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Sábanas Blancas
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Libro electrónico294 páginas5 horas

Sábanas Blancas

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Las tribulaciones de un turista espaol durante sus vacaciones en la Habana se convierten en el centro de esta novela en la cual su autor pretende hacer un recorrido casi documental por una de las etapas ms difciles que ha vivido el pueblo de Cuba durante el medio siglo de instauracin del Gobierno Revolucionario. En medio del llamado Perodo Especial llega a la Capital cubana un alicantino cuyo objetivo primario es indagar sobre un to abuelo que emigr de Espaa a raz de la culminacin de la Guerra Civil y del cual solo se tuvo noticias por una solitaria carta fechada casi cincuenta aos atrs. La bsqueda de las huellas de sus parientes, el romance que lo sorprende arrastrndolo al margen de sus propias proyecciones y la manera impactante como se desenvuelve la historia en medio de una Cuba distorsionada socialmente, conforman un relato apasionante donde se destaca la idiosincrasia de un pueblo muy especial.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento6 ago 2014
ISBN9781463389642
Sábanas Blancas
Autor

Luis B. Llopiz

Cubano nacido en la ciudad de Holguín en 1954, médico de profesión por más de veinticinco años. Padre periodista y madre maestra ambos aficionados a la lectura. Su hogar se caracterizó por valores como la ética, la cultura y el amor familiar. La infancia, junto a su única hermana, cursa alrededor de los estudios que concluyeron en el Instituto de Medicina de Santiago de Cuba. Una vida profesional plagada de esfuerzos y sinsabores cuyo desenlace lo lleva a emigrar de Cuba en busca de horizontes más prometedores. Padre de dos hijos y tres nietos que definitivamente son su motivación mayor junto a su compañera, cómplice de esta publicación. Lector por herencia, siempre fue amante de la novela y de manera especial del género policial. Debuta como autor con este libro el cual dedica a su familia y amigos.

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    Sábanas Blancas - Luis B. Llopiz

    Copyright © 2014 por Luis B. Llopiz.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014913586

    ISBN:   Tapa Dura                 978-1-4633-8966-6

                  Tapa Blanda             978-1-4633-8965-9

                  Libro Electrónico    978-1-4633-8964-2

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 05/08/2014

    Palibrio LLC

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    651117

    A l fin caminando por las calles de la Habana, la verdad es que de tanto rondar la idea de venir a esta ciudad llegó a convertirse en una obsesión para mí. Todo inició con la historia que nos contó la abuela Zenobia en relación a su hermano, para nosotros el tío Andrés. Entonces Alicante era un pueblo bien pobre, un poco de mar al frente lleno de madrileños que viajaban regularmente a lucir sus dotes de capitalinos y los jóvenes de la localidad no tenían otra que vivir de las miserias de ese turismo nacional. Como resultado de semejante situación el tío, rebelde y desde niño dispuesto a enfrentar la vida por el ángulo más duro, desaparece de la casa un treinta de abril sin dejar señal de a dónde se había ido. Aquello funcionó de manera terrible para la familia, sobre todo para mi bisabuela Antonia que juró apalearlo cuando lo encontrara. Entonces Andrés solo tenía dieciséis años, realmente era un muchacho con una adelantada madurez que el duro esfuerzo por la vida había propiciado. Pasaron los días y de él no se sabía hasta que llegó una carta fechada el tres de mayo en Sevilla donde el tío explicaba que partiría ese mismo día en un barco rumbo a la Habana. Entonces se reanudó el estado de desesperación de todos, ahora la bisabuela segura de la alta probabilidad que tenía de no volverlo a ver, pedía perdón a Jesús por las amenazas que le hizo al muchacho y rogaba por su pronto regreso.

    El hecho de la partida de Andrés no era un caso inusual, la Guerra Civil había empobrecido al País a tal nivel que unos en busca de mejoras económicas, otros por ser perseguidos políticos al haber pertenecido a los republicanos y sobre todo los jóvenes al necesitar de un futuro que no vislumbraban en su tierra, se iban de España hacia América y es de suponer que Cuba terminaría como el destino de muchos. Años después y cuando la familia había casi olvidado al tío, sorpresivamente mi abuela recibió una carta de su hermano Andrés, esta era remitida desde la Habana y llegó cuando ya la bisabuela Antonia había muerto. En ella el tío contaba algunas cosas de sus tribulaciones y la manera como había podido progresar en aquella ciudad que a él le resultaba muy bella y con una gente muy especial. Explicaba que su economía había prosperado mucho por lo cual pensaba hacer un viaje para visitar Alicante y ver a la familia, que lo esperaran pronto. Yo era un muchacho cuando mi abuela comentaba sobre aquella noticia, aseguró entre otras cosas que esa carta la había escrito otra persona, pues ella sabía perfectamente que la perfecta caligrafía que se destacaba en la misiva no podía ser la letra de su hermano y mi madre ágil de mente comentó que seguramente el tío la había dictado a alguien para impresionarnos.

    De momento todos nos entusiasmamos con la idea de volver a ver al tío Andrés, sobre todo mi abuela que lo había añorado por ser su hermano predilecto. Sin embargo el tiempo pasó y nada, la promesa del viaje a Alicante nuca se cumplió, pero yo siempre recordé aquel episodio familiar de manera muy especial, lo cierto era que mi mentalidad de muchacho adolescente se impactó con la impotencia de mi abuela ante aquella separación sobre la cual su situación de pobreza nunca le permitió hacer nada.

    Pasaron los años y nuestra vida cambió, mi madre se convirtió en la abuela y tanto mi hermana como yo en los padres. Mi vida había prosperado igual que lo hizo la economía española, casi se podría decir que yo había sido la réplica a pequeña escala del progreso de mi País. Logré estudiar hasta terminar el bachillerato y con tenacidad eché hacia delante un restaurante con muy buena ubicación, la vista que tenía el lugar al mar y al Castillo de Santa Bárbara en la rada de la bahía, lo convirtió en un punto muy atractivo junto a la variada oferta de mariscos que ofrecíamos. La ciudad había dado un vuelco increíble con el desarrollo del turismo además de la activación de un puerto muy importante para el comercio mediterráneo. Yo contrario a la postura abandonada de mi padre, tomé la decisión de avanzar en la vida a lo que diera lugar para salir de aquella pobreza. Finalmente dos años después de inaugurar mi propio hotel terminé como el miembro de la familia más próspero.

    Todo nos iba de maravillas cuando se produce inesperadamente la enfermedad y muerte de mi abuela, fue algo terrible. El hecho, al haber sido ella tan apegada a mis hijos y a los de mi hermana, produjo un impacto afectivo muy fuerte en los muchachos. Por otro lado yo que siempre me había sentido muy independiente, comprobé entonces que la realidad era otra, que su desaparición me había golpeado drásticamente y como consecuencia terminé varios días alejado del trabajo. En mi desesperación busqué refugio con mi madre en aquel apartamento donde ella vivió con mi abuela, trataba de acercarme a través de los objetos que ella había atesorado a ese ser que yo sabía perfectamente lo que me había querido y que sin haberme percatado necesitaba tanto. Los viejos cuadros en las paredes de su cuarto, el candelabro de plata mexicana de mi bisabuela, única herencia de la época floreciente de su familia, los muebles antiguos que nunca me permitió cambiar, venían a mí provocándome los recuerdos. Encontré en la parte de abajo de su mesa de noche su cofre que tantas veces vi en sus manos, bien sabía que en él la abuela almacenaba lo que había quedado de la historia familiar y recostado en la cama no pude evitar ponerme a revisarlo; aquellas viejas fotografías, algunas cartas de mi abuelo cuando la enamoraba, la antigua propiedad de mi bisabuelo de los terrenos que me sirvieron para construir el hotel y un montón de cosillas que probablemente le trajeran a ella recuerdos gratos, en eso estaba cuando tropecé con la carta del tío Andrés. Súbitamente aquellos días cuando nos dispusimos a esperar su llegada volvieron a mi mente con ese frescor de las cosas que recordamos de la infancia. Sin saber por qué la abrí y con cuidado para no romper aquel amarillento papel que el paso de los años había arruinado, pude leer los tres párrafos donde con perfecta caligrafía se relataba aquello que yo ya había oído muchas veces. ¿Qué habría sido del tío Andrés? La pregunta vino a mi mente como un relámpago, seguramente ya debía estar muerto, pero quizás dejó descendencia y en Cuba teníamos unos primos que vivían al ritmo del son en aquellas tierras tropicales y tan hermosas según decían. Entusiasmado con ese pensamiento terminé sentado en la cama con la carta en la mano. Sí, ¿por qué no intentar visitar esa ciudad otrora el puesto de avanzada más importante de España en América? Bien me merecía unas vacaciones y el hecho de mi reciente divorcio lo justificaba, sin dudas estaba necesitando elevar mi espíritu y sin pensarlo más me dispuse a organizar el viaje.

    Lo primero que hice fue actualizarme sobre la situación de Cuba, bien sabía que en la Isla se había establecido un Gobierno controversial de corte comunista que muchos criticaban señalándolo como dictatorial y supresor de las libertades de los cubanos. Sin embargo, en los últimos años se había dado allí una apertura a la inversión del capital extranjero que fue aprovechada muy bien por varias empresas españolas especializadas en el turismo. Además, eran miles los españoles que habían disfrutado de las bellas playas de aquel País, trayendo de allá la noticia a la creciente clase media española de que la isla de Cuba era un buen lugar para vacacionar.

    Un mes después me encontraba listo para partir, mi destino era la Habana y el documento guía era la carta del tío Andrés. En aquella misiva él había comentado del hostal que era de su propiedad y del bar que puso en funcionamiento en ese mismo edificio, además en la esquina del sobre se leía la dirección del remitente: Calle O’Reilly # 45 entre Compostura y Aguacate, apartamento 12, la Habana, Cuba. No tendría pérdida, averiguar de los sucesores cubanos de mi familia solo requería de la localización de aquella dirección y a partir de ella seguir la huella de los Hurtado, al final solo habían pasado cuarenta y tantos años de la posible descendencia, claro, si el tío en definitiva llegó a tener algún hijo, cosa que no comentaba en la carta.

    El día antes de mi partida, fui a despedirme de mi madre, ella inicialmente me había apoyado en la idea y luego, no sé por qué razón, comenzó a preocuparse. Me dijo Irmita la prima que el motivo era su temor a que yo desapareciera como lo hizo el tío Andrés.

    – Sebastián, necesito me hagas una promesa. – me dijo ella con los ojos llorosos.

    – Diga madre que haré lo que usted me pida. – le aseguré sabiendo por donde venia ella.

    – Que no te vas a enamorar de una de esas criollas cubanas, dicen que las mulatas que abundan tanto allá son descendientes de los emigrantes gallegos que terminan adictos a las negras y que son capaces de esclavizar a los hombres por la manera que tienen de hacer el amor. – quedé pasmado, nunca pensé que mi madre fuera a hablarme de semejante tema.

    – Vamos, pero de dónde has sacado esa idea. – le reclamé.

    – ¡Pues lo sé porque lo sé! – me insistió descompuesta.

    – No se preocupe, yo le aseguro que volveré, nunca le haré lo que Andrés a la bisabuela, incluso si llegara a cruzarme con una de esas morenas, le doy garantía de que le traeré al morenito para que lo conozca. – me lanzó un manotazo que evadí alejándome mientras reía.

    El viaje lo hice en un avión de Iberia, fueron nueve horas de vuelo continuo atravesando el Atlántico, realmente muy monótono y molesto en aquel asiento de clase turística. Nos lanzamos en la Habana después de una maniobra de alineamiento que por poco me saca el estómago, para finalmente verme en un gran salón del aeropuerto internacional de Racho Boyeros.

    – ¿Cual es el objeto de su viaje a Cuba? – me preguntó el oficial de inmigración que me atendió en la taquilla.

    – Puramente turístico. – fue mi respuesta.

    – ¿Tiene intereses en la Isla? – insistió el hombre.

    – Ninguno. –

    – ¿Qué tiempo piensa pasar aquí? –

    – Tengo una visa por seis meses, pero mi plan en estos momentos es disfrutar de quince días aquí. – respondí con seguridad.

    – Bien, puede pasar. – dijo el oficial después de ponerle un cuño al pasaporte.

    Salí al frente por una de las puertas que estaban destinadas para abordar los ómnibus o taxis y choqué por primera vez con la calidez del clima tropical. Me llamó la atención que soplaba una brisa moderada que arribaba por mi derecha cuando parado en aquel gigantesco arco vial trataba de conseguir mi transporte. Finalmente después de un ingente esfuerzo lidiando con el conglomerado de pasajeros que coincidieron conmigo, logré que uno de los choferes me ayudara con la maleta metiéndola en el baúl de su auto.

    El primer impacto con la realidad cubana lo tuve cuando después de montarme en la parte trasera le pedí al conductor del coche que pusiera el acondicionador de aire y este girando hacia mí me dijo desenfadadamente que en Cuba no se usaban esas cosas, de inmediato vi pasar a nuestro lado otro taxi, que con los cristales cerrados, evidentemente disponía de un sistema de enfriamiento de aire.

    – ¿A qué cadena de taxi pertenece este auto? – le pregunté al moreno con aspecto desaliñado y de hablar vulgar.

    – ¿Cadena? – dijo lanzándome una mirada rápida sobre el hombro. – Oiga mi socio, aquí esos carros que ve pintaditos de blanco y emparchados de anuncios, son todos del Estado, este que milagrosamente consiguió es particular y hasta donde sé, la única cadena con que se relaciona es esta de la virgencita que me cuelga del cuello. – rotó casi completamente para dejarme ver la medalla de oro que pendía sostenida de una gruesa cadena dorada. – Pero dígame, ¿qué rumbo lleva? – terminó preguntándome.

    – Voy para el Hotel Inglaterra. – le dije mientras él atendía la conducción al incorporarse a una autopista simultáneamente a varios autos que salían del aeropuerto. – ¿Conoce dónde se encuentra? –

    – Vamos Gallego, quien no sabe aquí donde esta ese Hotel. – dijo sonriendo al tiempo que encendía un cigarrillo de fuerte olor a tabaco. – Dentro de media hora lo estoy dejando allí. – dictaminó finalmente.

    – ¿Es usted de la Habana? – decidí preguntarle en busca de confraternizar mientras la ventolera que penetraba por la ventanilla delantera me revolvía el pelo.

    – Pues no, realmente soy de Manzanillo, es un pueblo que está al Sur de las provincias orientales, pero tuve que venir para acá a buscarme la vida, ya sabes, los cubanos tenemos que luchar para conseguir la jama. –

    – Pues yo no soy de Galicia como piensas. – le dije tratando de mantener la conversación.

    – ¿Qué no es de dónde? – volvió a girar la cabeza desatendiendo la conducción.

    – De Galicia, es una provincia española, me refiero a que no soy gallego como pensaste. – traté de esclarecer lo que intentaba explicarle.

    – ¡Ah!, te refieres a eso. – ahora continuó hablando mirando al frente y eso me tranquilizó. – Mi hermano, lo que pasa es lo siguiente: Aquí en Cuba a todos los españoles le dicen gallegos, es una costumbre, ya sabes. –

    – ¡Oh!, lo desconocía. – le dije demostrando sorpresa. – Ocurre que es la primera vez que vengo a la Isla y en esas cosas soy un aprendiz. – intenté justificar mi ignorancia sobre tan secular costumbre.

    – Pues acá vas a chocar con un lenguaje muy especial, nosotros le decimos la onda de la calle. – dijo y me regaló una sonrisa exhibiendo un brillante diente de oro. – Mira, esta es mi tarjeta, yo no tengo celular, pero si llamas a este teléfono enseguida me localizan y no te preocupes mi socio, te podría enseñar bastante del submundo habanero, ya sabes. – volvió a abandonar la conducción para mirarme. – Si me localizas te llevaría al mismísimo corazón de la gozadera, sé de lugares donde encontrarías a unas mulatas especiales, como les gustan a ustedes los gallegos. – al escucharlo no pude evitar traer a mi mente las palabras de mi madre.

    – Lo tendré en cuenta, pero por el momento tengo planes, necesito visitar un lugar en la parte antigua de la Habana, la dirección es en la calle O’Reilly entre Aguacate y Compostela, tengo entendido que no es muy lejos del Hotel. – le dije.

    – Vaya, al parecer ya te pescó una jineterita, esas están que no perdonan. – rio de manera descompuesta. – ¿Acaso te capturó por internet? – me expuso aquella jerigonza dejándome completamente desubicado.

    – No, para nada ha ocurrido eso, solo pretendo localizar a los descendientes de un tío que vino desde mi pueblo para Cuba hace mucho tiempo. –

    – ¡Anda!, así que esa es la pachanga que te trae por acá. – dijo sin abandonar aquel léxico que en tan breve tiempo concluí era su modo de hablar. – Pues sí, es bastante cerca, solo tienes que darte un salto por el Parque Central que está frente al Hotel y del otro lado te la topas, pero andándote con cuidado que aquello está lleno de maricas. – dijo sin enfado y luego me dedicó una mirada rápida. – ¿No eres gay, verdad? –

    – No, no lo soy. – le respondí.

    – Ya me parecía, yo para eso tengo un ojo que no falla mi socio, cuando digo ese es macho, es que lo es. –

    – En ese caso para qué me hizo la pregunta. – traté de provocarlo.

    – Vaya, es que uno siempre debe comprobar las cosas, sabe. – hizo una maniobra rápida por haberse salido de su senda al mirarme. – Aquí hasta para acostarte con una mujer tienes que cuidarte, pues andan los travesti con el fondillo apretao por toda la Habana que no se las quieren. – rio.

    – Explícame algo. – decidí interrogarlo. – ¿Cual es esta vía por la que viajamos? –

    – Ah, esta es la avenida Boyeros, tomé por aquí pues derecho le entramos a Centro-Habana, ya verás. – ahora no miraba hacia atrás al hablar pues la densidad del tránsito lo obligaba a maniobrar continuamente. – Ese hotelito al que te enganchaste no es malo y es uno de los más antiguos que siguen pinchando todavía. – de momento casi sacó la cabeza por la abierta ventanilla para mirar a una muchacha que despampanante hacía señas en la orilla de la vía al parecer buscando transportarse. – ¡Oye sabrosona!, si no fuera porque traigo aquí a un gallego te llevaba hasta el fin del Mundo. – vociferó con la parte superior del cuerpo fuera del coche al tiempo que daba manotazos en el lateral de la puerta.

    ¡Demonios!, pensé; Aquella joven sin dudas debía de ser una de esas mulatas a que se refería mi madre, su cuerpo resaltado por la corta falda que dejaba ver sus tonificados muslos, la cintura estrecha y aquel busto ofensivo, servían de perfecta carrocería para aquella cara trigueña coronada con un pelo crespo de color negro que le llegaba a los hombros.

    – ¡Ey señor! – le llamé la atención al chofer. – ¿Es algo como eso a lo que le llamas jinetera? – terminé preguntándole.

    – Mire Gallego, aquí nunca se sabe la que jinetea, la cosa está tan jodía que la más pintá se lanza a un extranjero. – rio. – Lo que si te puedo decir es que esa esta buenísima. –

    – Hay algo que no entiendo. – decidí entrar en conversación. – ¿Por qué hablas de tantas jineteras si no he visto un caballo por todo esto? – el chofer giró la cabeza para mirarme con cara desconcertada.

    – Vamos mi socio, cuando digo jinetera me refiero a un puta especializada. – ahora se mantuvo serio al hablarme.

    – ¿Especializada? – mi pregunta era legítima. – ¿En qué se puede especializar una prostituta? – le pregunté.

    – Pues mi socio, éstas tienen un súper entrenamiento en bailarse a los extranjeros, esa es su especialidad. – dijo sin poder contener la risa.

    – Entonces en realidad son bailarinas, ¿acaso es que bailan por dinero? Allá en España algunas lo hacen y si le regalas algunos billetes se pasan toda la noche bailando contigo. – le comenté.

    – Caray, que despiste tiene usted mi hermano. – me lanzó una mirada rápida. – Mira Gallego, cuando digo bailarse quiero decir que se lo tiemplan, se lo echan, se acuestan con él y se meten la noche remeneándose arriba del infeliz, ¿me entiendes? – en ese momento entramos en una rotonda. – Mira, esta es la Ciudad Deportiva, aquí se han visto las mejores peleas de boxeo del Mundo. – me señaló una construcción de gran tamaño en forma redondeada que adelantamos a la derecha. – Pues como te contaba, en Cuba jinetera es eso, una puta dedicada a acostarse con extranjeros, claro, en ese negocio solo entran las más bonitas, y no tienen que ser blancas, con frecuencia uno se topa por el Malecón a una negrita cabeza de clavo de manito con un gringo vaso de leche haciendo pareja y eso le ronca mi socio. –

    – Pero esa que dejamos atrás como la catalogarías en la jerga de aquí. – le dije mientras reía a la par de él.

    – Vamos, ahí tienes otra cosa, esa muchachona se conoce en nuestro medio como una Criollita de Wilson; trigueña, pero con una dosis de cara de blanca, alta y curvilínea con abundancia de todo pero sin llegar a la gordura y además ese sello cubano que es único en las mujeres, que es su trasero. ¡Oiga Gallego!, si usted se enreda con un monstruo como ese le recomiendo se meta un chequeo del corazón primero, pues le va a hacer falta. – hablaba y reía de sus gracias y a mí me iba pareciendo agradable ese primer contacto con el folclor callejero de la Isla.

    En la medida que nos introducíamos a la ciudad el hormigueo de la gente caminando a los lados de la vía se incrementaba y la abundancia de esos autos antiguos que afamaban a la Isla por mantenerse funcionando, me sorprendía; Buick, Chevrolet, Dodge, Plymouth, Pontiac y quién sabe cuántas marcas más se movían por aquellas calles, algunos con la apariencia de que apenas podían avanzar y otros que se veían reconstruidos como si fueran nuevos. Los edificios por aquella zona del Centro de la Habana se veían sin ninguna estética, la gran mayoría eran construcciones de principios del siglo que evidentemente no habían recibido el debido mantenimiento en los últimos tiempos y eso le daba una pobre imagen a la ciudad. Sábanas blancas y ropas colgadas en los balcones era algo general, sin embargo, los herrajes de las ventanas, los relieves artísticos de los terminados, la utilización de mármoles en la construcción entre otros elementos, eran fehaciente demostración de la otrora opulencia de los habaneros.

    – ¡Vacila mi socio!, estamos llegando al corazón de Centro-Habana, eso que tienes allí es el Capitolio, ahora es la Academia de Ciencias pero antes encerraba a todos los políticos de la Isla. – me explicó el taxista.

    Aquella zona verdaderamente me sorprendió, ciertamente esta parte de la Capital cubana indicaba la importancia que tuvo la Isla en la economía de Latino América, indudablemente aquel edificio donde radicó el Senado y la Cámara de Representantes era un indicador claro de ello, si no fuera por el revoltijo de personas que se movían de un lado a otro y la cacharrería de coches, podría abstráeme y pensar que me encontraba en Washington.

    – ¿Qué? – exclamó el chofer que por mirarme corría el riesgo de atropellar a alguno de los transeúntes. – Aquí sí está la mundial mi socio y tranquilo, que su Hotel se encuentra a un pasito allá delante. – volvió a atender la conducción. – Como te dije tiene buena ubicación, por aquí puedes encontrar lo que desees, desde una jineta hasta un bugandril. – ahora rio sin yo poder entender la causa. – Aquel a la derecha es el Parque Central, cruzándolo encuentras a la calle O’Reilly algo más adelante. ¿Es en esa calle que viven tus parientes? – terminó preguntando.

    – Realmente no lo puedo asegurar, lo cierto es que la última dirección que supimos del tío fue esa, pero desde entonces han pasado más de cuarenta años. – le dije.

    – ¡Coño mi socio!, la verdad es que ustedes los gallegos se despreocupan con timba de la familia. –

    – No creas, ocurre que en la época que vino el tío para Cuba la situación en España era muy difícil, había acabado la Guerra Civil y la crisis económica se cebaba con el pueblo, fueron tiempos realmente negros los que se vivieron allá. – intenté explicarle.

    – Pues le diré que aquí en este País la cosa no ha estado mejor, pero sepa algo, cuando un cubano logra salir de esta Isla para la Yuma, los que quedamos aquí jamás lo olvidamos, por eso movemos cielo y tierra si fuera necesario para mantenernos en contacto. – En ese momento cortó el timón del auto y aprovechando la ausencia de transito por las sendas opuestas viró en redondo para aparcarse frente al Hotel que ya yo había reconocido.

    – Al menos lo que encontré en

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