo que dije, creo que esas dudas se despejaron apenas salí del edificio.

    —¿Por qué cuando saliste? —Volvió a preguntar Axel.

    —Porque apenas salió a la calle —continuó Gabriel— dispararon a Pilar desde un auto y la hirieron de gravedad. Intentaron matarla y eso, para el FBI, significaba que alguien tenía miedo de lo que ella sabía. Brandon y su compañero se tomaron el caso muy en serio y con los pocos datos que tenían, lograron identificar el auto desde el que dispararon. Las dos personas que iban en ese auto murieron en un accidente mientras huían de la policía pero pudieron identificar uno de los cuerpos y con eso la policía encontró una línea de investigación.

    —La policía sospechaba que todos los religiosos habían sido secuestrados por la misma organización pero no tenían pruebas de ello ni pistas y prácticamente todos los países habían formado un grupo de investigación… Una noche, mientras aun seguía en el hospital, tuve otra pesadilla y Gabriel conectó la grabadora de nuevo. En ella, yo decía cosas como que habían asesinado a uno de los religiosos llamado Simón y daba algunos datos sobre el lugar donde lo habían hecho y donde iban a quemar el cuerpo. Su padre le hizo escuchar esa grabación a Brandon quien tras mucho esfuerzo, logró encontrar el lugar y el cadáver, un horno maderero en Suiza.

    —¿En Suiza? —Preguntó Axel—. ¿Los religiosos estaban secuestrados en ese país europeo?

    —Sí, efectivamente —respondió Gabriel—. Para no extendernos demasiado les diré que gracias a los sueños de su madre, Brandon y varios agentes más, lograron desarticular ese grupo terrorista tan peligroso. Según se supo después, el cabecilla del grupo era un tal Von Stauber, el hijo de un famoso nazi conocido como El Carnicero de Treblinka. Su intención era tener secuestrados a los miembros de las principales religiones del mundo, para crear una especie de vacío de poder que llevara al caos y mientras eso sucedía, los religiosos debían crear una religión única, poniéndose de acuerdo en los diferentes dogmas de cada una de sus religiones. Parece que para obligarlos a llegar a ese consenso, el tal Stauber, usó tanto el chantaje como las amenazas de muerte. Su idea era llevar al mundo al caos total, cosa que a punto estuvo de lograr, y cuando todos pensaran que el final de la humanidad era irremediable, él mostraría a todos un nuevo Mesías, cabeza de la religión creada por todos esos religiosos. Ni que decir que faltó poco para que lograra su objetivo. Por suerte la policía llegó a punto de pararlo aunque no pudieron evitar la muerte de muchos de los religiosos.

    —¿De verdad la situación mundial llegó a ser tan preocupante, papá? —preguntó Axel.

    —Más que eso, hijo. La muerte del papa y la posterior desaparición de los religiosos, no unió a los países en un frente común para encontrarlos, como debía ser, sino que unos se acusaban a otros, se amenazaban e incluso se declaraban la guerra. Los grupos terroristas, especialmente los árabes, lanzaron una ola de atentados a los países infieles, como ellos llaman a los que no tienen sus mismas creencias. La organización de Naciones Unidas se veía impotente para calmar la situación. El mundo estuvo a un paso del apocalipsis y pueden decir con orgullo que su madre lo evitó.

    —No digas esas cosas Gabriel, eso lo hizo la policía, no yo.

    —Tal vez la policía fue la que actuó, que dicho sea de paso, es su trabajo pero si tú no les das las principales pistas, no habrían sabido por dónde empezar. Tú les dijiste donde encontrar el cuerpo del primer religioso asesinado, les dijiste el nombre del líder de la organización que los secuestró y el país donde estaba…

    —Está bien Gabriel, soy una heroína pero no olvides que no lo hice de forma consciente, son visiones que no puedo evitar tener.

    —Sea, como sea, mamá —dijo Axel— lo hiciste, ayudaste a salvar al mundo casi a costa de tu vida. Estoy muy orgulloso de ti pero…

    —¿Pero qué, Axel?

    —Pues que si tienes esas premoniciones, ¿Por qué no nos lo habías contado antes? ¿De verdad pensaste que podríamos creerte loca?

    —La verdad es que no fue por ustedes, al menos no solo por ustedes.

    —¿Entonces por qué? —Preguntó Lucía que llevaba rato callada.

    —Tenía miedo hija, tenía la sensación que volver a hablar de esto, no traería nada bueno, que podrían volver esas pesadillas. Desde que nacieron no se han vuelto a repetir y me gustaría que siguiera así. Reconozco que cuando encontraron esos recortes los veía muy niños para hablarles de visiones y cosas así, también pensé que no lo entenderían.

    —Lo habríamos entendido mamá —respondió Axel—. Sabemos cómo eres y no habríamos pensado nada malo.

    —Mami —dijo Lucía—. Dices que la situación con esos religiosos secuestrados y la muerte del papa crearon un caos a nivel mundial.

    —Así es cariño.

    —¿Cuándo los liberaron todo volvió a la normalidad así, sin más?

    —No así, sin

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