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El Tercer Naipe
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Libro electrónico369 páginas6 horas

El Tercer Naipe

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Anselmo Lpez y un grupo de amigos de origen cubano residentes en Miami acostumbran a vacacionar juntos. Generalmente aprovechan esos das para investigar sobre temas relacionados con algn misterio histrico del lugar que visitan, por ello el proceso de seleccin del destino del viaje es siempre motivo de debate. Esta vez como resultado de una entusiasta discusin deciden pasar unos das en Madrid con la intensin de explorar en Segovia sobre una leyenda relacionada con el acueducto romano que all se conserva. Circunstancias casuales los ponen en conocimiento de cierto secreto que les hace cambiar sus planes y a partir de ese momento inician el desarrollo de una investigacin sobre un objeto de un destacado valor mstico. Alrededor de estas acciones comienzan a girar muchas personas y poderosos intereses que terminan por ponerlos en serio riesgo, adicionalmente la intervencin de ciertos fenmenos paranormales, el enfrentamiento de la existencia de vidas dimensionalmente paralelas y la incorporacin al grupo de cierto personaje clave con capacidades adivinatorias; terminan profundizando el misterio en esta aventura y obligan a los protagonistas de esta historia a utilizar todos sus recursos para lograr, en ltima instancia, escapar de un tenebroso mundo que los sorprende por su volatilidad y los somete a leyes completamente ajenas a las que rigen sus comunes vidas.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento27 dic 2012
ISBN9781463346621
El Tercer Naipe
Autor

Luis B. Llopiz

Cubano nacido en la ciudad de Holguín en 1954, médico de profesión por más de veinticinco años. Padre periodista y madre maestra ambos aficionados a la lectura. Su hogar se caracterizó por valores como la ética, la cultura y el amor familiar. La infancia, junto a su única hermana, cursa alrededor de los estudios que concluyeron en el Instituto de Medicina de Santiago de Cuba. Una vida profesional plagada de esfuerzos y sinsabores cuyo desenlace lo lleva a emigrar de Cuba en busca de horizontes más prometedores. Padre de dos hijos y tres nietos que definitivamente son su motivación mayor junto a su compañera, cómplice de esta publicación. Lector por herencia, siempre fue amante de la novela y de manera especial del género policial. Debuta como autor con este libro el cual dedica a su familia y amigos.

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    El Tercer Naipe - Luis B. Llopiz

    Copyright © 2013 por Luis B. Llopiz.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:    2012923993

    ISBN:                   Tapa Dura                                               978-1-4633-4661-4

                                 Tapa Blanda                                            978-1-4633-4660-7

                                 Libro Electrónico                                    978-1-4633-4662-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

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    437070

    Habíamos logrado ponernos de acuerdo después de varias sesiones de discusión, nada nuevo, cada vez que proyectábamos unos días de vacaciones juntos nos costaba igual trabajo decidirnos, yo aseguraría que a todos nos gustaba el debate, era como si el esfuerzo por encontrar la coincidencia de intereses nos llevara a tomar la decisión perfecta. Finalmente el consenso fue aceptar la propuesta de Luis, él vivió casi un año en la capital española después de escapar de la Isla y había descubierto muchos lugares con el atractivo que tanto anhelábamos todos en el grupo. Esta vez viajamos en avión hasta Europa y sin hacer escala aterrizamos en el enorme aeropuerto de Barajas en las afueras de Madrid. Los trámites para ciudadanos norteamericanos eran mínimos, así que en un abrir y cerrar de ojos nos movíamos en un taxi hacia el centro de la ciudad, habíamos escogido un hotelito en las proximidades de La Puerta del sol, era apropiado para facilitar el plan; teníamos la entrada del metro en la esquina, los mejores atractivos del turismo madrileño a nuestro alrededor, además, salir un poco de la rutinaria vida automovilística de Miami y poder pasearnos a pie sobre las viejas calles de aquella gran ciudad ya era un aliciente. Pero el plan incluía una excursión a un lugar muy singular que esta vez había sido la motivación especial por la cual todos de forma unánime optamos por este viaje.

    Nuestro objetivo era el Acueducto de Segovia, obra monumental del periodo ibero-romano que se ha conservado de manera muy completa y que Luis, a través de unos documentos que un amigo de forma casual le puso a su alcance, lanzó a la palestra del grupo levantando una incógnita: Un fraile a finales del siglo XIX dedicado a la conservación de los muros del Acueducto, retiraba las malas hierbas que sembradas por las aves crecían entre las cuadriculadas rocas que formaban la estructura amenazando su conservación. Estaba en esa faena cuando encontró, en la profundidad de una ranura, una pieza metálica que más tarde se comprobó era una preciada moneda de oro fenicia. El mismo religioso días después descubrió otras similares en un área muy delimitada del acueducto y aunque no se deja claro en la copia del manuscrito el lugar preciso donde se hizo el hallazgo, si se especulaba en su contenido sobre la posibilidad de que esas monedas se hubieran escapado de un botín mayor oculto allí. Pues nada, después de la inevitable discusión sobre si era practicable o no una búsqueda o si existía a esta altura del siglo XXI alguna posibilidad de encontrar algo novedoso allí, algunos a favor y otros en contra, decidimos aventurarnos para tratar de comprobar nuestras respectivas hipótesis.

    En las primeras horas de la noche y con la modorra que el cambio de horario generaba, nos reunimos en el pequeño vestíbulo del hotel dispuestos a aprovechar las últimas horas del día explorando el área más cercana. Luis declarado por todos el guía inevitable, propuso caminar hasta la Plaza Mayor y visitar las Cuevas de Luis Candelas.

    - ¡Caray Luis! ¿Qué casualidad que vamos a iniciarnos aquí en Madrid con unas cuevas bautizadas con tu nombre? – Mientras descendían la ligera pendiente adoquinada de la estrecha calle, el pequeño grupo rompió en risas con la broma de Maricela, bella joven de tés muy blanca con ojos y pelo color miel, vestida con fina blusa de hilo blanco y jean, indumentaria apropiada para la calidez de la noche que el verano ofrecía.

    - Nada, antes eran conocidas como las cuevas de la Plaza Mayor, pero aprovechando mi visita a España fueron rebautizadas con mi nombre. – Le respondió Luis, logrando incrementar la hilaridad del grupo al tiempo que alcanzaba el frente en la marcha.

    Los siete jóvenes éramos amigos desde la época en que compartíamos la escuela en Cuba, todos teníamos sobre los 30 años de edad y habíamos estado estudiando juntos en el pre-universitario donde nos hicimos inseparables. Ninguno del grupo llegó a graduarse del nivel superior universitario, ¿el motivo?, pues sencillamente la prioridad que la mayoría de los jóvenes le daban en Cuba a la emigración como única vía de encontrar un futuro, y decirles, que de esa generación casi todos logramos nuestra aspiración. Luis era un joven trigueño y alto, que abandonó tempranamente sus estudios de medicina por el riesgo de que le bloquearan su salida del País si avanzaba hacia los cursos terminales de la carrera, igual ocurrió con Sofía su novia que estudiaba junto a él y que ahora feliz caminaba a su lado sostenida de su brazo, tan rubia era que le decían en jarana la gallega. Roberto, el intelectual del grupo, por estudiar pedagogía en Historia Universal pudo alcanzar un nivel casi terminal, pequeño, regordeto, vivía enamorado de Sandra que aunque nunca lo había aceptado, tampoco lo había rechazado completamente y sí, ciertamente funcionaban como amigos, pero eran inseparables. Sandra no podíamos decir que era bella, pero sí una muchacha bonita de curvas voluminosas, pelo negro y piel bronceada, un tanto dañada en la cara por un acné juvenil que aun la afectaba. Los dos restantes miembros del grupo éramos la yunta, así nos llamaban nuestros amigos cariñosamente; Yo Anselmo y Julia mi esposa, los únicos que habíamos tomado desde hacía mucho tiempo el camino del matrimonio, motivo por el cual nunca iniciamos los estudios universitarios, fuimos los primeros en salir del País y gracias a eso ayudamos a nuestros inseparables amigos a que lo lograran también. Anselmo El Pulpo, me decían por ser un negociante innato desde jovencito, en mi barrio de muchachón inicié con unos patines chinos y en el cambia y cambia, terminé con una motoneta que aun no podía manejar por no tener la edad requerida para optar por licencia de conducción. Delgado pero bien formado, me esforzaba haciendo ejercicios para acentuar mi ligera corpulencia, no obstante sabía que las muchachas me cotizaban como galán. Julia mi mujer era para todos la esposa perfecta, había sido la Miss Vocacional en un certamen de belleza clandestino efectuado en la escuela, pues eventos como esos eran proscritos por el gobierno, blanca, de ojos azules, pelo ondeado y bien negro, sin la menor duda era una joven muy linda. Quisiera que entendieran que no la describo así por ser mi mujer, tengo plena seguridad que con sus condiciones pudiera participar e incluso llegar a ganar algún concurso de belleza real y verdaderamente competitivo. Aunque Julia aparentaba ser la compañera ideal, los varios años de relación que teníamos, su apasionada dedicación al trabajo y su prioritaria atención a su amistad con Maricela, venían enfriando los cálidos primeros años de nuestro matrimonio. Sin embargo, siempre dispuesta a colaborar conmigo y en general con todos sus amigos, la convertian sin la menor duda en una gran persona.

    - Mira Anselmo, el Palacio del Jamón, ¿qué te parece si entramos y le tiramos una miradita al lugar? – Roberto comelón incurable tentaba a los demás.

    - De eso nada mi socio, dijimos a las Cuevas y para allá vamos, no te preocupes, allí vas a disfrutar una comidita especial. – Firme se mantenía Luis en su propuesta y lo demostraba caminando dispuesto cuando tomamos un callejón y comenzamos a subir la pendiente. En el trayecto una curva nos desviaba al pasar por una churrería para llevarnos luego directamente a desembocar en la Plaza Mayor.

    Una expresión de asombro se escuchó en el grupo ante lo magnifico del lugar. Los corredores llenos de boutiques, bodegones, restaurantes y afuera las mesas casi ocupadas todas demostraban la elevada concurrencia a la Plaza. Luis sirviéndonos de guía comenzó a cruzarla diagonalmente en busca de la salida hacia las Cuevas de Luis Candelas. Salimos por otro callejón y después de descender unas escaleras dimos de frente con el lugar; La entrada del bodegón daba paso a unos escalones que llevaban a un local dispuesto por debajo del nivel de la calle, allí había varios departamentos comunicados entre sí, limitados por paredes rústicas de piedra que evidenciaban su condición de cuevas. Todos entraron delante y Julia lo hizo luego conmigo, el fuerte guitarreo de una melodía andaluza nos estremeció al llegar y yo sentí como una ola cálida que chocaba con mi cara, las luces amarillas imitando candelabros se me antojaron realmente bamboleantes, reflejándose en las caras de los desconocidos que parecían cantar desenfrenadamente y el lugar se me presentó con una extraña e irreal apariencia, pero sobre todo me impactaba la sensación de que era demasiado conocido para mí. De momento, como si mi mente hubiera hecho un cambio de escena, me encontré sentado en una rústica mesa y una mujer tosca que con una pañoleta blanca se abracaba el pelo desordenado, se lanzaba sobre mí obligándome a beber un ácido vino directamente de una jarra de barro, tragué y tosí espasmódicamente pues me ahogaba la manera como que ella inclinaba la vasija, traté de girar en busca de Julia y mis amigos pero no los veía, la mujer volvió y si, de alguna forma yo la conocía, yo la había visto muchas veces pero no recordaba su nombre ni de donde era, intenté llamar a Julia pero no escuchaba mi voz y eso me angustió en extremo, el cantante gritaba la letra de la melodía con todas las cuerdas de su cuello tensas como para reventar, sus ojos en momentos inexpresivos se fijaban en mí, luego parecían se saldrían de las órbitas cuando agudizaba la tonada, hice el esfuerzo de pararme sin lograrlo, sentía como si estuviera pegado a la silla pues el cuerpo me pesaba infinitamente, de momento alguien me tomó por el hombro derecho y me hizo girar:

    - ¿Qué te pasa Anselmo? – La cara de Roberto iluminada por una luz que ahora tenía la potente claridad generada por una lámpara eléctrica, me sacó de aquella pesadilla. – Oye, ¿te sientes mal? – Insistía preguntando mientras Julia me sostenía por el otro brazo y en ese instante me percaté que por la espalda tambien me sujetaba Luis.

    - No, solo me sorprendió la bulla de la música, despreocúpense que estoy bien. – En ese momento se acercó una mujer con pañoleta blanca y me asusté dando un respingo.

    - Señor, ¿desea tomar algo, quisiera un poco de agua? – Era una joven de cara agradable, para nada parecida a Ofidia. ¡Cierto! El nombre de la mujer del vino era ese, pero de donde saqué tal certeza, ahora recordaba con claridad lo que había visto unos instantes antes y eso me creaba un estado de inseguridad, por dentro del cuerpo me corría un temblor que no podía contener.

    - Si por favor, al parecer el cambio de hora me ha agotado, creo que por hoy mejor me voy a acostar, necesito descansar. -

    - Bueno entonces nos vamos. – Julia poniéndose de pie intentaba ayudarme tomándome por un brazo.

    - No te preocupes Julia, yo estoy bien y puedo caminar. Ustedes quédense aquí, nosotros podemos regresar solos. –

    - No, nos vamos todos, en realidad el viaje fue muy largo y estamos agotados. – Roberto daba la orden de partida, unos minutos después estábamos en la habitación del hotel y mi mujer me acomodaba en la cama mientras yo aún me sentía como atontado.

    Aunque la noche no fue placentera por lo intranquilo del dormir, al despertar me sentí reconfortado, eran las ocho y media de la mañana cuando coincidí con Roberto en el comedor donde se ofrecía el desayuno incluido en el paquete que adquirimos del hotel. Nos preparamos tostadas con mantequilla, café fuerte, yo tomé unas lascas de jamón y otras de queso suizo que puse sobre una de las tapas de pan para luego armar mí emparedado, Roberto hizo lo suyo, se sirvió unas empanadas de tuna además de jugo de naranja y fuimos a sentarnos juntos a una mesa. El restaurante ofrecía nada más que desayuno y lo hacía por auto servicio, razón por la cual solamente permanecía una empleada disponible por si algún comensal necesitara ayuda. El hotel disponía para esos menesteres de un salón interior iluminado por una potente luz de neón que compensaba la falta de ventanas y hacia resaltar el fotograbado que tapizaba toda la pared del fondo, exponiendo un bello paisaje costero.

    - ¿Cómo dormiste? Realmente me preocupé ayer, te pusiste bien feo, tal parecía que hubieses perdido la razón cuando nos mirabas a todos y llamabas a Julia desesperadamente. ¿Te acuerdas de eso? – Roberto mordió una de las empanadas al tiempo que mirándome esperaba mi respuesta.

    - Creo que me sentí agotado por el viaje y me desorienté en aquel lugar tan encerrado, quizás la música estridente, no sé, nunca me había ocurrido algo igual. - Le di un sorbo al café y en ese momento llegó Luis que después de enviar un saludo con la mano se dispuso a preparar lo necesario para su desayuno.

    Aunque no podía quitarme de la mente la idea de lo ocurrido la noche anterior, me propuse dar a entender a los demás que aquello fue algo sin importancia y cuando bajaron las muchachas, nos pusimos a preparar el plan de lo que haríamos ese día. La idea era visitar el Museo del Prado durante la mañana, almorzar en un restaurant especializado en carne a la piedra ubicado cerca de la Moncloa que Luis nos recomendó como algo muy especial y luego movernos por los alrededores de la Puerta del Sol para disfrutar del Oso y el Madroño, símbolo de la ciudad, cuya fotografía no nos podría faltar. Mientras las chicas terminaban su desayuno los tres nos fuimos afuera con la intensión de fumarnos un cigarrillo, yo iba a encender uno de mis Marlboros cuando Luis me detuvo:

    - Quisiera que probaras uno de estos. – Me enseñó una cajetilla de color básicamente blanco con la marca Habano. – Fíjate que son cubanos, tienen filtro y están hechos con picadura de tabaco negro de Pinar del Rio.

    Saque uno, tenía el filtro forrado con papel imitando corcho y lo encendí; el humo penetró en mis pulmones trayéndome el recuerdo de tantos años que fumé los cigarrillos Populares que regularmente vendían en Cuba. La fortaleza del tabaco negro, que entonces pensaba no podría cambiar nunca por el rubio, me golpeó las vías respiratorias hasta casi hacerme toser, sin embargo, la calidad de este era de primera, quemaba parejo y su aroma más limpio carecía de ese tufillo a papel quemado que se percibía en aquellos que tanto alababa entonces.

    - Claro, tendría que acostumbrarme de nuevo a fumar tabaco fuerte y eso no me conviene, bastante me costó adaptarme a los suaves por falta de un cigarro negro de calidad en Miami. – Lo lancé en el cenicero colocado a la entrada del hotelito y terminé fumándome mi Marlboro Rojo.

    Frente al Hotel había un pequeño restaurant llamado El Manileño nombre que me llamó la atención al darme la impresión que era un error de escritura, a esa hora estaba bien concurrido, pensé era consecuencia de la cercanía del edificio de la esquina, evidentemente de oficinas, cuyos trabajadores podrían ir por el desayuno allí. Las chicas salieron alborotadas a la calle, carteras en mano y nosotros con nuestras respectivas cámaras fotográficas nos dispusimos a tomar un taxi en la esquina cercana cruzada por la Gran Vía, pues al ser más transitada que nuestro callejón, pensamos que allí seria más fácil gestionar nuestro trasporte. Nos paramos debajo de unos andamios que al parecer utilizaban los pintores del edificio de la esquina, justo al lado de la entrada del Metro y apenas unos minutos después capturamos, por decirlo de una manera más explícita, un taxi en una competencia poco fraternal con varias personas que se encontraban a la caza en las cercanías.

    - Caballeros, realmente es indispensable que ustedes visiten el museo y admiren frente a frente a la Maja Desnuda de Goya o el Cristo de Velázquez, eso no lo discuto, pero amigos, con tantos lugares para disfrutar que tiene Madrid, dedicar toda una mañana a un museo creo que es mucho. – Luis hablaba desde el fondo del minivan donde se sentaba con Maricela y Sofía.

    - Despreocúpate que mañana entramos ya en operaciones y espero que la aventura que nos espera sacie tus ansias de entretenimiento. – Le dije sin mirarlo, me encontraba sentado al lado del chofer, un bigotudo marroquí de poco hablar posiblemente por su pobre dominio del castellano.

    Nos habíamos incorporado a un grupo de ingleses que con su guía avanzaban con cierta rapidez a lo largo del laberinto del museo. El debut de Cubano en el Prado de Madrid lo tuvo Roberto que intentó fotografiar un cuadro recién entramos y fue detenido por el guía que nos explicó, con expresión de jefe de pelotón, que los flashes de las cámaras ponían en riesgo la conservación de aquellas obras. De inmediato nos percatamos que en el manualito recibido al entrar eso estaba debidamente señalado, además de otras limitaciones que teníamos que cumplir. Para mí era realmente impresionante verme delante de aquellas obras de las cuales tenía referencia desde siempre, pero definitivamente quedé impactado sobre todo por las Majas de Goya y el Cristo Crucificado de Velázquez. En este último, lejos del estilo de las caras delgadas y alargadas propio de los retratos por él pintados, había conseguido un realismo increíble, la magnitud del cuadro que se desborda cuando lo observamos desde la altura de sus pies y la naturalidad de la expresión de Jesús, logra en su conjunto transportarte a aquel histórico momento. El museo estaba repleto de cuadros de diversos pintores alegóricos a la crucifixión de Cristo, pero sin la menor duda ninguno como el de Velázquez. Contrariamente al pronóstico de Luis, salimos encantados del museo y todos quedamos contentos con no haber dejado pasar por alto tan importante lugar.

    Como era temprano aprovechamos la feria del libro que se desarrollaba a lo largo del Paseo del Prado con la intensión de observar la oferta que se hacía, allí nos separamos un poco en busca de nuestros respectivos gustos, Julia y yo terminamos en el mostrador de Cuba donde inevitablemente comencé a leer las presentaciones de algunos libros hasta topar con el de Daniel Chavarría, ya había leído una novela de este escritor cubano-uruguayo que logró encantarme y ahora inesperadamente tenía la última de sus publicaciones, Una pica en Flandes, sin dudarlo me dirigí para comprarla y no me arrepentí, la prosa increíble de este escritor, profesor de lenguas muertas de la Universidad de la Habana, es única y atrapante.

    - Creo que hizo una Buena elección. – El hombre con traje de sastre negro y sombrero de igual color estaba a mi lado mirando de reojo el libro que me estaban envolviendo. - ¿Conoce usted al escritor? – Su barba canosa impresionaba estática cuando hablaba y sus ojos se clavaban en mí como inspeccionándome.

    - No, realmente solo he leído una de sus novelas que me gustó mucho. – Recibí el paquete de manos de la dependiente. - ¿Usted lo conoce? – Interrogué al señor.

    - Creo que bastante bien, tuve el gusto de ser su amigo allá en Uruguay. – Nos apartamos un tanto del mostrador mientras el hombre a todas vistas se mantenía decidido a conversar y como Julia revisaba unos libros, me dejé llevar por su interés. – Ese libro que compraste desarrolla un tema que mucho tiene que ver con ciertas circunstancias que están girando actualmente a su alrededor. – Su afirmación me sorprendió y me pareció extraña, yo no podía verle la boca por la barba, pero estaba seguro que esbozaba una sonrisa.

    - No le entiendo. ¿Me dice que este libro tiene que ver con algo que me está afectando? – Ahora sonreía con los ojos. – ¿A caso me está tomando el pelo? – Por un momento pensé que aquel individuo podía estar demente, sin embargo, su rostro reflejaba serenidad e infundía confianza.

    - No se asuste, no estoy loco, cuando lea esa novela se percatará de lo que le estoy diciendo. –

    En ese momento Julia se enganchó de mi brazo, un poco intrigada por mi conversación con aquel hombre que poco interesado en su llegada, apenas le dedicó una Mirada.

    - Realmente no lo puedo entender, no soy aficionado a los misterios y usted se me ha tornado muy extraño. – Levantó la mano como para detener mi veredicto, era como si supiera de antemano mi intensión de suspender la conversación y continuar mi camino.

    - Espere, déjeme decirle algo que le servirá en su futuro. Yo soy descendiente de hebreos rusos, nací en Uruguay como se puede imaginar, me dedico a estudiar y practicar ciertos rituales que pudiéramos decir son bastante herejes para su cultura religiosa, pero la vida me enseñó que eran prácticos y sumamente útiles, por eso los he utilizado durante muchos años. A usted amigo, no le soy para nada desconocido, ha estado en contacto conmigo y eso ocurrió la pasada noche. – La expresión del cantante de anoche, si, esos eran los mismos ojos, la mirada fija era exactamente la misma. Un temblor corrió por todo mi cuerpo, me sentía como en un sueño. El apretón que Julia me dio en el brazo me sacó de la obnubilación que progresivamente me iba dominando.

    - Por favor Anselmo vamos que ya nos están esperando. – Ahora tiraba de mi brazo en dirección a donde se encontraban ya reunidos los amigos.

    - Recuerda solo una cosa, no te opongas, deja que tu mente transite libremente cuando sea necesario, estaremos en contacto. – Los ojos sonrientes fueron lo último que vi del hombre.

    Julia bastante asustada prácticamente me arrastró del lugar, el resto se sumó a la rápida retirada. Luis tomó la iniciativa y nos hizo cruzar la calle hacia el Hotel Radisson Blu y llegando a la esquina siguiente, penetramos por la entrada del Metro. En el andén nos disponíamos a abordar el próximo tren, según el guía, haríamos un par de transferencias para llegar finalmente al restaurante.

    - Me pueden explicar qué ocurrió, hemos escapado del Prado como flechas y no tengo ni idea de la causa. – Pregunto Roberto mientras miraba por el túnel en espera del tren.

    - Pues nada. - Le contesté. - Julia que se asustó con un loco que se puso impertinente en la feria cuando compraba un libro. –

    - ¿Cuál compraste? – Me preguntó Luis. – Yo realmente no encontré nada que me motivara. –

    - Pues una novela de Daniel Chavarría, ya leí antes otra obra suya que me gustó, voy a probar suerte con esta. – Se aproximaba el tren y tomé a Julia por el hombro, siempre vi con vértigo el momento de la llegada de un tren en estos andenes, quizás por influencia de las películas que muchas veces aprovechan ese momento para asesinar a alguien empujándolo sobre las líneas.

    El arte de viajar en Metro se adquiere con la experiencia, eso es seguro, pero en Madrid se hace bien explícito como hacerlo, la información se expone tanto dentro del tren como en las estaciones, son evidentes las señalizaciones para hacer las transferencias o cambios de líneas y Luis verdaderamente se había convertido en un práctico eficaz gracias al tiempo que vivió en esta ciudad. Finalmente abordamos y nos lanzamos a toda velocidad por aquellos túneles.

    - ¿Entonces Luis, ahora qué cambio tenemos que hacer? – Era la pregunta que casi todos teníamos en mente y que Roberto lanzó algo cohibido por la velocidad que adquiría el bólido en que montábamos.

    Viajaban las cuatro muchachas sentadas frente a frente y nosotros los hombres de pie sujetos de los tubos. En realidad más adelante abundaban asientos libres pero preferimos quedarnos allí cerca de la puerta ya que según Luis haríamos el cambio de tren en pocos minutos.

    - A dos paradas cambiaremos a la línea 7, rumbo a la estación de Chamberí, allí nos bajamos y después de caminar un poco por la calle de Santa Engracia, cortamos hasta el restaurante. – Explicó Luis con aire de experto madrileño.

    - ¿Entonces desde el restaurante veremos el Palacio de la Moncloa? – Preguntó Marisela con esa vocecita de niña inocente.

    - Bueno, el restaurante está en la zona de la Moncloa, pero no enfrente del Palacio, para llegar allí habría que caminar un buen tramo. – Eso no era lo que originalmente había dicho el guía.

    - Vamos Luis, nos dijiste que era frente al Palacio. ¿Qué ocurrió, se trasladó de lugar? – Le pregunté en tono de broma y él haciendo una mueca se quedó callado.

    El cambio de tren se realizó sin problemas, apenas esperamos un par de minutos por el otro y finalmente salimos al exterior como se esperaba en la calle Santa Engracia. La caminata no fue tan corta como esperábamos pero al fin después de cortar por varias entre calles llegamos al restaurante. El lugar resultó algo pequeño con aspecto de bodegón lleno del humo, el aroma de la carne sobre las brasas inevitablemente movilizó nuestros jugos gástricos y nos animó a todos a almorzar con deseo. Con la agilidad de un servicio informal nos vimos sentados en una mesa para seis por lo que el camarero nos añadió otra silla iniciando con el pedido de las bebidas, el consenso fue solicitar cerveza y preferimos la Mahu que Luis nos recomendó como una lager semi-ligera. Las frías botellas llegaron a una señal del camarero y unos tragos con el estomago vacio nos produjo un efecto rápido por la absorción casi directa del alcohol, promoviendo la alegría en el grupo como por arte de magia.

    - Anselmo, ¿qué ocurrió realmente con aquel hombre? Yo no pude entender lo que quería decirte. – Julia aprovechaba la distracción de los otros y trataba de esclarecer aquella duda que le preocupaba.

    A mí me mantenía en vilo todo lo que me había ocurrido en las últimas horas. Aquello había funcionado como una pesadilla pero con la diferencia de que no puedes despertar y sentir ese alivio que te llena los pulmones de aire fresco. Preferí restarle importancia a lo ocurrido, no solo por no preocuparla, sino para animarme yo mismo que buena falta me hacía.

    - No pienses más en eso, aquel hombre está medio loco y al parecer se dedica a abordar a los concurrentes al lugar. – Ella al parecer quedó satisfecha con mi insustancial respuesta a diferencia mía que no podía desconectarme de aquellos ojos.

    La carne llegó, habíamos pedido un chuletón a la piedra que era la especialidad máxima de la casa y la novedad nos entretuvo por un buen rato. Colocaron delante de cada comensal una piedra perfectamente redonda con un grosor de más de dos pulgadas y a una temperatura tan alta que el calor llegaba a mi cara obligándome a alejarme lo más posible. El proceso consistía en que cada cual tenía que cocinar su chuletón al gusto, además disponíamos de varios adobos que se aplicaban durante la cocción. El resultado fue muy especial, las piedras mantuvieron el calor suficiente para permitir alcanzar el punto que cada uno prefería. Terminamos sin poder consumir la totalidad de la enorme pieza que acompañamos con varias cervezas y ensalada mediterránea preparada con lechugas, pimientos asados, espárragos, alcachofas, aceitunas, cebollas, todo aderezado con aceite de oliva, sal y vinagre. No pedimos postre pero si un buen café que para nuestra sorpresa lo preparaban al estilo cubano.

    El regreso no fue tan fácil, la etapa de caminar hasta el Metro fue una proeza, el efecto postpandrial suprimió la totalidad de las energías por lo que parecía que jamás llegaríamos. Se produjeron varias propuestas de modificación del plan, entre ellas la más aceptada fue la idea de transitar directo al hotel para entregarnos a Morfeo en cuerpo y alma. Luis que al parecer utilizaba baterías recargables y de alta resistencia se negaba a variar el plan asegurando que en una hora, cuando estuviéramos llegando a la Puerta del Sol, el sueño habría desaparecido y sin poder convencerlo, todos terminamos viajando hacia la plaza del Oso y el Madroño.

    Salimos de la Estación del Metro y nos encontrábamos frente a la misma Plaza de la Puerta del Sol, el lugar más popular de la Capital Española. El sol a nuestro frente nos deslumbró cuando ya eran las cuatro y media de la tarde, pues llevábamos buen tiempo en los subterráneos.

    - ¡Dios santo, que lugar más lindo! – Fue la expresión de Sandra que había sido la segunda en alcanzar la acera frente al edificio del correo.

    - ¿Donde está el Oso con el Madroño? No lo veo por ningún lado. – Maricela utilizaba la mano como visera para protegerse del sol y visualizar mejor el área.

    - Está allá del otro lado de la Plaza, enfrente a donde estamos, pueden observarlo sobre aquel grupo de personas. – Luis explicaba al tiempo que señalaba con la mano la dirección.

    Nos posicionamos en la esquina esperando el cambio de luz que nos permitiera cruzar y penetrar en la Plaza. Ciertamente todos nos sentíamos impresionados, enfrente teníamos al Madroño y el Oso, a su izquierda la fuente y a la derecha la estatua de Carlos III sobre su caballo. Estábamos en el mismo Corazón de Madrid y todos sentíamos cierta emoción al percibir allí, con una fuerza mayor, que visitábamos a la Madre Patria y yo recordé lo que había dicho Roberto cuando deliberábamos sobre el destino de nuestras vacaciones: Podremos viajar el mundo entero, pero si no llegamos a España nos faltará el lugar más importante, pues allí están las raíces de nuestra historia. Cruzamos buscando espacio por donde avanzar hasta llegar al ansiado objetivo, estábamos debajo del Oso y el Madroño, las cámaras funcionaron con el típico percutir y nos turnamos de manera que todos aparecimos captados junto a la famosa escultura.

    - Roberto, tú que eres Máster en Historia; ¿Cual es el origen de esta obra? – Preguntó Sandra a la vez que tocaba una de las patas del oso.

    - Esta estatua no es tan vieja, fue construida y colocada aquí en la década de

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