Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Esencia Inmortal
Esencia Inmortal
Esencia Inmortal
Libro electrónico435 páginas8 horas

Esencia Inmortal

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Tras averiguar en "Despiértame" que fueron sujetos de un experimento que les dotó de telepatía, Faith y Chris se escapan a España, buscando alejarse de todo un poco, hacer las paces con su nueva realidad... y conocerse mejor.

Pronto descubren que su pasado les sigue cuando, estando en Barcelona, Faith conecta con otro sujeto y presencia a través de sus ojos cómo asalta a un hombre de avanzada edad. De la perturbadora experiencia deduce que la atacante es mujer y que el acto tiene lugar en un laboratorio, aunque también le queda el extraño sinsabor de que algo no acaba de cuadrar con la escena.

Faith y Chris informan a los padres de él, George y Teresa Luxford, que se mueven en el mundo de la ciencia secreta. Estos enseguida reconocen el laboratorio gracias a un dato clave y temen las nefastas ramificaciones de quedar expuesto lo que allí se cuece. Pero, temiendo sobre todo el peligro que ahora corren insospechadamente su hijo y la novia, no ven otra opción que recurrir a un viejo colega, el Profesor Xavier Vall, cuyas lealtades no son siempre claras, pero que oculta una virtud crucial para protegerlos.

Así, Faith y Chris, inocentes como es habitual de cuanto acontece y acompañados de un español tan encantador como desconcertante, se ven envueltos en la caza de la siniestra mujer sin saber que ella es producto de una ciencia muy superior a la suya y capaz de cualquier cosa por salvaguardar un secreto.

IdiomaEspañol
EditorialVictoria Caro
Fecha de lanzamiento6 oct 2014
ISBN9780989646710
Esencia Inmortal
Autor

Victoria Caro

Born in Spain, raised in Australia and currently living with her husband and two kids in the United States, Victoria is now working on her first non-fiction book.

Lee más de Victoria Caro

Relacionado con Esencia Inmortal

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Esencia Inmortal

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Esencia Inmortal - Victoria Caro

    El rostro ensangrentado apareció de repente. Sus ojos la miraban desencajados de miedo mientras vetas de sangre, que manaban de una herida en la frente, los esquivaban en su descenso perentorio por alimentar las manchas que se formaban en la camisa.

    «¿Qué demonios es esto?»

    Un poderoso escalofrío sacudió a Faith.

    Su primer impulso fue examinar su entorno pero no pudo girar la cabeza. Lo intentó varias veces con el mismo resultado; su mirada se obstinaba en permanecer clavada en la grotesca imagen que tenía ante sí, como si todo su ser estuviese obligado contra su voluntad a prestarle atención exclusiva. Pertenecía a un hombre de edad avanzada, sujeto por los brazos y el torso a una silla extraña. Su tez se veía demacrada, tenía el cabello alborotado y la camisa desgarrada. El aspecto era realmente lamentable. Y, con todo, lo que más perturbaba a Faith era el modo en que sus envejecidos ojos se aferraban aterrados a ella.

    El anciano movió los labios con evidente esfuerzo.

    —No, por favor... Lo siento... Estaba desesperado... No tuve elección.

    «¿Cómo» pensó Faith. «¿Me habla a mí?»

    Se quedó expectante. ¿Por qué? ¿Quién era?

    De pronto se notó acercarse a él. Su cuerpo se desplazaba con ánima propia. Observó cómo su sombra ascendía por el anciano hasta derramarse por encima de los hombros. El pobre desgraciado la miraba hacia arriba acelerando sus súplicas hasta hacer que las palabras tropezaran.

    —Por favor, te lo ruego, no lo hagas... Te lo devolveré, puedo hacerlo... Me aseguraré de que se recupere por completo, te lo prometo.

    Faith hizo acopio de todas sus fuerzas para detener el avance. No lo consiguió. De nuevo procuró mirar a su alrededor; tampoco hubo manera. Toda su atención continuaba prisionera del anciano. Incluso recurrió como último recurso a ofrecerle unas palabras de consuelo que sus labios se negaron a pronunciar.

    Ante su impotencia, la angustia se apoderó de ella.

    «¿Qué me pa...?»

    Dejó colgando la pregunta, pues un destello de sentido común le ofreció una posible respuesta.

    «¿Estaré soñando?»

    Solo pudo acariciar esa idea un instante.

    Faith conocía el mundo de los sueños íntimamente, habían dominado su vida y siete meses antes casi le cuestan la misma. El tema era espinoso. Su odisea comenzó cuando, siendo bebé y durante una operación ilegal, le implantaron un chip revolucionario en el cerebro que la dotó de la extraordinaria habilidad para comunicarse telepáticamente con otras víctimas como ella. La identidad y el número total de los bebés sometidos al experimento aún quedaban por esclarecerse, pero a diferencia de Faith, los otros se limitaban a ser dianas pasivas. Ella ostentaba el dudoso honor de ser la única capaz de iniciar y controlar el contacto, y su habilidad para infiltrarse en la cabeza de otro funcionaba mejor cuando ambos dormían.

    El motivo era sencillo de entender. Su microchip-procesador se había desarrollado para leer mentes ajenas sin el consentimiento del sujeto y el momento más propicio para ello era cuando este se hallaba sumido en la fase más profunda del sueño. Al relajarse los centros ejecutivos del cerebro, se abría la necesaria ventana de oportunidad para manipular los pensamientos sin conocimiento ni oposición del sujeto. En definitiva, el poder de Faith no se limitaba a establecer y controlar el contacto telepático, sino que le permitía gobernar el sueño —que servía de escenario para el encuentro— a su voluntad.

    Y de ahí la enorme inquietud que sentía en este momento. Este sueño, si es que lo era, ni lo había iniciado ella, ni lo comandaba.

    Faith observó con mayor detenimiento al hombre que tenía delante. Le desgarraba verlo tan vulnerable. De pronto se le ocurrió otra idea. ¿Y si sin advertirlo se había colado en la pesadilla de alguien?

    «Ojalá», pensó, casi rezando que así fuese. Esa era una situación que podía manejar.

    Se centró en aclarar la mente y afinar los sentidos con objeto de abrir un canal de comunicación con su anfitrión. No tenía muy claro cómo hacerlo. Aún no había recibido el entrenamiento oportuno. Empezó por confinar las plegarias del viejo al fondo lo mejor que pudo. Tan pronto lo consiguió, le invadió una ola alarmante de agitación. El sobresalto subsiguiente casi la hace perder la concentración, pero acertó a mantenerse firme.

    Era obvio que su anfitrión sufría. La experiencia no estaba siendo una juerga para nadie.

    Faith se concentró con más fuerza.

    «Venga, no te resistas», apremió. «Deja que te ayude».

    En lugar de apaciguarse, la angustia de su anfitrión no hizo más que empeorar. Se hacía insoportable. Su intensidad era tan abrumadora que parecía alzarse como un muro contra sus avances. La desconcertó. Faith volvió a prestar atención a lo que acontecía. Algo continuaba sin cuadrar. Solo restaba una posible respuesta y, conscientemente, Faith se resistió a aceptarla.

    Su anfitrión no estaba dormido.

    Esto no era un sueño.

    Ya en una ocasión anterior había conseguido hacer algo semejante. Es decir, que estando ella dormida, pudo sortear el requisito de que el otro lo estuviera para transmitirle un pensamiento. Pero lo que experimentaba ahora era un salto abismal en sus habilidades con respecto a aquello. Se trataba de mucho más que del simple envío de una impresión o una idea. Esta vez, había conseguido infiltrarse en la mente despierta de otro para ser testigo en primera fila de sus acciones… y esas acciones eran espantosas.

    En eso que vio como la sombra de su anfitrión había dejado de extenderse y ahora se prolongaba por un lado hasta delinear el contorno de un brazo que se alzaba. Una mano apareció en su campo de visión. Portaba un guante médico y entre los dedos sujetaba una jeringuilla. Los ojos del anciano reflejaban terror por lo que se le avecinaba. Tenía la manga de la camisa remangada hasta arriba y la mano enguantada dirigía la jeringuilla hacia la parte desnuda justo bajo el hombro.

    Horrorizada, Faith gritó.

    —¡No! ¡Para!

    La jeringuilla se detuvo a pocos milímetros de la piel.

    Faith se quedó helada como si la hubiesen pillado en un lugar en el que no debía estar. Su anfitrión la había oído y ella percibía su vacilación y perplejidad mientras su ámbito de visión barría el espacio de un lado a otro.

    Pudo así apreciar que detrás del anciano se extendía un espacio rectangular. En su centro, vio una especie de aparato médico de gran tamaño que le recordaba las máquinas de resonancia magnética. El barrido visual se detuvo un breve instante en el lado derecho de la sala, enmarcando un recodo donde se podía ver una cocina pequeña compuesta de un frigorífico, un microondas, una cafetera y un lavabo. A su lado, un poco más atrás, había una puerta. Estaba cerrada.

    Su anfitrión retrocedió la mirada a toda prisa hacia el lado izquierdo, donde una imponente pantalla ocupaba toda la pared dominando un espacio más amplio. Delante, Faith divisó un panel de control bastante sofisticado con un letrero en el centro. Solo alcanzó a identificar las tres letras ensalzadas —una N, una V y una G— antes de que su campo de visión volviera sobre sus pasos para encuadrar de nuevo al viejo con un sentimiento potente de urgencia.

    En la frente de este, el sudor se había mezclado con la sangre de la herida formando una pátina gelatinosa que agravaba, si cabía, su aspecto dantesco. Sin embargo, su mirada había cambiado y reflejaba ahora oportunidad.

    —Sabes que no tienes escapatoria. No tienes a dónde ir. Si me sueltas, yo...

    No pudo terminar la frase.

    Faith percibió nítidamente como las palabras del anciano abrasaron las entrañas de su anfitrión, detonando una explosión de cólera. La mano enguantada reapareció, se lanzó hacia delante, y antes de que Faith pudiera decir nada más, hundió la aguja en la piel.

    El espanto de presenciar el ataque arrancó a Faith de su sueño. Dio un brinco en la cama y quedó sentada rígida con las manos asiendo la sábana, el pecho agitado y sus ojos miel abiertos desmesuradamente.

    Permaneció así un rato, sin atreverse a mover, atenta a los sentidos. El viejo había desparecido pero no el dolor mezclado con aversión de su asaltante.

    Oyó una voz llamar su nombre.

    —Faith, ¿qué te ocurre? ¿Estás bien?

    Aturdida, se volvió. Reconoció enseguida a Chris. Sus ojos marinos la miraban inquisitivamente. No se detuvo en él. Comprobó su entorno luchando por asirse a la realidad. Vio que se hallaba en su habitación del hotel. Relajó la respiración, pero su inquietud no cejaba. Las emociones del otro se mantenían intensas, demasiado vivas, incluso más punzantes que antes. Retiró las cubiertas de un tirón y se bajó de la cama.

    —¡Faith! —la volvió a llamar Chris. Este se deslizó rápido tras ella. Conocía bien su historial onírico. Se acercó a ella, la abrazó con tiento y le susurró al oído—. Tranquila, cariño, sólo era un sueño.

    Faith se soltó y lo miró desafiante.

    —No, Chris, no fue un sueño, este no —dijo tajante mientras paseaba la mirada por encima del escritorio en busca de su móvil—. Tengo que llamar a tus padres.

    Chris se quedó callado y observante. Entendía la gravedad de esas palabras.

    Ella encontró el teléfono, pulsó un solo botón, y mientras esperaba, se explicó.

    —Creo que acabo de ser testigo de un crimen. No estoy segura. Todo ocurrió muy deprisa. Un hombre estaba malherido y atado a una silla suplicando por su vida y alguien le inyectó algo en el brazo.

    Chris enarcó una ceja.

    —¿Dices que viste a la víctima?

    Faith asintió con la cabeza.

    —¿Cómo si estuvieras en la cabeza del atacante?

    Ella volvió a asentir, tras lo cual soltó un suspiro de frustración. Nadie respondía a la llamada. La canceló para marcar de nuevo. Se sentía desquiciada. Ya era difícil ser testigo de algo tan desagradable, para encima estar conectada a la mente del criminal.

    Chris se acercó de nuevo a Faith, pero esta vez se mantuvo a una distancia prudencial.

    —Escucha, lo que estás diciendo no es posible. ¿Estás segura de que no se trata de una pesadilla? —Chris dudaba un poco de su estabilidad emocional. Su recuperación tras el ataque brutal que la sumió en un coma hace siete meses no estaba resultando fácil. Las secuelas físicas y emocionales persistían.

    Faith se desesperó fijando sus ojos humedecidos en él.

    —No estoy segura de nada. Solo sé que estaba en la cabeza de alguien sin control sobre la situación. Había mucho dolor, pero lo peor era la furia tóxica que lo embriagaba. —Faith dejó caer la mano que sujetaba el teléfono. Seguía sin contestar nadie—. Chris, sé que suena de locos, pero creo que no se trataba de un sueño. Y si es así, hay un hombre ahí fuera que está muerto o en grave peligro.

    Él la contempló con alarma. Si lo que decía era cierto, y había llegado a aceptar en los últimos meses que cualquier cosa podía ser posible, esto les superaba. Chris era uno de esos otros con los que Faith se podía comunicar. Él se había pasado la vida percibiéndola sin saber que ella era real y, por consiguiente, creyéndose al borde del delirio. El destino quiso que se cruzaran sus caminos en el hospital donde él trabajaba. Entre otras curiosas coincidencias, que al final resultaron no ser tales, él, por ser neurólogo especialista en su trance, fue asignado al equipo médico que la atendía. Fue así como descubrió la enigmática conexión telepática que les unía y que, de paso, sirvió para salvarle la vida a Faith.

    Nombraron a su don Susurro Silencioso y lo consideraban una bendición a medias. Aún les costaba sentirse cómodos con la habilidad y, mientras se habituaban a ella, se entrenaban para encontrar a otros como ellos. Por eso, si lo que decía Faith era cierto, les impactaba como una sacudida de terremoto, pues su misión consistía en encontrar otras víctimas, no maldad entre los de su clase.

    En cualquier caso, a Chris lo que más le importaba en este momento era Faith. Como su médico —y amante— ella lo tenía muy preocupado. Apenas sí hacia estragos hacia la recuperación plena. Extendió la mano para acariciarle el cabello. Seguidamente, se atrevió a acercarse para darle un beso.

    Su gesto cariñoso surtió efecto. Faith parecía relajarse un poco.

    Chris se retiró para ir a buscar su móvil.

    —¿Tienes modo de identificarlos o saber dónde ocurrió? —le preguntó mientras se dirigía a su mesita de noche.

    Faith se frotó la cara como si por fin se despertara de un trance profundo.

    —No —se limitó a responder. Probó a marcar de nuevo, escuchó, pero nada—. Tu padre no coge. Menuda mierda de línea de emergencia. —Soltó el teléfono sobre el escritorio de mala manera con gesto de asco en un último brote de frustración.

    Chris la miró de reojo. Estaba claro que le iba a tocar a él mantener la calma por los dos.

    —Intentaré mi madre.

    —¿Y de qué vale ya? Es demasiado tarde. Si lo que había en esa jeringuilla era para matarlo, ya está hecho. ¿De qué me sirve este dichoso don si lo único que puedo hacer es observar sin hacer nada?

    Se le volvieron a humedecer lo ojos. Faith se daba cuenta de que tenía los nervios de punta, pero no sólo por el anciano. Se le sumaba todo lo que había pasado recientemente, lo que había aprendido sobre sí misma, lo que le quedaba por aprender, y todo ello rematado con los formidables desafíos que le esperaban. Era el paquete completo. Inspiró despacio para recuperar la compostura. Aun así, una lágrima se le escapó.

    Chris volvió junto a ella. Con una mano sujetó el receptor de su móvil a la oreja, con la otra le limpió la lágrima.

    —Cabe la posibilidad de que lo de la jeringuilla no tuviese como objeto matarlo. Quizá solo pretendiera drogarlo.

    El gesto de ternura consiguió apaciguarla.

    —Lo dudo. No percibí remordimiento o misericordia. Ya te lo he dicho, sólo sentí mucho sufrimiento mezclado con rabia. El atacante urdía algo y no me dio la impresión que fuera perdonarle la vida.

    Un destello de inquietud iluminó la mirada de Chris. Entonces, oyó una voz que le llegaba a través del móvil. Tornó su atención a ella.

    —¿Mamá? … Ha ocurrido. Faith ha localizado a uno de los otros, pero me temo que tenemos un grave problema.

    Capítulo 2

    La madre de Chris se quedó boquiabierta. Tras un instante de estupor, pudo reaccionar lo suficiente para tapársela con la mano. Su hijo se lo había explicado todo con pocas palabras pero bien escogidas. El impacto estuvo garantizado.

    —¡Dios bendito! ¿Faith se encuentra bien?

    —Sigue algo alterada pero se repondrá.

    Teresa Luxford necesitó un momento para asimilar la noticia. Sabía que Faith se encontraría con otros tarde o temprano, pues ese era el plan. Además, ella era precisamente la neurocientífica que la entrenaba para ello. Pero lo que acababa de vivir la joven no entraba dentro de esos planes y era perturbador a muchos niveles.

    —Descríbeme de nuevo lo que vio, necesito conocer los detalles.

    —Mejor que te lo cuente ella. —Chris le pasó el receptor a Faith.

    Esta lo tomó y se lo colocó.

    —Hola Teresa. Perdona que te hayamos despertado a estas horas.

    —Por favor, nunca dudes en llamarme cuando ocurra algo así, sea la hora que sea. ¿Tú estás bien? —volvió a preguntar.

    —Sí... Fue horrible. Tenía la cara cubierta de sangre... estaba aterrorizado... y luego estaba lo del sufrimiento. Lo sentía como si fuera mío. Al final, no sabía por quién sentirme peor. —Faith meneó la cabeza con una mueca de malestar.

    —Bien, necesito que me cuentes con todo lujo de detalle lo que viste. Sobre todo, descríbeme a él y el lugar. Necesitamos cualquier pista que nos ayude a identificarlos o que nos de alguna idea de dónde puedan estar.

    Faith comenzó su relato despacio. Le incomodaban las desagradables instantáneas que le mostraba su memoria.

    —A ver, me encontraba en la cabeza de la atacante. Yo veía lo que ella veía…

    —Espera —interrumpió Teresa—. ¿La atacante? ¿Piensas que se trata de una mujer?

    —No estoy segura... bueno, sí, cuanto más lo pienso creo que es una mujer, no sé muy bien por qué. Quizá sea la fuerza de sus sentimientos, la forma en que sufría. Luego, está lo que le dijo el anciano. Hizo referencia a un «él», algo como, «él es recuperable, te lo devolveré.» Me dio la impresión de que ella tenía un vínculo emocional con él. Y había algo más… —se produjo un silencio meditativo—. Ya sé, su mano, era fina, delgada como la de una mujer.

    —Ya veo. Muy bien, por favor, continua.

    Teresa se sujetó el móvil a la oreja con el hombro. Con una mano sujetaba el bolso y unos papeles, y necesitaba la otra para abrir la puerta. Al contrario de lo que había pensado Faith, no estaba durmiendo. Faith debió estar desorientada por lo acontecido y olvidó las seis horas de diferencia entre ellas. Faith estaba en Barcelona, España, mientras que Teresa se encontraba en Maryland, Estados Unidos, es decir, la madrugada para Faith pero solo la tarde-noche para Teresa. Acababa de llegar a casa y estaba aparcando el coche en el garaje cuando recibió la llamada. Ahora, ya dentro de su casa, se enfiló hacia el despacho y dejó caer el bolso en el suelo junto a la silla en la que se sentó frente al escritorio. Entonces, puso el móvil en modo altavoz con cuidado sobre la mesa y se dispuso a localizar a su marido por el ordenador mientras escuchaba.

    Oía la voz de Faith sin dificultad.

    —Lo primero que vi, así sin más, fue su cara, la del hombre mayor. Como ya dije, estaba cubierta de sangre. Tenía una herida importante en la frente. Parecía un corte profundo, aunque no tengo ni idea de cómo se pudo producir. El anciano me miraba directamente a mí... bueno, mejor dicho, a ella, y suplicaba... o, más bien, se disculpaba por algo, como si no hubiese tenido más remedio que hacer lo que fuese que hizo —Faith suspiró. Se daba cuenta de lo torpemente que se explicaba.

    —Tranquila, lo estás haciendo muy bien. Por favor, continúa —la animó la Dra. Luxford.

    Faith se acercó a la cama y se sentó en el borde.

    —Pues bien, sentí como cada palabra de él no hacía más que enfurecerla más. Fuese lo que fuese lo que le hizo, debió dolerle mucho. Ella solo sentía desprecio por él y no importaba lo que él dijera, ella no se conmovía. Entonces vi su mano aparecer con una jeringuilla. Grité que se detuviera. Debió oírme, porque se puso a mirar a su alrededor, como a buscarme. Así pude ver que detrás del hombre había una de esas máquinas médicas de resonancia magnética o algo parecido. A la derecha vi una cocina pequeña y una puerta, y a la izquierda una pantalla enorme que cubría la pared. Estaba oscura, me imagino que apagada. Vi también un panel de control —Faith hizo una pausa al recordar algo importante—. Había un letrero con una palabra, un nombre. Decía algo como... —se esforzó por recordarlo—. Neo... Neo... —Cerró los ojos para visualizar la pared, la pantalla y la consola. Meneó la cabeza con disgusto—. Nada, sólo consigo recordar las tres letras que vi resaltadas: N, V y G... creo.

    A más de 6 000 km de distancia, a la Dra. Teresa Luxford se le petrificaron los dedos sobre el teclado a la vez que se le palidecía el rostro. Un amago de pánico le laceró el pecho al reconocer las iniciales de una palabra prohibida: NeoVitaGen.

    «¿Cómo es posible?» pensó para sí.

    Esa palabra designaba un proyecto altamente secreto que se desarrollaba en un número selecto de laboratorios de varios países colaboradores. Uno de ellos precisamente en España, cuyo laboratorio se encontraba dentro del alcance de recepción de Faith y su descripción casaba perfectamente con él.

    Teresa estaba casi más perpleja que espantada. Contacto telepático con alguien de allí, era imposible, pues, fuese quien fuese esta mujer, no podía tratarse de uno de los otros, de eso Teresa estaba segura.

    Y luego, ¿quién era el hombre? Conocía a todos los científicos involucrados en el proyecto. ¿Cuál de sus queridos compañeros había sido atacado?

    Faith continuó ajena a las deliberaciones de Teresa.

    —En fin, que al no ver a nadie, de modo apresurado, se volvió al anciano y le clavó la inyección. ¡No, espera! Hay algo más. Antes de hacerlo, él le recordó que ella no tenía escapatoria, o algo así —Faith suspiró mientras repasaba los detalles en su cabeza. Las imágenes y las sensaciones eran más fáciles de recordar que las palabras exactas—. Creo que eso es todo —concluyó dudando que lo fuera.

    Teresa reprimió sus temores para hablar con normalidad.

    —Intenta describirme al hombre, por favor.

    —Es difícil, estaba sentado en una especie de asiento raro atado a él, con lo cual yo lo miraba hacia abajo todo el tiempo. No tengo ni idea de si era alto o bajo. Aparentaba tener unos setenta y pocos, pero entre la sangre y que no tenía buena cara, cualquiera sabe. Su poco pelo estaba canoso, corto y bastante despeinado, me imagino por el forcejeo y demás. Sus ojos eran oscuros pero no negros, más bien marrones o verde oscuro... quizá avellana —Faith estrechó la mirada como si ello le ayudase a recordar mejor—. Parecía algo regordete pero no tanto como para disimular las arrugas —Se rindió. Le frustraba no estar segura de nada—. Lo siento Teresa. Estaba asustado, ensangrentado y era mayor. Es todo lo que puedo decirte.

    —No te apures, lo has hecho fenomenal. Vamos a dejarlo aquí. Quiero que vuelvas a la cama y que procures descansar un poco. George llegará pronto. Trabajaremos con lo que tenemos y entonces os llamamos.

    Teresa tenía prisa por terminar la conversación. La descripción no le ayudó mucho pues la mitad de los involucrados en el proyecto NeoVitaGen eran hombres mayores de características similares. En cualquier caso, Faith había inadvertidamente revelado demasiado, más de lo que era seguro para ella o cualquiera, y Teresa no quería compartir sus temores hasta no consultarlo con su marido primero.

    Faith dio un brinco y se puso en pie.

    —¿No hablarás en serio? ¿Cómo pretendes que descanse? La vida de ese hombre está en peligro si es que no está muerto ya. La percepción era fuerte, no puede andar lejos. Debe haber algo que podamos hacer.

    Teresa habló con tono calmado pero contundente.

    —Cariño, lo mejor que puedes hacer en estos momentos es volverte a quedar dormida para conectar con esa mujer de nuevo. —La Dra. Luxford escogió sus palabras con cuidado. Esa mujer era peligrosa, no solo por atacar a un compañero, sino por la información extremadamente delicada que tenía en su haber. Las siglas NVG escondían progresos científicos que podían conmocionar al mundo de hacerse públicos o, peor, ponerlo en peligro de acabar en las manos equivocadas. Había demasiado en juego. Era imprescindible saber quién era ella y cuáles eran sus intenciones—. Faith, tú eres la única baza que tenemos. Podrías descubrir algo acerca de ella que nos ayude a encontrarla. Solo así podemos salvarle a él. Debes ser fuerte. ¿Crees que puedes hacerlo?

    Faith negaba con la cabeza. No, no creía poder hacerlo. No quería hacerlo. Miró a Chris buscando apoyo. Este detuvo su deambular y la miró curioso sin entender. Lógicamente no estaba al tanto de la conversación. Se había dedicado a pasear por la habitación peinándose el pelo con los dedos como tenía costumbre de hacer cuando se ponía nervioso.

    Faith entreabrió los labios para protestar, pero se detuvo a sí misma. La Dra. Luxford tenía razón. No podían salir corriendo por las calles de Barcelona en medio de la noche sin rumbo y, por descontado, tampoco podían acudir a las autoridades.

    Se rindió.

    —Lo intentaré —dijo, sabiendo que le sería imposible reconciliar el sueño.

    Capítulo 3

    La Dra. Teresa Luxford miraba fijamente su móvil. Acababa de desconectar y vacilaba qué hacer. Alzó sus ojos celestes para posarlos sobre la pantalla del ordenador, pero enseguida los volvió a dejar caer sobre el teléfono. Era imprescindible que localizara a su marido cuanto antes. La situación era grave. De ser real lo que presenció Faith, y de no acotarlo inmediatamente, podría derivar en una crisis mundial; del tipo que conduce a revueltas sociales, por no mencionar el desastre político. Ya podía saborear el temor generalizado si se filtraba la verdad. La persona de a pie no estaba preparada para el tipo de avance científico que un consorcio secreto de laboratorios internacionales había conseguido con el proyecto NeoVitaGen.

    Temblaba ante la sucesión de posibles repercusiones.

    La gente tendía a reaccionar de modo caprichosa con los avances científicos, independientemente de sus virtudes o peligros. Era una cuestión de percepción. Una maravilla de la tecnología como Internet fue rápidamente acogida pese a su enorme potencial para el abuso: servir como vehículo de comunicación, recolección y reclutamiento para el terrorismo; la descarada intrusión en la privacidad del usuario, o el pirateo y robo de datos. Sin embargo, la investigación con células madre que podría salvar millones de vidas generaba sentimientos de aversión moral.

    La verdad era que la ciencia podía ser tanto una bendición como una maldición, y conociendo la condición humana, el miedo a su mal uso estaba sobradamente justificado.

    Los Luxford lo sabían mejor que nadie.

    Varias décadas antes, Teresa y George fueron culpables de cruzar la borrosa línea de la ética por ambición personal. Arquitectos de un revolucionario interfaz ordenador-cerebro, cometieron el imperdonable error de entregarlo a las manos equivocadas, que casi le costó al mundo su libre albedrío y, lo que fue peor, victimizó a un número aún por cuantificar de niños inocentes que ahora intentaban localizar. Faith y su propio hijo fueron los dos primeros afectados. Arrepentidos y mortificados por las consecuencias de sus acciones, los Luxford unieron fuerzas con una agencia de defensa secreta y juraron luchar contra el abuso de la tecnología dónde y cómo fuese necesario. Su lema: Permanecer un paso tecnológico por delante del enemigo cuando dos es imposible.

    Con los años, el número de grupos hostiles sedientos de ventaja tecnológica crecía globalmente en proporción directa a su poder y recursos. Para combatirlos, se creó una liga internacional de laboratorios secretos dependiente de los Departamentos de Defensas de las naciones aliadas, con la misión de investigar al filo de lo imposible para permanecer a la delantera.

    Realmente, la carrera por poseer el último y más avanzado conocimiento tecnológico no difería de la carrera armamentística tradicional. El bueno no desea emplear una cabeza nuclear, pero su posesión sirve de efecto disuasorio efectivo contra el malo que no sentiría remordimiento en hacerlo. Así, la liga internacional se enfrentaba al mismo dilema: el único modo de proteger al mundo del empleo avieso de los avances científicos era adquiriendo un conocimiento profundo de esos mismos avances antes que el enemigo y estar preparados para contrarrestarlos.

    Los Luxford habían convertido «cruzar la línea» en un hábito pero convencidos esta vez de que lo hacían por razones legítimas, y cualquier sentimiento de culpa quedaba aplacado gracias a los beneficios indirectos que de ello se obtenía para la humanidad. Sus investigaciones prometían prolongar la calidad de vida, hacer desaparecer las enfermedades, mejorar las aptitudes de los seres humanos, hacer mejores seres humanos y, con un poco de suerte, crear un mundo mejor.

    Las posibilidades eran tan asombrosas como controvertidas.

    Un portazo despertó a Teresa de su embelesada congoja. Se puso en pie y salió precipitada de la oficina. Sabía que se trataba de su marido.

    George dejaba su maletín sobre el mostrador de la cocina cuando entró Teresa con grandes aspavientos y semblante blanco.

    —Teresa, ¿qué ocurre?

    —Se trata de los chicos. Faith ha hecho contacto con alguien en Barcelona, una mujer. Vio como asaltaba a un hombre.

    George abrió los ojos de par

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1