National Geographic México

UNA MISION EXTRATERRESTRE

NATIONAL GEOGRAPHIC EDICIÓN DEL ESPACIO

APRIETO EL ACELERADOR de mi motonieve y esta se desliza a toda velocidad por un mar de nieve y hielo. En la oscuridad del crepúsculo, el paisaje se tiñe de tonos de un azul etéreo. Voy de regreso a la aldea después de pasar el día recorriendo un fiordo glacial, uno de muchos en el archipiélago de Svalbard, Noruega, un macizo de islas montañosas en el Ártico alto, donde es común ver la danza de las auroras boreales mientras narvales, belugas y morsas patrullan los mares.

Es marzo, y hace cerca de un mes regresó el sol al cielo. Acompaño a 10 científicos que están en busca de peculiares accidentes geográficos llamados pingos y, específicamente, de los microbios que viven en su interior. Estos domos se forman en el permafrost y tienen el tamaño de montículos o colinas pequeñas, las cuales se expanden y contraen según la temporada, a medida que el agua que absorben se congela y derrite. Son como una erupción de hielo en cámara lenta. Las temperaturas oscilan en torno a –25ºC y los científicos, bien abrigados y armados con rifles, hacen varios viajes al día a sus lugares de estudio, donde recolectan núcleos de hielo y muestras de agua sin dejar de estar al pendiente de los osos polares.

Los microbios que habitan los pingos podrían brindar una vistazo de cómo sobrevive la vida extraterrestre en otros mundos del sistema solar, es decir, en lunas heladas cuyas cortezas ocultan mares globales. Esto es porque, en el invierno, la vida dentro de un pingo “no depende para nada de la energía solar, solo recurre a la energía química”, explica el microbiólogo Dimitri Kalenitchenko, de la Universidad de Tromsø en Noruega, líder del proyecto.

La historia de la vida en la Tierra que no depende de la luz solar es relativamente nueva. Durante mucho tiempo, “todavía creíamos que la vida en este planeta se restringía solo a la superficie… y que dependía por completo de la fotosíntesis”, indica Barbara Sherwood Lollar, geóloga de la Universidad de Toronto, quien estudia los microbios que viven en las profundidades de la Tierra. Sin embargo, a finales de los setenta, el sumergible Alvin exploró una oscura fuente hidrotermal oceánica cerca de las islas Galápagos y descubrió un ecosistema próspero a unos 2.5 kilómetros debajo de la superficie del océano. Esto cambió para siempre nuestra

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