El Caburé
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(Un mito, un poderoso amuleto, dos historias de amor y un mismo destino)
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El Caburé - César Alberto De Cuadra
1
Año actual… lugar… la gran ciudad de La Plata. Más precisamente en el museo de historias. Allí, un hombre alto de pelo corto, tez blanca y ojos claros muy bien parecido, pero de carácter recio y egoísta llamado Carlos. Estaba haciendo halago de su último descubrimiento, rodeado por un grupo de estudiantes de la Universidad de La Plata y su hermosa secretaria Érica
joven ella, morocha de pelo largo y rulientos, ojos verdes y dueña de un cuerpo casi perfecto. De la cual, Carlos estaba perdidamente enamorado. Este hombre agrandado y muy personal, contaba a los estudiantes como había conseguido todo lo que tenía para mostrar ese día.
–¡En mi último viaje que hice a la Provincia de Misiones! Decidí recorrer todos los pequeños pueblos que se encontraban en el camino, desde Posadas hasta la ciudad de Oberá y sus alrededores. Internándome en ellos y haciendo amistad con la gente nativa, tratando de conseguir algo antiguo que a mí me interese. Decidí ir a esa Provincia porque es considerada una de las más ricas en historias a que se refiere. Muchas ruinas jesuíticas con excelentes valores arqueológicos abundan aún allí, y muchas de ellas están sin ser estudiados a fondo. Yo, como profesor de historia tan reconocido y premiado por mis descubrimientos, decidí abocarme a recuperar y mostrar al mundo entero esos valores históricos que allí habitan. Fue así que entré a un camino de tierra tan roja, que sobresalía al verde de la vegetación. Ése camino, que ni siquiera tenía cartel de identificación estaba rodeado de inmensos árboles, tan altos que parecían abrazarse entre sí, para que el fuerte viento no los volteara. Formando una especie de techo sobre el largo sendero que parecía no tener fin. El insoportable calor era agobiante y a pesar de estar bajo las sombras, no podía abrir los vidrios de la camioneta porque los mosquitos rápidamente invadían todo el interior, no permitiéndome manejar tranquilo. ¡Imagínense! Manejando en un camino peligroso y desconocido a los manotazos queriendo espantarlos, se hacía imposible. Pero igual yo seguí adelante, eso no me detuvo para nada. Hasta que después de varias horas llegué a un pequeño pueblito perdido dentro de la inmensa selva. Donde las casas son todas de maderas y techo de chapas negras, que a mi parecer eran de cartón. Estaban ubicados en pequeños lotes separados por cercos fabricados de tacuaras, y otros de tablas, resaltando a la vista sus hermosos jardines coloridos.
La capilla, que era la única construcción de material, construida totalmente de piedras o bien llamados ladrillotes, estaba en una punta frente a una pequeña plaza y desde donde se podía ver todo el poblado. Y casi terminando el caserío, al costado del camino, estaba el almacén de ramos generales. Haciendo también de bar, atendido por la viuda Rita. Excelente mujer, gringa, alta y con un carácter bastante bravo. Lo noté en su forma de atenderme cuando me recibió. Pero cambió su pensamiento cuando me presenté anunciando mi nombre y profesión. Allí en ese bar se juntan todos a tomar algunas copas los fines de semana o cuando llueve y los jornaleros no pueden trabajar. Ahí me detuve a tomar algo y de paso, aprovechar para conocer alguna persona que pudiera contarme o bien ofrecerme algún chisme que a mí me interese. Algo antiguo, algo con historia. –Aclaró y siguió–, la mayoría de la gente que viven ahí son aborígenes humildes que trabajan en las cosechas del té y de la yerba mate, y cuando no, se dedican a trabajar en sus chacras sembrando para sus propios consumos.
Me fue fácil entablar amistad con la gente de allí debido a la humildad que demostraban con los visitantes. Fue así que entablé conversación con un hombre llamado Héctor, nacido y criado en ese lugar, descendiente de los últimos indios que fueron civilizados. Al principio le costaba soltar la lengua, pero cuando se enteró de mi profesión, se soltó un poco más. Con él compartimos varios tragos y entre copa y copa la noche nos fue abrazando, y ya cuando no tenía esperanza de escuchar alguna fábula interesante. Él confesó saber de un libro antiguo, muy antiguo que había escrito un sacerdote misionero portugués en el año 1870. Y estaba resguardado en la parroquia del pueblo bajo llave.
Éste jesuita misionero, –dijo mi amigo–. Fue el que creó el pueblo. Por eso se llama Mártires, en honor a él, y fue el mismo que diseñó y construyó la iglesia con la ayuda de nuestros abuelos. Donde dicen, pasó sus últimos años de vida creando remedios a base de yuyos y escribiendo libros. Y uno de esos libros, queridos estudiantes. ¡Es éste, que tengo en la mano! Luego levantó el libro de tapa negra y gastada, mostrándolos a todos.
Claro, –continuo–, que para traerlo tuve que pagar una suma muy grande de dinero. ¡Pero no puse cuidado en el gasto! Porque bien valía la inversión ¡Cómo pueden ver! Este libro antiguo y valioso cuenta la leyenda del Caburé. Al observar el dibujo que está en el libro, verán que es un pájaro ¡Pero no uno cualquiera! ¡El Caburé tiene mucho poder! Y cuando tengan la posibilidad de leerlo podrán descubrir cuan poderoso es.
Así les hablaba a sus alumnos contando sus hazañas, siempre con tono sobrador y grandeza, haciéndose notar que era el mejor descubridor de antigüedades después de (Indiana Jones). Pero lo cierto es que no les contó todo el secreto que realmente escondía el libro. Su egoísmo interno le manejaba la conciencia impidiendo revelarlo. Al menos hasta que él pueda ponerlos a prueba.
Los estudiantes estaban fascinados escuchándolo, atraídos por tanta hazaña de parte ese profesor a quienes admiraban con mucha pasión. Pero había un trío de varones más al fondo que estaba más entretenido con la presencia de Érica y sus encantos, que con la historia de Carlos. Sentados en el fondo del grupo murmuraban entre ellos, mientras miraban detenidamente a Érica. La periodista Fabiana Rocha, quien fue invitada exclusivamente por Carlos, debido a su ascenso a la fama por sus investigaciones sobre leyendas, la observaba detenidamente y sonrió al escuchar el discurso del aventurero y, más cuando vio al grupito de muchachos atraídos por la belleza de Érica. La periodista era la encargada de mostrar al mundo los nuevos descubrimientos arqueológicos de Carlos. Quien continuaba excitado hablándole a los presentes, pero en un momento, observó mientras hablaba, que los muchachos del fondo le prestaban poca atención a él y miraban con delicia a su secretaria. Esa falta de respeto lo ofendió de tal manera que automáticamente cambió el gesto en su rostro. Sintió bronca y muchos celos que le hicieron cambiar de parecer y dio por finalizado su discurso.
–¡Bueno chicos! Como siempre fue un placer recibirlos. Es todo por hoy, la otra semana seguimos. Gracias por venir–, dijo y cerró el libro.
Los estudiantes, aplaudieron felices y agradeciendo uno a uno pasó a felicitarlo antes de abandonar el recinto. La periodista Fabiana, indicó a su camarógrafo que lo acompañe y así poder entrevistarlo. Carlos, aparte de resaltar sus logros, aprovechó la cámara para coquetear nuevamente con Érica; explicando lo importante que es ella allí en el Museo. Como siempre, esperaba su oportunidad para recalcarle el gran amor que por ella aún sentía, y nada mejor que teniendo de testigo a la periodista. Aunque supiera de antemano la respuesta.
Esas declaraciones fueron la nota de color, y la periodista muy agradecida decidió marcharse y dejarlos solos. Momento que Érica esperó con ansias para devolverle su parecer a Carlos.
–¡No Carlos, no debiste hacer eso! Lo nuestro no funcionó y no va a funcionar, ya no es lo mismo y vos sabes muy bien lo que pienso, no sé porque te empecinas en insistir. Quiero que seamos solamente amigos.
–Pero negrita. Ya te pedí perdón miles de veces ¡Yo te amo! Estoy enamorado y te voy a cuidar como nadie. Ahora será distinto, sólo dame una oportunidad más de demostrártelo.
–Por favor Carlos. ¡Entendeme! Yo te aprecio mucho y te respeto por todo lo que sos y por lo que me enseñaste. Nosotros ya tuvimos algo y no funcionó, ahora no me siento capaz de amarte. ¡Quiero que sigamos siendo amigos! –, y se alejó al fondo del salón, dejándolo solo.
Esas palabras le partieron el corazón, le dolían en el alma cada vez que las escuchaba, pero debía resignarse. Agachó la cabeza y nuevamente se puso a hojear detenidamente el libro. Después de ese cruce de palabras, el silencio reinó por varias horas entre ellos. Mientras él leía, ella acomodaba otros objetos en el inmenso salón, los cuales pronto serían exhibidos al público en general. Al terminar, Érica se acercó y le dijo.
–Yo me voy, porque hoy tiene que ir el nuevo jardinero a casa y como mis viejos no están, tengo que mostrarle lo que tiene que hacer.
–¡Un nuevo jardinero!, ¿qué pasó con Juan?
–Se jubiló y nos recomendó uno nuevo.
–¿De dónde es?
–¡No sé! No lo conozco, lo único que sé, que es amigo del cura Raúl, entre él y Juan lo recomendaron a mi papá.
–¡Bueno! Anda tranquila que después paso por tu casa y te comento lo que dice el libro y cuándo vamos a hacer la apertura.
Luego de despedirse, salió y se marchó en su flamante auto rojo último modelo, esperando llegar a tiempo a la casa, dónde el jardinero esperaba.
Carlos, al contrario, se quedó masticando bronca por la nueva negativa que recibió. Si él bien sabía que era culpable de no seguir en pareja con ella, por culpa de esa noche que se emborrachó y lo engañó con la mejor amiga. Érica se enteró y desde ese día juró que sólo serían amigos. Pero él igualmente insistía, cada vez que tenía oportunidad aprovechaba para tirarle algún lance tratando de recuperar su viejo amor, a pesar que ya conocía la respuesta que recibiría. No le importaba las negativas, porque algo le decía que ella debía ser de él y solamente para él. Quizás por eso se quedó en el museo, quería leer bien lo que estaba escrito en el libro y sabía que ahí encontraría la fórmula para tener suerte en el amor. Se tomó todo el tiempo del mundo en estudiar el escrito y los dibujos que ilustraba el viejo libro. Pensó, recapacitó y se pasó la mano por la cabeza dándose cuenta que a todo eso, le faltaba algo, algo muy importante para que su suerte en el amor sea completa y cambie definitivamente.
–Sea como sea tengo que encontrarlo. Debe ser mío, sólo mío y cuando lo tenga en mí poder voy a ser irresistible–dijo, dejando escapar una pequeña carcajada irónica. Estaban claros los pensamientos que tenía, no había nada que agregarle. Su egoísmo le hacía pensar en actos injuriosos constantemente.
2
Luego de unos cuantos minutos de viaje. Érica llegó al country donde vivía y que estaba ubicado afueras de la ciudad. Era cerca del mediodía y el sol quemaba sin piedad. Saludó amablemente a los guardias que vigilaban el portón de entrada, como de costumbre. Porque a pesar de ser de una familia adinerada, era muy humilde y trataba a todas las personas con respeto y sinceridad. Recorrió lentamente el camino hasta su casa, como se hace en todo barrio cerrado, a tranco de hombre. Se la veía entretenida observando el diseño de los jardines que tenían las casas, realmente eran hermosas, una más que la otra y dignas de ser vistas. Vaya a saber que pensamientos pasaban por su cabeza en ese momento, porque cuando llegó a la casa tardó en darse cuenta de los cambios que había en su propio jardín. Solamente después de estacionar el auto en el garaje y cuando estaba por entrar, vio una mariposa que pasó volando frente a ella. Entonces al seguirla con la vista, recién ahí, se dio cuenta del cambio. Todo estaba más florecido, más verde, flores de distintos colores abrían sus pétalos al picaflor que volaba de una a otra recolectando su néctar. Pájaros de distintas especies danzaban al compás de sus melodiosos cantos, saltando de rama en rama disfrutando del lugar. Caminó hasta allí y se detuvo, miró a su alrededor queriendo encontrar al nuevo jardinero, pero no lo vio. Lo que sí le llamó la atención fueron dos tortolitas que jugaban cerca de ella sin asustarse, después se les sumaron unos Jilgueros, Calandrias y Zorzales, todos jugaban sin prestar atención a su presencia.
Ella abrió los brazos, respiró profundo, cerró los ojos y dio vueltas en el lugar sintiéndose por un instante como, (Alicia en el País de las Maravillas). Reaccionó recién cuando escuchó una voz detrás de ella.
–¡Hola! –contestó sorprendida cuando se dio vuelta y más al ver que el hombre que lo saludo, era joven, morocho y buen mozo, con ojos color negro y dueño de un cuerpo bien trabajado que dejaba lucirse debajo de una musculosa blanca toda transpirada.
–Yo soy César. ¡El nuevo jardinero! –dijo, pasándole la mano sucia de tierra negra.
–¡Mucho gusto! Érica
–respondió sonriente, devolviéndole el saludo sin mutarse.
–¡Me sentiría muy feliz si me decís que te gusta cómo quedó el jardín!
–Está hermoso, todo se ve cambiado, como si fuera que tuviese más vida. ¡Me encanta!
–¡Gracias! Me quedo más tranquilo entonces, tu papá antes de irse me dio toda la libertad para trabajar y diseñar el jardín a mi manera y no quería cometer ningún error, ni tampoco defraudarlo.
–¡Quédate tranquilo! Porque mi papá va a estar orgulloso de lo que hiciste. En más, Juan habló muy